Abogado constitucionalista.
Publicado en La Nación:
http://www.nacion.com/opinion/foros/falsos-profetas_0_1637436245.html
Aquí
ya ha sucedido: usar el odio o la comedia como estratagemas para intentar ascender
al poder. Fue en la década de 1970 con un personaje que también aspiró con un
partido tureca. Su nombre era Gerardo Wenceslao Villalobos, y se le conoció
popularmente como “G.W.”. La única diferencia es que, en su caso, la estrategia
fue el humor. Igualmente era locuaz, por lo que también se ubicó en los índices
de popularidad, logrando elegir algún legislador. En aquel momento las redes
sociales no existían por lo que, para darse a conocer, se montaba en un
descapotable exhibiéndose con los ojos vendados. Provocó múltiples anécdotas. En una ocasión anunció la presentación en televisión de su
gemelo, quien decía ser profesor emérito de Harvard; en el programa apareció un
sujeto de traje formal y elegante dicción, quien solicitó el voto para su
hermano G.W. Con el tiempo se supo que aquel era el mismo Villalobos
disfrazado. En Cuba subió a cantar a la tarima de un club nocturno en Varadero
y cuando la seguridad lo desalojó, empezó a vociferar, a tontas y a locas, imprecaciones
contra Fidel. Pero la anécdota más memorable fue a raíz de la llegada del luchador
argentino Martin Karadagián, quien dirigía "Titanes en el Ring", un programa
infantil muy popular en latinoamérica. El espectáculo llegó en 1973 a la Plaza
de toros de Zapote. En un momento dado al unísono, el público empezó a corear el
nombre de “G.W.”, quien estaba allí presente. En el evento, -que transmitía
Canal 7- G.W. Villalobos se lanzó al ring, emprendiendo una enconada lucha contra
el mismísimo Karadagián.
Hay otros personajes que en el mundo han usado la comedia para
ascender en política. Con su movimiento “5 estrellas”, el charlatán Beppe
Grillo alcanzó 108 diputados y 54 senadores. El loquito Abdalá Buccaram debió
ser destituido en Ecuador después de varias tonterías; la gota que derramó el
vaso fue su grabación de un disco romántico, y a raíz de ello, compararse con
Julio Iglesias ante la prensa internacional. Sin embargo, aquellos que usan el
humor para obtener popularidad política, son mucho menos peligrosos, pues por
ser la risa un instrumento tan evidente, el montaje que arman al menos es sincero.
Los verdaderamente temibles, son los falsos profetas del odio, del rencor y del
resentimiento. En el pasado se apeló
a la comedia para ganar adeptos, los personajes de hoy apelan al veneno, a la
escandalosa insidia, y al desprestigio de las instituciones democráticas. Así,
publicando audiovisuales con verbo estridente para las redes sociales, y
aupados por medios de comunicación que hacen ecos de sus declaraciones grandilocuentes,
los falsos profetas del nuevo siglo han tomado popularidad.
Jacques
Maritain sostenía que las sociedades necesitan profetas; especialmente en sus
períodos críticos, o bien en la hora de su nacimiento o de su renovación
profunda. Tal y como sucedía desde la antigüedad, su misión de despertar a los
pueblos está inspirada a partir de su propia consciencia. Por ello, la más feliz coyuntura sucede cuando los
estadistas son al mismo tiempo auténticos profetas. Ahora bien, tal y como
ciertamente anota ese filósofo, aquel es un fenómeno vital e indispensable, pero
también muy peligroso, pues lo genuino provoca siempre la propensión al embuste.
Y así, donde hay inspiración y profecía, habrá también émulos falsos; por un
lado inspiradores surgidos de una afección auténtica, y por otro, imitadores
que no son sino demagogos con instintos tenebrosos. No hay nada más difícil
para los pueblos que tener discernimiento de espíritus, que es lo que permite
distinguir entre la inspiración genuina y la corruptora; deslindar el trigo que
crece junto a la cizaña. No tomar lo sucio por puro.
Para verdades la historia, que es pródiga en ejemplos de
genuinos y falsos apóstoles. En la época moderna, Occidente nos ofrece a
Maximiliano Robespierre, que fue el primero de los grandes heraldos del rencor.
Su verbo encendido convirtió a la revolución francesa en la primera gran
carnicería moderna. Sedujo a las masas sedientas de la utopía secular jacobina,
hasta convertir las consignas de fraternidad, igualdad y libertad, en una
macabra pesadilla. Lo verdaderamente indignante de los embusteros, es que su
conducta prostituye algo que es sublime, pues ciertamente, cuando las
sociedades se sumergen y dormitan, los pueblos deben de ser sacudidos de su
modorra. El ser humano es proclive a permanecer en estados de acomodo, y de
esas etapas somnolentes se debe ser despertado. Tales despertares, que surgen
tras el estado de confortabilidad, suelen ser incómodos e irritantes. Y esa es
la labor del profeta genuino, pues sea como sea, las grandes transformaciones
surgen inicialmente de la inspiración de quijotes convencidos de encarnar el
ideal de la época. ¿O acaso Samuel Adams habría convocado un referendo para
conocer opiniones sobre su gesta independentista? Ciertamente el ideal es una
pasión combativa; por eso el idealista puede ser mal interpretado, pues las
bajas pasiones del falso profeta se encubren, se agazapan detrás de la apariencia
de las pasiones combativas, simulando ser una de ellas. Los impostores
necesitan partidos turecas y unipersonales, cascarones que no son sino simples
franquicias comerciales, porque no tienen la empatía ni la inteligencia
emocional para sociabilizar y forjar la trayectoria que se exige en los
verdaderos partidos. Por eso, aunque excepcionalmente es posible, un partido
con una fuerte militancia y los controles sociales que ella impone, difícilmente
permitirá el dominio de un charlatán.
Por ello los farsantes electorales, algunas veces ocultos
tras ideologías apócrifas, toman las filosofías democráticas genuinas y las
convierten en discursos de odio. Son los procreadores de las minorías contrarias
de choque. En la República de Weimar, era Ernst Röhm y sus tropas de asalto las
que aterrorizaban a las voces que se les oponían. Hoy los linchamientos son cibernéticos
y es allí donde operan ese tipo de minorías que aspiran a llevar a sus falsos mesías
al poder. Para luego, como ha sido usual en la historia, servirse del
resentimiento de facciones insurreccionales, destruyendo las instituciones
democráticas tan costosamente forjadas, e instalando despotismos. De esta
triste experiencia, los alemanes que vieron actuar al nazismo son testigos de
cargo. También los venezolanos de hoy, los que han “disfrutado” la última
versión del socialismo.
fzamora@abogados.or.cr
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