Con este artículo, completo la serie de cuatro publicaciones sobre el influjo de la cultura en el desarrollo, precedido por los títulos “La influencia de los sistemas culturales en el desarrollo” (21/9/2021), “La influencia de la moral en el desarrollo de los países” (22/01/22), y “Aproximación a la causa de la miseria” (7/2/22). La tesis central de esta serie de artículos, consiste en la idea de que la calidad de vida de las sociedades humanas, está esencialmente determinada por la influencia de sus sistemas culturales originarios y la base del código de espiritualidad primigenio que practicaron. En los anteriores artículos analicé dicha influencia en las naciones de desarrollo intermedio, así como en las muy empobrecidas, o de bajo desarrollo. Aquí me limitaré a analizar los 16 países que se encuentran en la élite del desarrollo humano, de los cuales catorce de ellos, tienen su fundamento cultural en la cosmovisión judeocristiana, salvo las dos excepciones, Singapur y Hong Kong. La primera de esas excepciones, sustenta su fundamento cultural en la filosofía budista, mientras que Hong Kong, aunque originalmente surge como un protectorado británico, actualmente ostenta la condición de región administrativa de la República Popular China y, por ello, podemos clasificarla dentro del conjunto de naciones cuyo fundamento cultural es ateísta. Aunque en el caso de Hong Kong, ese aspecto podría resultar desacreditado a partir del argumento de que, siendo originalmente protectorado inglés, la diferencia del alto desarrollo de la región de Hong Kong por encima del resto de la República China a la que hoy pertenece, tiene su explicación en esa raíz cultural británica.
Ahora
bien, amerita escudriñar porqué un porcentaje tan elevado de las sociedades en
la élite del desarrollo, -más del 90% de ellas-, curiosamente poseen como
denominador común su origen cultural judeocristiano. Algunas razones histórico-sociales
nos permiten comprender por qué dicho código cultural de espiritualidad,
condicionó el desarrollo de los países élite. Lo primero que debemos anotar, es
la importancia cultural del principio judeocristiano de dignidad humana en el
desarrollo de las naciones. En el mundo antiguo, el individuo no era sujeto
sino objeto, pues en términos prácticos los ciudadanos eran propiedad del
Estado que, a su vez, era controlado por gobernantes soberanos considerados
semidioses, como sucedía en Roma o Egipto. Las sociedades se asentaban en pocos
ciudadanos libres y una población mayoritariamente esclava. Incluso la
población grecorromana era una de patricios privilegiados cuyo poderío se
asentaba en ese esquema, tal como sucedía en Esparta, Roma, Atenas, y en la
totalidad de ciudades-estado de aquel entorno. Aún la admirada democracia
ateniense, era un concepto ejercido por un pequeño estamento libre, donde el ciudadano
estaba sujeto a un Estado que controlaba militarmente el destino de familias y
haciendas. Aquella sociedad, cruel e injusta, comenzó su cambió con el triunfo
de un concepto novedoso de naturaleza espiritual: el principio judeocristiano de
la dignidad humana. A raíz de dicho principio, se concibió la idea de que todos
tenemos igual valor, no por la capacidad político-militar, o económica de los
hombres, sino por el simple hecho de nacer creados a imagen y semejanza de Dios
como Ser ético. Una cosmovisión que, para entonces, fue absolutamente revolucionaria,
y que triunfó en Europa gracias al carácter de los mártires, dando también fundamento
al posterior ejercicio de las libertades individuales, esencial en la dinámica
de las sociedades prósperas.
Otro elemento fundamental que reconocen autores como
Thomas Woods o William Durant, es el aporte de la cristiandad en el rescate de la
desaparecida civilización clásica. Recordemos que el imperio romano, -y con él
la cultura europea-, se desintegró en momentos en que Europa era azotada por
bárbaros, entre ellos vándalos, eslavos, mongoles, bereberes, hunos y pictos. Dichas
hordas asolaban las antiguas ciudades y pueblos romanos que, a duras penas,
subsistían tras el colapso provocado por la decadencia imperial. Entre las
causas de dicho declive, estaban el estancamiento de la inversión y el progreso
técnico por parte de las clases privilegiadas romanas, además de una grave disminución
de la productividad, a causa de excesivos controles y regulaciones por parte de
las autoridades imperiales. A lo anterior se sumaron las luchas intestinas de
poder que desgarraron el imperio, y la enorme polarización provocada por las desigualdades,
lo que degeneró en el declive de su poderío militar, y las constantes
arremetidas barbáricas. Tal como la generalidad de académicos reconoce, el
monumental desafío de reconstruir la cultura europea fue un esfuerzo titánico
que asumió la incipiente cristiandad de entonces. En palabras del historiador Cristopher
Dawson “la Iglesia hubo de asumir la tarea de introducir la ética del evangelio,
entre gentes para quienes el homicidio era honroso, y la venganza sinónimo de
justicia.” A lo anterior, se sumó la labor de los monjes copistas quienes, con un
estilo frugal de vida, rescataron múltiples textos de la cultura clásica
grecolatina, pero promoviendo además una nueva cosmovisión que, por las razones
que paso a explicar, dieron origen a la técnica y a la ciencia que sentó las
bases de la civilización occidental. Veamos porqué lo afirmo: la antigua cultura
grecolatina, anterior al cristianismo, se sustentaba en ideas preconcebidas que
la ciencia llegó a demostrar que eran erróneas; por ejemplo, equivocadamente
concebían al universo sin principio ni final, cíclico, caótico y caprichoso, tal
como eran sus dioses. En cambio, la semilla del pensamiento racional brotó a
partir del paradigma propio de la escolástica cristiana de Dios como Ser
coherente, que a su vez sentó una comprensión opuesta a aquella del caos
cíclico del antiguo mundo pagano. Y con dicha convicción de que existía un
orden encubierto en el universo, fue posible el surgimiento del razonamiento
científico. De ahí que las primeras grandes nociones técnicas surgieron en los
monasterios europeos. No por casualidad, los maestros escolásticos estudiaban
lógica como herramienta previa al estudio de la teología, y como lo concluyeron
el historiador Ernst Benz y el sociólogo Max Weber, fue dicha perspectiva
racional, fusionada con la idea de dignidad humana y libertad individual, todo
ello aportado por la cultura judeocristiana, la que sentó las bases de la
tecnología y el mercado que, con el paso del tiempo, haría ricas a las
sociedades cristianas que hoy están en la élite del desarrollo. fzamora@abogados.or.cr
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