lunes, 27 de febrero de 2023

OBSERVACIONES DE LA OCDE

 Dr. Fernando Zamora Castellanos.

Abogado constitucionalista

 

Agradezco que me fuese remitido un ejemplar del documento técnico con las observaciones de la OCDE 2023, por lo cual aprovecho para anotar algunas reflexiones en torno al mismo. Vale advertir que el documento confirma la generalidad de los diagnósticos y advertencias de quienes, durante años, hemos venido estudiando la realidad nacional, lo cual además confirma la convicción igualmente generalizada, de que nuestro problema no radica en la urgencia de entender las causas de nuestros males, pues podemos asegurar que ellos están “sobre-diagnosticados”.  Pues bien, veamos algunas observaciones del informe que amerita subrayar. En primer término, debe preocupar en extremo el hecho de que, en momentos de bajo crecimiento para nuestro país, la OCDE nos lance un balde de agua fría, al augurarnos un decrecimiento aún mayor de nuestra economía. Un tema de fondo en ese mal augurio, es coincidente con la seria preocupación que yo señalé en mi anterior artículo titulado “Consecuencias sociales de no tener hijos”, pues tal y como también señaló la OCDE, el envejecimiento de la población provocado por la drástica caída de nuestra tasa de reposición poblacional, que no es otra cosa sino que la juventud se resiste a procrear, a mediano plazo eso influirá en una economía menos dinámica, en una seguridad social con menos ingresos y con costos de operación mucho mayores. Nos recuerdan que, en un panorama como el actual, en donde el 30% de los adultos mayores carecen de pensión, esta caída en la tasa demográfica pone en mayor riesgo la sostenibilidad, tanto de los sistemas de salud pública, como del de pensiones.  Si bien es cierto que atribuye los recientes problemas de crecimiento e inflación a factores externos, como las restricciones de suministro global y la reciente guerra en Ucrania, reconoce también que existe un potencial sin explotar en nuestro sector agrícola, en razón de una carencia de políticas que promuevan mayor impulso de dicho tipo de productividad.

En otras palabras, la OCDE reconoce que Costa Rica es una nación que abandonó a su sector agrícola, o como creo afirmarlo mejor, desmantela a paso acelerado su potencia y cultura agrícola y agroindustrial. Lamentablemente, en el informe se echa de menos una recomendación de fondo para impulsar ese sector, pues la única sugerencia, expuesta en la línea 18 del Cuadro 1.10 de las recomendaciones, es reducir la burocracia que atiende el ramo. Algo con lo que, independientemente estemos o no de acuerdo con dicha sugerencia, evidentemente no es un cambio que traiga solución al tema. Y agrego que en ese aspecto, el informe se aventura recomendando una plena integración al comercio internacional, propuesta que si bien es cierto en términos generales podría considerarse positiva, en materia agrícola resulta muy riesgosa si tomamos en cuenta que, liberalizar el comercio con países que subvencionan a sus agricultores y que son potencias agrícolas, sin que nuestros agricultores reciban ningún tipo de asistencia real, sea técnica o crediticia al menos, ello sería colocar al sector a competir en condiciones de absoluta desventaja. Consolidando con ello el proceso de desmantelamiento de nuestra cultura agroindustrial, un hecho grave para el país si consideramos que, sumados ambos estamentos, -el agro y el industrial-, de él dependen casi el 35% de la población trabajadora del país, y en la Costa Rica profunda o rural, la dependencia es aún mayor.

 

En materia de decrecimiento productivo, la OCDE reafirma un diagnóstico sobre el que hemos venido insistiendo los costarricenses que nos afanamos en estudiar nuestra realidad, y es el problema de la sobre regulación de nuestra actividad productiva. Parafraseando a los expertos de la organización: “las regulaciones no toman en cuenta su impacto sobre la competencia”, por lo que la informalidad del 45% de la población económicamente activa continúa siendo excesiva, y es una de las principales causas tanto de la desigualdad como de la baja productividad. En este aspecto nos urgen a bajar el entramado regulatorio que nos agobia, y además nos invitan a valorar la baja en los costos de la seguridad social para ampliar la cobertura del aporte que actualmente no hacen los sectores populares en estado de informalidad. Y sobre esa misma línea de reducción de la desigualdad, la OCDE nos advierte que, en materia de asistencia social, existe una excesiva fragmentación de los programas sociales. Además, yo considero que con una centralización excesiva, que provoca que las entidades dedicadas a dicha asistencia no focalicen bien su ayuda, pues tal verticalidad dificulta el conocimiento horizontal del conjunto de familias que realmente amerita atender.

En materia de energías y transporte, la OCDE aconseja algo que resulta un lugar común en ese aspecto, como lo es la sugerencia de acelerar el paso al vehículo eléctrico. Agrego algo de lo que, en este mismo foro he sido insistente, y es el hecho que uno de los grandes avances que se conquistarían con la transición eléctrica de la flota vehicular de los costarricenses, consiste en la sustitución de la importación de petróleo, lo que generaría cuatro enormes beneficios: el primero es salir del chantaje de la dependencia petrolera en la que nos encontramos como nación, con las implicaciones económicas que ello acarrearía en mayor circulante financiero que se mantendría en nuestra economía. En segundo término, elevaríamos los rendimientos financieros de las empresas nacionales que producen electricidad, la principal de ellas el ICE, actualmente en apuros, y finalmente un beneficio de carácter ambiental, en el tanto una flota eléctrica evidentemente produce menos huella de carbono. Sin embargo, lo anterior tiene una relación controversial con otra importante alerta que nos da la organización referida a nuestra cobertura boscosa, pues si bien reconoce los esfuerzos que ha hecho el país en este rubro, en el que ha crecido dicha cobertura, la OCDE nos recuerda que el financiamiento del programa de bonos forestales se ha logrado con los impuestos al combustible. Ello significa que, de continuar la transición hacia la matriz eléctrica, cada día serán menores los ingresos por ese concepto tributario, por lo que el programa de pago ambiental está seriamente amenazado en tanto no tendrá de donde financiarse. La propuesta de la OCDE es la de ampliar los mecanismos de financiamiento del programa, sin embargo, no indica cómo. Una sugerencia lógica precisamente sería que ellos, los países ricos del planeta, como lo son los miembros de dicha organización, aumenten los pagos hacia los pocos países tropicales que tenemos abundante bosque. fzamora@abogados.or.cr  

lunes, 13 de febrero de 2023

EL FRACASO DEL SUPERHOMBRE

 Dr. Fernando Zamora Castellanos.

Abogado constitucionalista

“Yo os enseño el superhombre”, fue la frase icónica de una de las más famosas obras de Federico Nietzsche, que tuvo por objetivo el proyecto de suplantación de la milenaria cultura occidental, exaltando al hombre en extremo, y con ello, intentando sustituir a Dios. Un empeño por dar un giro copernicano, -de ciento ochenta grados-, frente a lo que, hasta entonces, había sido la tradición filosófica y espiritual de nuestro hemisferio. Lo que culminó la obra de aquel filósofo, fue el concepto esencial de    que la voluntad de poder era la virtud cardinal, o sea la cualidad humana por antonomasia. Para Nietzsche, la voluntad de poder debía ser el motor fundamental de nuestras acciones y el camino hacia un hombre superior. Allí se negaba el equilibrio y control de las pasiones humanas, hasta conquistar el prototipo del ser humano indomable y feroz. De esa forma, tal superhombre no solamente sería un ser al que la moral no debía imponer límites, sino que, consiguiendo total autonomía y libertad, con ello alcanzaría la superioridad. Para que ese “hombre nuevo” surgiera, era necesaria, no solamente la “muerte de Dios”, sino la irrupción de una implacable moral nueva que lograra subvertir todos los valores hasta entonces conocidos, y sustituir los principios en razón de una libertad sin ningún tipo de límites, sanciones, controles divinos, ni decretos morales que obstaculizaran nuestra naturaleza individualista.

 

En palabras del mismo filósofo, seríamos mejores si liberásemos nuestro “natural egoísmo”, en contraste a la hipocresía altruista. No por casualidad esas nociones de Nietzsche, el crítico más feroz de los valores occidentales, eran resultado de un alma arrogante y despectiva, tal y como después reconocerían sus biógrafos. Como era claro para él, las personas parecían tener un diseño nato para el propósito y una necesidad de sentido para sobrevivir, pero como Nietzsche se negaba a reconocer esa realidad evidente, insistía que el ser humano debía encontrar ese sentido de existencia exclusivamente en la realidad material. En tanto insistía en que la vida carecía de sentido, ésta no era otra cosa sino pura contraposición de fuerzas sin meta alguna. Pero como la experiencia nos demuestra que cualquier intento por explicarse la vida limitándose a la realidad material resulta un desafío descomunal, era necesario construir un ser humano “superior”. Tal ser debía aceptar la muerte de los ideales trascendentes y sobreponerse a la decepción que implica carecer de ellos, abrazando un escepticismo moral que desechara cualquier tipo de interpretación de la existencia, pues para él todas eran falsas. Así nacía la noción del “nihilismo”, que es donde se niegan los valores, y el concepto de lo que la verdad es.  

 

De esa forma nociones como las del bien y el mal, una vez despojadas de su fundamento inmaterial, pasan a ser, según su ideología filosófica, meros “prejuicios de Dios” sostenidos por construcciones sociales, y nunca fenómenos objetivos. Entonces, la dicotomía moral entre el bien y el mal, en tanto no tenía razón de ser, debía ser sustituida por una diferenciación mejor: la que distingue al hombre fuerte de la persona débil.  Así las cosas, era superior el que fuese capaz de vengarse con éxito, o el que desconocía la compasión, pues para Nietzsche tal virtud cristiana era una hipocresía y un prejuicio ante todo lo que era fuerte y poderoso. Su convicción era que el ideal supremo era el mismo del mundo precristiano antiguo: los verdaderos valores solo eran los del fuerte, el poderoso, el sano, y el hermoso, mientras que los desventajados, los enfermos, débiles y marginados, no eran sino la encarnación de las personas que debían ser desechables. La superioridad moral radicaba en la capacidad de ser fuerte y para su particular visión, los inferiores poseían, -por el solo hecho de serlo-, una suerte de discapacidad moral.

 

Pues bien, para desgracia de Occidente, con la muerte de Federico Nietzsche sus obras se popularizaron, y buena parte de la intelectualidad europea abrazó sus ideas. Con ellas surgirían fenómenos sociales y políticos monstruosos, que azotaron y continúan azotando a la humanidad. Ilustraciones hay muchas. Los regímenes de naturaleza fascista de Mussolini y Hitler fueron los ejemplos que, de forma más evidente, practicaron esa nueva moral del superhombre ya descrita. Regímenes inspirados en ese pensamiento, en el cual se consideró una conquista moral la eliminación física de los débiles y marginados. Un ejemplo más reciente de esa noción materialista de la superioridad moral, la conservo en mi biblioteca con el nietzschano título de “El socialismo y el hombre nuevo”. La edición que conservo, que anunciaba el surgimiento de un nuevo ser humano a partir de los sueños del materialismo histórico, fue producida por los talleres de Siglo XXI editores en octubre de 1988, unos meses antes de que en el mundo se derrumbara aquella terrible distopia. Once años después, con el discurso centrado en lo que llamó “el hombre nuevo del socialismo del siglo XXI”, Hugo Chaves inauguraba en Venezuela otra era que produciría el éxodo de 20 millones de sus nacionales; la más grande emigración económica en la historia de la América latina. Y ese mismo nihilismo que construye una moral egoísta particular, es lo que ha provocado aquello que el Papa Francisco denomina la “incultura del descarte”, una nueva ética que, sobre la base del confort individual de los padres, permite el genocidio de millones de seres humanos. Y en los nuevos populismos que hoy amenazan a nuestras democracias, se oculta también el infalible superhombre, esa figura soberbia con la que Nietzsche aspiró a ocupar la vacante que trató de negarle a Dios. Un ser que, con su soberbia, se sitúa individualmente en primer plano frente a la colectividad y el mismo Estado, para sojuzgar, atropellar e imponer su voluntad a cualquier costo.

 

En el siglo XIX la pretensión del superhombre debió inspirar a Mary Shelley en su obra Frankenstein, y es una propensión similar a aquella vieja frase veterotestamentaria “y seréis como dioses”. derivada de la alegoría moral en la que el ser humano, por su soberbia y rebeldía ante Dios, pierde el paraíso. Y lo que es evidente del anterior recuento de daños, es que esa arrogante pretensión, la de regirnos aplicando una ética de mínimos con el listón cada vez a menor altura, resultó un absoluto fracaso. Una caja de Pandora que desata cada vez mayores tempestades. fzamora@abogados.or.cr