Dr. Fernando
Zamora Castellanos.
Abogado constitucionalista
Publicado en el diario Español El Imparcial bajo la dirección:
En días recientes el diario costarricense La Nación, ofreció una primicia
que ha pasado injustamente inadvertida, cuando anunció que la Fiscalía de la
República investiga la muerte de una mujer que fue sometida a estudio clínico,
al tiempo que informó que actualmente en mi país, Costa Rica, la normativa que
regula las investigaciones médicas en seres humanos está impugnada ante nuestro
Tribunal Constitucional. Hechos como el escándalo de los experimentos
biomédicos realizados en la década de 1960 en Willowbrook, Nueva York, -en
donde intencionalmente se inoculó
hepatitis a niños con deficiencias mentales-, o el inaudito mercadeo de
la vida que estamos viendo hoy en la actual sociedad de consumo laicista, en
donde, -por dinero-, profesionales de la ciencia hacen todo tipo de caprichosas
prácticas con genes, óvulos, embriones, y fetos, nos recuerda que Occidente
debe de establecer cuidadosamente lo que debemos entender por bioética, y
cuales son los parámetros de constitucionalidad en esa materia. Y debemos
hacerlo cuanto antes, porque la civilización occidental merece avanzar en
materia de investigación médica. Pero debe hacerlo dentro del marco bioético
correcto, pues en esta materia existen serios intereses creados.
Correctamente entendida, la bioética es la conciencia crítica de la
civilización tecnológica. Pero del concepto de la bioética, se ha entronizado una
versión perversa. Tal devaluada versión, proviene de lo que George E. Moore
definió como la falacia naturalista, la cual pretende imponer una gran
división entre el ámbito de los hechos naturales y el de los valores morales. Para
los cultores de esta corriente, -que tiene una primera inspiración en las
ideas de David Hume del siglo XVIII-, los valores y las normas morales
son simples supuestos que dan lugar a juicios prescriptivos que no se pueden
demostrar. Esta es la base lógica que da fundamento a una bioética ilegítima,
la cual se está entronizando en Occidente. Para esta versión, los valores
supremos son simples objetos de la libertad de conciencia de cada quien. La
lógica de esta filosofía es la siguiente: al no ser los valores teoremas
demostrados ni axiomas autoevidentes, éstos deben ser desechados. Henry Poincaré
resumía la ley de Hume con una implacable sentencia: "en la ciencia, la moral no debe existir". Hijos de esta
corriente filosófica, son los modelos utilitaristas y subjetivistas que se pretenden
imponer como modelos “bioéticos”. El denominador común de estos modelos es la
renuncia a la existencia de la verdad moral, sustituyéndola por una parte, en
el simple cálculo de las consecuencias del hecho con base en la relación
costo-beneficio, y por otra, mediante un proceso de ideologización de las
mayorías, hasta el punto de imponerle a las sociedades la aceptación de
cualquier práctica medica que se considere “útil”. Tal como sucedió en el
facismo. Pero una bioética desligada de los valores absolutos es una
perversión. Debe advertirse que la intención de las antropologías
biologistas de reducir lo humano a lo puramente zoológico, no es un proyecto
científico, sino ideológico.
Así pues, -en materia bioética-, Occidente se debate hoy entre dos
caminos. En temas como el de la defensa de la vida, la manipulación
genética, la reproducción asistida, el aborto, la eugenesia, la
eutanasia, y la investigación médica en seres humanos, debemos decidir si
escogemos el camino de un genuino modelo bioético centrado en el principio de
dignidad humana, o hundirnos en un peligroso utilitarismo.
Ahora bien, de aquí surge una cuestión constitucional de importancia
mayor. De conformidad con el sistema de valores que permitieron forjar el
constitucionalismo occidental, ¿qué debemos entender por dignidad humana? En
esta era de materialismo laicista he escuchado la pregunta acerca de ¿cuál es
la mas grande conquista de la humanidad? Usualmente se responde apuntando a los
consabidos logros materiales del hombre, como lo es la llegada a la luna, el
descubrimiento de América o el de la teoría de la relatividad. Pero no es
ninguna de éstas. Nuestra más grande revolución no es de orden material, y no
es un logro de la era moderna, sino de la Antigua. La más revolucionaria
conquista de la humanidad es el principio de la dignidad humana y -tal y como
nos recuerda José Antonio Marina-, este es un concepto de orden estrictamente
espiritual. El principio de la dignidad humana, -que es el fundamento de
los derechos humanos y constitucionales-, surge de la convicción espiritual
de que todos los hombres hemos sido creados y de que tal creación ha sido a
imagen y semejanza de un Ser ético. Un principio estrictamente
espiritual. Por esta razón resulta absurda la intolerante exigencia de algunos
activistas, que pretenden que en temas neurálgicos para nuestro futuro, -como
es el de la bioética-, la voz de la iglesia sea amordazada y proscrita de la
discusión.
Por el contrario, en este tema, la amenaza de fondo la ofrece el
materialismo laicista, - y léase bien que no he afirmado laico sino laicista- porque
despoja a la dignidad humana de su esencia y origen estrictamente espiritual.
Lo desnaturaliza de esa esencia y lo sustituye con un moralismo secular que
alcanza para todos los deseos y caprichos que se quieran asumir. Usted pida y
se le elaboran valores morales a la medida de su deseo. Si lo que se desea es imponer
una dictadura, o provocar una sociedad de consumo desbocada, se puede construir
un sistema moral secular que sea el conveniente para imponer cualquier deseo
que impere. En fin, vaciándolo de su esencia espiritual, -e imponiendo la
dictadura del relativismo-, podemos escoger de un amplio espectro de sistemas
morales y dará igual. Todos valdrán lo mismo. La frontera constitucional de la
bioética nos recuerda que la sociedad tiene como punto de referencia a la
persona humana, que es el fin y el origen de aquella. Frente a toda reflexión
racional, -aún una sanamente laica-, la persona humana es fin y no medio. El
ser humano es realidad que trasciende consideraciones de tipo económico,
jurídico, o histórico.
Por ello suscribo las palabras que afirmó con inmejorable audacia Elio
Sgreccia. Por ser la persona ante todo un ser espiritual, es que ella vale por
lo que es y no tanto por las opciones que decida, pues en toda elección la
persona compromete lo que ella es, su existencia y su esencia, su cuerpo y su
espíritu; en toda elección no solo se ejecuta el ejercicio de elegir, sino también
el contexto de esa facultad, un fin, unos medios y unos valores. fzamora@abogados.or.cr