Dr. Fernando
Zamora C.
Abogado constitucionalista
Publicado en el diario La Nación bajo la dirección:
En etapa de definición
electoral vale recordar qué es el ser nacional. Lo primero a reconocer, es que
el ser nacional no nos pertenece a las actuales generaciones de costarricenses.
No somos sino siervos y acreedores de las pasadas, como de las futuras
generaciones. En una primera medida, ese patrimonio pertenece a las anteriores
generaciones de costarricenses, porque con su sangre y sacrificio abonaron la
semilla de los tres grandes fundamentos de nuestra herencia: el de nuestra
libertad, el de nuestro sello de fusión como cultura hispanoamericana y el sustrato
de nuestra identidad espiritual. Por ello nuestros ancestros son acreedores en
primer grado. Por demás está reconocer la importancia de las generaciones por
venir, como acreedoras de ese mismo legado, que es nuestro ser nacional. ¿Qué
les debemos a esos futuros ciudadanos? En lo posible superar la herencia que obtuvimos,
o al menos garantizarles a ellos lo mismo que recibimos. En lo político y
económico una patria con libertad, en lo cultural y lo espiritual, una nación
con identidad definida.
Es claro que no se puede
encerrar la definición del ser nacional en un escrito, pero no es correcto que,
por tal razón, renunciemos a la posibilidad de aproximarnos a ella. En el plano
político y económico, el primer fundamento es el de la libertad. Sobre el cual,
cuatro hitos plantados en el suelo de nuestra historia la abonaron con fuerza:
la vocación independentista de los próceres costarricenses en 1821, la gesta
antiesclavista de 1856, la gesta por la democracia del 7 de noviembre de 1889, y el movimiento antidictatorial que culminó
con la revolución del Sapoá en 1919. Si hay algo que certifica la vocación de
libertad del pueblo costarricense y su determinación por defenderla, son hechos
de tal calibre.
El segundo fundamento es el de
nuestra fusión cultural hispanoamericana. Abreva del rico crisol que el
mestizaje aportó a nuestra nacionalidad. ¿Qué somos sino una rica argamasa de
hispanidad, de indigenismo, de afrodescendencia y además de un judaísmo originalmente
español sefardí -y posteriormente del resto de Europa- en búsqueda de cobijo, paz
y libertad? Finalmente el tercer fundamento en el rudimento de nuestro ser
nacional, es el de nuestra identidad espiritual. El nuestro es un pueblo que
valora esa identidad. En el subsuelo de la identidad espiritual del
costarricense está nuestra herencia judío-cristiana. Por cualquier lado que
quiera mirarse está enraizada. Está en las convicciones que trajeron de España nuestros
padres fundadores y está en la herencia de nuestro mestizaje entre el colonizador
y el nativo. Si la miramos desde otra perspectiva, la del costarricense
afrodescendiente, también allí está. Según los historiadores Meléndez y Duncan,
basta investigar en las raíces espirituales del tico afrodescendiente para
encontrar esa misma herencia, pero a través de otras denominaciones: la
anglicana, bautista, metodista y adventista. El posterior arribo del educado
inmigrante exclusivamente judío, lejos de afectar, vino a nutrir y a dar vigor
a esa tradición judío-cristiana de la que ya nos beneficiábamos. No había forma
de que nuestros abuelos recibieran mal al judío. La razón es que nuestros
primeros colonos, eran en buena medida conversos de herencia española judío-sefardí.
Por ello, gran parte de nuestros apellidos son de tal genealogía. No por
casualidad, nuestra primera bandera nacional era un fondo blanco con una gran estrella
roja de seis puntas en su centro, exacta a la del Rey David. Influencia de
colonos españoles judío-sefarditas que vinieron en busca de paz y libertad. Por
eso el antisemitismo para un costarricense es, -y debe seguir siendo-, un
horror.
Acercarnos a los rudimentos de
la comprensión de ¿qué es el ser nacional?, es concluir que, en lo político y económico,
es firme convicción de libertad. En lo cultural, es crisol que fusionó nuestra
hispanoamericanidad y en lo espiritual, es identidad forjada en milenios. Afirmarlo
es reconocer que, como pueblo, estamos orgullosos de lo que permitió esa
identidad y defenderla. ¿Cuál es el prejuicio, -imbuido de resentimiento e
ideología-, que hoy pretende destruir el legado que recibimos de quienes
forjaron la historia? Por ello, a la
hora de las definiciones, es importante detectar cuáles movimientos electorales
defienden sin ambigüedades ni tibiezas esta herencia. En el sentido opuesto,
alertarnos de aquellos movimientos políticos que prohíjan ideologías que disminuirían
la calidad de nuestra libertad, de nuestra identidad cultural y espiritual.
Las posiciones deben ser
juzgadas. Y si lo ameritan, repelidas y combatidas. No es cierto que todas sean
respetables, como pretenden algunos “bienpensantes políticamente correctos”,
gratificados por repetirlas. Veo en el discurso de la mayoría de los aspirantes
electorales una peligrosa sobredimensión del rol que debe jugar el político. En
La Ilusión Política, el sociólogo
francés Jacques Ellul se refiere a la necesidad de que el ciudadano tome
consciencia del carácter ilusorio de buena parte de la actividad política. En
primer término porque la política es por lo general reacción y no iniciativa.
Los políticos no moldean el mundo en que estamos, pues usualmente la única
posibilidad de la actividad política es la de responder ante los procesos o
paradigmas que la evolución socioeconómica le va imponiendo a la historia
humana. Además, la acción política siempre conlleva resultados distintos de los
anticipados. Donde conceptos que se escuchan cautivantes, -y que la clase
política aplica hasta la saciedad-, básicamente son eufemismos que a la hora de
la verdad de la acción pública, vienen en la práctica a disminuir la calidad de
la libertad ciudadana, y a cambio del sacrificio, el resultado es por lo
general estéril, o peor aún, dañino. Por ello, en gran medida, la política es
espejismo. Cantos de sirena. Por ello los partidos imbuidos de conceptos
ideológicos son los más peligrosos. Escuché por ejemplo, que uno de los partidos
en liza, con aspiraciones de gobierno, se proclamaba “feminista”. Por allí
entonces aparecerá a la larga otro que se autodenomine “machista”. Tonterías
ideológicas para ciudadanos incautos. De ahí que la vanidad de quienes aspiran,
o tienen poder, sea derivación de la sobreespectativa de la población y de los
medios sobre lo que realmente ellos pueden y deben hacer. La prosperidad, -más
que de política, quimeras, y fórmulas mágicas-, dependerá de la cultura del
pueblo que llevará al gobernante al solio. fzamora@abogados.or.cr