Abogado constitucionalista.
Publicado en el Periódico La Nación:
http://www.nacion.com/opinion/columnistas/laudato-si-en-costa-rica/GEIDR23IAVFG5JQYF4LC6TMD3Q/story/
El Vaticano anunció al mundo que el tema del simposio anual de la
prestigiosa Fundación Ratzinger, sería sobre la encíclica Laudato Sí. Y gracias a la iniciativa de la U. Católica de CR y su
rector Fernando Sánchez, se realizará en nuestro país, en este mes de noviembre.
No quepa duda de que será la actividad cultural e intelectual de mayor
importancia realizada este año en Costa Rica. Entre otras figuras de prestigio
mundial, vendrán los Cardenales Hummes y Versaldi. En el contexto de la
ocasión, amerita repasar algunos de los principios que, sobre el desarrollo
sostenible y la ecología, planteó dicha encíclica, publicada hace apenas dos
años. En primer término, deja en claro que la prerrogativa veterotestamentaria que
le otorga al ser humano la potestad de dominar la tierra, preceptuada en el
1:28 del Génesis, yace condicionada
por otro mandato igualmente importante, que hayamos en el versículo 2:15 del
mismo Génesis: el de proteger la creación
heredada. Es un derecho con su correspondiente deber. Así, la concesión que nos
permite dominar contiene, en el mismo acto, la responsabilidad de preservar. Ese
concepto confronta la acusación propalada por los detractores de la cosmovisión
judeocristiana, quienes afirman que dicha filosofía ha propiciado una vocación
humana predadora del ambiente. Por el contrario, su visión condena la soberbia
antropocéntrica que pretende igualarnos a Dios y que niega nuestra condición de
creaturas limitadas: la tierra es del Señor, nos precede, y nos fue dada como
mayordomos. Debemos cuidarla en función de la razón moral de que, al igual que
ella, no somos sino creaturas, pues natura se rebela cuando pretendemos
suplantar a Dios; cuando nos comportamos como un agente exógeno a ésta, que
pretende dominarla sin considerar que somos parte de ella. Por demás, en tanto lo
hagamos responsablemente, ¿nos atrevemos a cuestionar el beneficio de nuestro
dominio y mayordomía?
Un segundo aspecto a destacar, es que la encíclica reconoce con
determinación la realidad del deterioro ambiental. Para la Iglesia, la pérdida
de la biodiversidad, el cambio climático, el deterioro y disminución de las
fuentes de agua dulce en el planeta, y la contaminación derivada de la
actividad urbano-industrial, son realidades inobjetables. Negar la evidencia,
es un acto irresponsable que solo puede entenderse en el marco de los intereses
económicos propios de algunos grupos de poder industrial y de quienes medran de
la incultura del descarte. Por otra
parte, en la obra se objeta la falsa dicotomía con la que se pretende resolver
el tema, pues en un sentido se denuncia a quienes creen que basta la evolución
tecnológica, aunque no la acompañe un compromiso ético, y en el otro extremo,
también a aquellos que, en un integrismo ecologista radical, prácticamente desean
que la actividad humana sea abolida. En otras palabras, rechazando el mito de
un crecimiento material sin equilibrios ni fronteras, se objeta también la
obsesión que pretende desterrar el progreso de forma absoluta. La inequidad
como un acelerador de la crisis ecológica, es un cuarto principio que se
infiere de la encíclica. La miseria en la que millones se arrastran, ante el
desperdicio de recursos que hacen unos cuantos, provoca una degradación en
doble vía: por una parte, la opulencia de los pocos les lleva a un abuso
irracional de los recursos planetarios que, -tal y como lo demuestran las
estadísticas de las investigaciones técnicas-, hace que tan solo un 10% de la población mundial, emita
prácticamente el 50% del total de las emisiones de carbono del
planeta. En el sentido contrario, la necesidad y el desconocimiento de los
muchos en pobreza, les lleva a una explotación inadecuada de los recursos
naturales a los que logran acceder. Por ejemplo, en Haití la tasa de
deforestación para el uso de carbón vegetal, leña y como fuente de energía,
prácticamente devastó todo el bosque nacional. Y en otras naciones pobres, como
Camboya, Guatemala o Paraguay, la deforestación por razones de necesidad
alimentaria, alcanza niveles insospechados.
En razón de que la cosmovisión judeocristiana concibe la creación como
una herencia otorgada en mayordomía, los beneficios que se obtienen de la
naturaleza deben plegarse a las posibilidades sostenibles que ella ofrece. O
sea, recibir lo que el proceso natural de suyo permite. Sin embargo, con la
actual propensión de la incultura del descarte, lo que se pretende es exprimir todo
lo posible del ecosistema. En palabras del Papa Francisco: “sin que la
naturaleza y el hombre se tiendan una mano amigable”. Las indiscriminadas
manipulaciones genéticas aplicadas tanto en la producción vegetal como animal, con
intención de aumentar utilidades comerciales, son un ejemplo que ilustra este
punto. De esta propensión sobre-extractora, se deriva un quinto principio del
documento pontificio: un crecimiento material acelerado e ilimitado es una
noción incompatible con la sostenibilidad ambiental. A pesar de lo que aspiren
lograr los poderes financieros del mundo, si la explotación es desequilibrada, la
disponibilidad de los bienes planetarios se agotará irreversiblemente. Otro
principio que se extrae de la obra papal, es la necesidad de replantear el
actual paradigma tecnocrático. ¿Cómo? entendiendo que el propósito lucrativo
del desarrollo tecnológico, debe subordinarse al objetivo ambiental. En otras
palabras, en la promoción del desarrollo tecnológico no puede valorarse
exclusivamente el rédito económico, sino que deben atenderse las eventuales
consecuencias negativas del mismo. Laudato
Sí nos hace igualmente una advertencia lapidaria acerca de los peligros de
la actual incultura relativista. En el relativismo todo resulta irrelevante en
tanto no genere utilidad a los intereses inmediatos. Es la lógica perversa que
lleva a aprovecharse y disponer de lo demás como objeto: ya sea el ambiente,
sea un feto en el vientre materno, o una mujer sexualmente objetivada. En
contraposición a tal panorama, nos llama a la consecución de una cultura
ambiental que tenga en cuenta todos los factores del desarrollo humano. En
mejores palabras, un lugar contaminado exige contestar ¿por qué el comportamiento
y funcionamiento de la comunidad lo está destruyendo? Demos por asumida la
relación entre la naturaleza y la sociedad que la habita. No existen dos
crisis, -la social y la ambiental-, que sean ajenas la una de la otra. El
desafío de un ambiente ecológicamente equilibrado y el de una sociedad digna es
el mismo. fzamora@abogados.or.cr