Dr. Fernando Zamora Castellanos.
Abogado constitucionalista
Publicado en el periódico La Nación bajo la dirección:
Para el marxismo, la familia era una institución que debía ser
suprimida. La dialéctica marxista pretendía explicar los fenómenos sociales bajo
el lente de la lucha entre oprimidos y opresores, y tal ideología aplicaba esa
lógica a la institución de la familia. Dos obras históricas son básicas para comprender
esta afirmación. La primera de ellas, El
manifiesto comunista, y la otra es, El
origen de la familia, la propiedad privada,
y el Estado. Allí sus autores, -Carlos Marx y Federico Engels-, sostienen
que la familia es una expresión más del fenómeno dialéctico, donde los padres
explotan a sus hijos, el padre a la madre, el hombre a la mujer, y así en
adelante. Los hijos, las mujeres y demás oprimidos, deben combatir contra sus
opresores. Tal es la base que da fundamento a su propia idea de lucha entre “explotados
y explotadores”, pero aplicada a la familia. En consecuencia, se concluye que la
familia es una entidad de dominación burguesa que debe ser suprimida. De hecho,
en la primera de las obras referidas, Marx afirma sin ambages: “¿nos reprocháis el querer abolir la explotación de los hijos por sus padres? ¡Pues
confesamos este crimen!” En la segunda obra indicada, Engels insiste en su obsecuencia,
y ataca la idea de familia constituida a partir del hombre y la mujer. Sostiene
que ésta es “…una forma de esclavismo de
un sexo por el otro, proclamación de un conflicto entre los sexos.” Para
Engels, -uno de los padres fundadores del comunismo-, en la familia constituida
por un esposo y una esposa, “la ventura y
desarrollo de unos, se verifica a expensas de la desventura y represión de
otros.”
A partir de esas ideas absurdas, se saboteó la noción de la familia en
la que el padre asume responsabilidad de primer orden. Desde el punto de vista
ideológico, en la familia en que el padre conserva responsabilidad existe
explotación. Se le llama “entidad patriarcal”, y es un término peyorativo de
conformidad con la cosmovisión marxista. Para el marxismo clásico, una familia
donde el hombre se ha unido con una mujer, teóricamente es un fenómeno donde se
da la lucha entre “opresor y oprimido”. Allí los hijos son explotados por parte
de sus padres, la mujer por parte de su esposo, y todos deben rebelarse. Por
ello, la aceptación del aborto tiene su raíz en la idea de la libertad femenina
a partir de un concepto marxista: que la responsabilidad de la madre ante sus
hijos es una “servidumbre” propia de la sociedad patriarcal. En el socialismo
la mujer sería libre de tal “esclavitud”. Dicho prejuicio ideológico fue lo que,
a principios del siglo XX, llevó a los bolcheviques a aprobar las leyes del
aborto, a facilitar de forma excesiva las leyes de divorcio, y a la idea de que
los hijos debían ser “liberados” de sus padres en favor del Estado. Concebían
que, era a través del sexo sin compromiso que la mujer lograba vencer las
“cadenas opresivas” que le imponía el hombre. Así proliferaron diversos movimientos,
-como el de Alexandra Kollontai-, que promovían la práctica del libre
apareamiento. Además, en esa temprana etapa de la era soviética, en las aulas
escolares se promovió una doctrina sexual materialista coincidente con esa cosmovisión.
Como era de esperar, en la década de los años treinta, todo ese sabotaje
contra la familia provocó que la sociedad soviética entrase en una profunda
crisis. Según documenta la historiadora Sheila Fitzpatrick, cuando las
autoridades comunistas tomaron consciencia del desastre social que la política antifamilia
estaba provocando, la revirtieron de inmediato, y del todo. En junio de 1936, se
emite un decreto por el que se revocó la excesiva facilidad del divorcio. Se desestimularon
los movimientos como el de Alexandra Kollontai, -y otras corrientes similares-,
que promovían la idea de la lucha entre los sexos, las cuales habían
proliferado con aquellas políticas públicas del bolchevismo. En síntesis, se retomó
la idea del sentido vital de la familia para la sociedad. Incluso, en ese mismo
año, el Komsomolskaya Pravda anunciaba
que “…los jóvenes deben respetar a sus padres
y mayores, incluso si no les gusta el Komsomol.” Tal y como anota Alvaro Lozano, -doctor en
historia y experto en esa etapa de la vida rusa-, la Unión Soviética debió
volver a reeducar a la población respecto de la importancia de los padres como
autoridades que refuerzan los principios morales del hogar. Para Lozano, de no
haberse revertido a tiempo tal doctrina sexual y familiar, a la sociedad
soviética le hubiese sido imposible enfrentar el desafío que le impuso la
segunda guerra mundial.
Pues bien, aquella peligrosa doctrina sexual y familiar de los textos
clásicos del marxismo, ha regresado hoy: se llama ideología de género. La
“novedosa” ideología de género es una expresión renovada de la dialéctica
marxista. Por ser la traducción novedosa de aquel viejo fundamento ideológico,
es neomarxismo puro. Muchos de los activistas liberales, -y de otras corrientes-,
que defienden con celo la ideología de género, no imaginan que el marxismo sea su
origen. Por ejemplo, pese a que fue una diputada nominada por un partido
democristiano, la actual Vicepresidente
de la República se ha convertido en el adalid nacional de este neomarxismo de
género, por lo que desconozco si tendrá noción de cuál es la verdadera raíz de
aquello que ha defendido. Esta es una corriente materialista y antagónica de
los valores que han forjado y dado fundamento histórico a la familia. Lo más
preocupante del creciente auge de esta ideología, no es que se utilice como
instrumento de poder por parte de algunos segmentos políticos, sino el daño que
está haciendo en la juventud y la familia. Esta peligrosa corriente se está
manifestando a través de múltiples políticas públicas. Entre muchas, una especialmente preocupante:
la nueva doctrina que los ideólogos del libre sexo están implementando en nuestras
escuelas y colegios. Tal y como se infiere de la lectura del plan educativo
sobre la materia, allí se promueve la unión sexual
sustentada en el placer, o en las siempre tan cambiantes emociones afectivas. Así
se aísla el sexo de todas las demás responsabilidades destinadas para
acompañarlo. Ciertamente el derecho a gozar nuestros impulsos sexuales se
asocia con el derecho a la felicidad, al que refiere la declaración de
independencia de los Estados Unidos, y no su Constitución como creen muchos. Sin
embargo, ese es un derecho que no es ilimitado, pues no puede desligarse de la
responsabilidad y de los compromisos morales que asumimos en la vida. De lo
contrario, retrocederíamos a la sociedad precristiana, en el que no solo los
impulsos sexuales, sino que gran parte de los impulsos humanos, tenían carta
blanca. Lo grave es que, -con estas corrientes-, hay muchos apostando peligrosamente
contra la sociedad.
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