Dr. Fernando Zamora Castellanos. Abogado constitucionalista
En una tercera secuencia descriptiva, propiamente en el versículo tercero, el texto narra “la aparición de la luz”, de forma que fuese posible la división que experimentamos entre el día y la noche. Pues bien, en efecto hoy se sabe que hace poco más de 3500 millones de años, el bombardeo cósmico disminuyó y el agua terrestre se enfrió lo suficiente como para empezar a condensarse, originando océanos de escasa profundidad. Con ello, la espesa atmósfera terrestre se empieza a aclarar sin ser aún transparente como hoy, por lo que, si bien es cierto, la atmósfera ya era translúcida a la luz del sol, aún era imposible apreciar dicho astro, ni a ninguna de las demás lumbreras existentes. Así pues, la precisión de la narración sigue siendo total en este tercer aspecto: la tierra pasa a recibir luz, y por tanto noche y día, sin que los astros aún aparezcan visualmente desde su superficie. En una cuarta etapa de descripción bíblica se narra “la separación de las aguas”, y en este punto la astrofísica señala que ciertamente, hace unos tres mil millones de años la tierra estaba ya en condiciones de albergar un océano poco profundo que, sumado a la perfecta distancia del sol y nuestra órbita, permitió al agua realizar los cambios de estado (sólido, liquido, y gaseoso), para un ciclo de aguas estable. De nuevo aquí, una cuarta precisión portentosa.
En
una quinta etapa de la descripción, en el versículo noveno, se indica el
retroceso de las aguas para descubrir tierras firmes. Pues bien, aquí acierta
por quinta vez la antigua narración, tanto en los hechos como en su secuencia,
pues el científico Ross nos recuerda que la historia de la geología afirma que,
hace aproximadamente 3500 millones de años, aparecieron sobre la superficie
oceánica los cratones, esos gigantescos bloques de granito procedentes del
interior de la corteza, que constituyeron los protocontinentes a partir de los
cuales se formaron los continentes más antiguos, y por tanto, la formación de
una tierra firme rodeada por agua, lo que coincide totalmente con la crónica
veterotestamentaria. Siguiendo el relato, en la sexta etapa de la descripción, -entre
sus versículos 11 y 12-, se describe el surgimiento de la vegetación y la
precisión en la secuencia vuelve a ser absoluta: en efecto, hace
aproximadamente tres mil millones de años, el planeta ya dispone del dióxido de
carbono, la luz, la tierra y el agua necesarias para permitir el surgimiento de
las plantas también en tierra firme, inicialmente algas, musgos, helechos, y
otra diversidad de plantas antiguas. En una sétima secuencia del proceso
descriptivo, en el versículo 14, el relato narra la aparición de las lumbreras,
en lo cual se vuelve a acertar, pues hasta hace apenas dos mil millones de
años, o sea, en un momento muy posterior, es cuando la atmósfera se vuelve más
transparente, siendo posible observar los astros a partir de una perspectiva
terrestre. En este punto, insisto en la anotación ya indicada, de que el relato
es exacto desde la perspectiva de la visión que se le da a un espectador
ubicado en la superficie de la tierra que recién se forma. Aquí hay una sétima
coincidencia portentosa, pues la plena transparencia de la atmósfera en efecto
ocurrió después de que ya existían plantas en el planeta. En este punto, -el de
la aparición de las lumbreras- los eruditos insisten en que aquí el término correcto
usado no es “crea” sino “aparece” (en hebreo “hayah”), con lo cual es evidente
que lo que se narra es la aparición posterior visible de los diversos astros
desde nuestra superficie. Finalmente, de acuerdo a dichos científicos, a partir
del versículo 20 en adelante, se encuentran la octava, novena y décima fascinantes
coincidencias entre la ciencia y la narración del Génesis, pues se sabe que,
entre mil y quinientos millones de años atrás, existiendo ya un 20% de oxígeno,
abundancia vegetal, ozono, y otras múltiples condiciones, surgen primero los
animales marinos, tal y como afirma la narración. En efecto, los fósiles de las
explosiones cámbricas prueban que los primeros animales fueron marinos, tal y
como sostiene la secuencia del génesis para una octava exactitud. La novena
coincidencia es que, según el registro fósil, la segunda explosión de
surgimiento animal efectivamente es la terrestre, y la décima coincidencia es
que nuestro surgimiento como especie homo sapiens, es ciertamente la última.
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