Dr. Fernando
Zamora Castellanos*
Doctor en derecho constitucional y Msc. en Teología.
Publicado en España en el Periodico El Imparcial bajo la dirección:
Costa Rica,
-paradójicamente por su celo en la defensa de la vida desde la concepción- está
a las puertas de ser condenada por la Corte Interamericana de Derechos Humanos.
La prensa mexicana informó que en el marco de los trabajos de la Asamblea
General de la ONU, el Instituto Solidaridad y Derechos Humanos, -presidido por
el prestigioso abogado peruano Reynaldo Bustamante-, denunció que Margaret May Macaulay
(Jamaica), Alberto Pérez Pérez (Uruguay) y el presidente, Diego García Sayán
(Perú), -tres de los
jueces miembros de dicha Corte- emitieron juicios que ponen en entredicho su
imparcialidad al resolver el caso de Costa Rica. Tres de dichos jueces se han
mostrado contrarios a la defensa de la vida desde el momento de la concepción,
como lo establece el Pacto de San José. La denuncia señala que Alberto Pérez
planteó, a través de su cuenta facebook, sus preferencias hacia grupos por la
despenalización del aborto en América Latina, como la Campaña Latina por el
Derecho al Aborto. Diego García rechazó abiertamente el reconocimiento pleno
del derecho a la vida del niño no nacido, en contradicción con la misma
Convención Americana, que explícitamente lo reconoce. Tales planteamientos no
son una posición legal, pero evidencian sus prejuicios ideológicos. Egocentrismo, -más
que egoísmo- es una actitud del alma en que el individualismo es radical. Allí
ella es la fuerza motriz del hombre. Cuando la libertad se equipara con una
autonomía desprovista de todo dique de contención moral, se derrumban los
fundamentos sobre los que se construyen conceptos sociales como dignidad humana.
Identificado el ser humano desde el prisma de una autonomía absoluta, se llega
al sinsentido contrario. Esto es, de que aquel ser humano sin esa capacidad de
autonomía, -por ejemplo quienes no se valen por sí mismos como sucede con las
personas ya concebidas pero no nacidas-, no tienen derechos por sí mismos. Por
eso, en los países donde la ideología de género permeó, las mujeres que portan
a sus hijos en su vientre, disponen de esas vidas a su arbitrio. Ese supino
egocentrismo ha llevado al hemisferio occidental a permitir una serie de
prácticas en las que el menor se convierte en un mero objeto mercantil. Los
niños, simples medios para satisfacer deseos. Ejemplo de ello es la posibilidad
de autorizar a hombres solteros que compran óvulos y encargan el trabajo de
gestación a una tercera mujer, mediante espurios contratos de maternidad
sustituta. La madre sustituta recibe el óvulo fecundado o dona el ovulo que
será fertilizado con el semen del contratante. El contratante se limita a
vender, ya sea su semen si es hombre, o su vientre u óvulo si mujer, evadiendo
así todo el sentido ético que conlleva el ser progenitor de una creatura. Un
brutal atentado contra el derecho del menor a su propia identidad y a disfrutar
un hogar y una familia. O bien el caso ensayado en Francia, -y objeto de
indudable polémica- mediante el cual, las señoras que deseaban librarse del
embarazo los “encargaban”, alquilando vientres mediante contratos de
arrendamiento de úteros. La madre que ha sustituido, convertida en un “bien
comercial” y la vida del menor, en un simple objeto de comercio. Igualmente perjudicial
la práctica de la inseminación artificial de mujeres solteras, o la
inseminación mediante bancos de gametos, donde el “donador-vendedor” aportante
puede haber muerto ya al momento de la implantación. Todas estas técnicas
conculcan el derecho del menor al contexto de relaciones familiares del que es
derechohabiente. Tal y como Andrew Varga sostiene, son técnicas que “reducen al hombre a un simple medio para
satisfacer caprichos de personas particulares.” A este posmoderno y
contra-constitucional escenario, corresponden los bancos anónimos de gametos,
-bancos de óvulos y espermas- que son una lapidaria embestida contra el derecho
a la identidad del menor, el cual pierde irremisiblemente su derecho a conocer
su origen. A este tipo de prácticas se suma el de la criocongelación de
embriones, mediante el cual se suspende el derecho a la vida. Se encuentra el
método de transferencia embrionaria donde resulta la liquidación de una estela
de embriones, -léase seres humanos en su primera
etapa de vida. Pero de tal ralea de mercadeo
humano tenemos aún más. Originalmente un procedimiento
desarrollado con la loable intención de prevenir enfermedades cromosómicas en
los Estados Unidos, lo han degenerado en una actividad mercantil más. Se
denomina diagnóstico genético preimplantacional, el cual implica la selección caprichosa
del sexo y que los mercaderes de la tecnología eugenésica ofrecen a los padres
para seleccionar sexos. Estados Unidos es uno de los escasos países que permite
esta técnica selectiva. Y a diferencia de lo que sucede en países como China,
donde las niñas son abortadas desde el vientre de su madre, los estadounidenses,
según la prestigiosa publicación Diario
Médico, han triplicado la selección
de niñas frente a la de niños. Desde los años noventa, clínicas que acomodan la
genética a los caprichos particulares, han visto la oportunidad de captar
millonarias ganancias con el falaz argumento del “equilibrio familiar”. Pero
lejos de representar un equilibrio, tal abusiva selección con tendencia a uno
solo de los sexos, genera ingresos aproximados a los 100 millones de dólares al
año. El costo promedio del procedimiento en mención, en las clínicas más
reconocidas, es de aproximadamente 18.000 dólares y se estiman en 5.000 la
cantidad anual de tales procedimientos. La estadística sobre dichas selecciones
sexuales, -una encuesta del 2006 realizada por la John Hopkins University- registraba
que el 42% de las clínicas de fecundación mercadeaban el procedimiento. Otras,
como la red de institutos de fecundación de Jeffrey Steinberg, han hecho de
este cuestionable procedimiento su principal negocio. Hoy son múltiples las clínicas
en los Estados Unidos que están promoviendo agresivas campañas de mercadeo para
impulsar la demanda de estos servicios. El informe de Diario Médico cita el caso de un matrimonio que, tras un proceso
fallido, llegó a pagar 40.000 dólares para garantizar una niña. A raíz de este
fenómeno de “mercadeo genético”, la Sociedad Americana de Medicina Reproductiva,
preocupada, ha denunciado la circunstancia de que tal selección genética de
niñas, está conduciendo a que mujeres sanas se sometan a procedimientos médicos
innecesarios. Marcy Darnovsky, Director del Centro de Genética y Sociedad de
Berkeley, ha denunciado tal procedimiento como un caso de “eugenesia de alta
tecnología”. A este cúmulo de violaciones de la dignidad humana
en Occidente, se le suman otras aviesas intenciones, que han obligado a
promover el proyecto de Convención Internacional contra toda forma de clonación
humana. fzamora@abogados.or.cr