Dr. Fernando Zamora Castellanos
Abogado Constitucionalista
Las dificultades de la familia nuclear, tal y como la entendemos a partir del principio constitucional manifiesto en los artículos 51 y 52 de nuestra Constitución Política, se ven reflejadas en varias de las recientes noticias que se están generando en las actuales sociedades de consumo, donde los ciudadanos más jóvenes, en capacidad reproductiva, están tomando la decisión de no procrear, o lo hacen de forma tal que no es posible sostener la tasa de reposición poblacional. Y tal y como anuncian las últimas notas de prensa, todo parece indicar que esa resistencia al ideal de familia, resulta cada vez más voluntario y explícito entre los ciudadanos. Si se tiene alguna duda al respecto basta leer, a manera de ejemplo, la nota de prensa de este diario publicada el pasado 15 de enero, en la que distinguidos urólogos reconocen el franco incremento de las solicitudes de cirugías para esterilizar la reproducción en jóvenes menores de 30 años, al extremo que, -según la afirmación de uno de dichos profesionales-, en las cirugías “se ve más el paciente de menos de 30 años que el paciente mayor.”
A lo anterior se le deben sumar otras estadísticas previas impresionantes:
en Costa Rica la tasa de fecundidad es alarmantemente baja, al punto que, en
términos macro, podríamos asegurar que los costarricenses dejaron de
reproducirse. Veamos
porqué: para mantener la cantidad de población en un país, cualquier estadística
nos arroja que, en la tasa de reemplazo humano, cada mujer debe tener al menos 2,2
hijos. Sin embargo, según las más recientes estadísticas de nuestro país, para
los años 2016 y 2017, excluyendo a las mujeres extranjeras, el indicador era de
una tasa de reproducción del 1,1 por cada mujer. Al punto que, según el fondo
de población de la ONU, somos la nación con la tasa de reproducción más baja de
latinoamérica y con una de las reposiciones demográficas más bajas y
deficitarias del mundo. Por las razones que pasaré a señalar, esta realidad se nos
está convirtiendo en uno de los problemas económicos y culturales más serios. Inicialmente
podemos afirmar que, desde el punto de vista económico, es una pésima noticia
para la juventud costarricense, y muy mala porque una economía al menos estable,
requiere una dinámica poblacional sostenible, tal y como lo confirman distintos
economistas, entre ellos Jeffrey Sachs, quien en su obra El fin de la
pobreza, describe lo que denomina la “trampa demográfica”, que se resume en
la importancia de que la población crezca sin perder sus niveles de equilibrio,
alcanzando lo que se denomina “transición poblacional”. Ese concepto de
“transición poblacional” se refiere al hecho de lograr crecimientos demográficos
evitando tasas de mortalidad y de natalidad que sean excesivamente altas. Si
bien es cierto que, tal y como lo demuestra Sachs, una tasa de fecundidad
excesivamente alta es muy inconveniente para los hijos de padres en estado de extrema
pobreza, la realidad es que tasas de sustitución poblacional como las de Costa
Rica, son un peligro en el futuro, incluso el inmediato.
Uno de los perjuicios más serios de esta situación los
arrastrará a mediano plazo nuestro régimen de seguridad social, pues tanto el sistema
general de pensiones, como el de los seguros de salud, requieren para su
existencia un crecimiento demográfico sostenible. De lo contrario, el colapso
es inminente. No se necesita ser actuario para entender que el sistema general
de pensiones se sostiene por medio de un esquema piramidal ordinario, en donde
su cúpula logra mantenerse en razón de una base más amplia. Como es sabido, una
incorporación creciente de recurso humano en el sistema es lo que logra financiarlo,
dando sustento y permitiendo el retiro de la población mayor que concluye su
cotización para disfrutar del régimen. Por el contrario, si cada vez entran
menos cotizantes al sistema, la pirámide se invierte y el esquema quiebra. Bajo
tales circunstancias, el panorama que se le presenta a las nuevas generaciones,
es el de una imposibilidad material de que, ya sea en su invalidez, o bien en
su vejez, la seguridad social esté en capacidad de velar por ellos, lo que
representa un problema socioeconómico de proporciones monumentales. Tal
situación es solo una de tantas sombrías ilustraciones de los problemas
económicos que arrastra esa deficiente tasa de reposición demográfica.
Pero en dicho déficit existe además otro perjuicio aún más
serio, que es de naturaleza cultural, porque las sociedades nacionales que no
se reproducen pierden su identidad, que es el mayor acervo social. La identidad
de nuestra sociedad delimita nuestra cultura, la cual, a su vez, unifica los
elementos esenciales de la nacionalidad. Es la razón por la que los grandes
ideales nacionales no pertenecen únicamente a las presentes generaciones, sino
que son un valor inmaterial propiedad tanto de las pasadas, de las actuales, como
de las futuras generaciones de una patria. Sin embargo, cuando una sociedad interrumpe
su dinámica reproductiva, el vacío tiende a ser cubierto con identidades
importadas, y aquella comunidad gradualmente va dejando de ser una patria, para
convertirse solamente en un conglomerado de habitantes con intereses y valores
disímiles.
Amerita agregar que la tendencia por
destruir el credo de la paternidad o la maternidad, no solo es una propensión típica
de esa noción individualista tan propia de las modernas civilizaciones del
placer, sino que es también un paradigma ideológico de quienes creen que la
despoblación humana es la salida a las amenazas ambientales. Ello a partir de la
creencia de que al planeta le es imposible mantenerse sosteniendo el
crecimiento poblacional. Sin embargo, esta hipótesis, que ya se había promovido
en el siglo XVIII por el economista Thomas Malthus ha sido ya desechada por el
curso de la experiencia histórica. En su libro “Ensayo sobre el principio de la
población”, escrito en 1798, Malthus planteaba una tesis muy pesimista, en
la cual sostenía, en resumen, que el ritmo de producción de alimentos sería
mucho menor que el del crecimiento de la población, por lo que se debía detener
el crecimiento poblacional. Como sabemos, la tesis ha sido desacreditada, en
tanto el problema no ha sido de producción, sino de equidad en la distribución
de las cantidades de alimento que se producen. En conclusión, se hace indispensable inculcar en nuestra
juventud los valores culturales fundadores de nuestra sociedad, en especial el
valor de la paternidad, la procreación y la familia. De no hacerlo, desaparecerá
esa Costa Rica de la que tanto nos hemos preciado.
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