Dr.Fernando Zamora Castellanos
Abogado constitucionalista
Publicado en el Periódico LA Nación bajo la dirección: http://www.nacion.com/2012-09-23/Opinion/-Que-amenaza-a-la-cultura-constitucional-.aspx
En los últimos meses han
surgido en Costa Rica diversos grupos con genuinas intenciones de promover
cambios en nuestro sistema político y constitucional. Como reflexión al margen
de las ideas y propuestas planteadas, es menester advertir el contexto
sociocultural que vivimos, porque este contexto por sí solo impone un desafío. Conviene
ponderar si, -entre otros-, un cambio de nuestra forma de gobierno,
representará a la larga una verdadera mejora. Lo primero que debe reconocerse
es que Costa Rica no escapa a la realidad de descomposición sociocultural que hoy
es común a Occidente. Reconocerlo no es necesariamente un acto pesimista. Si se
da el golpe de timón correcto, ésta puede resultar una crisis que anteceda un
estado de cosas superior. Partamos advirtiendo que todo cambio político debe
sustentarse en el consenso que se deriva de la cultura constitucional de la
nación, pues toda semilla siempre surgirá de ese subsuelo. Tal y como lo advirtió el Premio Nobel D. Kahneman,
la democracia no funciona donde no hay cohesión de valores comunes, y uno de
los graves problemas socioculturales que estamos viviendo, es el pertinaz
sabotaje de los consensos morales. Es un fenómeno propio de las sociedades
hedonistas, que son aquellas donde se invirtió la escala axiológica. En el
pasado, al menos existía la común convicción de que el sentido de la vida era el servicio al semejante como una vía para
trascender espiritualmente. Hoy, -volcando la tabla de valores-, ese ideal de compromiso se pretende sustituir
por una propensión hacia el placer, y por consecuencia, al “descompromiso”. Es
un mercado de vivencias cada día más exigente. Pues en tanto más
incondicionalmente las vivencias se convierten en nuestro sentido
existencial, más voraz se torna el apetito
por consumirlas. Comunidades que, ante la interrogante respecto de ¿con qué fin
trascendente vivir?, contestan: “nuestra vida es su propia finalidad”. Lo que Schulze denominó, “sociedades
de acontecimientos”.
Tal descomposición sociocultural
rebasa al fenómeno político y arrastra consecuencias que influyen para mal en
la vida republicana. La primera de ellas es el deterioro del principio de
autoridad. ¿Por qué? Toda sociedad centrada en la aspiración lúdica como valor
supremo, generará ciudadanos con alta propensión al egoísmo, desafiantes, y ávidos
de derechos sin deberes. Es un fenómeno que no solo amenaza a la política, sino
también a la educación.
Las sociedades frívolas desprecian las jerarquías naturales que
surgen como resultado de los grados de la calidad. Por eso, los
diques de contención que separan la sensibilidad de la vulgaridad, hoy sufren
un embate pertinaz. El peligro del menoscabo de la autoridad es que engendra autoritarismo
y caos.
Otro residuo brutal de la
frivolidad social, es el sabotaje a la cultura y la perversión de lo que ésta
significa. Es cierto que hoy la información abunda, pero la cultura es algo
diferente. Ella no se limita al conocimiento sino que lo antecede. La cultura
es una vocación del espíritu que, -cual designio-, da sentido y orientación moral
a los conocimientos. Les sirve de guía y soporte. No está determinada por la
cantidad de datos, sino por la calidad de éstos. De ahí que, originalmente y
durante siglos, la cultura fue un concepto ligado a la teología. En las
nuevas generaciones, -donde abunda el
saber informativo y escasea el saber orientativo-, tal sabotaje está provocando
que el hombre culto, o el pensamiento que se atreve a traspasar las fronteras
de lo utilitario, sean especies en vías de extinción. Esta situación acarrea un
gran peligro para la vida política nacional, la cual termina tomada por
especialistas, o en el peor de los casos, por cortesanos y por ígnaros. En un escenario
cínico, el hombre con visión integral no encaja. En su premonitorio ensayo “La barbarie del especialismo”, Ortega y Gasset, -que era un profeta-, predijo
los perjuicios de la
tecnocracia. Si bien es cierto la especialización es hija del
progreso, solo el hombre con genuina visión cultural, tiene la sensibilidad
para tejer los lazos que permiten al progreso producir el enriquecimiento moral
necesario al colectivo. Así, un
obstáculo que nuestra realidad sociocultural adiciona al ya consabido tema de
la reforma política, es el problema de la mala calidad del material humano que en
ella participa.
Si sabemos que la familia es
la primera transmisora de la cultura, otra alarmante manifestación de nuestra
realidad sociocultural es el incisivo embate que ella sufre hoy. Permítanme solo
una ilustración. Lo leí en una entrevista que días atrás, La Nación hizo a una activista de la ideología de género. Audazmente
arropada en su “moderna” concepción de familia, textualmente contestó lo
siguiente al periodista que la entrevistaba: “La maternidad es una ficción que hemos construido porque la
consideramos necesaria, y se les atribuyó a las mujeres…”. Tras semejante afirmación
recordé que Baudrillard sostenía que el drama de las ideologías posmodernas
consiste en que no solo sabotean los consensos morales más básicos, sino que
atentan contra el principio mismo de la realidad. Y esa afición “deconstructiva”, -que insiste
en relativizar el valor-, deforma a nuestra juventud al subvertir su confianza
en la verdad. Terminan
convencidos de que no existen certezas éticas, políticas ni culturales.
Se impone una barrera
insuperable entre quienes estamos convencidos de que la historia humana tiene
un sentido cuya proyección está en la moral, frente a quienes sabotean la
verdad al extremo de convertirla en una ficción. Se yergue una brutal
depreciación de la cultura, que provoca que todo equivalga. Por ello, para las
sociedades moralmente ingrávidas, o “light”, merece igual “consideración” la
cultura “de la marihuana”, que la helénica. Todo en función del diosecillo placer
como supremo ideal de la
vida. Otra consecuencia directa de esta tendencia se refleja
en la economía. Desde
principios del siglo XX, Weber advirtió que las naciones donde no existe
cohesión de valores comunes, tampoco son viables la ética de trabajo, la
frugalidad, ni el ahorro, virtudes fundamentales para el equilibrio económico y
la prosperidad. En las sociedades sin ética de trabajo, más que crear riqueza,
el objetivo inmediato es simplemente ganarla. fzamora@abogados.or.cr
No hay comentarios:
Publicar un comentario