lunes, 18 de enero de 2016

LA FERROVÍA DE LA LIBERTAD


Dr. Fernando Zamora Castellanos.
Abogado constitucionalista

 


 

Al visitar el museo de la diáspora africana en San Francisco, California, se observan referencias de la llamada “Ferrovía subterránea”. Alusiones a este triste pasaje de la historia del pueblo afroamericano, también se encuentran en algunos otros centros históricos estadounidenses, donde se narra la epopeya americana de dicha etnia. “Ferrovía subterránea”, es el nombre simbólico que se dio a la furtiva operación instituida para ayudar a los esclavos afroamericanos a emigrar desde los Estados esclavistas del Sur de los Estados Unidos, hacia los Estados libres del norte. Huían de la represión legal y de la opresión económica. ¿Y por qué aquel extraño nombre, si quienes huían nunca lo hacían por tren? Se debía al hecho de que, para comunicar los mensajes cifrados, quienes los ayudaban utilizaban como código los términos de la actividad ferroviaria. Así por ejemplo, los esclavos en huida eran denominados “pasajeros”; a las casas de descanso se les llamaba “estaciones” y a los baqueanos, “maquinistas”. En el siglo XIX, para colaborar con los esclavos afroamericanos se debía tener verdadero carácter. Los colaboradores de aquel “ferrocarril” eran usualmente reclutados entre las filas de los abolicionistas y la pena para esa acción era la muerte. Las actividades clandestinas de aquella “ferrovía” finalizaron con la guerra de secesión, cuando la esclavitud fue abolida en la gran nación del norte.

 

En el siglo XXI existen otras “ferrovías subterráneas”. De hecho, Melanie Kirkpatrick, periodista del Wall Street Journal, denominó lo que sucede con los escapes de ciudadanos norcoreanos como el “Ferrocarril subterráneo asiático”. Según la información documentada por los medios, en la experiencia clandestina de los norcoreanos, son los cristianos chinos quienes han constituido la red de ayuda a los emigrantes que huyen del totalitarismo policial norcoreano. Y los costarricenses estamos siendo testigos de la versión latinoamericana del ferrocarril subterráneo. Aquí, tal drama lo protagonizan cubanos que, al igual que aquellos afroamericanos del siglo antepasado, no solamente huyen de la pobreza -como ocurre por ejemplo con los hondureños-, sino, además, de la represión totalitaria.

 

La crisis humanitaria que sufren los emigrantes cubanos ha involucrado a nuestro país, el cual ha reaccionado de forma desacertada ante la primera crisis de política exterior que ha enfrentado esta administración. El mayor capital de una nación desarmada como la nuestra, es la fuerza moral de su política exterior. Necesariamente, la debilidad militar de un Estado, debe ser compensada con el prestigio que otorga la fortaleza moral de su política internacional. Y hasta ahora, Costa Rica había sido particularmente sabia en ese aspecto. Basta recordar el manejo que se le dio a las crisis internacionales en las que Costa Rica se vio inmiscuida después de la abolición de su ejército. Hagamos un breve repaso. El manual de principios de nuestra política exterior contemporánea lo forja Don Pepe Figueres en sus dos primeras administraciones, cuando asume el liderazgo latinoamericano contra lo que entonces daban en llamar la “internacional de las espadas”. Así se le llamó al conjunto de dictaduras militares que dominaban el continente americano en la segunda mitad del siglo XX. Fue un valerosísimo enfrentamiento, entre otros, contra Trujillo, en República Dominicana, quien incluso intentó asesinar a Don Pepe; contra Somoza, en Nicaragua, quien incluso nos invadió en 1955; Pérez Jiménez en Venezuela, o por ejemplo, contra la totalidad de los países centroamericanos que estaban controlados por dictaduras militares. Prácticamente toda Latinoamérica se encontraba dominada por satrapías. Salvo el apoyo de algunas figuras prestigiosas de la oposición política latinoamericana, como lo eran Rómulo Betancourt, Muñoz Marín, o Haya de la Torre, el gobierno de Costa Rica se encontraba prácticamente solo frente a aquellos regímenes militares. La historia que finalmente se escribió después de aquella noche oscura, reconoce la heroicidad de nuestra política internacional de entonces.  Posteriormente, Costa Rica enfrentó otra gran crisis. La de la guerra centroamericana. Y la posición del gobierno costarricense fue igualmente ecléctica y valiente. Inicialmente, con la proclama de neutralidad de la administración Monge, que colocaba a Costa Rica en una posición equidistante frente a las dos potencias involucradas en la guerra. Posteriormente, la Administración Arias enfrenta de forma directa al gigante estadounidense, confrontando la política belicista de la administración Reagan, con una agenda de ruta para la paz, que contradecía la vía de la guerra en la cual estaba entonces determinado el gobierno estadounidense.

 

Ante el problema cubano, la posición histórica de nuestra clase política también la sentó Figueres. Sucedió en la primavera de 1959. Don Pepe, en su condición de dignatario de prestigio, y como exlíder de una revolución triunfante, fue invitado a hablar en un acto público televisado para toda Cuba. Allí sutilmente reprendió el giro satelital hacia la órbita soviética que había dado la revolución cubana, alertando los peligros que dimanaban de tal decisión. Antes de finalizar su exhortación, le fue arrebatado el micrófono frente a los ojos atónitos del gran público, para, de seguido, dar paso a una humillante invectiva que hizo Fidel contra el ilustre visitante. A partir de aquel incidente, Don Pepe dejó sentadas las bases de lo que, en adelante, sería la posición de censura hacia el régimen castrista, de la generalidad de la clase política costarricense. Pero contrario a la valiente coherencia que había tenido nuestra política exterior frente al totalitarismo cubano, la reacción de nuestro gobierno frente al actual drama de sus inmigrantes en nuestras fronteras, ha sido desconcertante. El primer desacierto fue el de permitir el ingreso masivo de ellos, sin una comunicación básica que permitiera una mínima coordinación, tanto de su tránsito por el país, como de su asistencia y recepción por parte del país vecino. El segundo desaguisado, -el peor de todos-, la decisión de retirarse de la mesa del Sistema de Integración Centroamericana, en momentos en que, precisamente por el drama cubano, tal participación y comunicación con los gobiernos centroamericanos era vital. Una caprichosa actitud, que va a contrapelo, tanto de la actual corriente histórica de integración mundial, como de la tradición de diálogo y negociación que ha sido característica cardinal de nuestra política exterior. Y el último yerro, la decisión de hacerle corte al régimen cubano. Este era el peor momento para hacerlo. Por una parte, por un aspecto de fondo: ser el momento en que nuestro país testifica las consecuencias de ese régimen conculcador de las libertades. Más que un momento para hacer corte al castrismo, era oportunidad para levantar la voz en relación al doloroso drama que vive su pueblo. Finalmente por la forma: asistir a ese país con una delegación de 30 funcionarios -tan numerosa-, es una señal de pleitesía inadecuada en momentos de dolor para los inmigrantes cubanos. Y de crisis fiscal para nuestros ciudadanos. fzamora@abogados.or.cr

martes, 5 de enero de 2016

EL DESAFIO DE EUROPA


Dr. Fernando Zamora Castellanos.
Abogado constitucionalista

 

Publicado en el periódico La Nación bajo la dirección:
 http://www.nacion.com/opinion/foros/desafio-Europa_0_1532246768.html

Julio María Sanguinetti -el culto expresidente uruguayo-, en estos días escribía que a Europa le cuesta asumir la idea de que está en guerra. Y yo agrego que, a juzgar por la reacción que han asumido los países del Occidente desarrollado, es obvio que no han entendido que, la del terrorismo actual, es una guerra cultural y no militar. Y que las guerras militares se enfrentan militarmente, pero las culturales, deben confrontarse culturalmente. No niego que el terrorismo es violencia física, pero su raíz es cultural, no militar.  Y es en ese campo, en el de la fuerza moral de su cultura, donde Europa está desarmada, porque es un continente que perdió su alma. Básicamente, el odio que deriva en la violencia terrorista contra el Occidente europeo, tiene tres motivaciones culturales íntimamente ligadas. La primera de ellas, es la codicia que se traduce en rapiña: los terroristas que controlan algunas zonas geográficas del Oriente Medio y Africa, son grupos atávicos que, auto-justificados en la guerra santa islámica, viven del vandalismo y la extorsión. Acumulan riquezas y poder de la misma forma que lo hacían sus ancestros hace mil cuatrocientos años: saqueando. La segunda motivación es el odio que carcome a algunos jóvenes europeos de origen musulmán que, a raíz de carencias educativas o económicas, viven en una lamentable condición de segregación social y psicológica. Es una realidad que algunos barrios musulmanes de Europa son verdaderos guetos culturales y socioeconómicos. La tercera motivación es ciertamente de naturaleza ideológica y radica en la naturaleza del Islam. No podemos cerrar los ojos a esta realidad. Por ejemplo, lo que ISIS está haciendo hoy, es fiel imagen de las acciones del fundador del islamismo en el siglo VII. De hecho, la primera gran decapitación de infieles, no la ordenó el actual Estado islámico, sino Mahoma, el fundador del Islam, en Hiyaz, Medina, en el año 627 d.C. Allí mandó decapitar entre 800 y 900 hombres de la tribu judía de los Banu Qurayza. Las mujeres y niños sobrevivientes fueron esclavizados. Tal y como lo hacen, en la actualidad, los milicianos del ISIS. Si bien es cierto ese es el caso extremo, la realidad de la gran mayoría de las sociedades musulmanas, es coherente con sus fundamentos ideológicos: el islamismo es una vocación por extender la ley religiosa a todas las esferas de la vida. Y el yihadista es la corriente que opta por la lucha armada para imponer esa convicción. Esto es ancestral, y por ello, la tradición de defensa europea contra la vanguardia armada del Islam, es antiquísima. De hecho, el objetivo inicial de las cruzadas fue recuperar tierras tomadas por los musulmanes a través de medios violentos.

 

Ahora bien, como indiqué antes, la respuesta del Occidente rico no puede enfocarse en la vía armada, sino en la cultural, y la solución no debe surgir de fuera, sino dentro del mundo musulmán. La realidad es que allí hay muchas corrientes sensatas que no asumen una interpretación literal de los métodos violentos. Por ello, desde la reciente primavera árabe, el Oriente musulmán se debate en una encrucijada: entre la apertura, o el progresivo avance del totalitarismo cultural islámico. Y no ignoremos lo lejos que tal totalitarismo puede llegar. En el Siglo VIII, los musulmanes llevaron tan lejos la guerra santa islámica que, -controlando España-, estuvieron a las puertas de lo que hoy es Francia. Si la cristiandad, dirigida por el rey carolingio Carlos Martel, no los hubiese confrontado con la determinación moral y militar que lo hizo, hoy Europa sería musulmana. Y con tal fundamento en el continente, la historia de la libertad hubiese sido otra. A partir de aquí, la convicción esencial: si la libertad es la piedra angular sobre el que está construido Occidente, la pérdida del consenso sobre la libertad se convierte en el grave problema de la comunidad de naciones libres, pues no hay forma de enfrentar los totalitarismos sin un fundamento moral eficaz. Así la cuestión esencial a responder es: ¿cuáles son los fundamentos de nuestra libertad? Definir las convicciones que dan fundamento a nuestra libertad, es algo tan grave como lo es determinar porqué luchar. Delimitar los fundamentos filosóficos que debemos imprimir a la libertad, es el reto sustancial que están enfrentando las sociedades libres.

 

Luis de Granada sostenía que, en el peregrinaje de la vida, los mayores enemigos que un hombre debe vencer están en su interior. Igual sucede con las sociedades abiertas, en donde fuerzas internas tienen la posibilidad de combatir, incluso, los consensos morales que hicieron posible su misma existencia. Así, en las comunidades libres, la eterna paradoja siempre será la lucha que éstas tienen consigo misma, -y además-, con sus enemigos externos. Después que Roma cayó, Occidente se levantó de sus cenizas sobre alas de libertad, sustentadas en los valores de Atenas y Jerusalén. Sin embargo, el paroxismo del disenso materialista que se pretende imponer al Occidente europeo, ha llegado al extremo de prohibir, en las escuelas, la enseñanza de los valores espirituales que fueron el común denominador que le daba su identidad a la libertad Europea. Por ello el continente ha perdido su alma. Como en la historia del flautista de Hamelin, -encantados por las mieles engañosas que ofrecen las sociedades de consumo-, nos encaminamos a una trampa. Es un anzuelo conceptual muy similar al de creer que, en una malentendida cortesía, se debe vivir cediendo en perjuicio de nuestros valores e identidad. Confrontar no es necesariamente un mal. Detrás de esa afabilidad extrema que decide acomodarse siempre y renunciar a nuestro legado, se esconde una carencia ética que nos puede arrastrar a una perenne opresión. Suprimir una cultura elevada y sustituirla por una opresora, es un mal mayor que la confrontación cultural valiente. Al fin y al cabo recordemos que, si llevamos a un extremo inconveniente la tentación de ceder nuestros valores, tendremos en nuestra contra a Sophie Scholl, a Kolbe y a todos los demás héroes de nuestra cultura.  fzamora@abogados.or.cr