Abogado constitucionalista.
Publicado en el periódico La Nación:
http://www.nacion.com/opinion/foros/periodismo-libertad_0_1633636650.html
En días recientes, el periódico La Nación informó al país que en materia de libertad de prensa para el año 2016,
Costa Rica alcanzó, en la evaluación mundial
elaborada por la organización internacional “Reporteros Sin Fronteras” (RSF),
la distinguida posición número seis en la lista mundial de ciento ochenta
naciones. Dicha evaluación es la clasificación que la mencionada organización
otorga, con motivo de la investigación que realiza sobre el grado de libertad
que existe en el planeta para ejercer el periodismo. Esta distinción es particularmente
meritoria, pues nótese que fuimos la nación mejor calificada de América. El
único país que se nos acercó, -Jamaica- se ubicó cuatro posiciones abajo. Incluso
Canadá, que es una democracia reconocida por tirios y por troyanos como
ejemplar, la aventajamos por distantes doce posiciones. Frente a este
elogioso escenario mundial, es menester reflexionar, en primer término, cuál ha
sido el fundamento sobre el que hemos construido esa conquista, cuál es la
vocación indispensable para sostenerla, y quiénes siguen siendo los protagonistas
principales de tal desafío.
Lo esencial que inicio advirtiendo es que el dilema moral del
periodismo contemporáneo se encuentra en el desafío de tomar partido frente a
una dicotomía por partida doble. La primera disyuntiva radica en determinar si
el periodista tiene el valor de arriesgarse a tomar partido por el oprimido, o
si con su silencio, opta por coludir en favor del opresor. Lo que sucede hoy
con la prensa venezolana es una legítima ilustración de este drama. Allí la
decisión moral es heroica, pues está en juego la supervivencia del medio. La
segunda dicotomía a la que el periodista se ve mal tentado, la impone la actual
sociedad existencialmente vacía. En demérito de la información que
verdaderamente procrea cultura y progreso social, en esta otra segunda disyuntiva,
el periodista se ve provocado o seducido por el sistema subcultural que nos
envuelve, a promover el morboso submundillo del entretenimiento, como si todo
aquello que sobre él gira fuese “noticia”. En ese último caso, de no hacerlo, lo
que se arriesga no es ya la supervivencia del medio, sino aquella parte de sus
ganancias generadas a raíz del hedonismo tan propios de esta era de vacío
existencial. Y en una etapa en que los medios se ven tan presionados por la
sobreinformación empíricamente producida, caer en esta provocación es
totalmente comprensible. Por cierto, con la expresión “era de vacíos”, definió
Giles Lipovetsky nuestro tiempo.
La cultura decae cuando su tensión espiritual se
relaja. Son etapas en el desarrollo humano donde la inteligencia moral se
atrofia. Cuando las sociedades se sumen en una suerte de parálisis vital. En la
práctica, un nihilismo en el que todos los ideales y valores se pretenden
destituir. Es anemia de sentido existencial y ausencia de horizontes. Aún peor,
etapas en las que parece existir atractivo por lo vulgar. Es ante ese escenario
en el que se agiganta el desafío que enfrenta el buen cronista, pues el
periodismo es la última frontera ética de los pueblos. Cuando el germen del
despotismo invade las instituciones, y los controles constitucionales
desaparecen ante la mano tenebrosa del opresor, solo nos queda la palabra
publicada. Así, el último vestigio de la dignidad de la cultura es la denuncia
vigorosa del periodista valiente. En rescate de los pueblos, la historia
moderna es prolífica en ejemplos acerca de la importancia vital de la crónica
valerosa: el diario El Espectador frente
al cáncer siniestro del narcotráfico; el matutino La Prensa frente a las botas opresoras que desde siempre han
asolado Nicaragua. También es ejemplo la lista de medios cerrados en Venezuela,
que insisten en publicar desde afuera. Es la razón por la que en los regímenes
totalitarios la prensa independiente es proscrita absolutamente. Cuando las
tinieblas se ensañan contra la sociedad, el reducto del último acervo de luz
espiritual, es la voz de un periodista con coraje.
El destacado reportero Jorge Ramos, sostiene que lo mejor del
periodismo y de la vida, ocurre cuando se toma partido. Para defender su punto
invoca, en su ayuda, las frases de prestigiosos del periodismo: la de la gran
cronista italiana Oriana Falacci, quien sostenía que “participo con aquel que
escucho, como si me afectase personalmente.” De Jeff Jarvis parafraseó, “si no
tomas partido, no es periodismo”. Y del Nobel Elie Wiesel: “debemos tomar
partido, pues la neutralidad ayuda al opresor.” No omito reconocer que el
periodismo, -como ciencia social que es-, está sujeto a su propia deontología y
a su código de principios. Entre los esenciales, que el fundamento de la ética
periodística radique en el apego a la seriedad y credibilidad de sus fuentes
informativas, y que tal y como sucede con el método científico, éste sea
verificable. Igualmente que el periodista garantice, tanto el contraste de
versiones, como la objetividad de la información frente a la voluntad del poderoso.
Incluso, reafirmar
la naturaleza esencialmente informativa o periodística de las crónicas más
importantes de la cultura humana, como son por ejemplo los evangelios, nos
advierte acerca de la vital importancia de que la verdad sea el norte
indiscutible en la ética profesional del periodista. Más que por la destreza
técnica que pueda esgrimir en su labor un buen cronista, o más que por la vasta
cultura que refleje al momento en que escruta a sus entrevistados, el verdadero
señorío de ese profesional estará determinado por lo valientes y celosos que
sean frente a la verdad hallada. La sangre de mártires como el colombiano
Guillermo Cano, el nicaragüense Pedro Joaquín Chamorro, o el dominicano
Gregorio García Castro, de forma constante le deben recordar al periodista,
ésa, su grave responsabilidad.
Ahora bien, recordando periodistas del pasado costarricense, es de reconocer
que los cronistas que la historia recuerda, fueron los que en su vida, tomaron
partido en coherente razón de sus convicciones. Y especialmente, en función de
la defensa de sus argumentos morales. Así tenemos a Rogelio Fernández Güell,
quien se enfrentó a la dictadura de los Tinoco, a Otilio Ulate, quien confrontó
igualmente el régimen de los ocho años, y más recientemente, periodistas como Alberto
Cañas, Julio Rodríguez, o Enrique Benavides, quienes dieron batallas éticas
memorables. Porque el tiempo, que es inmisericorde, desecha de la memoria de
los hombres, a los acomodados, a los estériles y a los timoratos. fzamora@abogados.or.cr