lunes, 26 de octubre de 2009

En el sexagenario de nuestra Constitución Política

Dr.Fernando Zamora Castellanos
Abogado constitucionalista

Publicado en el Diario La Nación bajo la dirección:

http://www.nacion.com/ln_ee/2009/octubre/25/opinion2134517.html
“El nuestro no es un problema de paz, sino de vida. Estamos perdiendo, a tambor batiente, el sentido de la vida en su doble acepción: el porqué de vivir y el respeto a la vida ... ¿De dónde venimos? ¿Qué somos? ¿Hacia dónde vamos? Tres preguntas vitales. Este es el emplazamiento que hace a sus lectores, en su columna del 23/09/2009 el abogado Julio Rodríguez, periodista del diario costarricense La Nación. En esta coyuntura histórica, cuando el 7 de noviembre celebramos el 60 aniversario de nuestra Constitución Política, intentar como sociedad responder interrogantes de ese calibre, encierra un desafío imprescindible para nuestro futuro constitucional. Reconocer como nación, de donde venimos, reafirmar qué es lo que somos, y consecuentemente, la senda a seguir. Primeramente, contestar de dónde venimos es un ejercicio de honradez intelectual e histórica. Sabemos que la nacionalidad y la constitucionalidad costarricenses se forjaron en el crisol de la lucha por la libertad, entendida ésta en su naturaleza más íntima, concibiéndola como la autodeterminación hacia el bien. Realiza un acto libre quien obra el mal, pero su elección es moralmente defectuosa por carecer de la perfección específica de la libertad, pues ella tiene su sentido final en la vida moral. Aunque pretendan negarlo quienes disienten de los consensos que permitieron fundar nuestra nación, sabemos que desde nuestro nacimiento como comunidad, el origen esencial de nuestros ideales deriva su fuerza moral de la misma argamasa empleada para construir la cultura occidental: los ancestrales principios cristianos. El cuestionario se complica con la segunda pregunta con la que nos reta: ¿qué somos? Parece obvio que esa pregunta no se reduce a nuestra identidad folclórico-cultural, la cual por cierto, ya Láscaris respondió años atrás con un trazo literario genial. La identidad a la que la cuestión refiere reviste mayor gravedad. Para contestarla, -más que responder lo que somos-, escudriñemos ¿qué amenaza lo más preciado que hemos tenido como sociedad? La mayor amenaza que hoy como sociedad enfrentamos es la irrupción de una cultura de ingravidez moral. Una era del vacío. En otras latitudes donde la están sufriendo la conocen con un anglicismo: cultura light. ¿En qué consiste esta amenaza? Básicamente es la abdicación de los conceptos morales y espirituales que históricamente dieron identidad a nuestras nacionalidades. Consensos sociales que fueron fundamentales para nuestra convivencia y desarrollo equitativo. Están siendo sustituidos por una cultura exclusivamente enfocada en el consumo y la satisfacción de los sentidos naturales como ley máxima de comportamiento; cual si aquello fuese la respuesta existencial del ser humano. Un antropocentrismo esencialmente egoísta, en donde el hombre invierte los valores centrados en la idea de lo trascendente para, -en su lugar-, exaltar un sentido de autosuficiencia, al tiempo que se proclama autor de un código propio de vida. La necesaria consecuencia de ello es la aversión contra toda noción de lo trascendente y la claudicación de responsabilidades frente a ella. El “descompromiso” como norma de conducta. ¿Cuáles son las características de esta cultura? Primeramente es una sociedad consumista, aunque para los cultores del postmodernismo, aquella sea el epítome de la libertad. Allí el individuo es socialmente valorado por lo que posee, no por lo que es. Por otra parte, es una cultura materialista. Pretende justificarlo todo desde aquella perspectiva. Aún los portentosos misterios de la vida y la naturaleza deben explicarse apelando a fenómenos materiales. Así mismo, es una cultura relativista. Todo es relativo para quienes están influidos por la ingravidez del postmodernismo. Por eso son intolerantes con las verdades morales objetivas. Quienes se autoproclaman “progresistas” las consideran atavismos impropios que son indignas de su intelecto. Además, es una cultura hedonista. Al estar su despropósito centrado en la exclusiva exaltación de los goces y sentidos materiales, esta cultura representa la muerte del ideal. Sociedades en las que caben los Gil Blas de este mundo, pero jamás los Stockmann. En donde un subrepticio consenso puede ser aquel axioma de Maquiavelo que reza: “aún los heroísmos éticamente justificables son estériles si no logran un resultado práctico satisfactorio”. Esencialmente, la corrupción del carácter humano. También es una cultura sin sentido de propósito. Al priorizar en lo que alimenta los apetitos, repugna toda dirección donde apunte la luz del faro moral. La conciencia deja de ser norte de sus decisiones, arribando así el desconcierto generalizado como convidado de piedra. Y finalmente, es una cultura permisiva. Atropella todo dique de contención que pretenda imponer límites sustentados en convicciones morales trascendentes. Un ejemplo dramático de ello, es que el gobierno español pretende autorizar el aborto en menores sin el consentimiento de sus padres. Por cierto, ese superlativo antropocentrismo, es el indudable trasfondo de quienes promueven las prácticas abortivas y el laicismo extremo para nuestro sistema constitucional. En este sentido valga reconocer que el mayor acierto de nuestra corte constitucional ha sido su firme defensa de los valores originarios que informan nuestra constitucionalidad. La última pregunta es, ¿hacia dónde vamos? para lo cual es preferible intentar el hacia dónde ir. El camino es reafirmar la identidad de nuestros grandes ideales como nación, amante tanto -de la libertad sustentada en un marco ético-, como de sus convicciones fundadoras. Tengámoslo por cierto que el camino equivocado, es el que nos lleve corriendo a realizar cambios constitucionales y jurídicos para importar cuanto código extraño sea la última corriente de moda. Somos una nación mundialmente reconocida como defensora de las mismas libertades, derechos y valores que acrisolaron lo más preciado de la cultura occidental. En momentos en que algunas de las naciones occidentales pretenden, - condenándose a un mediato rumbo al despeñadero social-, renegar de sus valores originarios, sea hora en la que, apelando a nuestro carácter y sosteniéndonos firmes, los reafirmemos sin darles la espalda. fzamora@abogados.or.cr