lunes, 18 de marzo de 2019

LA MUERTE DEL IDEAL ROMANTICO

Dr. Fernando Zamora Castellanos.
Abogado constitucionalista

Publicado en el diario La Nación
https://www.nacion.com/opinion/columnistas/la-muerte-del-ideal-romantico/UELADYWPFRBP7NSYJY2WCCF3YE/story/
y en el diario español el Imparcial

El elegante salón de columnas de mármol, le hacía marco a aquella noche especial. Un exclusivo hotel de la ciudad albergaba la graduación colegial de una de las distinguidas instituciones educativas de la nación. Ellos de estricta etiqueta oscura; ellas luciendo vestidos para la ocasión, que combinados provocaban una vistosa paleta de efectos multicolores. Tras el ceremonial solemne, inicia la alegre celebración. Al centro del escenario, no falta la esfera de espejos, ese mismo artefacto que se popularizó en las discotecas neoyorquinas de la década de 1980, y que impuso al mundo el estilo “disco”, con el cual los jóvenes estadounidenses de entonces dieron el tiro de gracia final a la corriente hippie, que caracterizó los años sesenta y parte de los setenta del siglo pasado. Pero esta vez, la música entonada por la discoteca móvil, -término desactualizado por cierto, pues hoy las móviles digitales de sonido ya no utilizan discos- correspondía a un género diferente. Lo que a todo decibel se oía era una suerte de declamación rimada, acompañada únicamente con un ritmo de fondo fuerte y cadencioso, que se ha popularizado por doquier en las frecuencias radiales para adolescentes. Al fenómeno se le ha dado diversos alias, entre otros hip hop, reggaetón, rap o ragga. Pero lo que verdaderamente impacta es la letra que acompaña a algunas de aquellas tonadas, algo nunca oído hasta entonces en la historia del canto: el insulto y la denigración a la mujer en su condición de pareja, haciendo de ello una tendencia tan popularizada, que incluso dio pie a darle al subgénero un alias que viene a ser un insulto a la mujer. Estadísticas académicas sobre el particular, han determinado la existencia de un 63% de manifestación de sobrenombres peyorativos contra el sexo femenino en esas letras, 45% de violencia sexual y un 35% de expresiones en las que se degrada la feminidad a tal punto de rebajarlas a la condición animal.
Y aquí no se trata de un fenómeno subcultural, como originalmente fue el tango en los suburbios bonaerenses. Allí no hay punto de comparación. El tango, pese a su condición hipersexual, conservó su adhesión al ideal romántico. Por eso pasó de ser un fenómeno inicialmente subcultural, hasta convertirse, con el tiempo y la superación artística, en una noble expresión de la cultura universal. Si alguien duda de ello, recordemos la preciosa balada de Gardel, cuya poesía era digna del nobel literario: “…acaricia mi ensueño, el suave murmullo de tu suspirar, como ríe la vida si tus ojos negros me quieren mirar, y si es mío el amparo de tu risa alegre, que es como un cantar, ella aquieta mi herida, todo, todo se olvida…el día que me quieras la rosa que engalana se vestirá de fiesta con su mejor color, y al viento las campanas dirán que ya eres mía y locas las fontanas, me contarán tu amor.”
Por el contrario, el actual fenómeno del “reggaetón” es una expresión contracultural. Aunque no entro a calificar la calidad de su sonoridad, -la mayoría de las veces grotescamente monorrítmica y fabricada a pura herramienta electrónica-, la realidad es que el lenguaje soez e insultante que le caracteriza, lo torna corruptor de cualquier aspiración de beneficio cultural. Ahora bien, ¿cuál es el verdadero trasfondo del fenómeno? Este tipo de tendencias tan en boga hoy, reflejan lo que parece ser el entierro definitivo del ideal romántico. El romanticismo, surgido en el siglo XIX, era una vocación idealista que tenía esencialmente tres objetivos: glorificar el credo del amor incondicional, inspirar la exaltación creativa y enaltecer la originalidad individual. Fue un movimiento revolucionario que pretendía elevarse frente al canon clásico. Pese a que fue una corriente estética propia de la primera mitad del siglo XIX, su poderosa impronta influyó el arte incluso en casi la totalidad del XX. El ideal romántico afectó portentosamente el arte en general, particularmente en la poesía (Becquer), la literatura (Jorge Isaacs), y por demás está indicar que la música.

Sin embargo, la extinción de la vocación romántica es un síntoma más de la decadencia en la que se sumen las sociedades comerciales de bienestar en el siglo XXI. En estas sociedades se ha entronizado un materialismo práctico y filosófico, cuya mayor expresión está en el cinismo posmoderno, el cual es en gran medida responsable de los estertores del romanticismo. De las distintas características del posmodernismo, hay cuatro de ellas que son importantes para entender por qué la posmodernidad actual transita en ruta de colisión contra la nobleza de la utopía romántica. La primera de ellas, es que al tener el posmodernismo una vocación presentista, -solo vale el aquí y el ahora-, ello contraría al ideal romántico, pues en él la conquista de la ensoñación a la que el romance aspira, solo es posible valorando la constancia perseverante y la paciencia como virtud. En cambio, la posmodernidad es profundamente utilitaria. Aún peor, provoca una peligrosa imposición del utilitarismo como pensamiento único. Para éste la única lógica legítima es la que es útil para conquistar los apetitos, en función de lo cual, solo se valora aquello que represente un instrumento práctico para obtener lo que se codicia y lo que gratifique los instintos. Por ello destruye al romanticismo que, por el contrario, es un ideal que encumbra al amor abnegado. El tercer aspecto: En su obra Ceguera Moral, Bauman nos recuerda que la sociedad posmoderna es hostil a las virtudes, al mismo tiempo que apologiza lo vulgar.  Por ello en esta era se ha desnaturalizado el arte. El sentido original y natural del arte es la elevación espiritual. En palabras de T.S. Eliot, la voluntad que hizo posible el gran arte, nace de la aspiración del hombre por trascender espiritualmente. Sin embargo, la arremetida materialista del posmodernismo lo degradó a tal extremo, que el intelectual serio se indigna al ver que se le atribuye calidad artística a cosas que son verdadera basura. En contravía, el romanticismo exalta por antonomasia las virtudes hasta el extremo de la heroicidad.  Finalmente, con la glorificación del amor, el romanticismo pone ese valor en el centro vital del hombre. En sentido contrario, la posmodernidad desprecia cualquier noción del valor, pues en ella no hay concepto de lo que la verdad es, y por tanto, allí donde la verdad siempre es relativa, los valores tampoco tienen jerarquía. En esencia, la hora oscura del ideal.             
 fzamora@abogados.or.cr

lunes, 4 de marzo de 2019

LA PROPUESTA SEMIPARLAMENTARIA

Dr. Fernando Zamora Castellanos.
Abogado constitucionalista

Publicado en el Diario La Nación:
https://www.nacion.com/opinion/columnistas/la-propuesta-semiparlamentaria/VKWRTCGDAZH6NLLAB4W55Y3BF4/story/

Cada cierto tiempo, políticos insisten en que una salida a nuestros problemas pasa por convertirnos al semiparlamentarismo. La lógica que defiende esa idea, consiste en el razonamiento de que la ingobernabilidad afecta el desarrollo y consecuentemente, debemos corregirla instaurando aquel modelo. Alegan que en sociedades políticamente fragmentadas, dicho tipo de régimen facilita la interacción, la negociación y la comunicación de sus fuerzas. Palabras menos, palabras más, esa ha sido la argumentación. En días recientes publiqué en las redes sociales un breve comentario en el que confronté ese razonamiento, y aquí lo explicaré con mayor amplitud. Mi primer argumento: no es cierto que un sistema parlamentario decisivamente mejore la gobernabilidad. Por el contrario, importantes juristas como el español Adolfo Posada han criticado el parlamentarismo, precisamente por estimular la ingobernabilidad. Sino veamos la experiencia histórica: un ejemplo implacable es la realidad de parlamentos como el español o el italiano. Como resultado de su atomización política, España tiene serios problemas de gobernabilidad. Por ejemplo, en el año 2016 sufrieron muchos meses sin poder armar gobierno, y todo parece indicar que el recién instalado gobierno de Sánchez, pronto será defenestrado sin otorgarle mayor oportunidad. El sistema parlamentario ibérico funcionó bien durante la época del bipartidismo, y tampoco me atrevería a afirmar que el parlamentarismo es responsable de la actual crisis de fragmentación política española, pero la realidad es que, pese a tener un régimen parlamentario, la nación se paraliza constantemente por esa inestable dinámica parlamentaria. De ahí que muchos juristas hoy, están convencidos que el parlamentarismo tiende a agravar la ingobernabilidad en escenarios políticamente fragmentados. Y la realidad, -que es inmisericorde-, nos da la razón. Igual le ha sucedido en varias ocasiones a Italia, que víctima de su sistema parlamentario debió sufrir meses sin formar gobierno. La última grave crisis italiana fue en el 2013, cuando la nación estuvo sumida en un período de irritable estancamiento porque sus diputados no se ponían de acuerdo para formar gobierno.   El disenso político y la fragmentación del poder político, tal y como lo experimentamos hoy, es una circunstancia de la cultura política y de la coyuntura histórica, nunca de la forma de gobierno. En un escenario tal de atomización del poder, no existe modelo de gobierno que por sí solo resuelva los problemas de gobernabilidad. Porque no es cuestión de las reglas del juego democrático.

Paso a mi segundo alegato: el problema de nuestras sociedades no radica en el cómo organicemos nuestras democracias representativas. Nuestros desafíos son de mayor calado y están asociados a otro tipo de factores; básicamente aspectos de índole productivo y cultural. Acaso cuando repasamos las estadísticas de desempleo, o el déficit de nuestra balanza comercial, ¿es sensato sugerir que esto puede mejorar si, en lugar del actual Ministerio de la Presidencia, tuviésemos un séquito de funcionarios en el despacho de un “Primer ministro”?, ¿o que el problema de nuestra incipiente capacidad industrial, va a resolverse si los ministros no son despedidos por el Presidente, como sucede en el sistema presidencial, sino por los diputados, como se estila en el semiparlamentario? Indudablemente no. Por ejemplo Haití, el país más pobre del hemisferio, posee un modelo semiparlamentario, y ello no tiene relación con su triste condición.

El tercer argumento invocado por quienes defienden el semiparlamentarismo, es que nos llevará hacia el anhelado ideal de la democracia participativa. Dicha tesis está igualmente equivocada. El parlamentarismo es,  -absolutamente-, una institución de la democracia representativa, hija anciana de la edad moderna, y de cuyo auge fue testigo la sociedad industrial que fenece. Por el contrario, de volver al parlamentarismo, -que ya vivimos en el siglo XIX- estaríamos cayendo en el sinsentido de sustituir un régimen de la democracia representativa, como lo es el presidencialismo, por otro igualmente de la democracia representativa, como el parlamentario. En ambos el ciudadano simplemente delega su poder. La cuarta revolución industrial está forjando una idea de la democracia que tiende a poseer dos características básicas que chocan con el parlamentarismo; una de ellas es que prioriza la toma de decisiones en lo local. Si hubiese que definirla con otra expresión, la podríamos llamar democracia de cabildos. Karl Loewenstein la denominó formas “directoriales”. En ellas el epicentro del poder es el escenario local. La democracia participativa es descentralizada, horizontal, local y reticular, tal y como tienden a ser las organizaciones humanas de la actual era postindustrial. En cambio el parlamentarismo, propio de la vieja edad moderna e industrial, es un sistema centralista y vertical. Es transitar en contravía de la historia. La otra característica de la democracia participativa, es la inmediatez dinámica que la tecnología digital está permitiendo; ella es “democracia digital”, pues, además de local, su naturaleza es también tecnológica. Conforme avance el desarrollo de tecnologías como la firma digital, la huella digital o el encriptamiento de datos, entre otros, se llegará a implementar la consulta ciudadana a través de prácticas novedosas como el cibervoto. De hecho, el “gobierno digital” ya es realidad en materias como las licitaciones, concursos públicos, la inscripción jurídico-registral de empresas, o la notificación y presentación judicial de escritos y documentos.

Conclusión: si de transformaciones se trata, es preferible pensar en un sistema localista directorial, más adecuado a la democracia participativa. Invocar en Costa Rica el regreso del parlamentarismo es invocar el espíritu de un muerto que aquí vivió y murió en el Siglo XIX, durante nuestro breve período de parlamentarismo bicameral. Frente a las apremiantes necesidades de desarrollo estructural que entonces tenía el país, fue sustituido por inadecuado. Regresar al parlamentarismo, es volver a un modelo diseñado por la nobleza europea al final de la edad media, para enfrentar las monarquías absolutas. Aplicar carbolina en época de penicilina.      

fzamora@abogados.or.cr  el autor es doctor en derecho constitucional con trabajos académicos publicados en Francia y Argentina.