lunes, 3 de septiembre de 2018

LA VENTANA DE OVERTON


Publicado en La Nación

Y en el Imparcial de España

Algunos lectores de mi último artículo titulado Adoctrinamiento Juvenil (La Nación, 20/8/2018), me han solicitado que amplíe una noción a la que aludí allí, denominada “la ventana de Overton”. Veamos. El concepto lo introdujo Joseph Overton, un doctor en leyes, y analista social estadounidense y consiste en la descripción de la estrategia, -utilizada por grupos radicales-, cuyo objetivo es ubicar como social y culturalmente aceptables, conductas o posiciones extremistas. Básicamente describe una estrategia de manipulación de masas para legalizar o convencionalizar cualquier práctica o posición ideológica, por polémica, radical o inconveniente que ésta sea.  Hoy, esa estrategia logra surtir fácil efecto en las llamadas sociedades del placer, o de consumo. ¿Por qué? Porque son sociedades en donde el relativismo se entronizó devaluándose el entendimiento de lo que la verdad es. Por ende, no existe el sentido del bien, ni del mal. Sociedades en donde la línea divisoria entre lo que es moralmente correcto, o no, se difumina peligrosamente. De esa forma, la estrategia de tal “ventana” está logrando entronizar en Occidente conceptos, lo cuales, desde el derecho natural, e incluso desde el sentido común, son inconvenientes. 

Esencialmente la estrategia consiste en siete pasos a saber. En el primer paso se selecciona una conducta o idea. No importa, ni interesa, que ésta sea absolutamente insensata o inconveniente. Para empezar a introducirla en la sociedad, lo primero que se hace es empezar a justificarla desde la perspectiva de una “moderna” construcción ideológica, o un aparente descubrimiento. Para ello se aplican determinadas técnicas de manipulación del lenguaje. Por ejemplo, mediante la aplicación de términos disimulados o eufemismos para referirse a aquellas acciones indudablemente censuradas. Aquí una ilustración: al aborto se le deja de llamar aborto y en su lugar se habla de “interrupción de embarazo en resguardo del derecho sexual reproductivo”, intentando disociar la palabra de su verdadero significado. Siempre se invocará la libertad de expresión en resguardo del objetivo, y dentro de esa misma construcción ideológica, se reescribe la historia acomodándola a conveniencia. Lograda alguna mínima justificación intelectual en torno al asunto, -invocando siempre para ello declaraciones de “autoridades expertas”-, se empieza a permear las mentes. Y generalmente con mayor efecto, en las almas con grandes disconformidades y necesidades existenciales que llenar. Con esta primera estrategia, el tema se logra introducir en la comunidad. No importa si éste es a todas luces inadecuado y no representa una necesidad real que resolver. El solo hecho de introducir el tema, es lo que en estrategia militar se llamaría, tomar “una cabeza de playa”.  

El segundo paso es de reclutamiento en favor de la noción ideológica ya introducida. Se conquista un grupo de radicales en favor de la “causa” y así necesariamente se genera activismo. Ojalá, lo más agresivo posible, en razón de lograr posicionar la idea definitivamente. En este punto, surge el tercer paso. El activismo agresivo, provoca el morbo que hace llamar la atención, tanto de la ciudadanía en general, como necesariamente de los medios de comunicación, que se ven conminados a informar al respecto. Superado este punto, se llega al cuarto paso. En esta etapa, el agresivo activismo, sumado a la atención de los medios y la ciudadanía, obliga tanto a la opinión pública como a los tomadores de decisiones, a posponer sus agendas y a discutir los tópicos que los activistas traen monotemáticamente a colación; una, y otra, y otra vez.  En el quinto paso, ya posicionado el asunto como tema de discusión, quien no lo acepta es censurado, marginado y señalado por parte de las voces activistas, como intolerante. El dogma ideológico empieza a imponerse como socialmente aceptable y los líderes que censuran las ideas que hasta hace poco eran contrarias al derecho natural y al sentido común, empiezan a ser etiquetados, estigmatizados como enemigos radicales del progreso y de la nueva “ensoñación”. Así son “separados de la masa” con intenciones dilapidatorias. Los que se resisten a ser “Vicente donde va la gente” son marcados por los activistas radicales con fines de fusilamiento. A esta altura, los activistas logran invertir la realidad, y quienes terminan etiquetados como enemigos radicales, son quienes intentaban evitar que se cayera en peligrosos extremismos.  En el sexto paso, ya una masa acrítica está convencida que la sociedad debe conceder aquello como algo improrrogable, pues es una demanda indispensable para quienes lo exigen. En este punto el concepto pasó a ser aceptable o incluso necesario. En las sociedades de consumo, el fenómeno se termina de consolidar cuando el mundo del cine, la tv, la música y el entretenimiento, se suman en la imposición de la idea.

En el sétimo paso se idealiza el concepto y se crea un imaginario mítico. En dicho imaginario, los primeros activistas en haber concebido o promovido el nuevo dogma, pasan a ocupar una suerte de olimpo de los nuevos héroes. En la historia humana, por ejemplo, un genio en la elaboración de este paso de la estrategia descrita, fue Joseph Goebbels, el macabro Ministro de propaganda nazi, quien creó toda una mitología alrededor de las ideas racistas de aquel régimen. En el octavo y último paso, una vez consolidado políticamente el objetivo, se pasa a la obligatoriedad. A la imposición por imperatividad legal y judicial. El poder policial del Estado, se coloca en función del objetivo. El politólogo ruso Evgueni Gorzhaltsán, sostiene que en las sociedades de consumo, desprotegidas por la relativización de la verdad, la estrategia descrita se puede utilizar para imponer cualquier fenómeno. Es cuestión de decisión, paciencia y perseverancia. Sin embargo, al final del camino, la paradoja es que, independientemente de lo que nos terminen convenciendo, siempre arrastraremos las consecuencias de las malas decisiones y las políticas públicas inconvenientes. Como bien lo sostenía el afamado escritor G.K. Chesterton, este tipo de nuevo rebelde, que nos fuerza a aceptar novedosos  dogmas a partir de la negación de la verdad, no puede en realidad ser un verdadero revolucionario, pues toda denuncia implica la necesidad de sostenerse en una doctrina moral, y por tanto, aferrarse a la noción de lo que la verdad es. Quienes verdaderamente han dejado huella para los siglos, lo lograron porque se afirmaron en convicciones genuinas. Pero ese hombre moderno, el que ha decidido sublevarse a la verdad, se vuelve inútil para los propósitos y para el ideal del cambio auténtico. fzamora@abogados.or.cr

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