viernes, 28 de agosto de 2009

¿Por qué decae occidente?

Publicado en el Periódico español El Imparcial bajo la siguiente dirección:
http://www.elimparcial.es/sociedad/por-que-decae-occidente-46707.html

La prensa informó que un grupo encabezado por reconocidos legisladores de izquierda maniobraron para aligerar el abortista proyecto de ley # 16.887, que lleva el engañoso nombre pro “salud sexual.” Esto trajo a mi memoria el comentario de un docente universitario quien me relató asombrado, que debió confrontar a algunos universitarios -que relativizando el derecho a la vida-, justificaban cierta actividad terrorista y otros hechos similares como el genocidio nazi. Algo de lo que también he sido testigo en mi experiencia docente de tiempos recientes. Y es que en algunos sectores activistas, se ha venido manifestando una feroz resistencia contra esos consensos usuales que vagamente llamamos valores costarricenses. Es una nueva intolerancia que arremete contra todo lo que ose defender la existencia de verdades morales objetivas, tal y como históricamente lo han logrado las ancestrales convicciones de nuestra nacionalidad. Se justifican en una mal entendida tolerancia. La tolerancia es respeto a la disensión, sin que ello implique que -por complacencia-, debamos subyugar los principios colectivos ante la acción que contraviene la ética reconocida en pro del beneficio general. Ese disenso es hijo putativo de la cultura postmoderna y sus códigos importados. Es la tendencia que relativiza y justifica todo, reemplazando los conceptos de lo correcto y lo incorrecto, por lo que “conviene” o “sienta bien”. Es desatender la dirección donde apunta la luz del faro moral, en el ánimo de preservar solo lo que alimente los apetitos; cuando la conciencia deja de ser norte de nuestras decisiones morales y la reducimos a un mero termómetro sumergido en las ciénagas del hedonismo colectivo. Lo que hoy ha relativizado, por ejemplo, consensos que para el costarricense eran otrora indiscutibles, como la defensa de la vida –legitimando prácticas abortivas-, o la protección del estado natural de la familia. Relativo todo. Es la demolición de un concepto: la verdad. Aunque muchos no tenemos plena conciencia de ello, eso que llamamos “valores costarricenses”, no son sino los mismos que -por milenios y a costa de la sangre de sus mártires-, dieron fundamento a la cultura occidental: la herencia judeocristiana. La influencia de los ideales cristianos permanece en capas ocultas tal como lo hace el petróleo en la piedra pómez, hasta que -recurrentemente-, irrumpen en el escenario de la historia para reencaminarla, como ocurrió en Europa del Este, cuando su influencia provocó el derrumbe del comunismo estalinista. Cual corrientes subterráneas que fluyen dando vida a manantiales, así fluyen del subsuelo de la cultura occidental, los siglos de forja de los valores cristianos. Desde la antigüedad, su aporte fue demoledor en la difusión de un concepto para entonces revolucionario: el de la dignidad humana, que se derivó de la convicción de que hemos sido creados a imagen y semejanza de un Ser ético. Banderazo de salida del largo camino que llevó a la creación del sistema internacional de protección de los derechos humanos en el siglo XX, hijo irrefutable de aquellos valores y piedra angular del constitucionalismo. Cuando vemos como son promovidos proyectos que atentan contra la vida o la familia, sabemos que Occidente decae porque -como en “El Peregrino” de Bunyan-, sus más caros ideales se subastan en la “Feria de las vanidades”. Es lamentable que en nuestro hemisferio, entidades como la IPPF, con sus funcionarios inmiscuidos en las antesalas de la ONU, y en Costa Rica -sus filiales-, resulten entusiastas corifeos de la subasta. En lo esencial de todo esto no hay novedad. Desde el siglo XVIII Voltaire se obsesionaba con una moral sin Dios para Europa. Lo que era impensable, es que la profecía orteguiana -depositada en su “Rebelión de las masas”-, sería mediante el voraz apetito de las abortivas industrias farmacéuticas. Y en España la polémica ha dado para tragicomedias. El 19 de mayo anterior, la ministra de salud Bibiana Aído, se dejó decir que un bebé con trece semanas de gestado es un ser vivo, pero NO un ser humano. Entonces unos ingeniosos empresarios de su país fabricaron un muñeco simulacro de dicha edad. Para sonrojo de la funcionaria, la réplica –de respetable tamañito-, ¡se ha vendido bien en la Madre Patria! Le llaman “el bebé Aído”. Por ello, sobre el tema particular del aborto, el intelectual ibérico Luis María Ansón -de la Real Academia-, espetó una acusación implacable a la izquierda defensora del aborto: “Frente a la progresía de salón, la del caviar y el domperignon, se alza el verdadero progresista, el que está a favor del débil contra los abusos del fuerte… me pongo, por eso, al lado del débil en el debate del aborto.” fzamora@abogados.or.cr

lunes, 17 de agosto de 2009

¿Cómo demolieron los estados constitucionales?

Dr.Fernando Zamora Castellanos
Abogado constitucionalista costarricense.

Publicado en el diario Español El imparcial bajo la dirección:

http://www.elimparcial.es/america/como-demolieron-los-estados-constitucionales-46016.html
Para demoler los estados constitucionales de países como Bolivia o Nicaragua, se ha sido fiel a una estrategia uniforme. Y se comprende a la luz del ejemplo venezolano. Ese país tuvo una primavera democrática (1959-1974), durante los gobiernos de Betancourt, Leoni y la primera administración Caldera. Fue una era de liderazgos con un alto grado de aceptación. Existe consenso por parte de historiadores serios en reconocer esa etapa como un período caracterizado por un sano liderazgo político. Posterior a ello, tres razones influyeron para que la democracia venezolana se sumiera en una lamentable espiral decadente. La principal de ellas, la caída moral de la clase política, situación que empezó a ser evidente con la primera administración Pérez. El segundo motivo, la disminución de la atención a los sectores desfavorecidos, y el tercero, de carácter económico, sucedió en los veinte años posteriores a 1978: la caída en el ingreso de dólares por cada venezolano. Lo último básicamente a causa de la conjunción de la caída en términos reales de los ingresos petroleros, alternado con el aumento poblacional. Esto obligó a cada gobierno que llegó después del año 78, -y aproximadamente durante los 20 años subsiguientes-, a devaluar la moneda en por lo menos el cien por ciento para cada uno de dichos períodos constitucionales. El descontento popular acumulado por la crónica confluencia de aquellas decadencias, -la moral, la económica y la política-, fue el caldo de cultivo aprovechado por los enemigos de la democracia que provocó el arribo de la demagogia en su definición más Aristotélica. El camino escogido no fue luchar por el rescate de la rica herencia que había sido la primavera democrática venezolana, plenamente funcional de los años 1959 al 74. Por el contrario, a partir de la llegada de Chaves al poder, se toma el atajo propio de los adictos a la senda fácil, emprendiéndose una tenebrosa estrategia para demoler aquel estado constitucional. La misma que remedan en Nicaragua, Bolivia o Ecuador. ¿En qué consiste? en la vieja receta, propia de los sistemas fascistas, útil para demoler ese y cualquier otro estado constitucional, y que aplica ocho tácticas a saber: 1) el fortalecimiento del estamento militar, 2) la sistematización desde el poder de un discurso altamente ofensivo e implacable contra algún adversario ideado, para hacer aflorar las disensiones y disconformidades que usualmente yacen en el “subsuelo” psíquico de los sectores marginales. (el nazismo explotó hábilmente la fórmula a costa de las minorías étnicas) 3) La tendenciosa mitificación de sucesos históricos, idealizando las tradiciones épicas para tergiversarlas en función de los intereses de la camarilla usufructuante. 4) la negación o transmutación de la legalidad redirigiéndola a favor del poder concentrado, para lo cual se invoca un supuesto interés nacional. 5) El culto al mesianismo caudillista, 6) la sobre exposición propagandística de los mitos del régimen instaurado en los medios de comunicación 7) el desmantelamiento del sistema constitucional de frenos y contrapesos propio de la división de los poderes, y 8) la devaluación de las garantías individuales frente al poder, típicas de una constitución legítima, sustituyéndolas por procesos constituyentes que imponen “leyes fundamentales” subordinadas a los objetivos específicos del régimen, y donde siempre se hallará la entusiasta promoción de las “reelecciones” de rigor. Así se demolió el estado constitucional venezolano. Quien haga un serio recorrido histórico por los horrores del despotismo, -desde el nazi, estalinista, y hasta el serbio-, encontrará los mismos ocho lugares comunes que ya he citado. Las mismas viejas estrategias que, sutilmente, remedan hoy los regímenes que ahora se denominan “Alianza Bolivariana de la Américas”. En ciertas ocasiones, los avatares de la vida nos colocan en situaciones insondables, que con la perspectiva del tiempo cobran algún sentido personal. En 1992, un grupo de jóvenes fuimos invitados por Acción Democrática a visitar al Presidente Pérez, exactamente ocho días después de la intentona golpista de Chaves. Entonces fui testigo de dos realidades: la de los orificios, aún visibles, que había provocado la munición en el Palacio de Miraflores, y la del evidente grado de inconciencia que existía, -tanto en la población venezolana como en su decadente clase política-, de la amenaza que entonces se cernía sobre su maltrecha nación. Ese desapercibimiento resultó carísimo. Las consecuencias las sufren millones. fzamora@abogados.or.cr

lunes, 3 de agosto de 2009

¿Cuál es el mayor grado de corrupción?

Dr.Fernando Zamora Castellanos
Abogado constitucionalista
Publicado en el diario español El Imparcial visible a la siguiente dirección:
El Dr. Michael Stone, psiquiatra forense de la Universidad de Columbia, desarrolló una escala de veintidos niveles para medir la magnitud de la maldad humana. Su trabajo ha sido popularizado al castellano con la incorrecta traducción de índice de maldad, siendo una escala lo que en realidad elaboró. En materia de liderazgo público también existe una escala, mediante la cual es posible medir el grado de iniquidad de la clase política. Allí son tres los niveles de ignominia identificables. En el primero, -el más básico-, encontramos al funcionario cuya transgresión consiste en la comisión de actos aislados o ejecutados en solitario. En su cometido no implica a nadie más, ni urda ninguna asociación al defraudar el correcto proceder que dictan los supremos valores y las normas que juró resguardar. Esencialmente degrada su propia conciencia. El segundo nivel se alcanza cuando el jerarca, en su propósito de transgredir el sistema, corrompe almas ajenas. Seduce a sus cómplices, engendrándose así un subrepticio acuerdo para violentar ya sea el principio ético, o la norma de la que era depositario. Cuando la transgresión es descubierta, sale lo oculto a la luz, y con ello, la caterva de involucrados, tanto tentados como tentadores. En este segundo nivel de corrupción están los diversos escándalos con fondos públicos que han sido usuales en casi todas las naciones del hemisferio. Un ejemplo nacional fue el escándalo Caja-Fischel. Sin embargo, pese a la severidad de la anterior categoría, existe un tercer grado, el mayor, en la escala de la iniquidad del liderazgo político. Implica una conducta más sutil, -y por ello-, más espernible. ¿En qué consiste la máxima magnitud? En la utilización del poder y de su influencia, con el objetivo de redirigir y transmutar el sistema de normas y valores que el líder juró resguardar, en beneficio directo suyo o de su cámara inmediata. ¿Y por qué es más sutil y por tanto execrable? Porque sin necesariamente transgredir la ley, la transmuta en su favor, y al hacerlo la pervierte. Requiere de la solapada complacencia y complicidad de un estamento de poder aún mayor, devaluando así, a futuro, los valores constitucionales de la nación, su régimen de libertades, y el sistema legal y democrático que la resguarda. Por ello, el grado superior de corrupción política no radica en la transgresión de la ley sino en redireccionarla en favor propio. Es el abuso de la influencia política dirigido a implementar cambios constitucionales y normativos para estimular y facilitar la concentración en el líder de cada vez mayores cotos de poder. Es la descomposición de las tradiciones democráticas de una nación, con el objetivo de que quien ostenta la autoridad, acumule aún más señorío del que ya goza. La Venezuela actual es una sociedad que ha sido destruida como consecuencia de la codicia de quienes se enseñorearon abusivamente del favor que, en su momento, la nación les otorgó. En los períodos históricos dominados por conductores acostumbrados a estas prácticas, -etapas que son ciénagas y bajíos para los pueblos-, generaciones enteras de promesas políticas se ven condenadas a la disyuntiva entre rebajarse a cortesanos genuflexos, a cambio de participar de las migajas del opíparo festín de la camarilla, o por el contrario, tomar el camino moralmente altivo, con lo que resultan proscritos y exiliados de la participación política. Las consecuencias de ello son lamentables para la salud moral de la República, pues al tejido social le lleva decenios regenerar las tradiciones democráticas destruidas por la idiosincrasia política cortesana y disimuladamente despótica. Por eso en el diario español El País, -refiriéndose al Primer Ministro Berlusconi-, Saramago le espetaba indignado que su mayor pecado, “no es que desobedezca las leyes sino, peor todavía, las manda fabricar para salvaguarda de sus intereses…” fzamora@abogados.or.cr