Abogado constitucionalista.
Publicado en La Nación
http://www.nacion.com/opinion/foros/Luis-Alberto-hombre-excepcional_0_1600839904.html
Ha partido hacia el encuentro con su Creador, el alma de uno de los más
grandes luchadores sociales y políticos del Siglo XX. Su legado continuará
inspirando a quienes somos responsables de resguardarlo. En esencia, la suya
fue una vida de combate en favor de la economía social solidaria, pero ante
todo, será recordado como un estadista que garantizó la paz costarricense en
una de las etapas más oscuras de la historia centroamericana. ¿Cómo fue posible
que el humilde hijo de una familia campesina de Palmares ascendiera al poder? Sujetos
a la tendencia histórica que nos narró el reputado historiador Samuel Stone, en
su obra La dinastía de los conquistadores,
Luis Alberto Monge fue una singularidad histórica. Hasta la irrupción de la
Segunda República, el poder en nuestra nación estaba reservado para quienes
controlaban la actividad agroexportadora. En palabras del historiador, los
gobernantes usualmente eran descendientes de las principales familias españolas
que colonizaron el territorio nacional, y cuya trayectoria económica se
encontraba ligada a las grandes exportaciones agrícolas a Europa. Antes de la
Segunda República, el poder era inimaginable para un mozalbete criado por una
familia campesina de los paisajes de Palmares. Es gracias a las
transformaciones que impulsó su generación, incluso muchas de éstas por la vía
armada, que el acceso al poder político y económico dejó de ser un coto de caza
exclusivo de aquella casta socioeconómica.
Su luz se prendió a este mundo, el 29 de diciembre de 1925. Su vida sería marcada por un profundo dolor: con tan solo cuatro años queda huérfano de padre. Su madre, Elisa, debió asumir la tarea de sacar adelante a sus hijos, creciendo Luis Alberto con aquella inmensa deuda de ternura, humildad y abnegación. Su vida fue marcada por esos valores, que fueron los que ofreció al país desde el servicio público. Urgido de colaborar con el sustento del hogar, incluso niño laboró en los cultivos de tabaco y café. Una placa en su homenaje -en el Mercado Central-, nos refiere también de su breve paso allí como empleado de comercio. Pese a la humildad de su origen, fue un hombre de precoces inquietudes intelectuales y políticas. Lector voraz: “…entonces dedicaba mis noches y mis ratos libres del Colegio a la lectura, por ejemplo leí todo lo que había de Bolívar.” Su biógrafo, Alberto Baeza, nos refiere que su madre muere cuando Don Luis contaba con veintidós años de edad, pero fallece no sin antes llevarse la satisfacción de verlo convertido en el constituyente más joven de la historia. Carente de recursos para costearse una profesión liberal, pero lector infatigable fiel a su vocación por superarse, estudia cuatro años trabajo social en la Universidad de Costa Rica. Cuando Monseñor Sanabria, aquel enorme precursor social costarricense, promueve la primera Confederación de Trabajadores socialdemócratas y socialcristianos, -la Rerum Novarum- el Presbítero Benjamín Núñez, uno de sus fundadores, se apoya en aquel joven estudiante universitario que ya daba de qué hablar por su valiente activismo en pro de las causas sociales. Así fue como Luis Alberto ingresó formalmente, desde “la Rerum”, como un combatiente vigoroso de las luchas sociales en Costa Rica. Al punto que, para 1945, Luis Alberto se había convertido en figura protagónica del movimiento social no marxista. Desde allí incuba lo que fue una vocación de vida en favor de la economía social, que lo llevó a promover, siendo congresista, la ley del aguinaldo, y durante su administración 1982-1986 a promover la revolución social del solidarismo y el cooperativismo. No por casualidad una de sus recordadas frases fue: “Mi supremo anhelo es que seamos una República cooperativa.”
Al finalizar la guerra mundial, su protagonismo nacional lo lleva al
escenario internacional. Asume la Secretaría General de la ORIT y además un
importante rol protagónico en la OIT y en la Confederación Internacional de
Organizaciones Sindicales libres (CIOSL). Desde el escenario de los movimientos
laborales internacionales, se involucra de forma valiente en la lucha contra
las dictaduras latinoamericanas. Allí combate a la par de Haya de la Torre,
José Figueres y Rómulo Betancourt, entre otros. Su carrera política la forja
como fundador del PLN, del que fue su Secretario General. Si hay algo que me
embarga de un hondísimo sentido de responsabilidad, es reconocer que ocupo la
misma silla en la que estuvo sentado. Me hace responsable de resguardar el
enorme legado que nos inspira. Su paso por el Congreso y la Secretaría General del Partido, lo llevó
finalmente a disputar el solio presidencial, el cual asume en uno de los
momentos más convulsos de la historia republicana. En medio de la hora más oscura
de la historia militar centroamericana, a Luis Alberto le correspondió el
enorme desafío de recibir un país económicamente arruinado. Al recibir la silla
presidencial, la
deuda pública había crecido a 3500 millones de dólares previo a su ascensión.
En los años anteriores a su llegada, el decrecimiento de la producción interna
bruta per cápita se había derrumbado duplicando su porcentaje en 1979 y 1980, y
se triplicó su decrecimiento para 1981-82. Se había duplicado el sector
informal del mercado de trabajo de un 25% a prácticamente un 50% en 1982. La
inflación se disparó a un promedio del 80% y el consumo per cápita se estrepitó
cuadruplicando el porcentaje de su caída de 1978 a 1983. Dos años antes de su
llegada, de 1980 a 1982, prácticamente se duplicó el desempleo abierto. Los
salarios cayeron casi al 40%, la producción global un 6%, y la per cápita un 16%.
De acuerdo a las encuestas gubernamentales de hogares, elaboradas por el
Ministerio de Economía, se duplicó la indigencia dos años antes de su arribo.
Pese a este oscuro panorama, al salir su administración, Luis Alberto dejó a
ese mismo país que recogió en ruinas, no solo con estabilidad económica, sino
que sentó las bases del proceso de apertura económica que permitió el despegue
sostenido de nuestro desarrollo durante dos décadas. Sin embargo, su mayor
legado no fue en lo económico, sino en haber garantizado, -en la hora más sangrienta
de la guerra centroamericana-, que Costa Rica se mantuviera ajena de tal baño
de sangre. De Luis Alberto me llevo una vivencia sin igual: cuando me
correspondió ser el líder nacional de la Federación de estudiantes de
secundaria, tuve el honor de acompañarlo en el anuncio de su proclama de
neutralidad. Fue con ella que confrontó con valentía los intereses guerreristas
de la administración Reagan, alejando así al país del fantasma de la guerra. Me
embarga un profundo dolor. Su pérdida nos es irreparable. fzamora@abogados.or.cr
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