Dr. Fernando Zamora Castellanos.
Abogado constitucionalista
Publicado en el diario La Nación: http://www.nacion.com/opinion/foros/camino-tomar_0_1523647626.html
Un año y medio después de su inauguración, el gobierno anuncia algunas medidas con el afán de dinamizar
la economía. Sin embargo, para salir de esta situación de medianía, es
necesario tomar decisiones de gran calado, y no tímidas instrucciones de vela
corta. Es necesario un verdadero despegue, y por las razones que explicaré,
estoy convencido de que el gobierno debe concentrarse en la transformación de
los medios de explotación de nuestros recursos energéticos. La energía es
potencia primaria y fuente por medio de la cual se desarrollan las sociedades.
Por la diversidad de factores que desata, toda transformación energética
cataliza prosperidad como consecuencia inmediata. La historia lo demuestra.
Sucedió en Costa Rica durante la segunda mitad del siglo XX, cuando se rompió
con la Electric
Bond and Share, e implementamos el
desarrollo hidroeléctrico que iluminó todos los rincones de la geografía
nacional. Igualmente lo demuestra la reciente experiencia islandesa. Pese a sus
dificultades financieras, el 80% del consumo energético de Islandia procede de
fuentes renovables, y se proyectan al 100% para la próxima década. En ambos
casos, las decisiones de política energética se tradujeron en crecimiento
económico.
La energía juega
un rol esencial en el desarrollo y decadencia de las civilizaciones. La cultura
y la capacidad energética son los parámetros de medición de la prosperidad
humana. Para el antropólogo George MacCurdy, el grado de civilización de cada
época, estará determinado por la capacidad de utilizar la energía en su
beneficio. En su obra La ciencia de la cultura,
Leslie White recuerda que todo progreso se debe a la capacidad, que logra la
cultura, de realizar suministros adicionales de energía. Cuando tales recursos
se agotan, si la cultura no es capaz de evolucionar hacia nuevos suministros,
el progreso se detiene. Esto lo demuestra la evolución social. En su condición
de cazador y recolector, durante la primera etapa de existencia humana, la
fuente de energía fue su propio cuerpo. Posteriormente, con la transición a la
actividad agrícola y ganadera, fue posible un mejor suministro de energía, y
por tanto, de excedentes productivos. Es a partir de ello, que surgen las
primeras civilizaciones, pues los sobrantes de alimento representaron una
reserva energética que permitió una mayor población. Cuando evoluciona la
cantidad y calidad del recurso energético, con ello el bienestar y el
crecimiento. Por ejemplo, la revolución del carbón hizo que la humanidad
duplicara su población y la posterior era del petróleo, que la sextuplicara.
Más aún, la era de los combustibles fósiles acarreó consigo una manera distinta
de organizar la sociedad humana. Por tal desarrollo energético, fueron posibles
los Estados-nación, las grandes urbes, o la actividad industrial, entre otras.
Los combustibles fósiles, además de una inmensa capacidad de consumo,
promovieron las grandes organizaciones industriales, verticales y
centralizadas, pues para su extracción era necesaria la capacidad logística de
tales entidades. Pero hoy estamos viviendo los estertores de la era de los
combustibles fósiles. La realidad que vivimos en el mundo, nos plantea una
encrucijada. Por una parte, el indudable agotamiento de este tipo de
combustibles y de la infraestructura global creada para explotarlos. Por otra,
nos hayamos en el umbral de un novedoso régimen energético, de una naturaleza
radicalmente distinta. La explotación de las nuevas energías, como lo son la
derivada de los biocombustibles, del hidrógeno, o del Sol, implican una
explotación más económica, y además, una posibilidad de exacción mucho menos
monopolizada, vertical y centralizada. Si cabe el término, es más
“democrática”. Además, si bien es cierto que las fuentes alternativas pueden
mover los automotores y la maquinaria, ellas no son sustitutas de los
fertilizantes derivados de productos fósiles, que son indispensables para la
producción masiva de alimentos. En otras palabras, por cada litro de
combustible que hoy gastamos en movilizarnos, lo sacrificamos en futura
producción alimentaria. El cambio energético urge.
Abundan razones que
demuestran cómo la transformación de los regímenes energéticos acarrea gran
prosperidad. Veamos. Si al menos el gobierno nacional decidiera virar hacia algún
régimen energético alternativo –y el de los biocombustibles es el más viable-, lograríamos
una implacable conquista económica, agraria, social y ambiental. Según
estadísticas de la FAO y del MAG, entre tierras degradadas, laderosas y tierras
que, por ganadería intensiva, perdieron su capacidad productiva, Costa Rica
tiene entre ochocientos mil y un millón de hectáreas ociosas. Resulta que
–precisamente-, la palma de coyol es un cultivo apto para ese tipo de tierra
improductiva. Una vez que se siembra, ella produce y captura biomasa durante
ochenta años, generando un fruto que es ideal para la producción abundante de
combustibles y aceites de gran eficiencia. Es un recurso energético limpio y fundamental
para conservar el ambiente, pues, además de que es una especie reforestadora,
las plantaciones también capturan mucho más C02 del que emiten los combustibles
que ellas mismas producen. La revolución de los biocombustibles es una
increíble noticia para la conservación ambiental, y además es también una
revolución económica y agraria que incidiría radicalmente en el desarrollo
social. ¿Por qué? Si Recope decidiera comprar a un precio regular el
biocombustible, la rentabilidad estimada es nada menos que superior a los cinco
mil dólares por hectárea. Difícilmente existen cultivos con tal nivel de
rentabilidad. Así mismo, a nivel social, las estadísticas estiman que estos
cultivos generarían un aproximado de doscientos mil empleos directos. A ello se
suma los indirectos, provocados como resultado, por una parte, de las
consecuencias de la misma actividad agraria. Por otra, los empleos derivados
del estímulo económico doméstico que genera el ahorro, pues sería reducir
drásticamente la importación de combustibles. La factura que pagamos por
concepto de importación de hidrocarburos, es mucho mayor a los mil millones de
dólares anuales. De consolidarse dicho nuevo régimen energético, seríamos
autosuficientes en la producción de combustible, con lo cual esa cifra superior
a los mil millones de dólares, quedaría en nuestras manos. El efecto
multiplicador de ese dinero circulando en la economía doméstica, provocaría un
crecimiento exponencial. ¿Podemos imaginar lo que significa ahorrarle a nuestra
economía más de mil millones de dólares al año? Aunado a todo lo
anterior, la autosuficiencia energética nos garantizaría seguridad, pues ya no
dependeríamos del suministro petrolero de terceros países y sus caprichosos
vaivenes de precio. Sería liberarnos del chantaje petrolero. Existe también la
posibilidad de incursionar en la energía derivada del hidrógeno. En cuanto a la
energía solar, también ella está empezando a transformar el mundo por
intermedio de empresas como Tesla y sus baterías solares para el hogar. Un mundo se ha abierto y éste es el camino a
seguir. Debemos asumir la misma determinación que en el siglo pasado creó el
ICE. Una vez más, el despegue económico dependerá de la capacidad de reinventar
nuestro potencial energético. fzamora@abogados.or.cr