Dr. Fernando Zamora Castellanos
Abogado constitucionalista.
Publicado en el Periodico La Nación
A propósito de lo que sucede hoy en calles como
las de Monimbó, o las de Caracas. Conservo un libro sobre las leyes
espirituales, que en 1994 publicó la editorial mexicana Edivisión. Según aquella
obra, la tercera de esas leyes, era la de la “compensación”, según la cual,
cada acción genera una reacción que regresa a nosotros proporcionalmente y de
la misma manera. En otras palabras, recogemos lo que sembramos. Y la historia es
pródiga de ejemplos donde constan las tristes consecuencias que esta ley
espiritual acarrea contra los déspotas. Frente a los despotismos de hoy,
amerita repasar algunas ilustraciones que demuestran, cómo han sufrido los opresores
dicha ley del talión. A la memoria me viene un primer ejemplo que los anales dominicanos ofrecen. Minerva, Teresa y
Patria, todas de apellido Mirabal, eran tres hermanas célebres por su fervorosa
oposición al régimen del opresor Rafael Leónidas Trujillo. Para noviembre de
1960, fecha en que fueron asesinadas, el régimen trujillista cumplía ya 30 años
de existencia. De cronistas y testigos de excepción de la época, como José
Almoina, se estima que la cifra aproximada de las víctimas de la dictadura
-genocidios de haitianos incluidos-, se acercaba a las cincuenta mil personas.
Dentro de éstas estaban las hermanas Mirabal, cuyos cuerpos aparecieron al
margen de una carretera, al fondo de un barranco. En la escena también un Jeep
rural, pues ésta se predispuso para simular un accidente. Las investigaciones
posteriores demostraron que habían sido brutalmente asesinadas por órdenes del
dictador. Apenas un año después, entrada una noche del mes de mayo, el margen
de otra carretera recibiría el cuerpo inerte y ametrallado del sátrapa que
dirigió aquella república con mano de hierro. En esa ocasión el vehículo era un
Oldsmobile. Cuando se dirigía a San Cristóbal, en el kilómetro 9, fue emboscado
por un grupo de conspiradores. En ambos casos -el asesinato de las Mirabal y el
de Trujillo-, ver la escena de los cuerpos y el vehículo al margen de una
carretera, era una casi exacta retribución de la ley del talión contra el
tirano.
Otro ejemplo lo ofrece la
historia centroamericana. Todo nica sabe que Anastasio Somoza García mandó
asesinar al General Sandino a través de un hombrecillo de baja ralea; si no mal
recuerdo un militar de apellido Delgadillo. Eso fue en 1934. Veintiséis años
después, el 21 de setiembre de 1956, mientras Rigoberto López Pérez simulaba bailar
jazz en la Casa del obrero, en León,
lentamente se le acercó a Somoza García, recetándole cinco tiros de una Smith
and Wesson calibre 38. Mientras moría en el hospital militar de la zona del
Canal de Panamá, el dictador también recibía los efectos aritméticos de la ley
de la compensación espiritual. Con los intereses de capital incluidos, recibía
la paga completa de lo que -26 años atrás-, había sembrado en la humanidad de
Sandino.
La última ilustración la
extraigo de la historia venezolana. En el año 1992, con una pequeña facción de soldados insurrectos, Hugo
Chávez intenta un infructuoso golpe militar contra el entonces Presidente de
Venezuela. Resulta que, exactamente diez años después, en el 2002, cuando ya el
mismo Chávez era Presidente de la República, sufre un intento golpista
igualmente infructuoso y similar al que él pretendió. La trama fue provocada, exactamente
como él lo hizo, por una pequeña facción de soldados insurrectos que, aliados con un grupo de líderes civiles, lo intentó
derrocar. Aquí incluso hay una curiosidad, pues al igual que lo hizo Chávez en
su intentona, también Nestor Gonzalez, uno de los insurrectos, habló en televisión al momento de la fracasada
asonada. Y así, ad infinitum, podría enumerar decenas de ejemplos históricos en
los que los opresores de este mundo, han recibido una paga proporcional a la de
su maldad. La lección esencial de estos episodios, radica en reconocer que, por
cada una de esas acciones, existe una consecuencia. Una causa-efecto de
matemática implacable. La realidad es que cada hecho generado por nuestras decisiones,
provoca una retribución que nos retorna como paga indefectible. Cuando se
siembran las semillas de odio y codicia, éstas irremediablemente germinan, pues
son el resultado de una elección consciente.
¿Qué es la vida política,
sino una constante escogencia? Es cierto
que en la mayoría de los casos, el gobernante no discierne las consecuencias de
éstas, pero la diferencia entre un sátrapa y un estadista, radica precisamente en
la capacidad de tomar verdadera consciencia de los juicios y determinaciones
que se hacen. Un viejo aforismo jurídico nos recuerda que nadie puede alegar
ignorancia de la ley; en el mismo sentido, constantemente tomamos decisiones
sin una verdadera consciencia de las consecuencias que ellas acarrearán. Aún
más, nos guste o no reconocerlo, las omisiones también son decisiones. Muchas
omisiones no las asumimos conscientemente, pero de todas formas arrastramos sus
secuelas. Esta moraleja es especialmente aplicable en la actividad política, en
donde el dirigente es un contralor de equilibrios y un selector de costos de
oportunidad. Por ello el verdadero líder debe tener la capacidad de rectificar.
Uno de los ejemplos más representativos de esa capacidad de corregir el rumbo,
lo ofreció Simón Bolívar. Tal y como lo documenta el historiador Jorge Abelardo
Ramos, Bolívar pretendió romper el yugo político con España, sin antes liberar
a los esclavos y llaneros. Ello provocó que los patriotas de la aristocracia criolla
–racialmente blancos e independentistas-, no contaran con la ayuda de esos
grandes contingentes poblacionales. Por el contrario, éstos más bien se habían
alineado con algunos militares españoles, como José Tomás Boves, quien les
había prometido la libertad de clase. Para los esclavos, su libertad personal
era un bien más preciado que el ideal de la libertad nacional. Con el apoyo de
esos desclasados, los realistas vencieron a Bolívar, que finalmente debió
exiliarse en Jamaica. Estando allí desterrado, Bolívar rectificó. Entendió la
lección: para triunfar, debía también ofrecer la libertad personal a los
esclavos, indígenas y llaneros. Su capacidad de rectificación, le granjeó a la
causa independentista el favor de las masas marginadas. En las crisis que
actualmente enfrentan los regímenes opresores latinoamericanos, las mesas de
diálogo son el escenario ideal para rectificar el rumbo. El problema es que,
para ello, se debe ser magnánimo. Una virtud inusual en los déspotas. fzamora@abogados.or.cr
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