Dr. Fernando Zamora Castellanos
Abogado constitucionalista.
Publicado en el periódico La Nación
https://www.nacion.com/opinion/columnistas/adoctrinamiento-juvenil/7LVQ5X4QFNFDLIQOH7AWLGJXX4/story/
Según informó este diario, las recientes
administraciones educativas han venido adoctrinando a los jóvenes
costarricenses. Lo hacen con un claro sesgo ideológico, mediante textos que se
utilizan como parte del material educativo. Y como en todo adoctrinamiento
sucede, la mentira es una de sus herramientas usuales. Veamos algunos ejemplos.
En el folleto Nueva Acción Cívica para
bachillerato, se afirma respecto del Tratado de Libre Comercio, que “el
gobierno tomaba las decisiones sin tener en consideración al pueblo”, lo cual,
si recordamos que fue un referendo nacional el que decidió el tema, es a todas
luces una burda falsedad histórica. Por demás está anotar que los folletos
están plagados de las típicas frases panfletarias de la teoría marxista de
violencia de clase. Aún peor, en el texto educativo Panorama mundial 11, del programa de estudios sociales para los
muchachos, se atreven a afirmar que, -en la campaña del 2007 por el tratado de
libre comercio con Centroamérica y EU, los funcionarios de la administración
que entonces impulsó la iniciativa, ofrecían bienes a cambio de votos. Burda calumnia
que supongo terminará en los estrados penales del país, pues incluso utilizan
la imagen de exfuncionarios de entonces. No quepa duda: si eso hubiese ocurrido,
habrían sobrado los testigos y las pruebas; eran momentos en que el ambiente
estaba muy efervescente, y dichas autoridades habrían sido entonces denunciadas
si en verdad aquella fechoría hubiese ocurrido. Igual sucede con otros materiales
lectivos, en donde se hacen alusiones indirectas a partidos políticos vigentes,
con el objetivo subliminal de orientar la afinidad de los educandos en función
del partido de gobierno, y contra la oposición.
En fin, es claro que la educación está siendo tomada
por activistas imbuidos de ideología que pretenden ejercer la misma estrategia
que en el pasado tantos réditos ofreció a los regímenes totalitarios. Al igual
que lo estaban Antonio Gramsci y Herbert Marcuse, están convencidos que el
futuro no está en la toma armada del poder político, sino en el adoctrinamiento
cultural de la juventud. Se emplean estrategias como la “ventana de Overton”, en donde una idea, por más insensata que
parezca, puede terminar imponiéndose si se adoctrina sistemáticamente en ella.
Es triste que se pretenda subordinar la educación a un recetario de fórmulas ideológicas. Una
filosofía educativa sensata no ofrece recetas. Solo es guía para discernir el
camino, y escoger, de todo el conjunto de arbitrios que para cada caso concreto
se ponen en práctica intentando la cultura. Se limita a ofrecer un marco dentro
del cual se desata la inspiración del buen educador, que es el poder
extraordinario con el que éste intuye el llamado que tiene el joven en su
transitar vital. Pero tal inspiración es imposible en una mente obnubilada por
los prejuicios y las supersticiones ideológicas. Porque la ideología es un
condicionamiento. Es una programación mental. Independientemente de que sus
enunciados se ajusten o no a la realidad, lo esencial es que cumplan una
función directiva del comportamiento. Sean o no justificados sus predicados, al
final resultan un conjunto prescriptivo y sistemático de conductas condicionadas
por una fuerte carga emotiva.
Bien lo reclamó el pensador mexicano Luis Villoro: la
ideología es un conjunto de creencias que responden al interés particular de
grupos afanados en obtener poder. Aunque éstas no siempre son irracionales, no
pueden invocar una justificación suficiente para que su supuesta verdad se
acepte con razonable seguridad. Sabemos que existen creencias falsas, incluso
algunas que, por injustas, son evidentemente falsas. Por eso no tienen fuerza
social. Pero en el caso de la generalidad de las falacias ideológicas, éstas sí
se aceptan como verdades incuestionables solo por el objetivo subterráneo que
arrebatan. Las ideologías dan por sentadas convicciones que en la gran mayoría
de los casos no tienen fundamento en la realidad. A pesar de ello, los
activistas de las ideologías logran que sus razones venzan a otras mejores,
como son por ejemplo, las razones estadísticas. La falacia ideológica no
necesariamente se levanta intencionalmente. No siempre es un engaño consciente.
Por eso es difícil confrontarla. Quien está sometido a las supersticiones
ideológicas, las abraza con sincera ingenuidad. Por eso son un yugo difícil de
vencer. La única forma de desenmascarar la falacia ideológica es descubriendo
los intereses propios de quienes las promueven. La ideología es un espejismo
que satisface las necesidades de identidad colectiva, de reconocimiento y
cobijo. Por eso los jóvenes son quienes fácilmente caen presa de las redes que
los ideólogos echan. Ahora bien, para que la superstición ideológica alcance
éxito social, es necesario que quienes las prohíjan estén convencidos de que
aquello en lo que creen será en beneficio de todos. Y por promover quimeras que
al final del camino solo son intereses, la ideología es un engaño. Dichos intereses
llegan al extremo de presentar como verdades, creencias que la misma realidad
contradice, o que son incluso irracionales.
Surgidas a partir del marxismo del siglo XIX, las
doctrinas ideológicas más peligrosas tienen su matriz en las teorías del materialismo
determinista y de la lucha de clases. El denominador común de todas sus
variantes está en dos elementos. Mal conciben el desarrollo humano a partir de
la absoluta acumulación de poder en el Estado. Por otra parte, son doctrinas
omnicomprensivas de la historia y de la sociedad, lo que las hace
necesariamente falaces. Para quienes están dominados por esas supersticiones,
las políticas públicas solo son eficaces en el tanto apliquen al pie de la
letra tal recetario. Antes que surgieran los materialismos de la época moderna,
la humanidad no conocía tal culto por una razón totalizadora. No existían las
complejas y abarcadoras teorías que imponen los materialismos de hoy. Por el
contrario, los modelos educativos regidos por filosofías equilibradas, han aspirado
siempre a establecer el balance que mantenga a raya esa voraz propensión
totalizadora del Estado. Pero parece que las administraciones educativas de los
últimos años quieren transitar en contravía, y le están guiñando el ojo a un
peligroso juego. Es que hay momentos en que los tiempos son oscuros. Horas de
sombras. fzamora@abogados.or.cr