viernes, 22 de febrero de 2019

EL TRANCE SOCIALDEMOCRISTIANO

Dr. Fernando Zamora Castellanos
Abogado constitucionalista

Publicado en el diario La Nación


Y publicado en diario El Imparcial de España.

Refiriéndose a la que él considera su muerte, el periodista italiano Andrea Rizzi acertadamente acuñó el término “socialdemocristiano” para referirse a los partidos y doctrinas que modelaron el desarrollo europeo que dominó a la Europa del siglo XX. Trenzadas las manos de ambas filosofías políticas, -socialdemocracia y democracia cristiana- surgieron no solo para confrontar los extremismos que habían destruido aquel continente, sino también forjar la Europa que hoy conocemos. También en las democracias latinoamericanas, ambas corrientes dominaron el escenario político electoral de buena parte de los últimos 70 años. Con luces y sombras, garantizaron por varias décadas prosperidad y paz allí donde ejercieron el poder. Así fue en Alemania, con el  Partido socialdemócrata de Willy Brandt y la democracia cristiana de Adenauer; en la España del PSOE y el Partido Popular, o en la Italia que veía alternarse el poder entre el partido socialdemócrata de Sandro Pertini, y la democracia cristiana del gran Alcide de Gasperi. En Latinoamérica el panorama era similar, aunque aquí solo en el caso de las democracias, pues en las satrapías que asolaron el sur y centro de América ¿qué cabida tenía una ideología equilibrada? Pero el patrón se repitió en longevas democracias como la de Costa Rica, con el socialdemócrata Partido Liberación Nacional de Figueres, y lo que hasta el 2002 fue su principal oposición socialcristiana, fundada bajo la tradición del caudillo católico Calderón Guardia. En Chile, por ejemplo, la alternancia fue entre la democracia cristiana de Frei, y la socialdemocracia de Lagos. La primavera democrática venezolana, -esa que en los años 70 y 80 convirtió a Caracas en meca del buen vivir para su clase media- veían turnarse el poder los “ADECOS”, socialdemócratas de Rómulo Betancourt, y los “Copeyanos”, que eran los democristianos usualmente liderados por Rafael Caldera.

Ahora bien, ¿esencialmente por qué su decadencia? como bien señalaba Ortega y Gasset, también las generaciones políticas son hijas de sus circunstancias. Si éstas son tormentosas, la generación que las enfrenta tiende a agigantarse. Por el contrario, del solaz disfrute de tiempos bonancibles y de suscripción de herencias, lo factible es que surja un Diocleciano y difícilmente un Julio César. Las grandes generaciones fundadoras surgen como derivación de un enfrentamiento a situaciones sociales traumáticas, insufladas por una moral inspiradora que representa el ensueño que los sobrepone a la dura realidad que les toca confrontar. Son portadores de ideales nuevos, como hipótesis de alguna perfección con la que entonces soñaron, anticipando lo porvenir. Sus acciones tienden a acrisolarse con las que, en su misma época son sus almas gemelas. Por ello, cuando Figueres Ferrer luchaba contra lo que se denominó la “Internacional de las Espadas”, a su lado Betancourt combatía contra la dictadura venezolana, y Muñoz Marín enfrentaba las del Caribe. Por el contrario, cuando la bonanza posterior a la brega consolida los beneficios de la lucha, cuando es la hora del festín y de repartir los legados, las generaciones políticas que se suceden van degenerando. Por ello Ptolomeo no superó a Alejandro. Como en la Siracusa antigua, en la que los gobernantes eran cada vez peores hasta llegar al cruel Dionisio I. Tiempos de cortesanos y genuflexiones, en el que ser rebaño y tener alma de siervo ofrece múltiples ventajas a cambio de abdicaciones morales. No son épocas de afirmaciones ni de negaciones, sino de dudas, pues creer es ser alguien. El cortesano, incapaz de abrazar una pasión o fe, carece de ese esqueleto que otorga el carácter. El ambiente no es propicio para forjarlo. He ahí buena parte de la explicación del problema.

Es la razón por la que muchas de esas organizaciones se convirtieron en simples vehículos de poder. Fines en sí mismos utilizados por ciertos líderes para resguardar intereses particulares. Dicha pérdida de nuestra brújula moral socialdemocristiana, resumida en la actual vacuidad cultural de Occidente, es la que ha provocado, por ejemplo, que la política sea tomada por movimientos xenófobos neofascistas, por peligrosos populismos como los del tragicómico Bepe Grillo, o por regionalismos irresponsables como el catalán, renegante de la grandeza histórica y cultural de la hispanidad; renegantes de Cervantes, de Velázquez, de Goya, de Gaudí, -que era un catalán y español universal- de lo que representaban las virtudes de Santa Teresa y también abjurantes del espíritu que, durante la reconquista, liberó a Europa de la opresión islámica.

Y aún peor, aquel hermoso ideal que los europeos llamaron “welfare state”, en el mundo desarrollado terminó degenerando en lo que hoy son sociedades de bienestar consumista. Y con ellas, resucitaron viejos conceptos ideológicos materialistas que han sido sorpresivamente abrazados por el “socialdemocristianismo” europeo. En consecuencia, banderas que eran propias de aquellos extremismos que tanto confrontaban los socialdemócratas y democristianos, originalmente provenientes de ideologías como el marxismo, el fascismo y el ultraliberalismo, fueron también asumidas por los malos herederos de las sanas doctrinas sociales. Y así por ejemplo, a partir de entonces, oscuras normativas como las que permitían ciertas técnicas eugenésicas, que antes se concebían solo propias del fascismo, fueron aprobadas durante administraciones del partido demócrata, el equivalente a la socialdemocracia estadounidense. O leyes como las del aborto, originalmente implementadas en las sociedades stalinistas o por parte de las élites ultraliberales estadounidenses, pasaron a ser prácticas defendidas por algunos partidos socialdemócratas europeos. Por la corriente que se pretende imitar desde las sociedades de bienestar consumista del mundo desarrollado, hay quienes erróneamente creen que ese tipo de estandartes materialistas deberían también ser parte del ideario socialdemocristiano latinoamericano. Rizzi anotaba que en la oscuridad podía sentirse miedo o excitación. No sea que, por tales afecciones emotivas, el cómodo atajo de nuestros partidos socialdemocristianos, sea seguir cayendo en esa tentación, asumiendo los cantos de sirena propios de las lúgubres voces del extremismo.

fzamora@abogados.or.cr  el autor es doctor en derecho constitucional con trabajos académicos publicados en Francia y Argentina.

lunes, 4 de febrero de 2019

LA INCULTURA DEL DESCARTE

Dr. Fernando Zamora Castellanos.
Abogado constitucionalista

Publicado en el Periódico La Nación
https://www.nacion.com/opinion/columnistas/la-incultura-del-descarte/7G5QXU5WFZE2TKWADFQWFDIAOA/story/

y en el periódico español El Imparcial 

Finalizada la XXXIV Jornada Mundial, el Papa Francisco estremeció a las juventudes cristianas centroamericanas. Más allá de la entusiasta parafernalia que rodea sus visitas, amerita rescatar una de las ideas centrales del pensamiento papal durante estos años de pontificado. Lo resumo en lo que se ha denominado la “incultura del descarte”.  Esencialmente, el concepto se refiere a la acción de despreciar todo aquello que estorbe nuestra codicia centrada en el placer, el afán de dominio, y el disfrute del consumo a alta escala. Su santidad le llama “un proyecto de ingeniería social perfectamente estructurado de deterioro progresivo de los valores de la cultura. En su obra “El hombre desechable” el escritor Luis Gonzalez, resume tal disyuntiva mediante una sentencia esclarecedora: “la visión cristiana renuncia a sí mismo por amor al otro, la posmoderna renuncia al otro por amor a sí mismo.” Apelando al pensamiento de autores como Bauman, Antonio Marina o Ratzinger, profundicemos en el concepto.
Son cuatro expresiones mediante las cuales se manifiesta la incultura del descarte. La primera de ellas, es en relación con el ecosistema, donde dicha incultura termina exprimiendo todo lo posible de éste. En palabras de Francisco I: “sin que la naturaleza y el hombre se tiendan una mano amigable”. Tal tendencia implica prácticas como la economía de lo desechable, la elaboración masiva de plásticos y  productos artificiales de “un solo uso”, y la producción destinada a crear bienes con el propósito de que dejen de funcionar o se desactualicen a corto plazo. El fenómeno provoca, por una parte, que se generen cantidades monumentales de desecho ilimitado, y por otra, que se expolien inmisericordemente recursos naturales con grave pérdida de biodiversidad. Todo en función de la necesidad de mantener alimentado esa voraz maquinaria de bienes de poco, o incluso único uso. Algo absolutamente incompatible con la sostenibilidad ambiental. De ahí que el Papa denuncia que la misma tierra que nos nutre y sostiene, está siendo objeto de "la lógica del desecho"

La segunda manifestación de la incultura del descarte está relacionada con las relaciones sociales e interpersonales: tendencias que se evidencian, ya sea en las conductas sexuales, en las prácticas comerciales de reproducción humana, en la actividad política, laboral, o en todas aquellas áreas que deben estar condicionadas por compromisos éticos entre las personas. Entonces, parafraseando el concepto de Bauman, esta incultura hace que, por ejemplo, tengamos matrimonios “líquidos”. En donde la primera crisis egocéntrica que sufre la pareja consuma el divorcio aceleradamente. O peor aún, a través del hábito de ejercer una sexualidad sin compromiso moral alguno. O bien, fenómenos modernos como el “vientre de alquiler” o la venta de esperma, refleja esta misma inclinación en el ámbito de la reproducción humana. Otros aspectos donde se manifiesta la incultura del descarte en las relaciones sociales, es el de la política y el deporte. En el primer caso, líderes sin ningún compromiso partidario que cambian de bandera política como si de cambiar de sombrero se tratase. En el deporte sucede un fenómeno similar: ¿o acaso no era el honor, ligado a la tradición de la comunidad a la que se representaba, lo que antes insuflaba el espíritu competitivo de los clubes deportivos? Más la incultura del descarte ha desnaturalizado también esa pasión, y hoy el deportista subasta su fichaje cual si fuese una ficha de casino.  

El tercer aspecto en el que la incultura del descarte se manifiesta es el de la vida humana. Allí son cinco los fenómenos perversos que dicha incultura ha estimulado: el sicariato, la trata de personas, el aborto, la eutanasia, y la eugenesia. Elemento común de todas ellas, el profundo desprecio hacia la vida y dignidad humanas. Las describiré brevemente. El sicariato, el asesinato por encargo se ha tornado ya una “industria”; la trata de personas, la comercialización de la vida humana con fines sexuales o de esclavitud laboral, también. ¿Y qué del aborto? impulsado originalmente con fines eugenésicos, racistas y clasistas. Si se duda de ello, baste recordar que en 1916, la abortista Margaret Sanger abre su primera clínica con dos lemas: “más niños capacitados y menos incapacitados” y “el control natal para una raza superior.”  Otra expresión de esta incultura posmoderna, el fenómeno de la eutanasia, tiene su fundamento práctico en “el descarte del enfermo” y clava su raíz filosófica en la noción materialista de que la vida tiene un valor dependiente y subordinado al ámbito de las decisiones humanas. En otras palabras, la vida sujeta al peligroso entorno de la voluntad personal; esencialmente, la aventurada noción de que la vida es propiedad del hombre, o peor aún, del Estado. Coherente en el combate de todo lo ya descrito, el Papa denuncia la perversión “de descartar la vida humana: sean los pobres, los inmigrantes, los ancianos, los niños no nacidos, o las personas económicamente vulnerables.” 

Finalmente, la incultura del descarte en la economía, que es la cuarta forma en la que ésta se manifiesta en el mundo posmoderno. La economía del descarte es una economía esencialmente atada a prácticas viciosas. En primer término, una producción enfocada en el consumo, cual si éste fuese un valor por sí mismo. O sea, producción que no tiene como propósito satisfacer necesidades genuinas del individuo, sino la de provocar necesidades artificiales e inútiles, con el objetivo de atar al individuo al gasto y la adquisición sin sentido, como si ello amerite por sí solo estimarse. Otro reflejo de la incultura del descarte, son las prácticas abusivas del monetarismo especulativo, pues tras ese tipo de especulación financiera, lo que existe es espuria codicia de ganancias sin respaldo productivo. Frente al ritmo actual de consumo mundial, las estadísticas vaticinan el inminente agotamiento de los recursos naturales del planeta. Ante la sombría predicción, se suman, concatenados, nuestros descomunales desafíos en materia energética y alimentaria. La única salida está en reconducir las fuerzas del capitalismo instaurando políticas públicas que dirijan las potencias del sistema de mercado hacia la solución de esos desafíos, como lo hizo Obama cuando obligó a su industria automotriz a cambiar la producción de sus ineficientes vehículos por otros amigables con el ambiente, a través de novedosas tecnologías energéticas. Concluyo: he descrito los cuatro tentáculos del monstruo de la incultura del descarte. Los identifico para que sean combatidos sin tregua. fzamora@abogados.or.cr