Abogado constitucionalista.
Publicado en
España
https://www.elimparcial.es/noticia/200416/opinion/que-simboliza-notre-dame.html
Publicado en el
diario La Nación:
https://www.nacion.com/opinion/columnistas/pagina-quince-la-fuerza-de-notre-dame/XINNP5GKMZECBAVICDWMHR2ROE/story/
Los
hombres del pasado construían para los siglos, fue la atinada observación que
hace algún tiempo me hizo mi buen amigo Armando Vargas.
Notre
Dame fue iniciada en el siglo XII y su construcción duro dos siglos, hasta el siglo XIV, cuando finalizó su
construcción y acabados definitivos. Fue pensada con la misma idea con la que
se forjaban las obras que entonces se dedicaban a Dios: vencer el tiempo. Una vocación de eternidad, como era el sentido de casi
todo lo que se respiraba en la Europa del siglo XII.
Allí se conserva una corona de espinas, un trozo
de madera y unos clavos antiquísimos que, según la tradición, están ligados a
la cruz y a los instrumentos con los que Cristo fue martirizado. Igualmente la
túnica que perteneció a Ludovico,
- quien fuese el Rey Luis IX-, recordado por ser el último rey en encabezar una
cruzada para rescatar a Jerusalén del dominio musulmán.
Al
igual que sucede con la iglesia en su sentido espiritual, el templo ha sufrido
innumerables embates a través de su historia. Me refiero tanto a lo que ha
sufrido la Iglesia, como lo que ha
sufrido la obra arquitectónica como tal. Parece haber un paralelismo conductor que
conecta lo que ha sufrido el magnífico templo, y lo que ha padecido la Iglesia en
el sentido inmaterial del
término.
Durante
la primera gran ofensiva anticlerical, la de la revolución francesa, el templo sufrió
dos importantes saqueos. El primero de ellos en 1790, cuando las hordas
jacobinas destruyeron buena parte de sus tesoros religiosos. Pero la revolución
no fue una revuelta de unos cuantos días, sino un proceso que transcurrió por
años. El segundo golpe a la edificación ocurrió tres años más tarde, en 1793,
cuando el templo es nuevamente vandalizado por los insurgentes, al extremo de
que la Catedral dejó de ser funcional como lugar de culto y adoración a Dios. Por
un tiempo incluso terminó siendo utilizada con otros fines. El saqueo consistió
en la destrucción de esculturas, altares y todos los iconos propios de los
espacios para la devoción. La devastación incluyó la destrucción de crucifijos,
y todo símbolo de culto. Aquel ataque físico a ese monumental emblema de la
arquitectura cristiana, coincidió con la persecución que entonces sufrían
también los representantes de la cristiandad.
Fue un momento de
horror para el catolicismo francés. El año 1793 fue la hora de la ley del 21 de
octubre, que condenó a muerte a todos
los sacerdotes que no prestasen juramento de fidelidad al régimen de
Robespierre, el mismo que profanó la Catedral de Notre Dame, oficiando en
noviembre de aquel año cultos blasfemos.
El corolario de aquel
paroxismo fue una vorágine de terror que se expandió por dos días. Aquello incluyó una carnicería de muerte contra cientos
de religiosos y monjas asesinadas; hechos que hoy son conocidos por la historia como
las masacres anticlericales septembrinas. También en Lyon, el tristemente célebre José Fouché,
recordado por sus habilidades para manejarse y sostenerse en los intrincados hilos
del poder de aquella turbulenta época, ordenó el asesinato de grupos de
religiosos, amén de cientos más de ellos torturados en las cárceles
revolucionarias.
El tercer ataque a Notre
Dame sucedió con ocasión de los hechos de 1871 en París. En aquel año, la
capital europea fue controlada por revolucionarios socialistas durante aproximadamente dos meses, en lo que la
historia ha llamado la comuna parisina. Un intento de utopía social que derivó
en caos. La Catedral también fue asolada en aquella ocasión.
El dato definitivo es
que, una y otra vez, Notre Dame se ha
levantado de sus caídas. Con ella sucede algo similar a lo que Newman sostenía respecto
de la Iglesia en su sentido espiritual: “aunque
parece estar muriendo, al final, contra todo pronóstico, triunfa. Con caídas
aterradoras y victoriosas recuperaciones, cuál si la Providencia determinara
que triunfe a través de sus derrotas”
Y al igual que hace
más de dos siglos, hoy Notre Dame es una vez más protagonista de la tragedia. Esta
vez, no fue causa de horda revolucionaria, ni tampoco atentado extremista
alguno, como en un inicio se temió.
Esta vez la
deflagración ha sido provocada por un accidente en los trabajos de conservación
que allí se hacían. Pero al igual que sucedió en el siglo XIX, cuando Notre
Dame se levantó de sus propia ruinas, para resurgir esplendorosa como símbolo de
un cristianismo redivivo para la sociedad francesa de entonces, nuevamente
frente a la tragedia se asoma esperanzadora la victoria.
En tanto que la
Catedral ardía, se hacía evidente la determinación del pueblo francés, - y de
Occidente entero-, por rescatar y
restaurar el monumento. Al tiempo que se reportaba la dura jornada de los
bomberos galos, uno de los primeros hechos insólitos que reportaban los
periodistas fue observar a cientos de parisinos en grupos alrededor de la
ciudad, de cara a la deflagración, de rodillas, entonando himnos, plegarias y
cánticos de alabanza, todo con la intención de clamar a la Providencia por la
protección de su centenario monumento. Minutos después, las redes eran
inundadas por los videos que atestiguaban el hermoso acto de fe.
Y el mundo se ha volcado
también en solidaridad ante la tragedia. Los dignatarios europeos, la UNESCO e
importantes ciudadanos del continente, - como el filántropo Henri Pinault-, han
expresado un solo sentir: restablecer la grandeza del icono. El espíritu que
hizo grande a Europa.