Dr. Fernando Zamora Castellanos.
Abogado constitucionalista
Publicado en el diario La Nación:
En el Periódico español el Imparcial:
La segunda ley
de la termodinámica es denominada “entropía”. Es un concepto fundamental para
la física. Para efectos de la idea que aquí quiero desarrollar, una de las
nociones de dicha ley, es que la energía siempre se transforma de ordenada a
desordenada y de concentrada a dispersa. Y la única forma de revertir ese
proceso entrópico es empleando energía adicional, la cual, una vez usada,
provoca una mayor entropía total. Algo así como un círculo vicioso de
dispersión y anarquía. Pues bien, de alguna forma la ciencia social está
imbuida de los conceptos de la física, y se relaciona con las ideas del famoso
clásico de Oswald Spengler, sobre la decadencia de occidente, que conservo en
mi biblioteca. Allí se advierte que el desarrollo de las civilizaciones lo
caracteriza el conflicto entre el ideal de la identidad frente a las fuerzas
caóticas. Por eso la evolución y caída de las civilizaciones se asocia a la
suerte de la cultura. De ahí que un sector de la academia de antropólogos e
historiadores, coincide en el hecho de que los principios de organización y
comportamiento dirigen la energía colectiva, creando así el orden social. En
otras palabras: la forma de confrontar la amenaza de la entropía social -o lo
que es lo mismo-, la del caos, es ordenando la energía humana por la vía de los
ideales sociales. En el mismo sentido, el historiador Rushton Coulborn sostiene
que las civilizaciones decaen cuando se devalúa la convicción en sus valores,
pues son éstos los que mueven a las personas a unir esfuerzos en razón de
objetivos comunes. Por eso, cuando la voluntad colectiva es azarosa y
fragmentada, resulta prisionera de tendencias anárquicas.
En un sentido
complementario al anterior, el antropólogo Joseph Tainter advierte las señales de
caída de las civilizaciones. Una de ellas es cuando destinan cada vez mayores
cantidades de recursos únicamente para mantener su estructura social, al tiempo
que el rendimiento de tales recursos es cada vez menor. Para dicho antropólogo,
uno de los signos de decadencia social, es cuando el Estado se ve obligado a destinar
ingentes recursos para sostener burocracias que controlan la sociedad, y por
otra parte, apenas sostiene su existente infraestructura. Alertaba que cuando la
mayor parte de los recursos disponibles se destina al mantenimiento del estilo
de vida de élites y estamentos no productivos, se provocaba una peligrosa
sobreexplotación de los recursos. Dicho escenario obliga aumentarle progresiva
y constantemente los tributos a los ciudadanos productivos, lo cual es gota que
derrama el vaso que acelera la decadencia. Cuando tal situación deriva en
descontento, se deben destinar aún mayores recursos a la seguridad, la cual
igualmente es una actividad que no genera producción en sí misma. En este
punto, el paso a la desintegración es inminente. La física Danah Zohar agrega otra
visión suplementaria. Para ella, la concepción newtoniana de la realidad nos lleva
a la competitividad y por ende, al conflicto y la lucha por el poder, lo cual
también contribuye a la dispersión de la cultura.
Es por el
anterior razonamiento que concluimos que la responsabilidad primordial del
estadista es resguardar la cultura con sus decisiones. Por lo antes anotado y
las razones que expondré, tanto el populismo digital como la mal llamada
“democracia de las calles” son peligrosos catalizadores de la entropía social.
En relación al primero de los fenómenos -el del populismo digital-, estamos
ante la amenaza de un poderoso activismo en redes que, cuando está mal
orientado, deriva en irresponsabilidad política o en inmovilismo. Usualmente el
populismo digital tiende a funcionar como un histerismo colectivo. Tanto puede inmovilizar,
como llevar a error los sistemas políticos dirigidos por líderes carentes de
carácter y convicciones genuinas. El problema es cuando la gritería digital se
reduce a expresiones originadas en pasiones momentáneas desbordadas. Otras
veces en corrientes o modas subculturales recién importadas, que no han sido
digeridas por la reflexión serena, la experiencia pausada o el respaldo
estadístico. Es la realidad de múltiples textos digitales, de pocas líneas, que
impiden la discusión política procesada. La momentánea pasión de multitudes que
violentan la decisión del estadista. Criterios que, aunque en ocasiones lo
suscriban muchos, tienden a no tener fundamentos sólidos. El peligro es que, si
bien la era digital abre un mundo de oportunidades, también amenaza con
sumirnos en un histerismo plebiscitario constante. Una moderna y diaria versión
de la misma gritería enardecida que liberó a Barrabás y condenó al Cristo. En
esencia, una excesiva aceleración de la presión política que lleva a la
decisión primero, y al estudio después.
Finalmente, el
otro fenómeno que agrava nuestra actual entropía política es la mal llamada “democracia
de las calles”, lo cual no tiene relación alguna con las pasadas y justas luchas
reivindicativas de los trabajadores. Las luchas sindicales del pasado tenían
potencia moral pues estaban sustentadas en la coherencia de una genuina vocación
reivindicativa. Desde las primeras proclamas sociales del Obispo Thiel -en el
siglo XIX-, Costa Rica tuvo una rica tradición de lucha social. Ejemplo de algunos
de estos movimientos reivindicativos, fue la gran huelga bananera de 1934, en
donde se reclamaron reivindicaciones tan sensatas como el que hubiese atención
médica en las fincas. Igualmente, que fuese responsabilidad de los patronos
entregar al obrero las herramientas de trabajo, o bien la prohibición de
desechar fruta en función de la especulación. Por el contrario, actualmente es
usual que la actividad sindical tenga como subrepticia pretensión que las
nomenclaturas burocráticas conserven privilegios injustificados. De hecho, esta
es la razón por la que la última convocatoria a huelga general, realizada por
una coalición político-sindical, integrada por el Partido Acción Ciudadana, el
Frente Amplio, y algunos sindicatos del sector público, no prosperó. Son
intentonas que carecen de justificación moral. Y si -como indiqué antes-, los
líderes gubernamentales deben resguardar la cultura con sus decisiones, ceder
livianamente para rescatar del entuerto a un movimiento como ese, resulta en la
siembra de una semilla que dará mal fruto. fzamora@abogados.or.cr
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