jueves, 10 de marzo de 2022

SOCIEDADES CRISTIANAS EN LA ELITE DEL DESARROLLO

Con este artículo, completo la serie de cuatro publicaciones sobre el influjo de la cultura en el desarrollo, precedido por los títulos “La influencia de los sistemas culturales en el desarrollo” (21/9/2021), “La influencia de la moral en el desarrollo de los países” (22/01/22), y “Aproximación a la causa de la miseria” (7/2/22). La tesis central de esta serie de artículos, consiste en la idea de que la calidad de vida de las sociedades humanas, está esencialmente determinada por la influencia de sus sistemas culturales originarios y la base del código de espiritualidad primigenio que practicaron. En los anteriores artículos analicé dicha influencia en las naciones de desarrollo intermedio, así como en las muy empobrecidas, o de bajo desarrollo. Aquí me limitaré a analizar los 16 países que se encuentran en la élite del desarrollo humano, de los cuales catorce de ellos, tienen su fundamento cultural en la cosmovisión judeocristiana, salvo las dos excepciones, Singapur y Hong Kong. La primera de esas excepciones, sustenta su fundamento cultural en la filosofía budista, mientras que Hong Kong, aunque originalmente surge como un protectorado británico, actualmente ostenta la condición de región administrativa de la República Popular China y, por ello, podemos clasificarla dentro del conjunto de naciones cuyo fundamento cultural es ateísta. Aunque en el caso de Hong Kong, ese aspecto podría resultar desacreditado a partir del argumento de que, siendo originalmente protectorado inglés, la diferencia del alto desarrollo de la región de Hong Kong por encima del resto de la República China a la que hoy pertenece, tiene su explicación en esa raíz cultural británica.

Ahora bien, amerita escudriñar porqué un porcentaje tan elevado de las sociedades en la élite del desarrollo, -más del 90% de ellas-, curiosamente poseen como denominador común su origen cultural judeocristiano. Algunas razones histórico-sociales nos permiten comprender por qué dicho código cultural de espiritualidad, condicionó el desarrollo de los países élite. Lo primero que debemos anotar, es la importancia cultural del principio judeocristiano de dignidad humana en el desarrollo de las naciones. En el mundo antiguo, el individuo no era sujeto sino objeto, pues en términos prácticos los ciudadanos eran propiedad del Estado que, a su vez, era controlado por gobernantes soberanos considerados semidioses, como sucedía en Roma o Egipto. Las sociedades se asentaban en pocos ciudadanos libres y una población mayoritariamente esclava. Incluso la población grecorromana era una de patricios privilegiados cuyo poderío se asentaba en ese esquema, tal como sucedía en Esparta, Roma, Atenas, y en la totalidad de ciudades-estado de aquel entorno. Aún la admirada democracia ateniense, era un concepto ejercido por un pequeño estamento libre, donde el ciudadano estaba sujeto a un Estado que controlaba militarmente el destino de familias y haciendas. Aquella sociedad, cruel e injusta, comenzó su cambió con el triunfo de un concepto novedoso de naturaleza espiritual: el principio judeocristiano de la dignidad humana. A raíz de dicho principio, se concibió la idea de que todos tenemos igual valor, no por la capacidad político-militar, o económica de los hombres, sino por el simple hecho de nacer creados a imagen y semejanza de Dios como Ser ético. Una cosmovisión que, para entonces, fue absolutamente revolucionaria, y que triunfó en Europa gracias al carácter de los mártires, dando también fundamento al posterior ejercicio de las libertades individuales, esencial en la dinámica de las sociedades prósperas.

Otro elemento fundamental que reconocen autores como Thomas Woods o William Durant, es el aporte de la cristiandad en el rescate de la desaparecida civilización clásica. Recordemos que el imperio romano, -y con él la cultura europea-, se desintegró en momentos en que Europa era azotada por bárbaros, entre ellos vándalos, eslavos, mongoles, bereberes, hunos y pictos. Dichas hordas asolaban las antiguas ciudades y pueblos romanos que, a duras penas, subsistían tras el colapso provocado por la decadencia imperial. Entre las causas de dicho declive, estaban el estancamiento de la inversión y el progreso técnico por parte de las clases privilegiadas romanas, además de una grave disminución de la productividad, a causa de excesivos controles y regulaciones por parte de las autoridades imperiales. A lo anterior se sumaron las luchas intestinas de poder que desgarraron el imperio, y la enorme polarización provocada por las desigualdades, lo que degeneró en el declive de su poderío militar, y las constantes arremetidas barbáricas. Tal como la generalidad de académicos reconoce, el monumental desafío de reconstruir la cultura europea fue un esfuerzo titánico que asumió la incipiente cristiandad de entonces. En palabras del historiador Cristopher Dawson “la Iglesia hubo de asumir la tarea de introducir la ética del evangelio, entre gentes para quienes el homicidio era honroso, y la venganza sinónimo de justicia.” A lo anterior, se sumó la labor de los monjes copistas quienes, con un estilo frugal de vida, rescataron múltiples textos de la cultura clásica grecolatina, pero promoviendo además una nueva cosmovisión que, por las razones que paso a explicar, dieron origen a la técnica y a la ciencia que sentó las bases de la civilización occidental. Veamos porqué lo afirmo: la antigua cultura grecolatina, anterior al cristianismo, se sustentaba en ideas preconcebidas que la ciencia llegó a demostrar que eran erróneas; por ejemplo, equivocadamente concebían al universo sin principio ni final, cíclico, caótico y caprichoso, tal como eran sus dioses. En cambio, la semilla del pensamiento racional brotó a partir del paradigma propio de la escolástica cristiana de Dios como Ser coherente, que a su vez sentó una comprensión opuesta a aquella del caos cíclico del antiguo mundo pagano. Y con dicha convicción de que existía un orden encubierto en el universo, fue posible el surgimiento del razonamiento científico. De ahí que las primeras grandes nociones técnicas surgieron en los monasterios europeos. No por casualidad, los maestros escolásticos estudiaban lógica como herramienta previa al estudio de la teología, y como lo concluyeron el historiador Ernst Benz y el sociólogo Max Weber, fue dicha perspectiva racional, fusionada con la idea de dignidad humana y libertad individual, todo ello aportado por la cultura judeocristiana, la que sentó las bases de la tecnología y el mercado que, con el paso del tiempo, haría ricas a las sociedades cristianas que hoy están en la élite del desarrollo. fzamora@abogados.or.cr  

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