Abogado constitucionalista.
Publicado en La Nación:
http://www.nacion.com/opinion/foros/problema-ciencia_0_1630636923.html
A principios del Siglo XX, el geofísico alemán Alfred Wegener
sorprendió al mundo con una idea que fue considerada absurda por la academia
científica de entonces. Sostenía que Europa y África habían estado unidas a
Norteamérica y Sudamérica, sin que entre tales masas continentales hubiese
algún océano de por medio. Afirmaba que en algún momento dado, ese enorme
supercontinente se había fragmentado, surgiendo el Atlántico de entre ellos. El
problema era que, el concepto del desplazamiento de los continentes afectaba las
interpretaciones geológicas imperantes, particularmente las concepciones
existentes sobre la formación de las masas terrestres. De aceptarse esa tesis,
había que reescribir los textos científicos aprobados. En vida Wegener debió
soportar terribles críticas y humillaciones por parte de sus colegas
contemporáneos. El ridículo y la sátira eran ingredientes usuales del debate en
su contra. Antes de la comprobación de la tesis de Wegener, quien creyese en el
desplazamiento de los continentes, estaba fuera de la comunidad científica.
Para cuando la comunidad científica descubrió su error y la veracidad de las
tesis de Wegener, ya éste había muerto humillado y sin recibir mérito alguno
por su descubrimiento. No fue el único caso. Sucedió aún peor con el monje
agustino Gregorio Mendel, del que fueron igualmente ignorados sus estudios
científicos sobre los principios básicos de la herencia genética. Por ser
religioso y hombre de convicciones espirituales firmes, Mendel estaba
convencido que tras la creación existía un orden prediseñado, por lo que se
dispuso a escudriñar el mundo natural hasta lograr el descubrimiento de los
principios básicos de la herencia genética mediante el cultivo de guisantes,
que era lo que tenía a la mano. El Abad publicó sus estudios en una revista de
la sociedad científica de Brünn, muy difundida entonces en Europa. A pesar de
los implacables y asombrosos datos que Mendel aportó, la comunidad científica retribuyó
sus hallazgos con una total indiferencia y desprecio. La explicación de tan
innoble actitud, -pese a la contundencia de sus descubrimientos científicos-,
se debió al hecho de que él era un monje ajeno a la comunidad científica.
Y sucede también en sentido contrario, cuando por esos mismos
estereotipos, se hace bombo de lo que no amerita. Un ejemplo, es lo que sucedió
en el debate entre paleontólogos y ornitólogos sobre el origen de las aves. En
este debate, los prejuicios, celos y egos encontrados, dieron para el bombo y
ensalzamiento de las más increíbles teorías fantasiosas, falsedades y estafas
científicas posibles. Todo con tal de imponer, a toda costa, la teoría
defendida por una de las partes. Memorable es el caso del supuesto “arqueorraptor”, promovido en 1999 ante
la prensa mundial, -con bombos y platillos- por un grupo de paleontólogos, patrocinados por la National Geographic. Su
afán era silenciar a los ornitólogos en el debate. Al final resultó que el tal “arqueorraptor” era un fósil compuesto
que consistía en muchas partes pegadas entre sí adrede. Entre otras
alteraciones, la más grave era que la cola del dinosaurio había sido añadida al
cuerpo de un ave. La National Geographic resultó avergonzada por el enfermizo ego
de un grupo de paleontólogos deshonestos. Por puro prejuicio, se hacía apología
de algo que no lo merecía. Incluso mucho tiempo atrás, en ese debate aludido,
había sido particularmente determinante contra los ornitólogos, las caprichosas
ilustraciones que hizo el naturalista danés Gerhard Heilman, las cuales
carecían de sustento probatorio. La
historia es pródiga en ejemplos de este tipo. Así también sucedió con el éxito
editorial “Coming of age in Samoa”,
de la antropóloga Margaret Mead y sus “teorías” sobre el comportamiento
familiar de los samoanos. Apelando a la extravagancia de sus teorías, se
convirtió en gurú de la ciencia social del siglo XX, con un éxito comercial que
vendió millones de ejemplares y traducción en dieciséis idiomas. Sin embargo,
para verdades el tiempo. Años después de su publicación, resultó que gran parte
de sus conclusiones no eran sino fantasías y prejuicios personales, al punto
que la Universidad de Harvard publicó un estudio del prestigiado antropólogo
Derek Freeman, en el que se concluye que la evaluación hecha por Mead acerca
del comportamiento de los samoanos fue en gran medida falsa. Aún más, en los círculos
sociales de los samoanos informados y cultos de hoy, el nombre de Margaret Mead
es unánimemente censurado. ¿Cuántos otros conceptos erróneos se siguen
escondiendo como verdades absolutas en las aulas de nuestros jóvenes y en los
libros de texto?
Analizando esta situación recordé mi empolvado texto sobre las
revoluciones científicas escrito por Thomas Kuhn, quien nos alertaba que los
científicos usualmente investigan y concluyen influidos por “conceptos que solo
durante cierto tiempo proporcionan modelos de problemas y soluciones”. O sea, las ideas imperan unos años hasta que
tiempo después se imponen otras que, -igualmente- terminan siendo sustituidas
por unas nuevas. Y así sucesivamente. Incluso un cambio de paradigma puede
devolvernos a otro que había sido rechazado ya. Un ejemplo de ello fue la idea
materialista, que hasta el siglo XIX estaba generalmente aceptada, de que la
vida podía surgir espontáneamente. Sin embargo, tal concepto fue completamente
desechado a raíz de los implacables descubrimientos de Louis Pasteur. Sin embargo,
la ofensiva de las tesis materialistas ha continuado y se ha vuelto a imponer,
-aunque sin prueba alguna- el dogma de que la vida surgió espontáneamente y por
sí misma.
La interrogante que surge de estas experiencias históricas, la resume
el Dr. Ariel Roth, -biólogo de la Universidad de Michigan-, en una pregunta
aleccionadora: si en el ideal científico hay una búsqueda continua de la
verdad, ¿está la ciencia a merced del pensamiento gregario de científicos que se
aferran obstinadamente a prejuicios previamente asumidos? Cuando un paradigma
domina, la ridiculización de otras nociones crea un ambiente de opinión que
preserva la teoría dominante, sea o no cierta. La conclusión a la que llego es
que la única forma de evitar engañarnos con paradigmas erróneos, es tener un
criterio independiente que nos haga discernir las tendencias prejuiciosas de
algunos miembros de la comunidad científica, pues muy a menudo científicos
tienden a guiarse por teorías más que por datos. fzamora@abogados.or.cr
No hay comentarios:
Publicar un comentario