jueves, 19 de agosto de 2010

SALA IV: EL DEBATE NECESARIO

Dr.Fernando Zamora Castellanos

Abogado constitucionalista


Publicado en el Semanario Pagina Abierta bajo la dirección:

http://paginaabierta.cr/index.php/articulos/36-nacionales/979-sala-iv-el-debate-necesario.html


Un estudio reciente del Centro de Jurisprudencia Constitucional, determinó que entre octubre del 2009 y mayo del 2010, el 60% de los fallos constitucionales no se ejecutaron a cabalidad. En algunas materias se alcanzó un grado de incumplimiento hasta del 80%. Si bien es cierto que gran parte de ese incumplimiento debió estar motivado en la imposibilidad material que tiene la administración para acatar muchos de esos fallos, no por ello debemos concluir que esta sea la única razón. Escudriñar causas y soluciones del fenómeno, es un esfuerzo que debe realizarse en resguardo del sistema constitucional. Además del motivo ya señalado, otra causante de descrédito de la jurisdicción constitucional, -que acarrea con ello alguna velada resistencia contra sus resoluciones-, radica en la ilegitimidad de algunas de sus sentencias más sonadas, las cuales, -más que fallos contralores de constitucionalidad- han sido evidentes propuestas políticas. Lo que a esa sede le está constitucionalmente vetado. Desde Tomás de Aquino sabemos que toda autoridad sustenta su poder en el consenso moral que en torno a ella exista. Al cruzar límites que minan su credibilidad, con ello la Sala devalúa la contundencia de su capacidad coercitiva. Lo que no debe seguir ocurriendo. El más reciente ejemplo de lo que afirmo, lo ofrece la última polémica que desató la sentencia sobre el caso de la exdiputada Ballestero, en la que, -arrogándose facultades constituyentes-, la Sala conminó al Congreso a proceder en materia política según su parecer. Pero el grave punto de inflexión que marcó el inicio de esta inconveniente tendencia jurisdiccional, sin duda lo fue el polémico fallo de la reelección. A contrapelo de lo expresamente dispuesto por el artículo 76 de la ley que regula sus propios procedimientos, la Sala no solo se atrevió a retomar aquella acción, sino que, -posteriormente-, reformó por el fondo la Constitución, contradiciendo además su propia jurisprudencia emitida poco antes en materia de reelección. En factor tan delicado para la vida democrática costarricense, como la relacionada con los límites impuestos a quienes detentan el poder político, no cabe dudar que una decisión política de tal calibre sea competencia exclusiva del soberano. Uno de los grandes logros de la revolución mexicana de 1910, que costó la vida de millones de sus ciudadanos, fue la conquista del principio Democracia efectiva, no reelección. Era su lema y representaba la consigna estandarte que permitió desterrar, del marco constitucional de aquella nación, el monopolio político de Porfirio Díaz. La experiencia nacional había demostrado que el sistema de reelecciones estimulaba la concentración del poder, y de paso, la corrupción. Porque el espíritu que usualmente motiva las propuestas que facilitan la concentración del poder, se sustentan en la falacia de que la legitimidad del gobernante radica, -más que en la nobleza de sus ideales y coherencia de su práctica-, en la cantidad de poder real que concentre. El más grave corolario de aquella sentencia lo sufre ahora Nicaragua. En ese país, los magistrados “sandinistas”, han invocado el alambicado argumento de nuestra Sala, para justificar el continuismo de Ortega. Agregado a lo anterior, parece contraponerse un sinsabor de la ciudadanía, la cual observa que, por un lado se resuelven acciones que demandan un alto costo político para los magistrados, y por otro vemos estas estadísticas de una mala atención de justas demandas de amparo de la ciudadanía anónima. Sumado al hecho de que otras son rechazadas, aplicando criterios jurisprudenciales contradictorios. De la crisis que ha evidenciado la referida investigación del Centro de Jurisprudencia Constitucional, creo que es conveniente extraer cuatro posibles soluciones que lacónicamente enumero: 1) Debe reconocerse que existe una herida aún sangrante ocasionada por la inconveniente forma en que se invadió el tema de la reelección. Esta lesión, en el propio corazón de la democracia costarricense, conviene que sea cerrada con una solución contundente. Conforme al artículo 12 de la ley 8492, el Congreso debe convocar un referendo legislativo, de tal forma que sea la ciudadanía la que decida en tan delicada materia. 2) En protección del fortalecimiento de nuestra justicia constitucional y ante la alarmante estadística citada, una segunda propuesta es el establecimiento, -preferiblemente bajo la égida del OIJ-, de un departamento de seguimiento e investigación especializada de delitos concernientes a la desobediencia de sentencias de las máximas instancias jurisdiccionales. 3) Por otra parte, debe abrirse el debate sobre la posible inconveniencia de la actual redacción del numeral décimo constitucional, el cual faculta a nuestra jurisdicción, declarar inconstitucional los actos del derecho público y las normas “de cualquier naturaleza” 4) Finalmente, -volviendo a la lección que ofreció el polémico caso de la exdiputada Ballestero-, es conveniente abrir el debate a la posibilidad de la reforma del artículo 105 constitucional, de tal forma que se valore la posibilidad de establecer el plebiscito revocatorio de poder. Dicho instituto permitiría a la ciudadanía, -en casos de especial gravedad- revocar el nombramiento de los miembros de los supremos poderes. Lo que estimularía sin duda un ejercicio más sobrio del poder político. fzamora@abogados.or.cr

lunes, 16 de agosto de 2010

REFLEXIONES PARA LOS EDUCADORES

Dr.Fernando Zamora Castellanos

Abogado constitucionalista

Publicado en el Periódico La Nación bajo la dirección:

http://www.nacion.com/2010-08-15/Opinion/PaginaQuince/Opinion2484711.aspx

Durante la Segunda Guerra Mundial, el médico checoslovaco Otakar Sedlacek, había sido enterado del momento en el que los sabuesos de la Gestapo llegarían a confiscar la valiosa colección de relojes de su casa-museo, por lo que se preparó para la visita. Ya estando los oficiales alemanes adentro, una explosión devastó el lugar. Nada quedó en pie. La historia documenta que de entre los escombros, solo se halló la esfera quebrada de un viejo reloj, del cual, -inexplicablemente-, podía aún leerse: “una sola vez suena la hora para todos los hombres”. Esta frase me hizo recordar una premisa de nuestra condición humana: que la más vigorosa defensa de la verdadera libertad, radica en la comprensión de nuestra vida como misión con sentido trascendente. Donde el hombre se ve a sí mismo como peregrino que, en esta dimensión pasajera y breve, determina quien pretende ser para siempre. Entendiendo que la vida nos es otorgada, solo para que sea finalmente elaborada por nosotros mismos. Empresa o tarea inacabada, en función de realizar un propósito que es nuestra responsabilidad completar. Ortega y Gasset señalaba que es la razón por la que somos responsables y donde la vida del hombre es intrínsecamente moral. No solo porque debo elegir, sino porque además debo determinar el objetivo. Es una noción contraria al materialismo. Antídoto frente al “descompromiso” que impone la cultura del placer que promueven las sociedades posmodernas. De ahí que Frankl contestaba que la fuerza centrípeta que debía dirigir la existencia humana era el esfuerzo por descubrir el significado de la vida. Para sostenerse aún en grandes adversidades, nada tan eficaz que la certeza interior de ese conocimiento. Ante los recientes hechos de los que hemos sido testigos, la conclusión es que el verdadero drama de la juventud actual, es la devaluación de la idea de libertad que promueve hoy el materialismo. En todas sus manifestaciones. Lo que incluye la arremetida de sus cosmovisiones filosóficas. Como oleadas que evidencian alguna voluntad de degradar la idea del hombre, desde el Siglo XVIII, se han venido sucediendo relevos de ellas dedicadas a la tarea de reducir al ser humano como un organismo subordinado estrictamente al determinismo de las leyes naturales, sean físicas, económicas o biológicas. Pero todo determinismo es una negación, -o al menos un temor subconsciente-, a la responsabilidad que la libertad impone. Julián Marías la veía como una tendencia que suele estar acompañada de un extraño deseo de aniquilar el consenso social sobre la esperanza de la vida trascendente. Terror ante la idea de la supervivencia eterna y el compromiso que la fraternidad conlleva. Afirmaba que la incertidumbre es comprensible, lo que no entendía es “que se sienta hostilidad a algo que en todo caso sería admirable.” Por ello los determinismos materialistas con los que tan obsesivamente se adoctrina a las juventudes hoy, serán siempre una tentación contra la libertad. Y en Occidente esa compulsión se agrava cuando las sociedades abdican de sus ideales fundadores. Enfrentar el reto requiere identificar con claridad sus causas. Nuestros educadores de sincera vocación deben advertir que estamos enfrentando una contracultura que se alimenta de tres afluentes perversas: 1) De un implacable sentido de inmediatez existencial. Es una idolatría del presente y de la retribución inmediata que atropella cualquier noción del deber que se interponga. 2) En lo que a educación formal respecta, de un tenaz adoctrinamiento en función de las cosmovisiones materialistas. El fundamento del cual se construyen todas estas doctrinas, parte del principio de que es el azar la causa primigenia de la existencia. Lo que incuba en el alma de los jóvenes, no solo un grave sentido de despropósito, sino el sentido de inmediatez ya aludido. 3) La entronización social de una suerte de relativismo absolutista, que insiste en desacreditar la aceptación de la verdad aún como concepto, y cuya consecuencia es el languidecimiento de las fuerzas que sostienen los consensos morales. De ahí que, el reto de nuestro sistema educativo, sea el de alumbrar en los jóvenes el rastro hacia los ideales verdaderamente merecedores de un compromiso de vida. Todo lo demás es accesorio. Una respuesta que ninguna cosmovisión materialista puede ofrecer. Sin embargo, se percibe una disimulada indolencia del sistema a enfrentar esa contracultura con la misma determinación con la que ella se impone. Por el contrario, parece ceder en el sentido de acomodarse ante esa dañina corriente de límites inciertos. Tan inciertos que la gurú de la filosofía post estructuralista, Judith Butler, en reciente entrevista internacional, -por cierto también difundida en un medio universitario costarricense-, nos anuncia el próximo paso al que aspira la corriente de la que es activista: “Es un asunto de igualdad de derechos civiles…deberíamos preguntarnos, ¿porqué el matrimonio está restringido a dos personas?...¿porqué no estamos pensando en otros modos de dependencia, parentesco y alianza sexual?...” Inaudito desafío que ilustra el ciego afán por imponer el disenso contra los valores que hasta hoy han sostenido a Occidente. Esas cruzadas por quebrar los fundamentos sobre los que se han construido las sociedades libres, hacen aún más incierta y confusa la senda que deben hallar nuestros jóvenes en búsqueda de sus propias respuestas. Lo que además debe reputarse como problema de todos, pues cuando se minan los consensos constitucionales, no es posible construir nada grande en un escenario de paz. En esencia, nuestro problema se torna en uno de común sentido de destino. Que se resume en la comprensiva expresión con la que Julio Rodríguez cierra su columna del pasado 2 de agosto, pues sin duda “la aventura humana es un largo itinerario espiritual de fe y esperanza…” fzamora@abogados.or.cr