lunes, 20 de noviembre de 2017

LAUDATO SI EN COSTA RICA

Dr. Fernando Zamora Castellanos
Abogado constitucionalista.

Publicado en el Periódico La Nación:
http://www.nacion.com/opinion/columnistas/laudato-si-en-costa-rica/GEIDR23IAVFG5JQYF4LC6TMD3Q/story/

 
El Vaticano anunció al mundo que el tema del simposio anual de la prestigiosa Fundación Ratzinger, sería sobre la encíclica Laudato Sí. Y gracias a la iniciativa de la U. Católica de CR y su rector Fernando Sánchez, se realizará en nuestro país, en este mes de noviembre. No quepa duda de que será la actividad cultural e intelectual de mayor importancia realizada este año en Costa Rica. Entre otras figuras de prestigio mundial, vendrán los Cardenales Hummes y Versaldi. En el contexto de la ocasión, amerita repasar algunos de los principios que, sobre el desarrollo sostenible y la ecología, planteó dicha encíclica, publicada hace apenas dos años. En primer término, deja en claro que la prerrogativa veterotestamentaria que le otorga al ser humano la potestad de dominar la tierra, preceptuada en el 1:28 del Génesis, yace condicionada por otro mandato igualmente importante, que hayamos en el versículo 2:15 del mismo Génesis: el de proteger la creación heredada. Es un derecho con su correspondiente deber. Así, la concesión que nos permite dominar contiene, en el mismo acto, la responsabilidad de preservar. Ese concepto confronta la acusación propalada por los detractores de la cosmovisión judeocristiana, quienes afirman que dicha filosofía ha propiciado una vocación humana predadora del ambiente. Por el contrario, su visión condena la soberbia antropocéntrica que pretende igualarnos a Dios y que niega nuestra condición de creaturas limitadas: la tierra es del Señor, nos precede, y nos fue dada como mayordomos. Debemos cuidarla en función de la razón moral de que, al igual que ella, no somos sino creaturas, pues natura se rebela cuando pretendemos suplantar a Dios; cuando nos comportamos como un agente exógeno a ésta, que pretende dominarla sin considerar que somos parte de ella. Por demás, en tanto lo hagamos responsablemente, ¿nos atrevemos a cuestionar el beneficio de nuestro dominio y mayordomía?

 

Un segundo aspecto a destacar, es que la encíclica reconoce con determinación la realidad del deterioro ambiental. Para la Iglesia, la pérdida de la biodiversidad, el cambio climático, el deterioro y disminución de las fuentes de agua dulce en el planeta, y la contaminación derivada de la actividad urbano-industrial, son realidades inobjetables. Negar la evidencia, es un acto irresponsable que solo puede entenderse en el marco de los intereses económicos propios de algunos grupos de poder industrial y de quienes medran de la  incultura del descarte. Por otra parte, en la obra se objeta la falsa dicotomía con la que se pretende resolver el tema, pues en un sentido se denuncia a quienes creen que basta la evolución tecnológica, aunque no la acompañe un compromiso ético, y en el otro extremo, también a aquellos que, en un integrismo ecologista radical, prácticamente desean que la actividad humana sea abolida. En otras palabras, rechazando el mito de un crecimiento material sin equilibrios ni fronteras, se objeta también la obsesión que pretende desterrar el progreso de forma absoluta. La inequidad como un acelerador de la crisis ecológica, es un cuarto principio que se infiere de la encíclica. La miseria en la que millones se arrastran, ante el desperdicio de recursos que hacen unos cuantos, provoca una degradación en doble vía: por una parte, la opulencia de los pocos les lleva a un abuso irracional de los recursos planetarios que, -tal y como lo demuestran las estadísticas de las investigaciones técnicas-, hace que tan solo un 10% de la población mundial, emita prácticamente el 50% del total de las emisiones de carbono del planeta. En el sentido contrario, la necesidad y el desconocimiento de los muchos en pobreza, les lleva a una explotación inadecuada de los recursos naturales a los que logran acceder. Por ejemplo, en Haití la tasa de deforestación para el uso de carbón vegetal, leña y como fuente de energía, prácticamente devastó todo el bosque nacional. Y en otras naciones pobres, como Camboya, Guatemala o Paraguay, la deforestación por razones de necesidad alimentaria, alcanza niveles insospechados.

 

En razón de que la cosmovisión judeocristiana concibe la creación como una herencia otorgada en mayordomía, los beneficios que se obtienen de la naturaleza deben plegarse a las posibilidades sostenibles que ella ofrece. O sea, recibir lo que el proceso natural de suyo permite. Sin embargo, con la actual propensión de la incultura del descarte, lo que se pretende es exprimir todo lo posible del ecosistema. En palabras del Papa Francisco: “sin que la naturaleza y el hombre se tiendan una mano amigable”. Las indiscriminadas manipulaciones genéticas aplicadas tanto en la producción vegetal como animal, con intención de aumentar utilidades comerciales, son un ejemplo que ilustra este punto. De esta propensión sobre-extractora, se deriva un quinto principio del documento pontificio: un crecimiento material acelerado e ilimitado es una noción incompatible con la sostenibilidad ambiental. A pesar de lo que aspiren lograr los poderes financieros del mundo, si la explotación es desequilibrada, la disponibilidad de los bienes planetarios se agotará irreversiblemente. Otro principio que se extrae de la obra papal, es la necesidad de replantear el actual paradigma tecnocrático. ¿Cómo? entendiendo que el propósito lucrativo del desarrollo tecnológico, debe subordinarse al objetivo ambiental. En otras palabras, en la promoción del desarrollo tecnológico no puede valorarse exclusivamente el rédito económico, sino que deben atenderse las eventuales consecuencias negativas del mismo. Laudato Sí nos hace igualmente una advertencia lapidaria acerca de los peligros de la actual incultura relativista. En el relativismo todo resulta irrelevante en tanto no genere utilidad a los intereses inmediatos. Es la lógica perversa que lleva a aprovecharse y disponer de lo demás como objeto: ya sea el ambiente, sea un feto en el vientre materno, o una mujer sexualmente objetivada. En contraposición a tal panorama, nos llama a la consecución de una cultura ambiental que tenga en cuenta todos los factores del desarrollo humano. En mejores palabras, un lugar contaminado exige contestar ¿por qué el comportamiento y funcionamiento de la comunidad lo está destruyendo? Demos por asumida la relación entre la naturaleza y la sociedad que la habita. No existen dos crisis, -la social y la ambiental-, que sean ajenas la una de la otra. El desafío de un ambiente ecológicamente equilibrado y el de una sociedad digna es el mismo. fzamora@abogados.or.cr

LA TRAVESIA DEL PENSAMIENTO HUMANO

Dr. Fernando Zamora Castellanos
Abogado constitucionalista.

Publicado en el periódico La Nación
http://www.nacion.com/opinion/columnistas/la-travesia-del-pensamiento-humano/AMMLYPLUY5FOLNVOU57HU6NGHY/story/

Publicado en el España en:
https://www.elimparcial.es/noticia/183289/opinion/la-travesia-del-pensamiento-humano.html


He recibido la última obra sobre filosofía jurídica de mi colega y entrañable amigo Manrique Jiménez Meza, uno de los juristas latinoamericanos más prolíficos. Repasando el esfuerzo de autores como él, cavilaba sobre lo irritante que es ver la atención que se prodiga a tanta basura propia de esta sociedad del entretenimiento, mientras que el empeño de valor cultural es relegado al extraviado rincón de la indiferencia. Esa encomiable contribución a la historia del pensamiento jurídico, motivó en mí esta breve reflexión sobre el periplo de las ideas humanas. En auxilio a este cometido, y en el cuidado de no usurparle conceptos a él, he recurrido a mi mucho más modesto libro “El origen del ideal constitucional”, que años atrás me publicó Editorial Juricentro, y del que extraigo algunas ideas que entonces desarrollé. Veamos. Si tomamos en cuenta que la historia humana arranca con la palabra escrita, podemos asegurar que la travesía de las ideas humanas aún es joven, pues prácticamente el noventa por ciento de nuestra existencia estuvo sujeta a la tradición oral. En todo aquel inmenso período, la idealización humana estuvo confinada a la mitología. Así las cosas, el verdadero peregrinaje del pensamiento humano tiene su punto de partida en el paradigma del mundo antiguo y a partir de la expresión escrita. Y aunque es en el Oriente medio donde surgen las primeras grandes civilizaciones, la realidad es que el primer paradigma del pensamiento humano surge con las ideas filosóficas de la Grecia antigua. Ahora bien, la cosmovisión grecolatina era muy diferente a las nociones generales que hoy asumimos. Por ejemplo, el Dr. Francisco Alvarez González, -erudito en filosofía antigua-, señalaba que a diferencia de lo que la ciencia ahora nos enseña sobre el inicio del universo, buena parte de aquel pensamiento de la antigüedad no compartía la noción de que el universo tuvo origen. Por el contrario, la mayoría de los grandes filósofos de entonces, asumían la idea del universo sin principio ni final. Para ellos el cosmos era una realidad última a la que pertenecían las ideas, seres humanos, espíritus, ángeles y dioses, y su concepción acerca del curso de la existencia no era lineal, como lo entendemos hoy, sino cíclico. Cada ciclo cósmico iniciaba en una edad dorada, degenerando progresivamente antes de ser destruida hasta reiniciar con otra nueva etapa. Si bien consideraban que existían fuerzas divinas que regían el destino, concebían que éstas eran caprichosas e insensibles.

 

Cuando se desintegra el imperio romano, -y con él la cultura grecolatina-, Europa era azotada por bárbaros de diferentes procedencias. Vándalos, eslavos, mongoles, bereberes, hunos y pictos, -entre otros-, que asolaron las pocas y devastadas ciudades y pueblos, que a duras penas subsistían tras la caída imperial. El monumental desafío de reconstruir la cultura europea, fue un esfuerzo titánico que le correspondió asumir a la entonces incipiente cristiandad. Cuando la cultura cristiana se consolidó, con ella brotó un segundo gran paradigma de pensamiento, una comprensión opuesta a aquella del caos cíclico del mundo pagano antiguo. A partir de los monjes y filósofos escolásticos, se retomó la inusual convicción semítica de los hebreos, según la cual Dios creó lo existente a partir de la nada, pues Él no era parte del cosmos. Con ese fundamento, surgió también la convicción de la existencia de un orden encubierto en el universo. Por cierto, aquella inconcebible idea de que el universo podría haber sido creado a partir de un instante, hoy dejó de ser una quimera insensata, al resultar demostrado por la ciencia que éste ciertamente tuvo un inicio intempestivo. En fin, el pensamiento filosófico de aquella etapa, concibió que era posible discernir la verdad, tanto por la razón natural, como por la fe revelada. Por ejemplo, para Tomás de Aquino la razón natural nos permite discernir la diferencia entre la bondad y la maldad, o también reconocer que todo lo existente tiene una causa original, tal como también lo enseña la fe revelada. En síntesis, para ellos existía una “teología natural” que, en aspectos como la existencia de Dios, o la vida moral, confirmaba lo que la teología bíblicamente revelada afirmaba. En su obra sobre historia de la ciencia, el matemático y filósofo inglés Alfred N. Whitehead, anota que aquella insistencia del cristianismo “en la racionalidad de Dios” permitió que se instaurase una vocación que aspiraba a comprender aquel universo creado que ya no se asumía caótico ni caprichoso. Por ello en el siglo XIII, los religiosos franciscanos Robert Grosseteste y Roger Bacon,  propusieron el método inductivo experimental, que sentó las bases del método científico, y cuya consecuencia fue el surgimiento de la ciencia como tal.

 

Y con la ciencia nace una rotación radical en la travesía de las ideas humanas. El historiador de la ciencia Lynn White, sostiene que aquel empeño de la cultura monacal cristiana por investigar la naturaleza basándose en la experiencia, la observación y el experimento, instituyó el método empírico, catalizador de la revolución científica posterior. Igualmente Jean Gimpel, erudito en historia científica, sostiene que la piedra angular que dio origen a la ciencia fue la idea monástica de que, como el universo era una “construcción racional”, la naturaleza debía ser investigada a través de los sentidos. Por demás está decir que esa era científica de la que aún disfrutamos, es la que nos ha facilitado buena parte de nuestro bienestar material, y que ha provocado las cuatro revoluciones industriales; solo por citar uno de sus muchos beneficios.

 

Pues bien, el sociólogo Jeremy Rifkin ha denunciado que, con la irrupción de la revolución cibernética y los estertores de lo que llama “conciencia teológica e ideológica”, la humanidad ingresó en una aberración posmoderna denominada la “era teatral”, que se suma al antirracional y contracultural fenómeno posmoderno. En esta “era dramatúrgica” el pensamiento humano se sustituye en una oquedad que se bifurca, por una parte, en la aniquilación de la noción histórica de progreso, y por otra, donde las relaciones sociales, siendo ahora interactivas, provocan que en la web, millones hagan de sus vidas una interpretación de tipo narcisista y teatral para los demás. Un infinito voyeurismo; un psicodrama a escala planetaria. Por ello, el sociólogo Philip Rieff espetaba indignado que hoy el hombre no procura ser redimido, su aspiración es simplemente ser complacido.  fzamora@abogados.or.cr