Dr. Fernando Zamora Castellanos.
Abogado Constitucionalista
Publicado en
España bajo las citas:
Publicado en el
Periódico La Nación:
Un pueblo educado sabe que el desarrollo no se alcanza por
decreto, aunque la artimaña de enunciar utopías grandilocuentes permita al
demagogo convencer al ciudadano simple de que es posible alcanzar por esa vía, algún
tipo de arcano Shangri-lá. Citando nombres como el de Lincoln reconocemos que, aunque
excepcionalmente, el mesianismo político es posible, pero lo usual es que el
político con aires mesiánicos sea peligroso. Sino recordemos que son mayoría
los personajes estilo Chaves en Venezuela, Trujillo en República Dominicana, o en
Camboya, Pol Pot. Déspotas que arrastraron a sus pueblos al abismo. Es que la
responsabilidad del liderazgo no implica únicamente señalar el camino, pues lo
verdaderamente esencial es que éste sea correcto. Porque mientras el líder
plantea ideales, el demagogo riesgosas utopías. De ahí la necesidad de hacer distinción.
Los ideales son visiones anticipadas de perfecciones venideras y las utopías
delusorios y peligrosos espejismos. El ideal es hijo de la inspiración, la
utopía engendro del delirio. No por casualidad los regímenes totalitarios de la
historia, siempre han sido precedidos por panfletos imbuidos de delirios
mesiánicos. Por ello entendamos que, como un proceso gradual, el desarrollo no
se decreta sino que se construye a través de la cultura.
En 1986, al finalizar su discurso de toma de posesión,
Alan García hizo una serie de anuncios grandilocuentes. A la salida de la
ceremonia, la prensa abordó al expresidente José Figueres -que ya anciano-, era
uno de los invitados internacionales. Se le preguntó no solo respecto de las
exageradas pretensiones de García, sino, en general, acerca de lo que podía
hacerse por el desarrollo del Perú. Figueres espetó sin titubear: “¡No gran
cosa antes de cincuenta años de escuela!” y allí murió la entrevista. Por ello
apuntemos que el factor fundamental que condiciona el desarrollo de una nación
es la cultura de su pueblo. Ahora bien, la pregunta sería entonces, ¿cuáles
parámetros determinan la calidad de la cultura? Al menos son cuatro esenciales:
a) Que la población eleve sostenidamente sus niveles de complejidad educativa y
de conocimientos. Aunque los conocimientos no necesariamente implican cultura,
ésta es imposible sin información de calidad. B) Dependerá también de la calidad
y dimensión de los objetivos nacionales y de la conciencia que exista en la
comunidad para alcanzarlos. Por demás está anotar que uno de los graves
peligros que como sociedad enfrentamos, es la incapacidad de la clase política
general de señalar derroteros, pues éstos son la argamasa que elabora el común
sentido de destino. C) Que la población resguarde y practique coherentemente
los valores que permitieron forjarla. Las culturas que han decaído, son las que
renegaron de sus valores. De ahí los peligros de la actual intransigencia laicista
que actualmente afecta a las sociedades de consumo. D) Finalmente generar condiciones
para una convivencia social lo más justa posible. Con una ilustración explico
esto último. Cuando en la Ciudad de Lima la Universidad de San Marcos realizaba
graduaciones, la región de Boston aún eran pantanos. Si esto era así, ¿qué
sucedió en el ínterin de entonces a hoy y cuál la explicación de nuestro actual
atraso? Los historiadores Nevins y Commager, señalaban que lo que los colonizadores
norteamericanos hicieron, fue trasplantar al nuevo mundo los valores
judeocristianos que con fidelidad practicaban, y al hacerlo, aprovecharon seis
mil años de cultura. Otra razón es que el
gradual asentamiento de las sociedades norteamericanas, se hizo por colonos con
un sentido mucho más igualitario de convivencia, y en territorios con menor
población de etnias antagónicas. A diferencia de gran parte de las comunidades
latinoamericanas que, desde el inicio, ostentaron abismales distancias socio-culturales
en grandes mayorías de su población.
Pues bien, la segunda premisa del desarrollo consiste en
que la ciudadanía posea garantía de libertades delimitadas por fronteras jurídicas
y morales estables. La libertad es el factor que estimula la imaginación y por
ende la iniciativa de los ciudadanos, por lo que la prosperidad la alcanzan
solo las sociedades cuyos habitantes disfruten de mejores condiciones para
ejecutar lo que imaginan. Las naciones en proceso inflacionario de
regulaciones, son cada día menos libres, pues existe una relación
proporcionalmente inversa entre ambas. Falaz es creer que la estatura cultural
y espiritual de una nación solo depende de sus leyes. La tercera premisa: la
sociedad que pretenda el desarrollo debe limitar los poderes dentro de un
equilibrado balance que evite abusar de ellos. En esta premisa de orden
constitucional no me extendiendo, pues es harto conocida desde los tiempos de
Montesquieu. La cuarta condición del crecimiento depende de la equidad y
estabilidad de las leyes del país. Demos por descontado que Estados con leyes
desproporcionadas e irrazonables, o con regulaciones que constantemente están
siendo variadas mediante una pertinaz alteración de las reglas del juego, destruyen
las condiciones del desarrollo.
El quinto presupuesto del desarrollo dependerá de la
vocación universal que tenga la comunidad. Las sociedades cerradas son
autofágicas. El Estado debe proteger ese cáliz sagrado que es la identidad de
los valores nacionales, pero no por ello debe ser hostil al mundo exterior. El
desarrollo no depende exclusivamente de la comunidad nacional, sino también de
cuan inteligente sea la inserción de ella en el mundo, de tal forma que le sea
posible aprovechar lo positivo del progreso mundial en lo científico, técnico y
comercial. A pesar de su pésima política social y de distribución del ingreso,
no podemos negar que gracias a su vocación cosmopolita, Panamá tiene una economía
dinámica que ha evitado caer en las graves honduras en las que se han sumido los
otros países centroamericanos. Por ello es que las políticas migratorias
draconianas no son inteligentes. Estas deben ser selectivas, pero nunca
injustamente hostiles con el buen migrante y con quien viene a invertir. Ambos son
motores de progreso. El postulado final de una prosperidad integral, está
sujeto al equilibrio entre crecimiento económico y adecuada distribución de la
riqueza. Uno de los ejemplos históricos más dramáticos de esta verdad, lo
protagonizaron los reformadores estadounidenses antimonopolio. Las cruzadas de
estadistas como Woodrow Wilson o ambos Roosevelt, salvaron a su nación de la
quiebra económica y moral, y dejaron al mundo la lección acerca de la vital
importancia de un sano equilibrio en la distribución de la riqueza generada. fzamora@abogados.or.cr