Dr. Fernando Zamora Castellanos.
Abogado constitucionalista
Publicado en el periódico La Nación: http://www.nacion.com/opinion/foros/ferrovia-libertad_0_1537046305.html
Al visitar el museo de la diáspora africana en San
Francisco, California, se observan referencias de la llamada “Ferrovía subterránea”. Alusiones a este
triste pasaje de la historia del pueblo afroamericano, también se encuentran en
algunos otros centros históricos estadounidenses, donde se narra la epopeya
americana de dicha etnia. “Ferrovía
subterránea”, es el nombre simbólico que se dio a la furtiva operación
instituida para ayudar a los esclavos afroamericanos a emigrar desde los
Estados esclavistas del Sur de los Estados Unidos, hacia los Estados libres del
norte. Huían de la represión legal y de la opresión económica. ¿Y por qué aquel
extraño nombre, si quienes huían nunca lo hacían por tren? Se debía al hecho de
que, para comunicar los mensajes cifrados, quienes los ayudaban utilizaban como
código los términos de la actividad ferroviaria. Así por ejemplo, los esclavos en
huida eran denominados “pasajeros”; a las casas de descanso se les llamaba
“estaciones” y a los baqueanos, “maquinistas”. En el siglo XIX, para colaborar
con los esclavos afroamericanos se debía tener verdadero carácter. Los
colaboradores de aquel “ferrocarril” eran usualmente reclutados entre las filas
de los abolicionistas y la pena para esa acción era la muerte. Las actividades
clandestinas de aquella “ferrovía” finalizaron con la guerra de secesión,
cuando la esclavitud fue abolida en la gran nación del norte.
En el siglo XXI existen otras “ferrovías
subterráneas”. De hecho, Melanie Kirkpatrick, periodista del Wall Street
Journal, denominó lo que sucede con los escapes de ciudadanos norcoreanos como
el “Ferrocarril subterráneo asiático”. Según
la información documentada por los medios, en la experiencia clandestina de los
norcoreanos, son los cristianos chinos quienes han constituido la red de ayuda
a los emigrantes que huyen del totalitarismo policial norcoreano. Y los
costarricenses estamos siendo testigos de la versión latinoamericana del
ferrocarril subterráneo. Aquí, tal drama lo protagonizan cubanos que, al igual
que aquellos afroamericanos del siglo antepasado, no solamente huyen de la pobreza
-como ocurre por ejemplo con los hondureños-, sino, además, de la represión
totalitaria.
La crisis humanitaria que sufren los emigrantes
cubanos ha involucrado a nuestro país, el cual ha reaccionado de forma desacertada
ante la primera crisis de política exterior que ha enfrentado esta
administración. El mayor capital de una nación desarmada como la nuestra, es la
fuerza moral de su política exterior. Necesariamente, la debilidad militar de
un Estado, debe ser compensada con el prestigio que otorga la fortaleza moral
de su política internacional. Y hasta ahora, Costa Rica había sido
particularmente sabia en ese aspecto. Basta recordar el manejo que se le dio a
las crisis internacionales en las que Costa Rica se vio inmiscuida después de
la abolición de su ejército. Hagamos un breve repaso. El manual de principios
de nuestra política exterior contemporánea lo forja Don Pepe Figueres en sus
dos primeras administraciones, cuando asume el liderazgo latinoamericano contra
lo que entonces daban en llamar la “internacional
de las espadas”. Así se le llamó al conjunto de dictaduras militares que
dominaban el continente americano en la segunda mitad del siglo XX. Fue un
valerosísimo enfrentamiento, entre otros, contra Trujillo, en República
Dominicana, quien incluso intentó asesinar a Don Pepe; contra Somoza, en
Nicaragua, quien incluso nos invadió en 1955; Pérez Jiménez en Venezuela, o por
ejemplo, contra la totalidad de los países centroamericanos que estaban
controlados por dictaduras militares. Prácticamente toda Latinoamérica se
encontraba dominada por satrapías. Salvo el apoyo de algunas figuras
prestigiosas de la oposición política latinoamericana, como lo eran Rómulo
Betancourt, Muñoz Marín, o Haya de la Torre, el gobierno de Costa Rica se encontraba
prácticamente solo frente a aquellos regímenes militares. La historia que finalmente
se escribió después de aquella noche oscura, reconoce la heroicidad de nuestra
política internacional de entonces. Posteriormente, Costa Rica enfrentó otra gran
crisis. La de la guerra centroamericana. Y la posición del gobierno costarricense
fue igualmente ecléctica y valiente. Inicialmente, con la proclama de
neutralidad de la administración Monge, que colocaba a Costa Rica en una
posición equidistante frente a las dos potencias involucradas en la guerra.
Posteriormente, la Administración Arias enfrenta de forma directa al gigante
estadounidense, confrontando la política belicista de la administración Reagan,
con una agenda de ruta para la paz, que contradecía la vía de la guerra en la
cual estaba entonces determinado el gobierno estadounidense.
Ante el problema cubano, la posición histórica de nuestra
clase política también la sentó Figueres. Sucedió en la primavera de 1959. Don
Pepe, en su condición de dignatario de prestigio, y como exlíder de una
revolución triunfante, fue invitado a hablar en un acto público televisado para
toda Cuba. Allí sutilmente reprendió el giro satelital hacia la órbita
soviética que había dado la revolución cubana, alertando los peligros que dimanaban
de tal decisión. Antes de finalizar su exhortación, le fue arrebatado el
micrófono frente a los ojos atónitos del gran público, para, de seguido, dar
paso a una humillante invectiva que hizo Fidel contra el ilustre visitante. A
partir de aquel incidente, Don Pepe dejó sentadas las bases de lo que, en
adelante, sería la posición de censura hacia el régimen castrista, de la
generalidad de la clase política costarricense. Pero contrario a la valiente
coherencia que había tenido nuestra política exterior frente al totalitarismo
cubano, la reacción de nuestro gobierno frente al actual drama de sus
inmigrantes en nuestras fronteras, ha sido desconcertante. El primer desacierto
fue el de permitir el ingreso masivo de ellos, sin una comunicación básica que
permitiera una mínima coordinación, tanto de su tránsito por el país, como de
su asistencia y recepción por parte del país vecino. El segundo desaguisado,
-el peor de todos-, la decisión de retirarse de la mesa del Sistema de
Integración Centroamericana, en momentos en que, precisamente por el drama
cubano, tal participación y comunicación con los gobiernos centroamericanos era
vital. Una caprichosa actitud, que va a contrapelo, tanto de la actual
corriente histórica de integración mundial, como de la tradición de diálogo y
negociación que ha sido característica cardinal de nuestra política exterior. Y
el último yerro, la decisión de hacerle corte al régimen cubano. Este era el
peor momento para hacerlo. Por una parte, por un aspecto de fondo: ser el
momento en que nuestro país testifica las consecuencias de ese régimen
conculcador de las libertades. Más que un momento para hacer corte al castrismo,
era oportunidad para levantar la voz en relación al doloroso drama que vive su
pueblo. Finalmente por la forma: asistir a ese país con una delegación de 30
funcionarios -tan numerosa-, es una señal de pleitesía inadecuada en momentos
de dolor para los inmigrantes cubanos. Y de crisis fiscal para nuestros
ciudadanos. fzamora@abogados.or.cr