Abogado constitucionalista.
Publicado en el periódico La Nación
http://www.nacion.com/opinion/columnistas/la-travesia-del-pensamiento-humano/AMMLYPLUY5FOLNVOU57HU6NGHY/story/
Publicado en el España en:
https://www.elimparcial.es/noticia/183289/opinion/la-travesia-del-pensamiento-humano.html
He recibido la última obra sobre filosofía jurídica de mi colega y entrañable
amigo Manrique Jiménez Meza, uno de los juristas latinoamericanos más
prolíficos. Repasando el esfuerzo de autores como él, cavilaba sobre lo
irritante que es ver la atención que se prodiga a tanta basura propia de esta sociedad
del entretenimiento, mientras que el empeño de valor cultural es relegado al extraviado
rincón de la indiferencia. Esa encomiable contribución a la historia del pensamiento
jurídico, motivó en mí esta breve reflexión sobre el periplo de las ideas
humanas. En auxilio a este cometido, y en el cuidado de no usurparle conceptos
a él, he recurrido a mi mucho más modesto libro “El origen del ideal constitucional”, que años atrás me publicó
Editorial Juricentro, y del que extraigo algunas ideas que entonces desarrollé. Veamos. Si tomamos en cuenta que la
historia humana arranca con la palabra escrita, podemos asegurar que la
travesía de las ideas humanas aún es joven, pues prácticamente el noventa por
ciento de nuestra existencia estuvo sujeta a la tradición oral. En todo aquel
inmenso período, la idealización humana estuvo confinada a la mitología. Así
las cosas, el verdadero peregrinaje del pensamiento humano tiene su punto de
partida en el paradigma del mundo antiguo y a partir de la expresión escrita. Y
aunque es en el Oriente medio donde surgen las primeras grandes civilizaciones,
la realidad es que el primer paradigma del pensamiento humano surge con las
ideas filosóficas de la Grecia antigua. Ahora bien, la cosmovisión grecolatina era
muy diferente a las nociones generales que hoy asumimos. Por ejemplo, el Dr.
Francisco Alvarez González, -erudito en filosofía antigua-, señalaba que a
diferencia de lo que la ciencia ahora nos enseña sobre el inicio del universo,
buena parte de aquel pensamiento de la antigüedad no compartía la noción de que
el universo tuvo origen. Por el contrario, la mayoría de los grandes filósofos
de entonces, asumían la idea del universo sin principio ni final. Para ellos el
cosmos era una realidad última a la que pertenecían las ideas, seres humanos,
espíritus, ángeles y dioses, y su concepción acerca del curso de la existencia
no era lineal, como lo entendemos hoy, sino cíclico. Cada ciclo cósmico
iniciaba en una edad dorada, degenerando progresivamente antes de ser destruida
hasta reiniciar con otra nueva etapa. Si bien consideraban que existían fuerzas
divinas que regían el destino, concebían que éstas eran caprichosas e
insensibles.
Cuando se desintegra el imperio romano, -y con él la cultura grecolatina-,
Europa era azotada por bárbaros de diferentes procedencias. Vándalos, eslavos,
mongoles, bereberes, hunos y pictos, -entre otros-, que asolaron las pocas y devastadas
ciudades y pueblos, que a duras penas subsistían tras la caída imperial. El
monumental desafío de reconstruir la cultura europea, fue un esfuerzo titánico
que le correspondió asumir a la entonces incipiente cristiandad. Cuando la cultura
cristiana se consolidó, con ella brotó un segundo gran paradigma de pensamiento,
una comprensión opuesta a aquella del caos cíclico del mundo pagano antiguo. A
partir de los monjes y filósofos escolásticos, se retomó la inusual convicción
semítica de los hebreos, según la cual Dios creó lo existente a partir de la
nada, pues Él no era parte del cosmos. Con ese fundamento, surgió también la convicción
de la existencia de un orden encubierto en el universo. Por cierto, aquella
inconcebible idea de que el universo podría haber sido creado a partir de un
instante, hoy dejó de ser una quimera insensata, al resultar demostrado por la
ciencia que éste ciertamente tuvo un inicio intempestivo. En fin, el
pensamiento filosófico de aquella etapa, concibió que era posible discernir la
verdad, tanto por la razón natural, como por la fe revelada. Por ejemplo, para
Tomás de Aquino la razón natural nos permite discernir la diferencia entre la
bondad y la maldad, o también reconocer que todo lo existente tiene una causa
original, tal como también lo enseña la fe revelada. En síntesis, para ellos
existía una “teología natural” que, en aspectos como la existencia de Dios, o
la vida moral, confirmaba lo que la teología bíblicamente revelada afirmaba. En
su obra sobre historia de la ciencia, el matemático y filósofo inglés Alfred N.
Whitehead, anota que aquella insistencia del cristianismo “en la racionalidad
de Dios” permitió que se instaurase una vocación que aspiraba a comprender
aquel universo creado que ya no se asumía caótico ni caprichoso. Por ello en el
siglo XIII, los religiosos franciscanos Robert Grosseteste y Roger Bacon, propusieron el método inductivo experimental,
que sentó las bases del método científico, y cuya consecuencia fue el
surgimiento de la ciencia como tal.
Y con la ciencia nace una rotación radical en la travesía de las ideas
humanas. El historiador de la ciencia Lynn White, sostiene que aquel empeño de
la cultura monacal cristiana por investigar la naturaleza basándose en la experiencia,
la observación y el experimento, instituyó el método empírico, catalizador de
la revolución científica posterior. Igualmente Jean Gimpel, erudito en historia
científica, sostiene que la piedra angular que dio origen a la ciencia fue la
idea monástica de que, como el universo era una “construcción racional”, la
naturaleza debía ser investigada a través de los sentidos. Por demás está decir
que esa era científica de la que aún disfrutamos, es la que nos ha facilitado
buena parte de nuestro bienestar material, y que ha provocado las cuatro
revoluciones industriales; solo por citar uno de sus muchos beneficios.
Pues bien, el sociólogo Jeremy Rifkin ha denunciado que, con la
irrupción de la revolución cibernética y los estertores de lo que llama
“conciencia teológica e ideológica”, la humanidad ingresó en una aberración posmoderna
denominada la “era teatral”, que se suma al antirracional y contracultural fenómeno
posmoderno. En esta “era dramatúrgica” el pensamiento humano se sustituye en
una oquedad que se bifurca, por una parte, en la aniquilación de la noción
histórica de progreso, y por otra, donde las relaciones sociales, siendo ahora interactivas,
provocan que en la web, millones hagan de sus vidas una interpretación de tipo
narcisista y teatral para los demás. Un infinito voyeurismo; un psicodrama a
escala planetaria. Por ello, el sociólogo Philip Rieff espetaba indignado que
hoy el hombre no procura ser redimido, su aspiración es simplemente ser
complacido. fzamora@abogados.or.cr
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