Publicado en el diario La Nación bajo la dirección:
http://www.nacion.com/opinion/foros/ofensiva-verdad_0_1613438646.html
El término “posverdad” es cínico. Lo es porque implica hacer un eufemismo
del término “mentira”. Ocultar el concepto mentira bajo un eufemismo, cuyo fin es
justificar la propaganda política sustentada en hechos falsos, sin duda resulta
cínico. La aceptación del término posverdad, solo fue posible en esta época en
donde la verdad es un concepto bajo constante ataque. En el pasado -por el
contrario-, la justipreciación de la verdad hacía de la mentira algo
absolutamente censurable en la cultura. Más hoy la verdad es un concepto
devaluado por el relativismo posmoderno. Como constitucionalista, me embarga la
preocupación de que esto sea particularmente grave para Occidente, pues la historia ha demostrado,
hasta la saciedad, que si los sistemas constitucionales no se sustentan en
consensos morales básicos, las constituciones nacionales y el sistema de
valores que ellas sustentan, pasan a ser letra muerta. Y sin una clara aceptación
de lo que la verdad es, no es posible el más mínimo consenso moral en una
sociedad. De no revertirse esa compulsión, amenaza convertirse en el mayor mal
del siglo XXI. El problema es que en Occidente se está levantando una nueva
intolerancia que condena cualquier amago de defensa de las certezas morales.
Cuando el Reverendo M. Luther King -ante las escalinatas del Monumento a
Lincoln-, declaró que soñaba con el día en que los seres humanos serían
juzgados “no por el color de su piel,
sino por la condición de su carácter” ofreció una pista sobre uno de los
grandes problemas de la sociedad contemporánea. La sociedad de bienestar actual
engendra -en consuno con el particular menosprecio al concepto de la verdad-,
un similar desprecio hacia el valor del carácter como fundamento de la
personalidad humana. Una era en la que impera la indiferencia de las masas ante
el peligroso embate de la falsedad. ¿Y cómo forjar el carácter sin una idea
clara de la verdad?
Aclaremos de qué se trata este fenómeno. Se resume en
el hecho de que para las actuales sociedades de consumo, el sentido absoluto de
la existencia es el “confort”. En castellano léase hedonismo: la vida centrada en
la consecución del placer. Giles Lipovetsky sostiene que es la contracultura en
la que el valor dominante de la vida es el estímulo placentero de los sentidos.
El producto residual de este fenómeno contracultural es una exaltación del
“descompromiso” en todas las áreas de la vida. Paternidad sin compromiso, pacto
matrimonial sin compromiso, sexualidad sin compromiso, vocación sin compromiso.
Ahora bien, para expandir la zona de confort absoluto a la que aspiran las
sociedades de consumo, una incómoda barrera que enfrentan sus apologetas y
cultores, son las fronteras éticas sustentadas en el concepto de lo que la
verdad es. Por eso, a la actual sociedad posmoderna, conviene más una suerte de
moral relativa, cuya aceptación dependa, exclusivamente, de cálculos
costo-beneficio inmediato para quienes decidan asumirla. De ahí lo conveniente que es
relativizar toda verdad, e imponerle a la sociedad nuevos dogmas como el de la
verdad relativa, o su primo hermano, el nuevo concepto de la “posverdad”. El inconveniente para este
afán es que, por más que el actual sistema ideológico se proponga relativizar y
minimizar la importancia de la verdad, al final, las terribles consecuencias de
evadirla se imponen. Aún más, es tan implacable el poder de la verdad, que
relega toda otra alternativa aparente y falaz que sea irreconciliable con ella.
De ese tipo de paradoja, uno de los ejemplos más dramáticos lo protagonizó
Winston Churchill con ocasión de los hechos antecedentes a la Segunda Guerra
mundial. En la década de 1930,
Churchill perturbó la solaz tranquilidad que disfrutaba Inglaterra. De forma
incómoda, a viva voz alertaba que detrás de las pacifistas proclamas alemanas,
se escondían pérfidas intenciones. En aquel momento, aquello era un designio
difícil de detectar, por lo que la aparente impertinencia de su denuncia lo
estigmatizó ante la sociedad europea de entonces. Quienes relativizaron el
escenario que Alemania preparaba, calificaron como intolerantes las incómodas
advertencias de Sir Winston. De hecho, fue marginado del protagonismo político
hasta que la verdad salió a la luz de forma evidente. Para entonces fue
demasiado tarde.
¿Cuál es la moraleja que aquel trauma inglés nos
ofrece? Una enseñanza cardinal: no por desconocer la verdad, estamos relevados
de las consecuencias que conlleva negarla. Lo más confortable para el pueblo
inglés, es que las advertencias de Sir Winston hubiesen sido impertinentes y las
intenciones de Hitler ciertamente pacíficas. Pero no por el hecho de que el
pueblo inglés rechazara la realidad oculta detrás de la advertencia, se vio
relevado de sufrir las terribles consecuencias que le ocasionó el haber desatendido
aquella incómoda verdad en el momento oportuno. Así sucede con todo ámbito de la realidad, incluido el de las verdades
morales, tan devaluadas hoy por cierto en nuestro hemisferio occidental.
Pues así como Churchill advirtió al pueblo inglés los
peligros de permanecer indiferentes ante la colorida y aparentemente inofensiva
cuestión nazi, Occidente debe ser advertido sobre las sombras que atrae consigo
la contracultura del relativismo hedonista. Una contracultura de culto a lo
corporal, que nos lleva a un nuevo paganismo que censura la defensa de cualquier
certeza. Lo grave de ésta posmoderna abolición de las certezas, es que, tal y como
el polo terrestre es un referente para una navegación segura y dirigida,
igualmente las certezas -particularmente las morales-, son referentes
fundamentales del hombre en su existencia. De hecho, el resultado más siniestro
de la relatividad de la verdad moral sucedió en la Europa del siglo XX. Al
finalizar la II Guerra mundial, cuando se descubrieron los horrores de los
campos de exterminio, el argumento generalizado que invocaron en su defensa los
oficiales nazis, para justificar su monstruosa conducta, consistió en apelar al
relativismo y el convencionalismo: “¡Solo
cumplíamos con la ley de entonces!, ¡¿por qué debíamos saber que lo que
hacíamos estaba mal!?” No niego que vivimos épocas en las que los
fanatismos de todo tipo le han hecho mucho daño al mundo, sin embargo, no por ello
debemos renunciar a la búsqueda y defensa de la verdad. Es un propósito fundamental
de la existencia humana. fzamora@abogados.or.cr
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