lunes, 7 de diciembre de 2015

LA DIGNIDAD HUMANA


Dr. Fernando Zamora Castellanos.

Abogado constitucionalista

 

Publicado en el Periódico La Nación bajo el link:


 

El acontecimiento que la navidad conmemora, conlleva por sí solo el profundo mensaje de la dignidad humana: un principio constitucional cardinal. El concepto de la dignidad es asombrosamente novedoso. De hecho –a excepción de lo que sucedía en la antigüedad con el pequeño pueblo de Israel-, el concepto de igualdad humana no era practicada por el mundo antiguo. Quien visite los centros histórico-conmemorativos de la ciudad de Filadelfia, verá allí el texto de la declaración de independencia estadounidense redactada por Jefferson. Aunque ya había estudiado aquella hermosa redacción, al apreciar una edición tan antigua, me detuve en la afirmación de Jefferson, según la cual, el hecho de que “todos los hombres son creados iguales”, es “una verdad evidente”. Si bien es cierto para un occidental moderno -como lo fue él-, la idea de la igualdad era una verdad evidente, en el pasado no lo fue así en lo absoluto. Durante la mayor parte de la historia, lo natural fue la idea de la desigualdad, pues lo que resulta evidente a los sentidos, es que poseemos distintos atributos. Somos indudablemente diferentes en aspectos como talentos, perseverancia, energía, capacidad económica, atributos físicos y un largo etcétera. En la antigüedad, por la obvia desigualdad material del hombre, el ser humano no era sujeto sino objeto. Podría citar mil ilustraciones de ello.  Por ejemplo, el hombre era objeto o posesión del poder político. De ahí que, aún en las polis grecolatinas, en caso de situaciones como la guerra, el Estado disponía, tanto de sus súbditos como de sus haciendas. Los ciudadanos eran objetos del poder. El grado de potencia y capacidad de las personas era tan valorado, que una costumbre usual en la antigüedad clásica, era abandonar a los incapaces a su suerte. Por ello mismo, la razón por la que los gladiadores derrotados eran usualmente asesinados en la arena, se debía precisamente a la idea de que, tanto la debilidad como la desigualdad, eran socialmente despreciadas.

 

Ahora bien, si la desigualdad de los seres humanos parece tan evidente, ¿por qué razón la igualdad, -para esa generación de occidentales-, ya era una verdad indudable? La respuesta es que, durante siglos, había calado en la cultura occidental el mensaje de la navidad. La igualdad humana a la que se refería Jefferson, no era igualdad material, sino espiritual y moral, que es el concepto de igualdad que impulsó consigo la buena nueva navideña. Ciertamente la desigualdad física y material de los hombres es evidente, pero ésta, sin embargo, es compensada con la portentosa idea de que somos iguales en tanto hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios. Tal concepto espiritual originalmente surgió en la cultura hebrea. Buena parte de los eruditos coinciden en ubicarla en las tradiciones orales del segundo milenio anterior a nuestra era. Si bien es cierto, el pueblo judío fue el primero en practicar la noción de igualdad espiritual y moral del hombre, por varias razones sabemos que su mayor impacto lo provocó el mensaje de la navidad. En primer término, porque es gracias a ella que este concepto es propagado al resto de los gentiles. A partir de allí, se consolidó para el hombre moderno la convicción de que el ser humano no es el resultado del azar absurdo e incausado, del capricho, o de la sinrazón, -y por ende-, que en toda persona humana hay un sentido de propósito. Además, lo que el mensaje de la navidad sostiene es que, por cuanto somos dignos, ameritamos ser redimidos, que es la razón por la que Dios se encarnó con un propósito redentor. Así pues, gracias a tal idea, -la de que el mismo Dios decidió encarnarse en hombre-, el mensaje de la navidad confirma en Occidente la convicción de que el ser humano posee dignidad. Por el contrario, en el Oriente Medio, dicha idea no se ha concebido tal y como la comprendemos los occidentales. Entre otras razones, porque para el Islam era inconcebible, -y sigue siéndolo-, la idea de que Dios se hiciera hombre y se rebajara a nuestra condición. Aún más, a excepción de Séneca, los escritores grecolatinos antiguos insistían en la separación absoluta e infinita entre Dios y los hombres, abandonando al ser humano en una situación de lamentable postración.

 

Ahora bien, ¿cuál es el fenómeno físico o natural que nos traduce, a nuestra realidad material, el principio espiritual de igualdad moral y dignidad humana? ¿Por qué razón intuimos la grandeza de nuestro valor individual como personas? Intuyo la grandeza de mi valor, porque soy genética y moralmente único. El concepto de dignidad toma verdadera fuerza material al saber que, aún para quien vino al mundo con serias discapacidades o en situaciones de terrible desventaja, se es un ser único e inigualable, por su sola condición genética y moral irrepetible. La imagen y las características físicas y morales que fueron definidas para mí, son solo para mí, y por ello sé que mi vida no es una absurda casualidad. Para el ADN, uno de los intrincados recipientes en las que está contenida nuestra identidad única, el biólogo molecular e informático Leonard Adleman sostiene que, tan solo un gramo de él, ocupa alrededor de un centímetro cúbico que almacena la información en código de un billón de discos compactos. El filósofo Anthony Flew resume el asunto de la identidad, en una expresión derivada de su observación científica del genoma: una casi increíble complejidad de estructuras, un ensamblaje de piezas extraordinariamente diversas; una enorme complejidad de elementos y una gran sutileza de formas en que cooperan, y en la que alguna inteligencia ha debido participar para darnos identidad y producir vida”. Sin duda, maravillas moleculares que nos dan algunas pistas sobre la dignidad especial con la que todos contamos. En esencia, la buena nueva de la dignidad humana es el trasfondo del gran mensaje que celebraremos a la media noche del próximo 24 de diciembre. Y aunque el heroísmo del mundo antiguo apreciaba el poder, celebremos el heroísmo que trajo la navidad al mundo, y que nos ha enseñado a valorar -aún más que el poder-, la verdad.  fzamora@abogados.or.cr

ENTROPIA POLITICA Y ACTIVISMO DIGITAL


Dr. Fernando Zamora Castellanos.

Abogado constitucionalista

 

Publicado en el diario La Nación:


 

En el Periódico español el Imparcial:


 

La segunda ley de la termodinámica es denominada “entropía”. Es un concepto fundamental para la física. Para efectos de la idea que aquí quiero desarrollar, una de las nociones de dicha ley, es que la energía siempre se transforma de ordenada a desordenada y de concentrada a dispersa. Y la única forma de revertir ese proceso entrópico es empleando energía adicional, la cual, una vez usada, provoca una mayor entropía total. Algo así como un círculo vicioso de dispersión y anarquía. Pues bien, de alguna forma la ciencia social está imbuida de los conceptos de la física, y se relaciona con las ideas del famoso clásico de Oswald Spengler, sobre la decadencia de occidente, que conservo en mi biblioteca. Allí se advierte que el desarrollo de las civilizaciones lo caracteriza el conflicto entre el ideal de la identidad frente a las fuerzas caóticas. Por eso la evolución y caída de las civilizaciones se asocia a la suerte de la cultura. De ahí que un sector de la academia de antropólogos e historiadores, coincide en el hecho de que los principios de organización y comportamiento dirigen la energía colectiva, creando así el orden social. En otras palabras: la forma de confrontar la amenaza de la entropía social -o lo que es lo mismo-, la del caos, es ordenando la energía humana por la vía de los ideales sociales. En el mismo sentido, el historiador Rushton Coulborn sostiene que las civilizaciones decaen cuando se devalúa la convicción en sus valores, pues son éstos los que mueven a las personas a unir esfuerzos en razón de objetivos comunes. Por eso, cuando la voluntad colectiva es azarosa y fragmentada, resulta prisionera de tendencias anárquicas.

 

En un sentido complementario al anterior, el antropólogo Joseph Tainter advierte las señales de caída de las civilizaciones. Una de ellas es cuando destinan cada vez mayores cantidades de recursos únicamente para mantener su estructura social, al tiempo que el rendimiento de tales recursos es cada vez menor. Para dicho antropólogo, uno de los signos de decadencia social, es cuando el Estado se ve obligado a destinar ingentes recursos para sostener burocracias que controlan la sociedad, y por otra parte, apenas sostiene su existente infraestructura. Alertaba que cuando la mayor parte de los recursos disponibles se destina al mantenimiento del estilo de vida de élites y estamentos no productivos, se provocaba una peligrosa sobreexplotación de los recursos. Dicho escenario obliga aumentarle progresiva y constantemente los tributos a los ciudadanos productivos, lo cual es gota que derrama el vaso que acelera la decadencia. Cuando tal situación deriva en descontento, se deben destinar aún mayores recursos a la seguridad, la cual igualmente es una actividad que no genera producción en sí misma. En este punto, el paso a la desintegración es inminente. La física Danah Zohar agrega otra visión suplementaria. Para ella, la concepción newtoniana de la realidad nos lleva a la competitividad y por ende, al conflicto y la lucha por el poder, lo cual también contribuye a la dispersión de la cultura.

 

Es por el anterior razonamiento que concluimos que la responsabilidad primordial del estadista es resguardar la cultura con sus decisiones. Por lo antes anotado y las razones que expondré, tanto el populismo digital como la mal llamada “democracia de las calles” son peligrosos catalizadores de la entropía social. En relación al primero de los fenómenos -el del populismo digital-, estamos ante la amenaza de un poderoso activismo en redes que, cuando está mal orientado, deriva en irresponsabilidad política o en inmovilismo. Usualmente el populismo digital tiende a funcionar como un histerismo colectivo. Tanto puede inmovilizar, como llevar a error los sistemas políticos dirigidos por líderes carentes de carácter y convicciones genuinas. El problema es cuando la gritería digital se reduce a expresiones originadas en pasiones momentáneas desbordadas. Otras veces en corrientes o modas subculturales recién importadas, que no han sido digeridas por la reflexión serena, la experiencia pausada o el respaldo estadístico. Es la realidad de múltiples textos digitales, de pocas líneas, que impiden la discusión política procesada. La momentánea pasión de multitudes que violentan la decisión del estadista. Criterios que, aunque en ocasiones lo suscriban muchos, tienden a no tener fundamentos sólidos. El peligro es que, si bien la era digital abre un mundo de oportunidades, también amenaza con sumirnos en un histerismo plebiscitario constante. Una moderna y diaria versión de la misma gritería enardecida que liberó a Barrabás y condenó al Cristo. En esencia, una excesiva aceleración de la presión política que lleva a la decisión primero, y al estudio después.

 

Finalmente, el otro fenómeno que agrava nuestra actual entropía política es la mal llamada “democracia de las calles”, lo cual no tiene relación alguna con las pasadas y justas luchas reivindicativas de los trabajadores. Las luchas sindicales del pasado tenían potencia moral pues estaban sustentadas en la coherencia de una genuina vocación reivindicativa. Desde las primeras proclamas sociales del Obispo Thiel -en el siglo XIX-, Costa Rica tuvo una rica tradición de lucha social. Ejemplo de algunos de estos movimientos reivindicativos, fue la gran huelga bananera de 1934, en donde se reclamaron reivindicaciones tan sensatas como el que hubiese atención médica en las fincas. Igualmente, que fuese responsabilidad de los patronos entregar al obrero las herramientas de trabajo, o bien la prohibición de desechar fruta en función de la especulación. Por el contrario, actualmente es usual que la actividad sindical tenga como subrepticia pretensión que las nomenclaturas burocráticas conserven privilegios injustificados. De hecho, esta es la razón por la que la última convocatoria a huelga general, realizada por una coalición político-sindical, integrada por el Partido Acción Ciudadana, el Frente Amplio, y algunos sindicatos del sector público, no prosperó. Son intentonas que carecen de justificación moral. Y si -como indiqué antes-, los líderes gubernamentales deben resguardar la cultura con sus decisiones, ceder livianamente para rescatar del entuerto a un movimiento como ese, resulta en la siembra de una semilla que dará mal fruto.  fzamora@abogados.or.cr