Dr.Fernando Zamora Castellanos
Doctor en derecho constitucional y Msc. en Teología.
Publicado en el Diario español El Imparcial bajo la dirección:
http://www.elimparcial.es/economia/el-problema-economico-del-estado-constitucional-92054.html
Publicado en el suplemento Pagina Abierta bajo la dirección:
http://www.diarioextra.com/2011/octubre/04/opinion14.php
Lo que las últimas crisis bursátiles revelan, no es el fracaso de la libertad individual en materia económica, sino el de la manifestación monetarista especulativa del sistema. Como en su momento lo hizo el llamado socialismo real, esa faceta especulativa del capitalismo está colapsando. Y decae por ser profundamente injusta, pues lo que usualmente se oculta tras la especulación financiera es el beneficio sin respaldo productivo. Sin embargo, reconocer lo anterior no implica abrazar el dogma de que la actividad productiva libre por sí sola es perversa. Esto sería satanizar la libertad de las fuerzas económicas, lo cual es un extremo igualmente injusto. Si hay algo que requieren los pequeños y medianos agentes de la economía, -esos que anhelan surgir y sostenerse-, es precisamente libertad. Las cada vez mayores regulaciones e imposiciones tributarias, -por encarecer la actividad productiva-, a quienes más afectan no es a los grandes. Es a los protagonistas menores que están en escena. Creo que la lección que debería aprenderse en las crisis actuales, es que las fuerzas productivas libres, -más que ser limitadas-, lo que deben es ser conducidas. En el mundo del comercio global, pretender oprimir la productividad libre no solo es un error sino que es una utopía. Más aún si aceptamos que el capitalismo, como tal, tanto puede ser el problema como puede ser la solución. Es solución cuando las fuerzas productivas son guiadas de tal forma que éstas se conviertan en promotoras de soluciones ante los actuales desafíos colectivos. Más si solo existen en función de codiciosas ganancias, son sin duda parte del problema. Toda libertad debe ser orientada en razón de propósitos sublimes, nunca devaluada. A lo que me refiero es que las políticas públicas y los ideales constitucionales pueden convertirse en conductores de las fuerzas del capital, de tal forma que actúen como poderosos motores capaces de enfrentar los desafíos de hoy. El camino no transita por la vía de depreciar la libertad, o acariciando las quimeras que aspiran abolir lo que Smith denominaba la mano invisible del mercado, sino afirmando la necesidad de que esa mano exista, pero visiblemente orientada. Por ello, -de fondo-, el monetarismo especulativo es enemigo de esa misma libertad de la que se alimenta, en el tanto abusa de ella siendo incapaz de responder hacia qué fines morales dirige los recursos que indebidamente usufructúa, recursos que al fin y al cabo son resultado de todo el monumental esfuerzo productivo de la sociedad. Recursos que en su origen son sanos, en tanto son derivación de la ética de trabajo de los ciudadanos libres. Así las cosas, en el monetarismo especulativo la pregunta de hacia qué fines morales se dirige la maquinaria económica de la sociedad, carece de respuestas y se limita en función del despropósito exclusivo de activar una vorágine de consumo sin objetivos provechosos para el desarrollo material, cultural o moral de la República y menos aún para el desarrollo sostenible con el ambiente. Y ciertamente esa vorágine consumista carente del sentido teleológico aludido, es un suntuoso exceso que ya el planeta no puede tolerar. Ahora bien, si es cierto que el sistema de mercado sin dirección moral fracasó, también es cierto que el sistema de mercado puede ser la más útil herramienta ante los desafíos, pero solo si se canalizan las tremendas potencias que desata, en función de fines éticos. En esencia el capitalismo, -como cualquier otra herramienta-, puede ser lobreguez o puede ser luz, todo dependerá de los fines hacia los cuales sean conducidas sus fuerzas. Como en la tragedia de la mitológica Princesa de Argos, las potencias del mercado son capaces de ser tanto monstruosas como mesiánicas. Ninguno de sus detractores niega la descomunal capacidad que poseen las fuerzas del capital para conquistar objetivos. En todo caso son profusos los ejemplos que al respecto ofrece la historia. El problema es cuando esa maquinaria productiva no tiene fines morales, -o peor aún-, cuando la actividad productiva oculta objetivos tenebrosos. Así sucedió en la segunda mitad del Siglo XX con el corporativismo fascista, que era materialmente eficiente pero moralmente abyecto. Igualmente inconveniente es cuando las fuerzas del capital se desatan ingobernadas y vesánicas. Son como la Caja de Pandora, promotora de muchos males. El reto es conducirlas moralmente, porque cuando esto se alcanza, esas mismas fuerzas actúan como un Prometeo sin cadenas: en beneficio del hombre. Las estadísticas declaran el augurio de que a largo plazo los recursos naturales del planeta no sobrevivirán el ritmo actual de consumo mundial. A esta sombría predicción, -que representa un portentoso reto ambiental-, se le suman, concatenados, los descomunales desafíos de la humanidad en materia energética y alimentaria. Entonces, ante la ingente necesidad de sostener la actividad económica humana ¿cuál es la alternativa? Creo que es posible reconducir las fuerzas del capitalismo instaurando políticas públicas que aspiren a dirigir las potencias del sistema de mercado hacia la solución de los grandes desafíos humanos. Ejemplo de lo anterior es la decisión del gobierno estadounidense de exigir a su industria automotriz reconducir la producción de sus ineficientes vehículos en función de vehículos más amigables con el ambiente a través de tecnologías energéticas novedosas. Esa política del gobierno estadounidense, se insinúa como una vía realista para enfrentar la emergencia. En dicho caso particular, desde el Estado rector, -no ejecutor-, se le impone norte a las potencias económicas de la industria automotriz, sujetándolas para que contribuyan en la solución de un desafío energético y ambiental. Todos los Estados nacionales y las organizaciones internacionales deberían promover este tipo de políticas públicas a escala global y en las actividades económicas en las que se torna indispensable la investigación y el desarrollo de tecnologías que contribuyan a combatir los desafíos humanos referidos. La extorsión de las naciones petroleras y la insuficiencia energética, -por ejemplo-, es otro de los acuciantes dilemas que ya enfrentamos. Los países latinoamericanos, la mayoría de los cuales poseen capacidades hídricas envidiables, habrán de desarrollar infraestructura hidroeléctrica de tal magnitud, que requerirán de la confluencia de buena parte de la iniciativa privada para conquistar obras de tal envergadura. Estoy convencido de que si las fuerzas económicas que operan sobre el fundamento de la libertad individual, son éticamente dirigidas hacia los fines del desarrollo sostenible, éstas son capaces de revertir la decadente tendencia de la que estamos siendo testigos. La vertiginosa dinámica de la era del conocimiento rebasó a los Estados constitucionales y los obliga a convertirse ya no en ejecutores desde sus burocracias directas, sino en rectores de políticas públicas. Desde el punto de vista de la administración y ejecución de obra pública, institutos novedosos como por ejemplo el de la concesión, van permitiendo enfrentar desafíos con los que se topan los Estados nacionales. Ello ante la manifiesta imposibilidad de que estos puedan resolver dichos retos por sí solos. De ahí además la importancia de que este tipo de institutos, como el de la concesión, sean ejecutados sobre la base de altos principios éticos y de transparencia, y en el que la prensa habrá de ser siempre atalaya, pues los medios y los estrados judiciales de nuestros países han sido escenario de constantes escándalos sustentados por la corrupción existente alrededor de las intrincadas redes tejidas en derredor de los grupos de interés asociados a las contrataciones con el Estado, y el poder económico e influencia generada por ellos. fzamora@abogados.or.cr
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