lunes, 22 de octubre de 2018

SINDROME MARIA ANTONIETA

Dr. Fernando Zamora Castellanos
Abogado constitucionalista.
 

Publicado en el periódico La Nación
https://www.nacion.com/opinion/columnistas/sindrome-maria-antonieta/5J4JBEFE75EH7JJVVQCIYVBLYY/story/

 

La historia la refieren, entre otros historiadores, el austríaco Stefan Zweig y la italiana Benedetta Craveri, experta en la Francia del Siglo XVIII. Se dice que, en medio de los estertores del viejo régimen monárquico francés, cuando aquella sociedad hervía en ebullición por el descontento provocado alrededor de la decadencia de la realeza y su sistema, una de las consecuencias –aunque a la vez causa-, de aquel declive, fue el colapso productivo. Y el desabastecimiento de harina en la región, fue uno de los serios problemas puntuales que provocaron aquellas circunstancias. Está de más advertir que, en la Europa del siglo XVIII, aquel producto era fundamental para la subsistencia popular, pues el pan era un elemento cardinal de la dieta. Sin embargo, tal como sucede en el socialismo venezolano de hoy, el ciudadano promedio francés se veía obligado a destinar un altísimo porcentaje de su salario para acudir a la panadería en busca de apenas aquel suministro. Como era de esperarse, aquellas circunstancias provocaron un serio descontento popular, al punto que, en 1778, las multitudes empezaron a congregarse en las afueras del Palacio real, reclamando una salida de aquella penosa situación. Los anales documentan que, ya para aquel año, María Antonieta de Habsburgo, reina consorte de Luis XVI, se había ganado tanto la antipatía popular, como también la antipatía de una parte importante de la nobleza. Entre otras, una de las razones de aquel sentimiento contra la joven reina fue su tendencia al dispendio, al derroche, y a gastar el dinero del erario público en asuntos vanos, banales y superfluos.

 

El desprestigio de la Reina había sido apuntillado por hechos que reflejaban el grado de decadencia de la Corte francesa. Uno de ellos en particular se recuerda como el “affair del collar”, que incluso dio para posteriores obras literarias. Resulta que un noble simplón llamado Louis-René Éduard, importante cortesano de entonces y quien ocupaba el cargo de limosnero mayor, fue inducido por un grupo de embusteros que sacarían provecho de un gran gasto público: la compra de una pieza de joyería excepcionalmente cara, la cual contenía más de 600 piedras que implicaban casi tres mil kilates. El objetivo original de la creación de la joya fue en todo caso espurio, pues había sido encargada por el padre de Luis XVI para obsequiarlo a una amante oculta. Pero la muerte de Luis XV antes del pago de la obra, tenía en aprietos a los joyeros, quienes requirieron venderla cuanto antes. El resultado final de la tragicomedia fue el desperdicio de los recursos públicos en aquella venta insubstancial, y una impopularidad aún mayor contra la pobre María Antonieta, que en ese caso, solo había sido una víctima más del embuste.

Dentro de ese contexto, en el que se presentaban las revueltas populares que exigían pan a las puertas del palacio, se tejió contra María Antonieta una segunda leyenda negra, en la cual se afirmaba falsamente, que mientras la multitud indignada clamaba por pan, María Antonieta había exclamado la famosa frase: “¿por qué reclaman?, si no hay pan, ¡pues denles pasteles!” Aunque el consenso entre los estudiosos es que tal exclamación nunca existió, el ya citado historiador Stefan Zweig, asegura que ésta es verdadera, pero quien ciertamente la exclamó no fue la Reina, sino  una de sus tías. El punto es que, para desgracia de María Antonieta de Habsburgo, la  anécdota del collar y la final expresión de “los pasteles”, se afincó en el imaginario del pueblo. Y hoy son anécdotas que se invocan tanto para recordar la insensibilidad de las autoridades ante las carencias populares, como la desconsideración de los funcionarios que, siendo indiferentes a las verdaderas necesidades de sus administrados, desperdician los recursos públicos en objetivos inocuos. De hecho, al comportamiento de este tipo de gobernantes, se le denomina el “síndrome María Antonieta”.

 

Pues bien, traigo a colación aquellos tristes pasajes históricos, a raíz de uno de los temas que, en las últimas semanas, ha estado en liza. Se trata de la noticia publicada en este diario, que informa que el Señor Rector de la Universidad Nacional, ha aprobado la ejecución de más de $14,5 millones de dólares, en un gasto denominado por sus gestores como el “Parque de la diversidad”. El parque contará, según informan sus promotores, con una concha acústica, y algunas otras interesantes extravagancias, que no dudo que sería hermoso disfrutar, de no existir en nuestro país tanta necesidad que sí es de primer orden. La paradoja de este sin sentido la desnudó este diario, quien publicó un gráfico enunciando un importante conjunto de obras de urgencia cardinal, que sería posible realizar de inmediato con dicha suma. Incluso obra que es inversión en desarrollo educativo, y no gasto de infraestructura universitaria suntuaria, que es otra cosa. En tanto el entuerto es sin lugar a dudas una insensatez, debía corregirse de inmediato. Uno de los remedios aplicables al desaguisado era el artículo 89 de la Ley de Contratación Administrativa, el cual permitía, dentro de un plazo perentorio, revocar el acto adjudicatorio y declararlo desierto por razones públicas superiores. Pero para ello, se debía actuar con presteza y celeridad. La coyuntura social y fiscal que afronta actualmente Costa Rica, debió obligar a los diputados a intervenir en esta desacertada decisión de la jerarquía universitaria herediana.

 

En este punto, entendemos que, según el ordenamiento de nuestro sector público,  la Universidad Nacional  tiene como naturaleza jurídica la de ser una institución universitaria autónoma, de conformidad con la ley 5182 del año 1973; razón por la cual, la rectificación inmediata de esa medida, dependía jurídicamente de sus autoridades universitarias. La moraleja aquí es que, salvo la ya consabida presión y control político, poco pueden hacer los demás poderes constituidos de la democracia costarricense, para impedir el avance de ciertos dislates de entes con tal autonomía. Esencialmente debía ser un acto de contrición y reconocimiento del error, y por tanto de humildad de las autoridades universitarias. En síntesis, una decisión moral. Y allí, es donde entra en juego la íntima consciencia del hombre. De aquel que, en soledad, debe tomar la decisión final. El hombre y su consciencia: en la mayoría de los casos, uno de los últimos reductos de cualquier democracia.  fzamora@abogados.or.cr

miércoles, 10 de octubre de 2018

EMBATES AL IDEAL INFORMATIVO

Dr. Fernando Zamora Castellanos
Abogado constitucionalista.

Publicado en el Periódico La Nación:

Publicado en España en el periódico El Imparcial.

En Europa se ha hecho popular el acrónimo GAFA, para referirse a los cuatro megaemporios tecnológicos contemporáneos: Google, Apple, Facebook y Amazon. En esencia, el término refiere al imperio de inteligencia artificial al que, a través de los diversos aparatos tecnológicos, muchos están entregando su albedrío. Ingentes masas sumergidas en la vorágine del avance cibernético, sin ningún sentido crítico recurren a los productos, portales e instrumentos de dichas corporaciones, quienes deciden ahora por ellos qué información recibir, qué productos consumir y cómo entretenerse. Allí hay un doble juego perverso. Por una parte, conforme más nos involucramos con ellas, de forma más sofisticada llegan a conocer nuestras preferencias, gustos y aspiraciones; nuestras tendencias y objetivos, así como el círculo social al que pertenecemos. Por la otra, conforme van catalogando las tendencias de la ciudadanía, a su vez tienen la capacidad de ir “troquelando” la sociedad según sus intenciones y objetivos corporativos. Conforme el proceso continúa avanzando, aquella dinámica tiende a abrazar la personalidad e intimidad del sujeto de forma más totalitaria, al punto que llegará el momento en que, como una sola entidad, el aparato digital se fundirá con nuestros propios cuerpos. Quien dude de esto último, sepa que ya existen artefactos diseñados en función del objetivo, como las nuevas anteojeras de Google, que incluso abstraen a la persona de su realidad, involucrándola en un entorno virtual paralelo, haciendo del ser humano algo parecido a un robot. Otro atisbo de lo porvenir, lo ofrecen los relojes con funciones omnímodas, desarrollados por empresas de tecnología celular. Por ello es que, si hay un discurso paradójico, es el de esas grandes corporaciones del mundo cibernético, que abrazan con particular entusiasmo la retórica de la promoción y defensa de la libertad individual. Pero a la vez, al mejor estilo del “mundo feliz” huxleano, uniforman las conductas humanas corroyendo los cimientos mismos de la individualidad.

¿Cómo? de múltiples formas. La más peligrosa, es la automatización de nuestras decisiones por medio de los algoritmos digitales. Así, las elecciones resultan prácticamente predeterminadas por estos emporios. Al extremo que, nuestras  posibilidades y capacidades más simples de investigación y análisis, quedan reducidas a nada. Si bien es cierto no cabe duda que dichos adelantos facilitan nuestras vidas, la amenaza latente consiste en que, cuestiones tan elementales como una ruta a tomar hacia determinado lugar, termina siendo un asunto en el que carecemos de propia capacidad y voluntad. Sin la más ínfima vocación de exploración propia, nos limitamos a ser ciber-dirigidos por el omnipotente aparato digital en el que ponemos una ciega confianza. Y aunque ese asunto sea de menor monta, el problema radica en que la misma lógica opera para otros aspectos que sí son fundamentales en nuestra existencia. Como lo es, por ejemplo, la información que consumimos. Al final del camino, los ciudadanos ceden de forma acrítica, toda su iniciativa a la “web”, y como dichas corporaciones tienen una vocación enfocada en la subcultura del consumo inmediato, terminamos absortos en una suerte de telaraña informativa estilo “kitsch”. En dicho escenario, si dependemos estrictamente del aparato tecnológico, resultamos invadidos de datos brutalmente vacíos; baladíes obscenidades de la última socialité de moda o la jugada espectacular atribuida a un futbolista popular. En esta línea de razonamiento, Franklin Foer, un combativo periodista que advierte sobre los peligros de esta tendencia, publicó una estadística alarmante, de cómo el internet ha deteriorado el hábito de lectura de los ciudadanos estadounidenses. Hoy el 62% de ellos no se informa accediendo a fuentes directas serias, sino que se conforma con lo que les suministran, por la vía del algoritmo, los emporios de internet. O aún peor, alimentándose de las reseñas que reciben por cualquier vía digital, muchísimas de ellas falsas, o “trash” (información basura). La advertencia de Foer va más allá, y advierte sobre la peligrosa dependencia financiera en la que los monopolios tecnológicos están sometiendo a los proveedores de noticias, pues para sobrevivir, muchos de ellos se ven obligados a subordinar sus políticas informativas rigurosas, a cambio de un sensacionalismo que les permita obtener más “clics” de acceso de los usuarios, y obtener mejor rating en los algoritmos, tanto de los grandes buscadores digitales, como de los servicios de redes sociales. De hecho, muchas de las más famosas crónicas fraudulentas, han surgido precisamente en medios cuyo afán ha sido el de complacer esta corriente y no el de hacer honor al ideal periodístico genuino, que esencialmente consiste en dos condiciones éticas: que lo publicado merezca ser informado, y que sea cierto.                

Así, la tremenda paradoja es que, en momentos cuando más se habla sobre la necesidad de democratizar el conocimiento, lo que esta dinámica ha engendrado es, por una parte, la más grande concentración de poder informativo en la historia humana, y por la otra, una enorme capacidad de manipular, desinformar, o crear caos por la vía del dato falso. Así las cosas, lo que está en juego es la supervivencia de la cultura, y por ende, la prevalencia del ideal humano como propósito de existencia. Es cierto que una vocación ciber-céntrica nos facilita la vida, pues permite que mucho del trabajo lo hagan por nosotros los medios digitales. Pero quien constantemente toma atajos, al final del camino acarreará las consecuencias, al evitar pagar el precio del esfuerzo que requieren los objetivos a los que aspira. De ahí que, en aras de proteger nuestra libertad y cultura, es una responsabilidad individual sopesar las implicaciones que en nuestras vidas tiene una cotidianeidad tan ciber-centrada y por tanto tan entregada al control de los monopolios del mundo digital. Recordemos que, expuesta definitivamente nuestra intimidad, nuestra individualidad, y nuestro albedrío, recuperar esos tesoros perdidos es una tarea titánica.   fzamora@abogados.or.cr