lunes, 4 de marzo de 2019

LA PROPUESTA SEMIPARLAMENTARIA

Dr. Fernando Zamora Castellanos.
Abogado constitucionalista

Publicado en el Diario La Nación:
https://www.nacion.com/opinion/columnistas/la-propuesta-semiparlamentaria/VKWRTCGDAZH6NLLAB4W55Y3BF4/story/

Cada cierto tiempo, políticos insisten en que una salida a nuestros problemas pasa por convertirnos al semiparlamentarismo. La lógica que defiende esa idea, consiste en el razonamiento de que la ingobernabilidad afecta el desarrollo y consecuentemente, debemos corregirla instaurando aquel modelo. Alegan que en sociedades políticamente fragmentadas, dicho tipo de régimen facilita la interacción, la negociación y la comunicación de sus fuerzas. Palabras menos, palabras más, esa ha sido la argumentación. En días recientes publiqué en las redes sociales un breve comentario en el que confronté ese razonamiento, y aquí lo explicaré con mayor amplitud. Mi primer argumento: no es cierto que un sistema parlamentario decisivamente mejore la gobernabilidad. Por el contrario, importantes juristas como el español Adolfo Posada han criticado el parlamentarismo, precisamente por estimular la ingobernabilidad. Sino veamos la experiencia histórica: un ejemplo implacable es la realidad de parlamentos como el español o el italiano. Como resultado de su atomización política, España tiene serios problemas de gobernabilidad. Por ejemplo, en el año 2016 sufrieron muchos meses sin poder armar gobierno, y todo parece indicar que el recién instalado gobierno de Sánchez, pronto será defenestrado sin otorgarle mayor oportunidad. El sistema parlamentario ibérico funcionó bien durante la época del bipartidismo, y tampoco me atrevería a afirmar que el parlamentarismo es responsable de la actual crisis de fragmentación política española, pero la realidad es que, pese a tener un régimen parlamentario, la nación se paraliza constantemente por esa inestable dinámica parlamentaria. De ahí que muchos juristas hoy, están convencidos que el parlamentarismo tiende a agravar la ingobernabilidad en escenarios políticamente fragmentados. Y la realidad, -que es inmisericorde-, nos da la razón. Igual le ha sucedido en varias ocasiones a Italia, que víctima de su sistema parlamentario debió sufrir meses sin formar gobierno. La última grave crisis italiana fue en el 2013, cuando la nación estuvo sumida en un período de irritable estancamiento porque sus diputados no se ponían de acuerdo para formar gobierno.   El disenso político y la fragmentación del poder político, tal y como lo experimentamos hoy, es una circunstancia de la cultura política y de la coyuntura histórica, nunca de la forma de gobierno. En un escenario tal de atomización del poder, no existe modelo de gobierno que por sí solo resuelva los problemas de gobernabilidad. Porque no es cuestión de las reglas del juego democrático.

Paso a mi segundo alegato: el problema de nuestras sociedades no radica en el cómo organicemos nuestras democracias representativas. Nuestros desafíos son de mayor calado y están asociados a otro tipo de factores; básicamente aspectos de índole productivo y cultural. Acaso cuando repasamos las estadísticas de desempleo, o el déficit de nuestra balanza comercial, ¿es sensato sugerir que esto puede mejorar si, en lugar del actual Ministerio de la Presidencia, tuviésemos un séquito de funcionarios en el despacho de un “Primer ministro”?, ¿o que el problema de nuestra incipiente capacidad industrial, va a resolverse si los ministros no son despedidos por el Presidente, como sucede en el sistema presidencial, sino por los diputados, como se estila en el semiparlamentario? Indudablemente no. Por ejemplo Haití, el país más pobre del hemisferio, posee un modelo semiparlamentario, y ello no tiene relación con su triste condición.

El tercer argumento invocado por quienes defienden el semiparlamentarismo, es que nos llevará hacia el anhelado ideal de la democracia participativa. Dicha tesis está igualmente equivocada. El parlamentarismo es,  -absolutamente-, una institución de la democracia representativa, hija anciana de la edad moderna, y de cuyo auge fue testigo la sociedad industrial que fenece. Por el contrario, de volver al parlamentarismo, -que ya vivimos en el siglo XIX- estaríamos cayendo en el sinsentido de sustituir un régimen de la democracia representativa, como lo es el presidencialismo, por otro igualmente de la democracia representativa, como el parlamentario. En ambos el ciudadano simplemente delega su poder. La cuarta revolución industrial está forjando una idea de la democracia que tiende a poseer dos características básicas que chocan con el parlamentarismo; una de ellas es que prioriza la toma de decisiones en lo local. Si hubiese que definirla con otra expresión, la podríamos llamar democracia de cabildos. Karl Loewenstein la denominó formas “directoriales”. En ellas el epicentro del poder es el escenario local. La democracia participativa es descentralizada, horizontal, local y reticular, tal y como tienden a ser las organizaciones humanas de la actual era postindustrial. En cambio el parlamentarismo, propio de la vieja edad moderna e industrial, es un sistema centralista y vertical. Es transitar en contravía de la historia. La otra característica de la democracia participativa, es la inmediatez dinámica que la tecnología digital está permitiendo; ella es “democracia digital”, pues, además de local, su naturaleza es también tecnológica. Conforme avance el desarrollo de tecnologías como la firma digital, la huella digital o el encriptamiento de datos, entre otros, se llegará a implementar la consulta ciudadana a través de prácticas novedosas como el cibervoto. De hecho, el “gobierno digital” ya es realidad en materias como las licitaciones, concursos públicos, la inscripción jurídico-registral de empresas, o la notificación y presentación judicial de escritos y documentos.

Conclusión: si de transformaciones se trata, es preferible pensar en un sistema localista directorial, más adecuado a la democracia participativa. Invocar en Costa Rica el regreso del parlamentarismo es invocar el espíritu de un muerto que aquí vivió y murió en el Siglo XIX, durante nuestro breve período de parlamentarismo bicameral. Frente a las apremiantes necesidades de desarrollo estructural que entonces tenía el país, fue sustituido por inadecuado. Regresar al parlamentarismo, es volver a un modelo diseñado por la nobleza europea al final de la edad media, para enfrentar las monarquías absolutas. Aplicar carbolina en época de penicilina.      

fzamora@abogados.or.cr  el autor es doctor en derecho constitucional con trabajos académicos publicados en Francia y Argentina.

 

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