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El
concepto que atribuye ser de “izquierdas” o “derechas” nace al instalarse la
Asamblea Nacional en la Francia revolucionaria del siglo XVIII. Dicha asamblea tenía
la responsabilidad de redactar la legislación fundamental que daría origen al
nuevo régimen, y que definiría el futuro de los franceses. Con el transcurrir
del tiempo y los debates, los asambleístas se fueron ubicando en dos zonas del
estrado según la intensidad de su deseo de cambio. A la derecha del líder de la
Asamblea se ubicaron los girondinos y a la izquierda los jacobinos. ¿Cuál era
la diferencia entre ambos? Los jacobinos, quienes se ubicaban a la izquierda,
aspiraban a un cambio radical y violento. Esencialmente pretendían que
desapareciera por completo la monarquía y que se instaurase de inmediato la
república. En tan radical afán, sus métodos fueron terriblemente sangrientos. A
la derecha se sentaban los de la Gironda, quienes aceptaban algunos cambios, pero
su planteamiento era mucho más moderado. Proponían la instauración de un
parlamentarismo monárquico y conservaban el apoyo de facciones de propietarios.
Esa es la razón por la cual, -a partir de aquellos hechos-, se le llamó de
“izquierda” a quien proponía el cambio con una vocación y por una vía radical.
Y de “derecha” a quienes resistían el cambio o apostaban por la transformación
de la realidad política con moderación de intención y método.
En el
siglo XIX, y hasta el final de la guerra fría en el XX, el estereotipo relacionado
con el hecho de ser de izquierda o de derecha varió. Fue contaminado por esas decimonónicas
programaciones mentales denominadas “ideologías”. Con el surgimiento del marxismo
por una parte, y de las doctrinas del liberalismo económico manchesteriano por
otra, ser de izquierdas o derechas fue un concepto que pasó a tener otra
connotación. Ser de “izquierdas”, fue enlistarse en todo aquel espectro ideológico
que proponía el control planificado centralmente de la economía y la
intervención general del Estado en la sociedad. En sentido inverso, ser de
“derechas” era contradecir lo anterior, -
y en términos prácticos-, pertenecer al espectro ideológico que prohijaba la
promoción del capitalismo y el mercado sustentado en la iniciativa privada. Ahora
bien, esa contaminación ideológica del concepto impuso serios obstáculos. Con algunas
ilustraciones analicemos porqué. Los intelectuales disidentes de la dictadura
soviética, como lo fueron, -por ejemplo-, Alexander Soljenitsin o Andrei
Sajarov, ¿eran de izquierda o de derecha? Veamos. Si queremos responder la pregunta bajo el
concepto ideologizado de lo que entonces significaba ser de izquierda o
derecha, -y si aceptamos que ambos combatían el régimen marxista impuesto en
Rusia durante el siglo XX-, deberíamos afirmar que ambos eran de derecha. Ahora
bien, si analizamos la pregunta desde la definición original del término, -en
el que ser de derecha o izquierda dependía de la posición que se asumía en
relación al cambio-, entenderíamos que ambos
eran intelectuales de izquierda. Esto si consideramos que aspiraban a un cambio
radical de la realidad que entonces vivía su patria. Aquí vemos un primer caso que
refleja la pobreza conceptual del prejuicio dualista respecto del hecho de ser
de izquierda o de derecha.
Aún peor,
con un ejemplo actual, analicemos cómo el prejuicio “izquierda-derecha” nos
limita más. Los informes internacionales anuncian que Islandia está logrando
salir de su recesión económica gracias a la implementación intensiva de energías
limpias, entre otras, el uso de tecnologías de energía solar desarrolladas por
empresas privadas. En este punto, ¿dónde tendríamos que encasillar una política
energética de tal naturaleza? ¿Es una política de derecha?, ¿o es de izquierda?
Si me preguntaran mi posición en materia de política energética, apuesto entusiasta
porque mi país, -y el mundo-, logren una transformación radical. Supongo que,
en este último caso, -en tanto aspiro al cambio-, debe imponérseme la etiqueta
de que soy de “izquierda”. Pero si tomamos en cuenta que, en dicho aspecto, un
cambio de esta naturaleza requerirá participación de la iniciativa privada y
del mercado, entonces, por tal razón, en el sentido “ideológico” del término,
yo no sería de “izquierda” sino de “derecha”. ¡Tremenda paradoja!
Alguien podría
afirmar que el asunto se soluciona regresando al sentido original del término. O
sea que, ser de izquierda o de derecha, ya no signifique asumir una posición en
el viejo espectro de las ideologías, sino que volviese a representar lo que inicialmente
era; simplemente asumir posición frente al cambio. Tampoco así solucionamos el
dilema, pues incluso, bajo ese razonamiento, ser de izquierdas o de derechas es
un prejuicio inútil. Con un ejemplo ilustremos el porqué. Si me preguntasen,
cuál es mi posición en relación a la defensa de la vida, -y sabedor de que en
mi país muchos pretenden implementar el aborto y la manipulación de embriones-,
debo decir que, en materia de defensa de la vida, no quiero para mi sociedad
ese tipo de “cambios”; con lo cual sería entonces de “derecha”. Sin embargo,
los cristianos que en el mundo antiguo lucharon por defender la inviolabilidad y
dignidad de la vida, en aquel entonces combatieron por transformar su realidad.
Con lo cual, sería injusto que, quienes hoy defienden el valor y dignidad de la
vida, se les endilgue por ese hecho la etiqueta de “adversarios del cambio”. Esa
perspectiva de la clasificación es necia, pues demoler lo preexistente o
pretender imponer cambios, no es algo que por sí solo tenga valor. Si por la
posición frente al cambio se trata, ser de izquierdas o de derechas no nos dice
nada. Porque así como puede ser beneficioso un cambio en una situación
determinada, igualmente en otra no, pues cuando se pretende correr en dirección
equivocada, lo correcto es permanecer. Finalmente, vale recordar que, respecto
a la prosperidad de las naciones, poco tiene que ver el sustento ideológico que
influye en las políticas públicas. Aquí una última ilustración. El paradigma político-ideológico
del desarrollo de Suecia y de Suiza, son radicalmente distintos. El primero es
sustentado en la economía social, el segundo sustentado en la individual. Sin
embargo, según el coeficiente de Gini, ambos tienen altos índices de riqueza e igualdad
económica. Esto es así porque la prosperidad de los pueblos no depende de la
ideología, sino de la cultura. fzamora@abogados.or.cr
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