Dr. Fernando Zamora Castellanos
Abogado constitucionalista.
Publicado en el Periódico La Nación
Y en el diario español El Imparcial.es
El destacado intelectual argentino Jorge
Abelardo Ramos, autor de aquella profusa “Historia
de la nación latinoamericana”, afirmaba que “América latina no estaba
dividida porque era pobre, sino que era pobre porque estaba dividida”. Era un
pensador que veía con ensoñación el ideal de la patria grande de Bolívar, en
donde las naciones latinoamericanas seríamos una sola. Si pasamos revista de
los desastrosos experimentos políticos latinoamericanos a través de su historia,
y nuestra triste realidad cultural que los hicieron posibles, la conclusión es
que la unificación política de nuestros países es una quimera inconveniente. Imaginemos
la tragedia de que hubiesen sido a gran escala latinoamericana ensayos
populistas como el de Perón en Argentina, el de Chavez-Maduro en Venezuela, o el de
Somoza-Ortega en Nicaragua. Y no me refiero a un problema de ideologías, pues tuvimos déspotas de todos los espectros. ¿Qué
hubiese sido de nosotros, si los 30 años de satrapía Trujillista, los 42 de
somocismo, o las seis décadas de estalinismo cubano, hubiesen sido a escala
latinoamericana? ¿O que la hiperinflación del 25 mil % que hoy azota solo a
Venezuela, recorriera ahora desde el Río Bravo hasta la Tierra del Fuego a
escala latinoamericana total? Amenazas de este tipo, son las que nos hacen dudar
del sueño de la unidad latinoamericana como realidad política absoluta. Sin
embargo, en este punto, la pregunta de rigor es si el hecho de que sea
inconveniente la fusión política, ¿implica también que sea inconveniente la
unidad económica? Aquí la respuesta es no; el hecho de que una fusión política
sea inconveniente para los latinoamericanos, no necesariamente implica que también
lo sea la unidad económica.
Ahora bien, aquí la pregunta es el patrón
de mancomunidad económica que nos podría convenir, y en busca de esa respuesta,
la experiencia histórica es una juiciosa aliada para contestarla. Veamos. He
leído la tesis acerca de la conquista del poderío europeo escrita por el
historiador de la economía Phillip T. Hoffman, la cual creo que, en términos
generales, es aplicable a la mayoría de los grandes imperios del pasado. Para
Hoffman, el poderío imperial de Europa tiene su explicación en el hecho de que,
durante siglos, los territorios feudales europeos viviesen en constante lucha
armada entre sí. Esto los llevó a desarrollar, no solo una avanzada tecnología
militar, sino Estados fuertes que, en una etapa posterior de la historia, les
permitió a las naciones de ese continente conquistar el mundo. Esa es la razón
por la que la mayoría de las mancomunidades económicas que en la historia han
surgido, han estado sustentadas en la iniquidad. Porque han sido impuestas sobre
un mal fundamento: el del sojuzgamiento. Rodríguez Neila, erudito en historia
antigua, nos recuerda Sumeria, la primera gran sociedad económica de la
humanidad; allí, por la explotación de las fértiles tierras de la Mesopotamia, se
generaron importantes conflictos con etnias y comunidades limítrofes, lo que
exigió una importante organización bélica, y a partir de ello, el surgimiento
del primer gran Estado militar. Ni qué decir de los ejemplos que vinieron
después: egipcios, persas, romanos, o tantas otras civilizaciones que, a partir
de la opresión político-militar, alcanzaron la unidad económica sobre vastos
territorios. Como resulta obvio, a partir de la subyugación propia de tales
modelos de mancomunidad económica, se provocó una tremenda desigualdad. Y por
demás está afirmar que comunidades económicas de tal naturaleza son a todas
luces inconvenientes.
Pero hay otro arquetipo de mancomunidad
económica que nos convendría fortalecer a los latinoamericanos. Me refiero a
las comunidades económicas que han surgido a través de la historia como
producto de la alianza, o la convivencia entre sociedades económicas, sin que
tal alianza implique una vocación de sojuzgarse entre sí. En este punto dos
ejemplos a emular. El primero de ellos, la unión comercial surgida
originalmente entre 13 colonias inglesas que, a partir de 1750, empezaron a
colaborar entre sí, al punto de provocar, con el paso de los años, su
independencia del Reino Británico y el surgimiento de la mayor potencia
económica conocida hasta hoy, la Unión americana. Un segundo ejemplo es el de
la Unión Europea. Si bien es cierto importantes contingentes sociales en Europa
están dinamitando y ven hoy con recelo dicha unificación económica, nadie que
esté seriamente documentado puede negar el beneficio económico que ella depara al
continente. A quien me contradiga, invoco una única estadística lapidaria: es
gracias a dicha mancomunidad económica que fue posible la creación de una cifra
cercana a los 3 millones de empleos, y anualmente más de 250 mil millones de
dólares en intercambios comerciales.
A partir de lo ilustrado, podemos afirmar
que el ideal de unidad latinoamericana que sí es posible y conveniente, es el
de este modelo de carácter económico. Allí se conserva la independencia política
de los Estados, estableciendo a la vez una fortísima aleación comercial y
financiera sobre bases jurídicas firmes e igualitarias, las cuales no serían
alteradas por la sola voluntad de algún tiranillo de baja estirpe, que oprima
alguno de los Estados latinoamericanos integrantes de la mancomunidad. Este
tipo de comunidad económica generaría innumerables ventajas, que beneficiarían
a los latinoamericanos en el crecimiento exponencial, entre otros, de aspectos
tales como: a) circulación de bienes y servicios a lo interno de nuestros
propios mercados latinoamericanos, b) productividad y empleo general a lo
interno de nuestras economías, c) potencia negociadora latinoamericana frente a
los otros polos económicos del mundo, d) mayor capacidad de reacción reguladora
frente al poderío de los intereses transnacionales, e) garantías de seguridad
jurídica, tanto para el consumidor, como en relación al intercambio financiero
y comercial de los productores e industriales latinoamericanos entre sí, f)
mayor atracción de inversión hacia el subcontinente, g) mayor capacidad de
acceso y a un costo mucho menor, de los sistemas latinoamericanos de internet,
telefonía y comunicación general, h) una mayor capacidad de acción que permita
generar presión económica contra los sistemas opresores. Cité siete
ilustraciones dentro de muchas más posibles. Dadas las condiciones de
desventaja en la que estamos los latinoamericanos frente a los demás polos de
poder económico mundial, intentar una quimera de tal naturaleza nos ofrece un
mundo que ganar. fzamora@abogados.or.cr