Dr. Fernando Zamora Castellanos
Abogado constitucionalista.
Publicado en el
Periódico La Nación:
http://www.nacion.com/opinion/foros/ofensiva-desoccidental_0_1586241364.html
La historia es plétora en ejemplos acerca de la crueldad
de la conquista armada. Y a ningún historiador se le ocurriría preguntarse si Atila
el Huno albergó remordimientos morales, o si lo hizo Qin Shi Huang -el cruel unificador
de la China-, o bien Moctezuma I, quien raptaba víctimas para sacrificios
rituales, azotando Tlaxcala y lo que hoy es Puebla. Por el contrario, en la Europa del siglo XVI, sucedió algo
inédito en la historia universal: las conquistas empezaban a ser condenadas. Esto,
porque representantes del cristianismo, como el sacerdote dominico Antonio de
Montesinos, el Padre Francisco de Vitoria, o el Obispo Bartolomé de las Casas, levantaron
su voz contra el trato que los conquistadores de los reinos de Europa daban a
las poblaciones nativas. De hecho, sus voces alcanzaron tal nivel de
resonancia, que a Vitoria se le considera el padre del derecho internacional
moderno. ¿Por qué esas voces lograron eco en la Europa de aquel contexto
histórico? Fue gracias al código moral que ha prevalecido en Occidente,
hemisferio que Jürgen Habermas definió con una frase sintetizadora: somos hijos,
tanto de Jerusalén, como de Atenas. Atenidos a tal definición, ¿sobre qué nos
sostenemos los occidentales? Básicamente sobre esos dos fundamentos. Veamos. De
la herencia del helenismo, esencialmente la tradición jurídica de la
democracia. Aunque originalmente las instituciones de la democracia griega eran
para el exclusivo usufructo de una élite -y además dentro de una sociedad de
esclavos-, lo cierto es que su diseño esencial es una parte que da fundamento a
las instituciones de la democracia tal y como en Occidente las concebimos hoy. De
hecho, de dos realidades, la “politeia” griega y la “res pública” romana,
deriva prácticamente todo nuestro vocabulario jurídico. Y de Aristóteles, como
de Platón, el concepto de que la autoridad se sujete a la ley.
De Jerusalén, que es el segundo basamento de nuestra
herencia, obtenemos el principio espiritual de dignidad humana, que es la
piedra angular de la cultura occidental. De esa matriz -la de la dignidad
humana- obtenemos el conjunto de ideales que dan fundamento a Occidente.
¿Cuáles? En primer término, la doctrina de la ley natural, desarrollada a
profundidad, entre otros pensadores, por Santo Tomás de Aquino. Y del ideal de
la ley natural, se extrae el gran edificio de los derechos humanos, que incluye
la noción de igualdad ante la ley natural. Kenneth Pennington -autoridad
mundial en historia medieval-, nos recuerda que el Príncipe carecía de
jurisdicción sobre los derechos basados en la ley natural, porque eran
inalienables. Sumado a ello, la separación entre Iglesia y Estado, idea extraída
de la filosofía cristiana a partir de preceptos neotestamentarios. De ahí que ese
último sea un concepto incomprensible para los musulmanes, quienes creen que la
ley coránica debe extenderse a todas las esferas de la vida. Con lo anterior,
no niego que el Islam es una gran cultura. Quien en España ha visitado el
esplendor de la Gran Mezquita de Córdoba, la Aljafería de Zaragoza, o la
Alhambra granadina, no dudará de mi afirmación, pero lo cierto es que sus
fundamentos son radicalmente opuestos a los de Occidente. Y lamentablemente,
aún existen fuerzas islámicas convencidas que el mundo se divide en “Dar al Islam” y “Dar al Harb”, que es el mundo infiel que debe ser conquistado a
cualquier precio.
Ahora bien, los ideales que dieron fundamento a nuestra
cultura han estado, -y están-, bajo ataque. Destruir esos cimientos es lo que
podemos llamar la ofensiva “desoccidental”. Sucede hoy, tal y como ayer. La
historia universal nos recuerda las primeras tres grandes ofensivas
“desoccidentalizadoras” del pasado: la yihad islámica, el marxismo leninismo, y
el paganismo fascista. Los anales registran que la primera de esas grandes ofensivas, -la
yihad-, inicia en el siglo octavo, cuando 12 mil bereberes se enfrentan al Rey
visigodo Roderico cerca del río Guadalete, en España. A partir de allí, se
inicia un largo registro de invasiones musulmanas a Occidente, que culminan con
la caída de la gran civilización occidental de Constantinopla en el siglo XVI.
La segunda ofensiva tiene su origen en la filosofía materialista de Karl Marx,
cuyo primer triunfo es la instauración del régimen de los soviets en la Europa
oriental de 1917. Por el rechazo marxista a todo principio de raíz espiritual,
allí se rompe con los fundamentos occidentales del derecho natural. La tercera
ofensiva fue el paganismo fascista, que se sustentaba en un conjunto irracional
de creencias racistas, en una concepción igualmente totalitaria del Estado, y de
prácticas y ritos supersticiosos que pretendían sustituir los valores espirituales
occidentales.
Y una vez más, la
ofensiva desoccidental contemporánea tiene actores con un guión similar. Las
tres ofensivas desoccidentalizadoras de hoy son: la agenda contracultural neomarxista,
la corriente posmoderna, y la nueva versión de la yihad islámica. Respecto de la
primera de ellas, el primer ideólogo del neomarxismo, y del reciclaje de su
agenda cultural, fue Antonio Gramsci. El sostenía la necesidad de imponer el
marxismo ya no solo por métodos violentos, sino demoliendo las nociones
culturales que le daban sustento a la idea de la democracia occidental,
sustituyéndolos con los códigos materialistas del marxismo. La segunda ofensiva
actual contra los valores occidentales es el posmodernismo. Si resumiésemos en
una expresión lo que dicha corriente es, podríamos afirmar que es una contracultura
cuyo objetivo es la “deconstrucción” de todos los códigos que dieron sustento a
Occidente. Y para efectos prácticos, el término “deconstrucción” -como bien lo
afirma Lozano Díez, reputado jurista y pensador mexicano-, no es sino un
eufemismo de otro concepto más honesto: ¡destrucción! Finalmente, la tercera
ofensiva moderna contra los valores occidentales viene, una vez más, de
aquellos musulmanes que tienen una aprehensión radical de su misión. Aunque sus
métodos ahora son diferentes, es claro que el mahometano integrista, tiene hoy la
misma determinación que tuvo Tarik y Muza con sus muchedumbres invasoras. O la
que tuvo Omar ibn Al-Jattab, que en el siglo VII, consumó la expulsión de
judíos y cristianos de las tierras árabes. Hoy su determinación está centrada
en la desestabilización emocional de Occidente a través del terror permanente. Ante
esta realidad, el desafío de nuestro hemisferio es cultural, para lo cual
debemos arrostrar una resistencia sin odio. Aferrados a nuestra identidad, sin
que ello signifique animadversión contra lo que es diferente. fzamora@abogados.or.cr