Abogado constitucionalista
Publicado en el Diario La Nación:
https://www.nacion.com/opinion/columnistas/la-propuesta-semiparlamentaria/VKWRTCGDAZH6NLLAB4W55Y3BF4/story/
Cada cierto tiempo, políticos insisten en que una
salida a nuestros problemas pasa por convertirnos al semiparlamentarismo. La
lógica que defiende esa idea, consiste en el razonamiento de que la ingobernabilidad
afecta el desarrollo y consecuentemente, debemos corregirla instaurando aquel
modelo. Alegan que en sociedades políticamente fragmentadas, dicho tipo de
régimen facilita la interacción, la negociación y la comunicación de sus
fuerzas. Palabras menos, palabras más, esa ha sido la argumentación. En días
recientes publiqué en las redes sociales un breve comentario en el que confronté
ese razonamiento, y aquí lo explicaré con mayor amplitud. Mi primer argumento: no
es cierto que un sistema parlamentario decisivamente mejore la gobernabilidad. Por
el contrario, importantes juristas como el español Adolfo Posada han criticado
el parlamentarismo, precisamente por estimular la ingobernabilidad. Sino veamos la experiencia
histórica: un ejemplo implacable es la realidad de parlamentos
como el español o el italiano. Como resultado de su atomización política,
España tiene serios problemas de gobernabilidad. Por ejemplo, en el año 2016
sufrieron muchos meses sin poder armar gobierno, y todo parece indicar que el
recién instalado gobierno de Sánchez, pronto será defenestrado sin otorgarle
mayor oportunidad. El sistema parlamentario ibérico funcionó bien durante la
época del bipartidismo, y tampoco me atrevería a afirmar que el parlamentarismo
es responsable de la actual crisis de fragmentación política española, pero la
realidad es que, pese a tener un régimen parlamentario, la nación se paraliza
constantemente por esa inestable dinámica parlamentaria. De ahí que muchos
juristas hoy, están convencidos que el parlamentarismo tiende a agravar la
ingobernabilidad en escenarios políticamente fragmentados. Y la realidad, -que
es inmisericorde-, nos da la razón. Igual le ha sucedido en varias ocasiones a
Italia, que víctima de su sistema parlamentario debió sufrir meses sin formar
gobierno. La última grave crisis italiana fue en el 2013, cuando la nación
estuvo sumida en un período de irritable estancamiento porque sus diputados no
se ponían de acuerdo para formar gobierno. El disenso político y la fragmentación del
poder político, tal y como lo experimentamos hoy, es una circunstancia de la
cultura política y de la coyuntura histórica, nunca de la forma de gobierno. En
un escenario tal de atomización del poder, no existe modelo de gobierno que por
sí solo resuelva los problemas de gobernabilidad. Porque no es cuestión de las
reglas del juego democrático.
Paso a mi
segundo alegato: el problema de nuestras sociedades no radica en el cómo
organicemos nuestras democracias representativas. Nuestros desafíos son de mayor
calado y están asociados a otro tipo de factores; básicamente aspectos de
índole productivo y cultural. Acaso cuando repasamos las estadísticas de
desempleo, o el déficit de nuestra balanza comercial, ¿es sensato sugerir que
esto puede mejorar si, en lugar del actual Ministerio de la Presidencia,
tuviésemos un séquito de funcionarios en el despacho de un “Primer ministro”?, ¿o
que el problema de nuestra incipiente capacidad industrial, va a resolverse si
los ministros no son despedidos por el Presidente, como sucede en el sistema
presidencial, sino por los diputados, como se estila en el semiparlamentario? Indudablemente
no. Por ejemplo Haití, el país más pobre del hemisferio, posee un modelo
semiparlamentario, y ello no tiene relación con su triste condición.
El tercer
argumento invocado por quienes defienden el semiparlamentarismo, es que nos
llevará hacia el anhelado ideal de la democracia participativa. Dicha tesis está
igualmente equivocada. El parlamentarismo es,
-absolutamente-, una institución de la democracia representativa, hija
anciana de la edad moderna, y de cuyo auge fue testigo la sociedad industrial
que fenece. Por el contrario, de volver al parlamentarismo, -que ya vivimos en
el siglo XIX- estaríamos cayendo en el sinsentido de sustituir un régimen de la
democracia representativa, como lo es el presidencialismo, por otro igualmente
de la democracia representativa, como el parlamentario. En ambos el ciudadano simplemente
delega su poder. La cuarta revolución industrial está forjando una idea de la democracia
que tiende a poseer dos características básicas que chocan con el
parlamentarismo; una de ellas es que prioriza la toma de decisiones en lo
local. Si hubiese que definirla con otra expresión, la podríamos llamar
democracia de cabildos. Karl Loewenstein la denominó formas “directoriales”. En
ellas el epicentro del poder es el escenario local. La democracia participativa
es descentralizada, horizontal, local y reticular, tal y como tienden a ser las
organizaciones humanas de la actual era postindustrial. En cambio el
parlamentarismo, propio de la vieja edad moderna e industrial, es un sistema
centralista y vertical. Es transitar en contravía de la historia. La otra característica de la democracia participativa,
es la inmediatez dinámica que la tecnología digital está permitiendo; ella es
“democracia digital”, pues, además de local, su naturaleza es también tecnológica.
Conforme avance el desarrollo de tecnologías como la firma digital, la huella
digital o el encriptamiento de datos, entre otros, se llegará a implementar la
consulta ciudadana a través de prácticas novedosas como el cibervoto. De hecho,
el “gobierno digital” ya es realidad en materias como las licitaciones,
concursos públicos, la inscripción jurídico-registral de empresas, o la
notificación y presentación judicial de escritos y documentos.
Conclusión: si
de transformaciones se trata, es preferible pensar en un sistema localista directorial,
más adecuado a la democracia participativa. Invocar en Costa Rica el regreso
del parlamentarismo es invocar el espíritu de un muerto que aquí vivió y murió
en el Siglo XIX, durante nuestro breve período de parlamentarismo bicameral.
Frente a las apremiantes necesidades de desarrollo estructural que entonces
tenía el país, fue sustituido por inadecuado. Regresar al parlamentarismo, es volver
a un modelo diseñado por la nobleza europea al final de la edad media, para
enfrentar las monarquías absolutas. Aplicar carbolina en época de penicilina.
fzamora@abogados.or.cr el autor es doctor en derecho
constitucional con trabajos académicos publicados en Francia y Argentina.
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