Publicado en La Nación
Y en el Imparcial de España
Algunos lectores de mi último artículo
titulado Adoctrinamiento Juvenil (La
Nación, 20/8/2018), me han solicitado que amplíe una noción a la que aludí allí,
denominada “la ventana de Overton”. Veamos. El concepto lo introdujo Joseph
Overton, un doctor en leyes, y analista social estadounidense y consiste en la descripción
de la estrategia, -utilizada por grupos radicales-, cuyo objetivo es ubicar
como social y culturalmente aceptables, conductas o posiciones extremistas. Básicamente
describe una estrategia de manipulación de masas para legalizar o
convencionalizar cualquier práctica o posición ideológica, por polémica,
radical o inconveniente que ésta sea. Hoy,
esa estrategia logra surtir fácil efecto en las llamadas sociedades del placer,
o de consumo. ¿Por qué? Porque son sociedades en donde el relativismo se
entronizó devaluándose el entendimiento de lo que la verdad es. Por ende, no
existe el sentido del bien, ni del mal. Sociedades en donde la línea divisoria
entre lo que es moralmente correcto, o no, se difumina peligrosamente. De esa
forma, la estrategia de tal “ventana” está logrando entronizar en Occidente
conceptos, lo cuales, desde el derecho natural, e incluso desde el sentido
común, son inconvenientes.
Esencialmente la estrategia consiste en siete pasos a
saber. En el primer paso se selecciona una conducta o idea. No importa, ni
interesa, que ésta sea absolutamente insensata o inconveniente. Para empezar a introducirla
en la sociedad, lo primero que se hace es empezar a justificarla desde la
perspectiva de una “moderna” construcción ideológica, o un aparente
descubrimiento. Para ello se aplican determinadas técnicas de manipulación del
lenguaje. Por ejemplo, mediante la aplicación de términos disimulados o
eufemismos para referirse a aquellas acciones indudablemente censuradas. Aquí
una ilustración: al aborto se le deja de llamar aborto y en su lugar se habla
de “interrupción de embarazo en resguardo del derecho sexual reproductivo”,
intentando disociar la palabra de su verdadero significado. Siempre se invocará
la libertad de expresión en resguardo del objetivo, y dentro de esa misma construcción
ideológica, se reescribe la historia acomodándola a conveniencia. Lograda
alguna mínima justificación intelectual en torno al asunto, -invocando siempre para
ello declaraciones de “autoridades expertas”-, se empieza a permear las mentes.
Y generalmente con mayor efecto, en las almas con grandes disconformidades y
necesidades existenciales que llenar. Con esta primera estrategia, el tema se
logra introducir en la comunidad. No importa si éste es a todas luces
inadecuado y no representa una necesidad real que resolver. El solo hecho de
introducir el tema, es lo que en estrategia militar se llamaría, tomar “una
cabeza de playa”.
El segundo paso es de reclutamiento en favor de la
noción ideológica ya introducida. Se conquista un grupo de radicales en favor
de la “causa” y así necesariamente se genera activismo. Ojalá, lo más agresivo
posible, en razón de lograr posicionar la idea definitivamente. En este punto, surge
el tercer paso. El activismo agresivo, provoca el morbo que hace llamar la
atención, tanto de la ciudadanía en general, como necesariamente de los medios
de comunicación, que se ven conminados a informar al respecto. Superado este
punto, se llega al cuarto paso. En esta etapa, el agresivo activismo, sumado a
la atención de los medios y la ciudadanía, obliga tanto a la opinión pública
como a los tomadores de decisiones, a posponer sus agendas y a discutir los
tópicos que los activistas traen monotemáticamente a colación; una, y otra, y
otra vez. En el quinto paso, ya
posicionado el asunto como tema de discusión, quien no lo acepta es censurado,
marginado y señalado por parte de las voces activistas, como intolerante. El
dogma ideológico empieza a imponerse como socialmente aceptable y los líderes
que censuran las ideas que hasta hace poco eran contrarias al derecho natural y
al sentido común, empiezan a ser etiquetados, estigmatizados como enemigos
radicales del progreso y de la nueva “ensoñación”. Así son “separados de la
masa” con intenciones dilapidatorias. Los que se resisten a ser “Vicente donde
va la gente” son marcados por los activistas radicales con fines de
fusilamiento. A esta altura, los activistas logran invertir la realidad, y
quienes terminan etiquetados como enemigos radicales, son quienes intentaban evitar
que se cayera en peligrosos extremismos. En el sexto paso, ya una masa acrítica está
convencida que la sociedad debe conceder aquello como algo improrrogable, pues
es una demanda indispensable para quienes lo exigen. En este punto el concepto
pasó a ser aceptable o incluso necesario. En las sociedades de consumo, el
fenómeno se termina de consolidar cuando el mundo del cine, la tv, la música y
el entretenimiento, se suman en la imposición de la idea.
En el sétimo paso se idealiza el concepto
y se crea un imaginario mítico. En dicho imaginario, los primeros activistas en
haber concebido o promovido el nuevo dogma, pasan a ocupar una suerte de olimpo
de los nuevos héroes. En la historia humana, por ejemplo, un genio en la
elaboración de este paso de la estrategia descrita, fue Joseph Goebbels, el
macabro Ministro de propaganda nazi, quien creó toda una mitología alrededor de
las ideas racistas de aquel régimen. En el octavo y último paso, una vez
consolidado políticamente el objetivo, se pasa a la obligatoriedad. A la
imposición por imperatividad legal y judicial. El poder policial del Estado, se
coloca en función del objetivo. El politólogo ruso Evgueni Gorzhaltsán,
sostiene que en las sociedades de consumo, desprotegidas por la relativización
de la verdad, la estrategia descrita se puede utilizar para imponer cualquier
fenómeno. Es cuestión de decisión, paciencia y perseverancia. Sin embargo, al
final del camino, la paradoja es que, independientemente de lo que nos terminen
convenciendo, siempre arrastraremos las consecuencias de las malas decisiones y
las políticas públicas inconvenientes. Como bien lo sostenía el afamado
escritor G.K. Chesterton, este tipo de nuevo rebelde, que nos fuerza a aceptar novedosos
dogmas a partir de la negación de la
verdad, no puede en realidad ser un verdadero revolucionario, pues toda
denuncia implica la necesidad de sostenerse en una doctrina moral, y por tanto,
aferrarse a la noción de lo que la verdad es. Quienes verdaderamente han dejado
huella para los siglos, lo lograron porque se afirmaron en convicciones
genuinas. Pero ese hombre moderno, el que ha decidido sublevarse a la verdad,
se vuelve inútil para los propósitos y para el ideal del cambio auténtico. fzamora@abogados.or.cr
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