Dr. Fernando Zamora Castellanos. Abogado constitucionalista
En su profusa obra sobre nuestra independencia, el académico David Díaz Arias refiere que, en las memorias de Manuel José Arce, primer presidente federal centroamericano, consta que casi de forma inmediata a nuestra independencia, la población costarricense era reconocida como una sociedad profundamente civilista, pacífica, sin afanes bélicos ni expansionistas. Esencialmente republicana, y en la propia frase de Arce: “merecedora de los encomios que se les otorgan a los pueblos que son virtuosos.” La generalidad de los estudiosos coincide además que era un pueblo pobre, consecuencia de una escasa inmigración, escasa población nativa y además limitada en riquezas minerales. A lo que se sumaba la difícil comercialización de los pocos cultivos agrícolas que teníamos, prácticamente limitados al tabaco o el cacao. Es claro que la independencia americana, y como subsecuencia la centroamericana, fue resultado de una confluencia múltiple de factores, entre los que se encontraban las reformas centralistas de la monarquía borbónica, la guerra de independencia española, la Constitución de Cádiz y las corrientes político filosóficas del pensamiento liberal originario. En el centro de nuestra América, la independencia estaba motivada en el anhelo de ser libres del dominio político administrativo de las metrópolis coloniales que concentraban el poder, por lo que, en nuestra pequeña región meridional, el término independencia tenía muchas connotaciones. Por ejemplo, el resto de pueblos centroamericanos estaba deseosos de liberarse del control guatemalteco, lo que era evidente desde el siglo de los 1700’s, -perdónenme el anglicismo-, cuando ya constaban los reclamos de los criadores de ganado de provincias más lejanas como la de Honduras o El Salvador. De alguna forma los costarricenses resentíamos también esa inconformidad, pues las autoridades de Guatemala dificultaban con múltiples trabas el comercio costarricense con nuestros vecinos del sur, lo que entonces era la Colombia panameña. El investigador estadounidense Troy Floyd refiere por ejemplo, que la intendencia salvadoreña señalaba en sus discursos su inconformidad con “la tiranía de Guatemala sobre las provincias”, mientras que los hondureños se quejaban de que la riqueza estaba en “la letárgica cabeza guatemalteca, mientras la sangre de sus hacendados no circulaba en el resto del cuerpo”. Esto, entre otros motivos, por el férreo control ejercido desde Guatemala que prohibía a los ganaderos vender los animales fuera del dominio de su jurisdicción.
Aún
más, en su “Colección de documentos para la historia”, nuestro
historiador León Fernández deja constancia de que pocos años antes de nuestra
independencia, la diputación provincial costarricense, en conjunto con la
nicaragüense, solicitaron directamente a las propias Cortes españolas de Cádiz,
que nuestras dos provincias fueran separadas de la Capitanía guatemalteca. La
intención es que se estableciera una audiencia propia. Según el proyecto
remitido a Cádiz, la idea era que se estableciera esa nueva audiencia, y una
capitanía en la entonces principal ciudad nicaragüense de León, con una
intendencia en Costa Rica. La convicción del historiador Fernandez era que
tanto nuestra nación como Nicaragua buscábamos liberarnos de la dependencia
chapina, sobre todo, en temas económicos, y de paso, los legales. Pero la
historiadora Elizabeth Fonseca nos alerta que, en ese cóctel de intereses
creados y pasiones libertarias, había otro nivel de pugnas de menor rango, esta
vez entre nosotros y los leoneses. Pues, así como una fracción de la geografía
centroamericana buscaba liberarse del control guatemalteco, los funcionarios
cartagineses empezaban a buscar la forma de liberarnos del control
nicaragüense, al punto que el mismo historiador Fernández refiere el hecho de
que, un año antes de nuestra independencia, los procuradores del Ayuntamiento
cartaginés solicitaron a un funcionario de la capitanía guatemalteca la separación
administrativa y eclesial de Costa Rica frente a la jerarquía de León. Alegaron
que eso era un requisito esencial para que nuestra economía y comercio
progresara. De hecho, el citado investigador Díaz apunta además que esta
petitoria se reitera mediante escrito presentado ante el diputado de las Cortes
de Cádiz, José María Zamora, en donde se comunica la urgencia que tiene Costa
Rica de convertirse en Junta Provincial “para quedar independiente y sin
ninguna sujeción a la de León Nicaragua”. En esa ocasión, la distancia y la
dificultad de los caminos entre León y Cartago, era otro de los argumentos de
peso para justificar la anhelada separación.
Pues
bien, al final de aquellos afanes libertarios regionales, y por la ya citada
confluencia de múltiples factores globales, José Cecilio del Valle, uno de los
principales padres de la independencia centroamericana, sostenía que la
Constitución española de 1812, -denominada de Cádiz por haber sido promulgada
en aquella ciudad-, al proclamar que el soberano moral eran los pueblos bajo el
dominio español, con esa frase resumió el fundamento ético que sustentó la
independencia final de nuestra región. No por casualidad, con el espíritu de la
independencia, para Valle nacería además una nueva connotación de lo que ser
americano significaba frente a lo europeo. Una persona que era diferente no por
su cultura, sino por su carácter. Ciudadano de una patria cara y valiosísima,
de un continente digno, e incluso, por sus potencialidades a futuro, “superior
a Europa”, tal y como se atrevió a afirmar en su periódico “El amigo de la
Patria”.
Hoy,
dos años después del bicentenario de nuestra independencia, las estadísticas de
los indicadores de desarrollo nos despiertan de nuestro sueño libertario, hacia
lo que parece ser son los primeros estertores de una pesadilla. Tengamos claro
que, toda caída de los indicadores del desarrollo no es otra cosa sino una crisis
de la cultura nacional. Y esa cultura es, a su vez, vocación que se sostiene en
un trípode de tres columnas: la educación, la formación familiar y la
espiritualidad. Si queremos revertir dicha
amenaza, -esa espantosa tendencia en la que vamos cayendo-, al menos empecemos
con la educación, uno de esas tres bases que son clara responsabilidad del
Estado. fzamora@abogados.or.cr
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