Abogado constitucionalista.
Publicado en el diario La Nación:
http://www.nacion.com/opinion/foros/ideales-Republica_0_1623837635.html
Un síntoma característico de descomposición cultural de una República
es la pérdida del sentido de gratitud hacia sus próceres. Y una actitud crítica
de las sociedades enfermas, es que devalúan el reconocimiento al mérito cívico.
En sentido contrario, las naciones prósperas y cultas le dan importancia
capital al ejercicio de incentivar las virtudes patrióticas. De hecho, en esas
naciones se hace un sano culto alrededor del civismo. Reconocen que la fuerza
moral es el mayor capital de una nación, y así es necesario impregnar tal
vocación al ejercicio del poder. El civismo es una vocación que en una sociedad
debe ejercitarse constantemente, de lo contrario, se entroniza su antónimo, el
cinismo. Tanto así, que las naciones cultas destinan buena parte de sus
recursos a exaltar las virtudes patrióticas, mediante visibles símbolos
externos: monumentos, guardias de honor, santuarios cívicos. Allí los
ciudadanos -especialmente los jóvenes-, disfrutan de espacios y símbolos
visuales de recogimiento, en agradecida reflexión, meditando respecto de las
jornadas heroicas y los sacrificios que sus ancestros hicieron para conquistar lo
que disfrutan. El Expresidente Julio Acosta sostenía que donde hay gloria, no
hay paga, y donde hay paga, no hay gloria. Pero la paga a la que se refería, -aquella
que mina la gloria- es la paga en dinero. Por demás, eso no significa que el
prócer no deba ser retribuido. En lo restante, la paga es precisamente la
gloria, pues los pueblos agradecidos pagan con tributo de honor y
reconocimiento. Si no es el cultivo de la memoria agradecida de un pueblo, entonces,
¿cuál es la retribución que incentiva al idealista? La inscripción en la
estatua a León Cortés, refleja el propósito esencial de todo monumento cívico:
“Al estadista, el pueblo agradecido”.
Insisto, si la posteridad histórica no reconoce los méritos a sus
héroes y próceres cívicos, ¿qué incentivo tiene la juventud para forjar los grandes
ideales ciudadanos? Un triste ejemplo de
la falta de memoria y cultura patriótica, es lo sucedido con nuestro ya
inexistente “Paseo de los Estudiantes.” Si no logramos restituir ese paseo, lo que
las futuras generaciones nunca sabrán, es que se denominó así, en memoria de la
gesta que protagonizaron los estudiantes de principios del siglo XX, para
confrontar la dictadura de los hermanos Tinoco. Lean nuestros jóvenes al
historiador Eduardo Oconitrillo, para comprender la importancia y el porqué de
aquel Paseo. (Los Tinoco. ECR, 1980) Y aquí no se trata de demeritar la
encomiable iniciativa sobre el barrio chino que ejecutó la Municipalidad de San
José. No quepa duda que exaltar el aporte de la colonia china a nuestra nación
es una decisión acertada de nuestro alcalde. Pero en resguardo a nuestra
memoria patriótica, a corto plazo, la Municipalidad puede trasladar la
ubicación del barrio chino, y restaurar el paseo transformándolo en un espacio
cívico en homenaje a los patriotas de esa gesta.
En momentos de crisis de la cultura, ¿por qué es esencial restaurar la
vocación cívica nacional? Porque lo que fundamentalmente la crisis de la
cultura amenaza, son los ideales y valores de la república. Extirpemos el mito de
que los ideales republicanos costarricenses son producto de una suerte de
graciosa concesión de la diosa fortuna y que Costa Rica fue un idílico
Shangri-la, de donde derivamos todas nuestras libertades, derechos e
instituciones democráticas. Para el que supone esto, hago un breve recuento de
lo que registra nuestra historia nacional. Desde abril de 1823 y hasta el año
1949, fecha en la que ocurre el “cardonazo” –la última intentona militar para
derrocar a un gobernante costarricense-, Costa Rica había sufrido -para ser exactos-,
setenta y cuatro quebrantamientos, ya sea contra el orden constitucional o las
autoridades instituidas. El siglo XIX y la primera mitad del siglo XX, fue un
período pletórico en guerras fratricidas, derrocamientos militares, golpes de
Estado, fusilamientos, caídas de constituciones y nuevas proclamas
constitucionales. La sangre derramada en los campos se inaugura con la guerra
de 1823. San José y Alajuela, -republicanos-, avanzan contra Cartago
encontrándose de forma sangrienta y fratricida en Ochomogo. Fue el primer dolor
de parto en favor de la República. Por cierto, de forma ingrata nuestra
sociedad ha olvidado al primer héroe de esa gesta: Gregorio José Ramírez, líder
republicano. Apenas doce años después de esos hechos, las fracturas localistas
protagonizan un nuevo baño de sangre,
cuando Cartago, Heredia y Alajuela se levantan en armas contra el
gobierno de Braulio Carrillo. Súmense a las constantes intentonas y
derrocamientos, varias invasiones a nuestro territorio por parte de fuerzas
extranjeras. En 1836, el gobierno colombiano del General Santander invade Costa
Rica y se apropia de Bocas del Toro. En ese mismo año, a Liberia se le otorga
el rango de Ciudad, por su lealtad y heroísmo al repeler fuerzas invasoras
desde Nicaragua, que pretendían apropiarse de Guanacaste. Y como todos sabemos,
veinte años después, la invasión vendría de fuerzas militares filibusteras del
sur confederado de los Estados Unidos. Allí Juan Rafael Mora se hizo gigante. Aquí
también nuestra sociedad fue -y sigue siendo-, ingrata con su memoria. Conducta
que es peligrosa, pues las sociedades que olvidan a sus prohombres, invocan
para sí los demonios de un futuro sombrío.
Así pues, es claro que ninguna de nuestras instituciones, ni
libertades, han sido gratuitas. Estas han sido el resultado de partos
dolorosos. Es con dolor que Costa Rica ha forjado sus grandes ideales
republicanos. Y tener siempre presente esos ideales, es un ejercicio cívico
indispensable. Citemos solo algunos de ellos. Somos un país combativo por los
valores de la dignidad humana. Tanto así que, históricamente, hemos afirmado
una política exterior que ha optado por los débiles y vulnerables cuando son
sojuzgados por las satrapías y dictaduras. Y con ello, una tradición de censura
a los extremismos ideológicos. Permanentemente hemos optado por la libertad, y
desde la segunda mitad del siglo pasado, asumiendo una vocación
antimilitarista. Además, una nación cuyos traumas nos enseñaron a apegarnos al
derecho, a la igualdad, y a la verdad. Una nación con una firme identidad
espiritual, aunque también respetuosa de otros credos. En síntesis, una nación
de colonos e inmigrantes, campesinos y educadores, que ante los embates del
destino, una y otra vez han decidido escoger el camino de la concordia.
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