Abogado constitucionalista.
Publicado en el periódico La Nación
https://www.nacion.com/opinion/columnistas/sindrome-maria-antonieta/5J4JBEFE75EH7JJVVQCIYVBLYY/story/
La historia la refieren, entre otros historiadores, el
austríaco Stefan Zweig y la italiana Benedetta Craveri, experta en la Francia
del Siglo XVIII. Se dice que, en medio de los estertores del viejo régimen
monárquico francés, cuando aquella sociedad hervía en ebullición por el
descontento provocado alrededor de la decadencia de la realeza y su sistema,
una de las consecuencias –aunque a la vez causa-, de aquel declive, fue el
colapso productivo. Y el desabastecimiento de harina en la región, fue uno de
los serios problemas puntuales que provocaron aquellas circunstancias. Está de
más advertir que, en la Europa del siglo XVIII, aquel producto era fundamental
para la subsistencia popular, pues el pan era un elemento cardinal de la dieta.
Sin embargo, tal como sucede en el socialismo venezolano de hoy, el ciudadano
promedio francés se veía obligado a destinar un altísimo porcentaje de su salario
para acudir a la panadería en busca de apenas aquel suministro. Como era de
esperarse, aquellas circunstancias provocaron un serio descontento popular, al
punto que, en 1778, las multitudes empezaron a congregarse en las afueras del
Palacio real, reclamando una salida de aquella penosa situación. Los anales
documentan que, ya para aquel año, María Antonieta de Habsburgo, reina consorte
de Luis XVI, se había ganado tanto la antipatía popular, como también la
antipatía de una parte importante de la nobleza. Entre otras, una de las
razones de aquel sentimiento contra la joven reina fue su tendencia al
dispendio, al derroche, y a gastar el dinero del erario público en asuntos vanos,
banales y superfluos.
El desprestigio de la Reina había sido apuntillado por
hechos que reflejaban el grado de decadencia de la Corte francesa. Uno de ellos
en particular se recuerda como el “affair del collar”, que incluso dio para
posteriores obras literarias. Resulta que un noble simplón llamado Louis-René Éduard, importante cortesano de
entonces y quien ocupaba el cargo de limosnero mayor, fue inducido por un grupo
de embusteros que sacarían provecho de un gran gasto público: la compra de una
pieza de joyería excepcionalmente cara, la cual contenía más de 600 piedras que
implicaban casi tres mil kilates. El objetivo original de la creación de la
joya fue en todo caso espurio, pues había sido encargada por el padre de Luis
XVI para obsequiarlo a una amante oculta. Pero la muerte de Luis XV antes del
pago de la obra, tenía en aprietos a los joyeros, quienes requirieron venderla
cuanto antes. El resultado final de la tragicomedia fue el desperdicio de los
recursos públicos en aquella venta insubstancial, y una impopularidad aún mayor
contra la pobre María Antonieta, que en ese caso, solo había sido una víctima
más del embuste.
Dentro de ese contexto, en el que se presentaban las
revueltas populares que exigían pan a las puertas del palacio, se tejió contra
María Antonieta una segunda leyenda negra, en la cual se afirmaba falsamente,
que mientras la multitud indignada clamaba por pan, María Antonieta había
exclamado la famosa frase: “¿por qué
reclaman?, si no hay pan, ¡pues denles pasteles!” Aunque el consenso entre
los estudiosos es que tal exclamación nunca existió, el ya citado historiador
Stefan Zweig, asegura que ésta es verdadera, pero quien ciertamente la exclamó
no fue la Reina, sino una de sus tías. El
punto es que, para desgracia de María Antonieta de Habsburgo, la anécdota del collar y la final expresión de
“los pasteles”, se afincó en el imaginario del pueblo. Y hoy son anécdotas que
se invocan tanto para recordar la insensibilidad de las autoridades ante las
carencias populares, como la desconsideración de los funcionarios que, siendo
indiferentes a las verdaderas necesidades de sus administrados, desperdician los
recursos públicos en objetivos inocuos. De hecho, al comportamiento de este
tipo de gobernantes, se le denomina el “síndrome
María Antonieta”.
Pues bien, traigo a colación aquellos tristes pasajes
históricos, a raíz de uno de los temas que, en las últimas semanas, ha estado
en liza. Se trata de la noticia publicada en este diario, que informa que el Señor
Rector de la Universidad Nacional, ha aprobado la ejecución de más de $14,5
millones de dólares, en un gasto denominado por sus gestores como el “Parque de la diversidad”. El parque
contará, según informan sus promotores, con una concha acústica, y algunas
otras interesantes extravagancias, que no dudo que sería hermoso disfrutar, de
no existir en nuestro país tanta necesidad que sí es de primer orden. La
paradoja de este sin sentido la desnudó este diario, quien publicó un gráfico
enunciando un importante conjunto de obras de urgencia cardinal, que sería
posible realizar de inmediato con dicha suma. Incluso obra que es inversión en
desarrollo educativo, y no gasto de infraestructura universitaria suntuaria,
que es otra cosa. En tanto el entuerto es sin lugar a dudas una insensatez, debía
corregirse de inmediato. Uno de los remedios aplicables al desaguisado era el
artículo 89 de la Ley de Contratación Administrativa, el cual permitía, dentro
de un plazo perentorio, revocar el acto adjudicatorio y declararlo desierto por
razones públicas superiores. Pero para ello, se debía actuar con presteza y
celeridad. La coyuntura social y fiscal que afronta actualmente Costa Rica, debió
obligar a los diputados a intervenir en esta desacertada decisión de la
jerarquía universitaria herediana.
En este punto, entendemos que, según el ordenamiento
de nuestro sector público, la
Universidad Nacional tiene como
naturaleza jurídica la de ser una institución universitaria autónoma, de
conformidad con la ley 5182 del año 1973; razón por la cual, la rectificación
inmediata de esa medida, dependía jurídicamente de sus autoridades
universitarias. La moraleja aquí es que, salvo la ya consabida presión y
control político, poco pueden hacer los demás poderes constituidos de la
democracia costarricense, para impedir el avance de ciertos dislates de entes
con tal autonomía. Esencialmente debía ser un acto de contrición y reconocimiento
del error, y por tanto de humildad de las autoridades universitarias. En
síntesis, una decisión moral. Y allí, es donde entra en juego la íntima
consciencia del hombre. De aquel que, en soledad, debe tomar la decisión final.
El hombre y su consciencia: en la mayoría de los casos, uno de los últimos
reductos de cualquier democracia. fzamora@abogados.or.cr