Dr. Fernando Zamora Castellanos.
Abogado Constitucionalista
Publicado en
España bajo la dirección:
Publicado en el
Periódico La Nación
¿Desafía el
posmodernismo los valores resguardados por el constitucionalismo occidental? Para
responderlo es necesario repasar las características generales del
posmodernismo, pues no es posible resumir en una expresión lo que significa. El
posmodernismo es, ciertamente, una corriente crítica contra la razón, aunque en
términos generales, es una tendencia mucho mayor que eso, pues corroe peligrosamente
las bases históricas de la cultura. Así como no puede resumirse en una frase lo
que el posmodernismo es, tampoco lo es atribuir su existencia a una única
causa. Si debo mencionar una razón principal para explicarlo, concluyo que es
hijo del vacío existencial en que ha caído el hombre moderno. De ahí que en su
ensayo introductorio, La posmodernidad y
sus modernidades (Edit.UCR) el profesor George I. García, concluye su
análisis recordándonos la “faceta sombría
de la posmodernidad.”
Enunciemos las características
principales del posmodernismo. La primera, es su naturaleza “hedocéntrica” –esto
es-, la forma de vida social centrada en el hedonismo. El placer como fin de la
existencia y valor dominante. El goce de los sentidos como objetivo vital. La
posmodernidad ha sustituido milenios de actividad humana caracterizados por la
cultura del esfuerzo, y la ha sustituido por una vocación de vida centrada en
el placer. Como se vive para el presente, desaparece la valoración social por
el esfuerzo. Esa propulsión a vivir del presente, arrastra una implicación económica
perversa, pues el enfoque de inmediatez absoluta, genera una idolatría del
consumo, y éste pasa a ser un fin en sí mismo. Bajo tal panorama, ya la
economía no es guiada por la cultura, ni está en función de resolver las
necesidades genuinas del ser humano, sino que está supeditada a un consumo sin
propósito, ni sentido real de elevación de la condición de vida, lo que hace
que buena parte de la economía esté en función de gasto vicioso y superficial.
Esta vocación centrada en el “consumo aquí y ahora”, provoca una negación
enfática de los beneficios de demorar la gratificación. Una incultura
“presentista” que no valora la constancia perseverante ni la paciencia como
virtud. Por ello, el segundo parámetro del posmodernismo tiene una peligrosa
implicación económica, en la que el sistema económico deja de ser sanamente
productivista, dando un énfasis desmedido al consumo suntuario.
Un tercer
elemento del posmodernismo -que es de carácter filosófico- es su sentido de
renuncia al ideal de progreso. La naturaleza “presentista” del posmodernismo y
su pesimismo vital, estimula la noción de que la historia no tiene sentido, y por
tanto, tampoco el futuro. La participación cívica es la primera dañada con tal
noción, pues la política es esencialmente una obra civilizadora. Para que una
noción filosófica contra el progreso y
el sentido de la historia tenga éxito, se debe atacar la noción judeocristiana
de que la historia humana implica el plan moral de Dios para el hombre, y de
ahí nace la cuarta caracterización posmoderna como una corriente en la que no
existe escala de valores, ni verdad. La hora del relativismo de las conductas. Si
las fronteras éticas o reglas de conducta amenazan el goce de los sentidos como
objetivo vital, es necesario deshacerse de ellas. Lo que provoque gozo a mis
sentidos está legitimado -y a la inversa-, lo que no lo logre, no vale. Por eso
el hombre ingrávido solo asume espiritualidad que no lo comprometa moralmente y
surgen movimientos “espirituales” que no demandan compromiso moral.
A raíz de la
relatividad de las conductas, surge un quinto parámetro que caracteriza el
posmodernismo: la quiebra del principio de autoridad. Como el posmodernismo
engaña con la falacia de que no hay verdad, ni escala en los valores, entonces
el principio de autoridad se torna nugatorio e innecesario. Por eso vivimos una
era de quiebra de la solemnidad y transitamos un peligroso período de la humanidad
en el que se aplaude la desacralización, el laicismo, y se atacan las virtudes.
En su obra Modernidad líquida, Bauman
nos recuerda que la sociedad posmoderna es hostil a las virtudes, al tiempo que
apologiza lo vulgar. De ahí que, en esta
era se ha desnaturalizado el arte, lo que representa otra característica de la
corriente. El sentido natural y original del arte fue la elevación espiritual.
En palabras de T.S. Eliot, la voluntad que hizo posible el gran arte, nace de la
aspiración del hombre por trascender espiritualmente. Sin embargo, la
arremetida materialista del posmodernismo degradó el arte a tal extremo, que el
intelectual serio se indigna porque se le atribuye calidad artística a cosas
que son verdadera basura. A la obra artística se le extrajo su contenido
espiritual, lo que la desligó de su sentido originario, de su naturaleza y
razón de ser.
En el posmodernismo hay culto a la tecnología, pero no a la razón. ¿Por
que se abandonó la razón? Porque se estableció una peligrosa imposición del
utilitarismo como pensamiento único. El discurso legítimo es el que es útil
para conquistar el apetito material. En función de lo cual, solo vale el
pensamiento que se encuentre sustentado, ya sea en una visión materialista de
la existencia -o sino-, en una liviana espiritualidad desprovista de
requerimientos éticos. Como el enfoque de la vida está sustentado en la
satisfacción de los sentidos físicos, no hay espacio para metafísica alguna con
imperativos morales categóricos. El resultado es un absolutismo bicéfalo: una
cabeza del monstruo es el de un utilitarismo materialista, la otra el de un
utilitarismo de falsa espiritualidad, pues toda espiritualidad desprovista de
compromiso ético es mera superstición. La irracionalidad posmoderna deriva de
su naturaleza puramente emocional. Como el
posmodernismo prioriza en la irracionalidad de las emociones, el posmoderno es incoherente en su discurso. Solo
un ejemplo: he tenido la oportunidad de comprobar que muchos activistas que
defienden con especial celo los derechos femeninos (lo cual aplaudo en la
medida en que no se lleve a extremos sociales inconvenientes), defienden al
mismo tiempo el accionar de movimientos que violan esos mismos derechos, (apoyando
al grupo Hamas en Palestina), lo que es una supina contradicción. Esto es así
porque se priorizan las formas, frente a la sustancia o el fondo, provocándose una
incapacidad de discriminar. Lo importante es adscribirse a la opinión pasajera
que esté de moda. A la pregunta inicial de este artículo, un sí es la
respuesta. El posmodernismo es -en síntesis-, la muerte del ideal. fzamora@abogados.or.cr
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