Dr. Fernando
Zamora Castellanos.
Abogado constitucionalista
Publicado en el Periódico La
Nación:
Una conclusión obvia se extrae
de las cartas ideológicas, de las propuestas de gobierno y de las primeras
iniciativas de los dos principales movimientos políticos que recién asumieron el
control del parlamento. La política costarricense está siendo dirigida por dos partidos
con una ideología coherentemente enfocada. Si tuviese que enunciar el enfoque
de forma concluyente, afirmaría que es una agenda ideológica sustentada en dos grandes
objetivos. Por una parte, la consolidación de un sistema de progresiva
intervención estatal en cada vez mayores esferas de actividad humana. En otras
palabras, la política en función del Estado y no en función del hombre. El otro
objetivo tiene que ver con la cultura de la patria. Consiste en la imposición –aquí-,
de la agenda internacional del materialismo laicista. En el orbe, ella promueve
sustituir de la vida pública la histórica cosmovisión centrada en los valores
cristianos, y en su lugar, imponer una cosmovisión -no laica-, sino laicista. Algo
que podríamos definir como descristianizar la vida pública. Como ambos partidos
coinciden en estos dos objetivos, el pacto que les permitió controlar el
Congreso era -desde la perspectiva ideológica-, natural. El acuerdo político que
ambos suscribieron lleva el mérito de ser honesto con esa afinidad de propósitos.
No se trataba simplemente de elegir un directorio legislativo. Se trata de impulsar
un proyecto político ideológico específico. Por cierto, al pacto se sumó un
tercer partido: el PUSC. Lo incongruente de esa adición es que -en teoría-, es el
socialcristianismo la filosofía política del Partido Unidad. Si no pretende renunciar
a su planteamiento filosófico originario, no comprendo de qué forma dicho
partido se sumará a las iniciativas legislativas que se deriven de tal acuerdo.
Para ser coherente con su carta de principios, en algún momento habrá de
corregir el rumbo.
Así pues, la balanza está
inclinada hacia el monopolio de un discurso en dos vías: una vía claramente estatizante
y otra que a la vez confronta los valores judío-cristianos que le dieron
cimiento a la nación. Frente a ese proyecto ideológico, forjar un contrapeso sólido
es algo sano para la democracia constitucional. Y ese es el desafío de la
democracia cristiana. ¿Por qué? En primer término porque ese contrapeso no lo
puede ofrecer un partido sin un fundamento cristiano claro. Menos aún partidos
que carguen prácticas clientelistas, pues esa malpraxis también se sirve de un
Estado peligrosamente asistencialista y progresivamente invasor. Tampoco lo
puede ofrecer un partido cuya visión política esté reducida a una simple perspectiva
de libre economicismo, pues el hombre no solo vive de pan. La democracia
cristiana es una filosofía política que concentra dos virtudes que son
indispensables hoy. Por una parte la defensa de una visión política integral
sustentada no en el Estado, sino en el ser humano. Lo anterior a través de la
defensa de principios como el de subsidiariedad. Por otra parte, desde la
perspectiva cultural, la defensa de los valores de la vida y la familia. Por
dicha razón, el arribo al Congreso de la Alianza Demócrata Cristiana, cuyo
representante es el expresidente legislativo Mario Redondo, es una noticia
esperanzadora. En las últimas décadas, es el primer partido con una filosofía
política integral derivada de los valores cristianos, y por tanto, no limitada
únicamente a los temas de algún segmento electoral religioso. Este último
aspecto es fundamental, y como tal, paso a explicarlo. El árbol no debe
confundirse con sus frutos. El cristianismo es fuente que inspira filosofías
políticas, pero no por ello es una filosofía política. Mucho menos una
plataforma ideológica de iniciativas electorales. Contradecir este argumento,
conllevaría al aberrante criterio de considerar como ideales políticos, la
verdad revelada por Dios al hombre para que la profesara como estilo de vida. El
cristianismo es algo muy superior a cualquier ideología o filosofía política. Que
partidos invoquen un discurso limitado a lo confesional -como ha sucedido-, es
algo que debe ser superado.
Al debate nacional le urgía un
partido con una filosofía política que, aunque derivada de los valores judío-cristianos,
ofreciera una agenda integral sobre los distintos problemas nacionales. Y
particularmente, con una visión país coherente con una filosofía política
sistemática. Hasta la reciente aparición de la nueva ADC, la democracia
cristiana costarricense se había sumido en una grave crisis existencial. En esta
crisis colaboró el abandono que en el pasado el Partido Unidad hizo de la
agenda democristiana. A tal extremo llegó ese abandono, que durante el
cuatrienio 2006-2010, una miembro de su fracción legislativa promovió proyectos
de ley contrarios a la doctrina familiar cristiana, e incluso proyectos contra
la vida. Iniciativas tristemente enmarcadas en lo que Juan Pablo II denominó la
“cultura de la muerte”. Por otra parte, algo pasó con los partidos que pudieron
haber llenado este vacío, los partidos denominados evangélicos. Se constituyeron
con un objetivo noble, pero fueron iniciativas políticas unipersonales y monotemáticamente
enfocadas solo en los requerimientos del sector religioso que adoptaron como
base electoral. Ello les impidió convertirse en movimientos con una visión país.
La democracia cristiana surgió
en la historia como necesidad de que los cristianos seglares participaran como
tales. Para insuflar el espíritu cristiano en la orientación del poder público.
Surgió como reconocimiento de que la acción política debe ser un compromiso del
cristiano laico, pues aunque por su propia misión la Iglesia tiene función de
magisterio en la dimensión temporal, ella trasciende esta realidad material. Y
al ser la actividad política enfrentamiento de los problemas históricos
concretos, ella es tarea de políticos, y no de ministros religiosos. Por esto,
aunque de inspiración cristiana, los partidos democristianos son
aconfesionales. Como distinguen con claridad lo que es la acción política de lo
que es la actividad religiosa, no son partidos “evangélicos” o “católicos”,
sino partidos de laicos cristianos comprometidos en una visión política
integral. Tal, es la perspectiva correcta.
Ahora bien, frente al panorama enunciado, la
buena noticia es que rectificar es posible en función de una agenda
democristiana común. El cuatrienio apenas empieza. En esa enmienda puede
colaborar el hecho de que el Partido Unidad cuente con el liderazgo del Dr.
Rodolfo Piza, hombre que verdaderamente se ha comprometido con los valores
democristianos. Otro factor positivo es que –desde dentro del Congreso-, la Alianza
Demócrata Cristiana (ADC) cuenta con la representación de otro líder coherente,
el Lic. Mario Redondo, experimentado expresidente legislativo. Otros partidos -como
los denominados evangélicos-, tienen la oportunidad de abandonar las antiguas divisiones
y aportar a la unión en función de dicha agenda integral. Es el llamado ante el
reto que todos enfrentan. Marcarán la impronta quienes sean consecuentes frente
al desafío. fzamora@abogados.or.cr
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