Dr.Fernando Zamora Castellanos
Doctor en derecho constitucional.
Publicado en Página Abierta de Diario Extra bajo la dirección:
http://www.diarioextra.com/2009/setiembre/22/opinion10.php
Ante la ferocidad del grupo ideológico que desea eliminar toda mención a Dios en nuestra Constitución, en febrero pasado propuse, en la prensa nacional, la siguiente redacción para el artículo 75 constitucional: “Se garantiza en la República la libertad de cultos, a la vez que se reconoce en la judeocristiandad, el fundamento y tradición histórica de los valores nacionales.” Y la reitero hoy con la confianza de que sea respaldada por los Señores diputados. Una reforma así planteada, protege la diversidad de cultos en nuestro país, resguardando a su vez el fundamento de nuestra identidad histórica. El cambio constitucional así propuesto, reconoce las tres grandes tradiciones que nuestra nación ha acogido, como son la católica, la evangélica y la comunidad judía, y además respeta la práctica de todo otro culto dentro de nuestro territorio, aunque esté sustentado en otros sistemas de valores. De tal forma, se resguardarían constitucionalmente, tanto los caros ideales de la libertad, como nuestra valiosa herencia judeocristiana. Esta redacción la propuse en aquel momento, a raíz de las intenciones que se veían venir, -y que han salido a la luz en estos días-, de un grupo ideológico que propugna que se borre todo rastro del nombre de Dios en nuestra Constitución. Por cierto, el coro es encabezado por el diputado Merino del Río. El mismo diputado que -al tiempo que promueve y aligera proyectos abortistas-, se dice defensor de los débiles. Ante la dramática realidad de una naciente vida amenazada, -que por sí misma no se puede defender-, causa hilaridad el mimetismo que evidencia el adjetivo de justiciero con el que se arropa el Sr. Merino. Izquierda de alhacena fina y caviar. Y es que detrás de esas iniciativas, se refleja una hipocresía que en realidad oculta otras intenciones que, -de momento-, esos promotores no se atreven a exponer abiertamente. Como sucedió con el legendario caballo de la Troya antigua, en toda esta ofensiva se esconden otros intereses, que obviamente no son el de resguardar la práctica de otros cultos, lo que de por sí ya está sobradamente garantizado en Costa Rica. En momentos en que pretenden abrir las puertas a discusiones legislativas, si se quiere censurables para el país, -como sin duda es la del aborto-, el verdadero objetivo es borrar de nuestro texto constitucional todo rastro que en ella quede de los valores cristianos de la nación. Los mismos que -de forma reiterada-, nuestra justicia constitucional ha reconocido que son fundamentales informadores de nuestra constitucionalidad. Por esa razón es que se afanan en derrumbar todos los bastiones que queden de los valores judeocristianos en nuestro ordenamiento. Porque esos valores representan el último dique de contención que está impidiendo la entronización, -en nuestros mismos cimientos jurídicos-, de una cultura perversa. Una suerte de nihilismo en la que el hombre invierte sus valores exaltando su sentido de autosuficiencia, al tiempo que se proclama autor de un egoísta código propio de vida, y cuyas consecuencias implican, -ante la idea de lo trascendente-, la claudicación humana de todo sentido de responsabilidad frente a ella. Es un código cultural engañoso y abyecto, que ha patrocinado los dramas más espantosos de la historia universal reciente. ¿O es que niegan las raíces nihilistas del nazismo que provocó el horror del siglo XX? ¿O los amargos frutos del ateísmo estalinista en la Europa del este? La prensa ha informado que en el Congreso, son trece señores diputados quienes han refrendado la importación de esta propuesta cultural para Costa Rica. Sabemos que, de ellos, algunos lo habrán hecho de buena fe y desconociendo los demoledores perjuicios que, -para la salud moral y espiritual de la república-, acarrean los subrepticios designios de quienes los han azuzado. Por la información que ha dado la prensa, no parece posible que, de momento, sus empeños tengan éxito inmediato. Lo que sucede es que la maquinación estratégica que hacen los líderes de este grupo, es la misma de una milicia que, -para posicionarse-, defiende una cabeza de playa. Como las zorrillas que -a base de pequeños daños-, van echando a perder las viñas, su verdadera determinación es ir minando el acuerdo social que existe en consensos tan profundos para el costarricense como el de nuestra idea de un sistema de valores trascendentes que respetar, y con ello, la irrestricta defensa del derecho a la vida. Una ética que para los ancestros forjadores de nuestra nacionalidad, hubiese sido impensable, -más aún, inimaginable-, que algún día se intentase poner en tela de duda, ¡Y en los mismísimos altares de la Patria! fzamora@abogados.or.cr
Doctor en derecho constitucional.
Publicado en Página Abierta de Diario Extra bajo la dirección:
http://www.diarioextra.com/2009/setiembre/22/opinion10.php
Ante la ferocidad del grupo ideológico que desea eliminar toda mención a Dios en nuestra Constitución, en febrero pasado propuse, en la prensa nacional, la siguiente redacción para el artículo 75 constitucional: “Se garantiza en la República la libertad de cultos, a la vez que se reconoce en la judeocristiandad, el fundamento y tradición histórica de los valores nacionales.” Y la reitero hoy con la confianza de que sea respaldada por los Señores diputados. Una reforma así planteada, protege la diversidad de cultos en nuestro país, resguardando a su vez el fundamento de nuestra identidad histórica. El cambio constitucional así propuesto, reconoce las tres grandes tradiciones que nuestra nación ha acogido, como son la católica, la evangélica y la comunidad judía, y además respeta la práctica de todo otro culto dentro de nuestro territorio, aunque esté sustentado en otros sistemas de valores. De tal forma, se resguardarían constitucionalmente, tanto los caros ideales de la libertad, como nuestra valiosa herencia judeocristiana. Esta redacción la propuse en aquel momento, a raíz de las intenciones que se veían venir, -y que han salido a la luz en estos días-, de un grupo ideológico que propugna que se borre todo rastro del nombre de Dios en nuestra Constitución. Por cierto, el coro es encabezado por el diputado Merino del Río. El mismo diputado que -al tiempo que promueve y aligera proyectos abortistas-, se dice defensor de los débiles. Ante la dramática realidad de una naciente vida amenazada, -que por sí misma no se puede defender-, causa hilaridad el mimetismo que evidencia el adjetivo de justiciero con el que se arropa el Sr. Merino. Izquierda de alhacena fina y caviar. Y es que detrás de esas iniciativas, se refleja una hipocresía que en realidad oculta otras intenciones que, -de momento-, esos promotores no se atreven a exponer abiertamente. Como sucedió con el legendario caballo de la Troya antigua, en toda esta ofensiva se esconden otros intereses, que obviamente no son el de resguardar la práctica de otros cultos, lo que de por sí ya está sobradamente garantizado en Costa Rica. En momentos en que pretenden abrir las puertas a discusiones legislativas, si se quiere censurables para el país, -como sin duda es la del aborto-, el verdadero objetivo es borrar de nuestro texto constitucional todo rastro que en ella quede de los valores cristianos de la nación. Los mismos que -de forma reiterada-, nuestra justicia constitucional ha reconocido que son fundamentales informadores de nuestra constitucionalidad. Por esa razón es que se afanan en derrumbar todos los bastiones que queden de los valores judeocristianos en nuestro ordenamiento. Porque esos valores representan el último dique de contención que está impidiendo la entronización, -en nuestros mismos cimientos jurídicos-, de una cultura perversa. Una suerte de nihilismo en la que el hombre invierte sus valores exaltando su sentido de autosuficiencia, al tiempo que se proclama autor de un egoísta código propio de vida, y cuyas consecuencias implican, -ante la idea de lo trascendente-, la claudicación humana de todo sentido de responsabilidad frente a ella. Es un código cultural engañoso y abyecto, que ha patrocinado los dramas más espantosos de la historia universal reciente. ¿O es que niegan las raíces nihilistas del nazismo que provocó el horror del siglo XX? ¿O los amargos frutos del ateísmo estalinista en la Europa del este? La prensa ha informado que en el Congreso, son trece señores diputados quienes han refrendado la importación de esta propuesta cultural para Costa Rica. Sabemos que, de ellos, algunos lo habrán hecho de buena fe y desconociendo los demoledores perjuicios que, -para la salud moral y espiritual de la república-, acarrean los subrepticios designios de quienes los han azuzado. Por la información que ha dado la prensa, no parece posible que, de momento, sus empeños tengan éxito inmediato. Lo que sucede es que la maquinación estratégica que hacen los líderes de este grupo, es la misma de una milicia que, -para posicionarse-, defiende una cabeza de playa. Como las zorrillas que -a base de pequeños daños-, van echando a perder las viñas, su verdadera determinación es ir minando el acuerdo social que existe en consensos tan profundos para el costarricense como el de nuestra idea de un sistema de valores trascendentes que respetar, y con ello, la irrestricta defensa del derecho a la vida. Una ética que para los ancestros forjadores de nuestra nacionalidad, hubiese sido impensable, -más aún, inimaginable-, que algún día se intentase poner en tela de duda, ¡Y en los mismísimos altares de la Patria! fzamora@abogados.or.cr
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