Abogado constitucionalista.
Publicado en el Diario La Nación
http://www.nacion.com/opinion/foros/bases-nuevo-orden_0_1640435946.htmly en el Diario español El Imparcial
Al surgir la actividad industrial en la Inglaterra del siglo XIX, la novedosa
maquinaria instalada en el norte de Europa, que por sí sola hacía el trabajo de
miles, desplazaba a la desocupación a cantidades ingentes de obreros. Sin poder
alimentar a sus familias, muchos trabajadores destruían las máquinas como
mecanismo de protesta ante la pérdida de sus fuentes de ingresos. A esa inusual
protesta contra la automatización fabril se le denominó “ludista”, en memoria
de un tal Ned Ludd, que en 1779 destruyó dos tejedoras mecánicas.
Y así como el ludismo fue engendrado por la primera revolución
industrial, en el horizonte se otea un nuevo ludismo que la tercera y cuarta
revolución industrial están provocando. ¿Por qué? resulta que la implementación
de la robótica, la inteligencia artificial, el internet de las cosas y las
plataformas virtuales interconectadas de esas nuevas revoluciones industriales,
está sustituyendo masiva y aceleradamente la mano de obra humana. Solo citaré
un ejemplo: para los años de la década de 1990, en un área tan sensible como la
agrícola, el Wall Street Journal informaba al mundo que los israelíes,
preocupados por la creciente violencia de los trabajadores palestinos, había
desarrollado una generación de máquinas autoguiadas para dicha actividad. Con
una productividad máxima, operan en los surcos vertiendo fertilizantes, pesticidas
y regando las plantaciones con exactitud matemática. El paroxismo de ésta
tendencia llega con un robot de la Universidad de Purdue, denominado “Robotic
Melon Picker”. Diseñado para trasplantar, cultivar y cosechar productos
agrícolas como melones, calabazas, repollos y lechugas, el aparato es montado
sobre una estructura rodante equipada con cámaras, ventiladores, un ordenador y
sensores que, antes de recoger ella misma el fruto, analiza las imágenes para
determinar la madurez del fruto.
Tales avances tecnológicos son la razón por la que Peter Drucker, en su
obra “La sociedad postcapitalista”, sostiene que la desaparición del trabajo
como factor de producción se transformará en el proceso inacabado del sistema capitalista.
Así, el peligroso panorama que se avecina es el de un aumento de la actividad
productiva pero, paradójicamente, con una reducción en la demanda de empleados.
Adviértase además que, tal y como sucedió en la Europa del Siglo XIX, la
abismal distancia que estamos viendo entre los detentadores de la moderna
tecnología, por una parte, y las masas desclasadas por otra, es un caldo de
cultivo de confrontaciones sociales graves. Y para luces la historia: lo
anterior, sumado al desempleo provocado por la técnica mecanizada de la Europa
del siglo XIX, fue una de las causas que provocaron el surgimiento, tanto del
radicalismo comunista en ese siglo, como del extremismo fascista en la primera
mitad del siguiente. De hecho, parte de la fuerza que han asumido ambos nuevos
populismos, el neofascista y el neomarxista, tiene su origen en el desempleo
masivo. Aunado al hecho de que los actuales adelantos tecnológicos no solo provocarán
cantidades ingentes de desempleados, sino una distancia abismal entre los
poseedores de esas tecnologías y los marginados de ella. En otras palabras, así
como el desempleo provocado por la mecánica de la primera revolución industrial
catalizó el ludismo, el marxismo y el fascismo, así también el desempleo que
provoca la robótica de la tercera y cuarta revolución industrial, cataliza la
versión actual de esas mismas patologías sociopolíticas.
Ahora bien, como el progreso tecnológico
no debe detenerse, se requiere una solución al problema. En los siglos XIX y
XX, las filosofías sociopolíticas que lograron contrarrestar aquellos
radicalismos totalitarios, fueron esencialmente la socialdemocracia y la
doctrina social de la iglesia católica. Así las cosas, ante el resurgimiento de
los extremismos de los que somos testigos, se requiere una reinvención de muchos
de los principios y postulados prácticos de las filosofías políticas moderadas,
de tal forma que sea posible un nuevo contrato social. Tal como sucedió con
aquel nuevo orden establecido por el gobierno de Franklin D. Roosevelt después
de la gran depresión. De la lectura de pensadores contemporáneos como Jeremy
Rifkin, Alvin Toffler o Noah Harari, podemos
extraer indicios y atisbos sobre algunas bases o fundamentos de un posible “new
deal” del Siglo XXI. Un primer postulado tiene que ver con el derecho laboral: deberá
hacerse una reducción de la jornada laboral ordinaria a nivel mundial, de tal
forma que se posibilite, por una parte, una mejor distribución del aumento de
la productividad derivada del uso intensivo de la tecnología sustituta de mano
de obra, y por otra un desempleo menor, al aplicarse una menor cantidad de
horas laborales a cada trabajador.
Esa medida provocará la disposición de más tiempo libre por parte de
grandes colectivos humanos, por lo que podría redirigirse el ocio de millones
en tareas solidarias, generando una nueva fuerza laboral, la de la economía
social o tercera economía, que no es sector público tradicional, ni tampoco sector
privado mercantil ordinario. Ahora bien, para que esto último sea posible, el
segundo postulado, derivado de la responsabilidad social empresarial, afirma
que una fracción de las enormes utilidades obtenidas del ahorro en mano de obra
humana por la aplicación y uso intensivo de alta tecnología, deberá invertirse y
cuantificarse en dicho modo alternativo de economía citado. Como lo es por
ejemplo, el pago de estipendios en favor de quienes colaboren en la economía
social, o bien en otras manifestaciones como el eco-capitalismo (o sea, la vocación
mercantil aplicada a la solución de los problemas ecológicos), y en la economía
solidaria.
Durante el primer industrialismo, las relaciones mercantiles prevalecieron
sobre las no lucrativas, y el reconocimiento social se ha medido por la
capacidad adquisitiva del individuo. Si logramos darle valor y consolidar la
economía social y solidaria como tercer sector, estableciendo elementos de
medición financiera y retribuyendo financieramente el tiempo que se le destina,
pagando la labor no lucrativa o incluso cuantificando la inversión en ella, avanzaremos
en el ideal de restaurar el valor de las relaciones humanas genuinas. Es sentar
las bases de la sociedad solidaria.