Dr. Fernando Zamora C.
Abogado Constitucionalista
Publicado en el Periódico La Nación: http://www.nacion.com/opinion/foros/combate-constitucionalismo_0_1455654421.html
No existe un Estado constitucional por el simple hecho de
ostentar una ley fundamental, o una constitución política nominal. Solo se vive
en un Estado constitucional, cuando desde el poder se garantiza la vivencia de
los ideales del constitucionalismo, que es algo muy superior a un simple texto
normativo, por muy principal que éste sea. Por ello incluso, hay sociedades libres
que son Estados constitucionales, pese a no contar con constitución escrita. ¿Y
cuál es la ideología constitucional, o mejor aún, sus ideales? Como en un
escrito de esta naturaleza no es posible enumerar todo lo que eso implica, resumimos
que el constitucionalismo es el conjunto de ideales que garantizan un régimen
básico de libertades frente al poder. Lo que implica, entre muchos otros, principios
como el del gobierno limitado, el principio de gobierno autocontenido por la
vía de la separación de los poderes, el de representación, el principio
democrático, o por ejemplo, los institutos constitucionales que aseguran la
existencia de las libertades individuales. Manuel Aragón Reyes lo resume así: “la
democracia -y todo lo que ella conlleva-, es el principio legitimador de la
Constitución”.
Como tantas veces sucedió en el pasado, el constitucionalismo
está hoy también amenazado, pero las fuerzas que ahora atentan contra sus
ideales son multipolares. De las cuatro amenazas que paso a señalar, tres de ellas
nacen como males externos. En primer término, el progresivo deterioro de lo que
el antropólogo Arjun Appadurai ha llamado un choque de gobernabilidad mundial
que amenaza el orden del Tratado de Westfalia, el cual instauró -hace ya varios
siglos-, los principios del derecho internacional y la soberanía de los
Estados. Hoy existe un nuevo flujo de movilización de poderes y alianzas
absolutamente globales, cuya naturaleza celular sobrepasa la capacidad de los
Estados nacionales. Realidades como el de la digitalización, las tecnologías
globales, las fronteras abiertas, los software portátiles y las formas de
traslado instantáneo de riquezas, y por ende, de poder, son una casi
irresistible amenaza contra conceptos como el de territorio, nación, soberanía o
estado, en su histórico rol de recipientes que contienen la seguridad y la autoridad
legítima de las sociedades. Una segunda amenaza externa que está íntimamente
ligada con lo anterior, es el nuevo terrorismo global. Todo parece indicar que esa
guerra, -en especial la manifestación que de ella ha surgido en el mundo
islámico- no se vencerá en una generación. Si bien es cierto debemos buscar condiciones
para la paz con toda nuestra voluntad, hay una realidad: los movimientos
radicalizados no aceptan coexistir con el mundo no islámico. Incluso a lo
interno del mundo musulmán, los cismas y escisiones desintegran naciones
enteras como Sudán, Irak, Nigeria, Libia, o el Líbano, entre otros. Todas las
señales advierten que el combate contra el terrorismo será generalizado, de muy
larga duración, y que no tendrá un frente concreto, sino globalmente librado en
la gran mayoría de los continentes. Sin duda, al menos en Oriente Medio,
Africa, Europa y el Norte de América. No es una guerra convencional como las
que el mundo ha conocido, pues cuando se pretende ejecutar una ofensiva militar
en una zona determinada, ya los integristas se esfumaron para reaparecer realizando
una ofensiva terrorista en la retaguardia de algún otro continente. Todo con el
objetivo de minar la fuerza moral de los Estados libres que se sustentan en la
idea del gobierno limitado, que es un concepto extraño para los califatos. La
tercera amenaza externa es el ascenso, en Asia, de potencias económicas y
nucleares dentro de regímenes autoritarios, que conviven en una peligrosa y
tensa calma regional. Tal y como sucede con –y entre-, China, Norcorea, Rusia,
Irán, Japón o la India. So pretexto de que sus vecinos representan una amenaza
regional, los ciudadanos, a lo interno de esos regímenes, viven limitados en el
disfrute y goce de sus libertades, y los Estados constitucionales que sí garantizan
las libertades, amenazados por la realidad de que tal calma se altere.
Finalmente, la última de las grandes amenazas contra el
constitucionalismo surge desde adentro de los mismos Estados constitucionales.
Es una suerte de “quinta columna” que, como un virus, ataca desde dentro. Dicho
mal es el fenómeno cíclico de la contracultura materialista. En el pasado, el
constitucionalismo ha sido devastado por corrientes políticas materialistas,
como fue el marxismo o el fascismo. Hoy ese materialismo no solo se presenta
como una manifestación exclusivamente política, sino a través de otras muchas
formas de incultura materialista que no es mi propósito explicar aquí. La
principal manifestación es el círculo vicioso que sustituyó al consumo por el
“consumismo”. Este último es una incultura económica destinada a provocar codicia
a través de nuevas y constantes necesidades superfluas, y a través de la masiva
producción de cosas con una obsolescencia casi inmediata. Tanto que incluso ha provocado
el exponencial crecimiento de la industria dedicada a eliminar basura. A esto
se suma otro fenómeno: el hecho de que en las sociedades libres se ha desplegado
una vocación de vida excesivamente centrada en el placer. Esto ha generado un
laicismo que odia cualquier frontera moral, y que promueve el relativismo de
los valores que dieron sustento a los ideales constitucionales.
Así las cosas, la defensa de los Estados constitucionales
requerirá estrategias. Una de ellas la preparación para una resistencia de
larga duración frente al terrorismo. Esto implicará un mayor fortalecimiento de
la cooperación sostenida norte-sur para promover el desarrollo humano. Estimular nuevos pactos regionales de
coexistencia, correlación y equilibrio de fuerzas. Igualmente fortalecer las
políticas internacionales que desestimen el tráfico armamentístico, como la
propuesta del Dr. Oscar Arias sobre el tráfico de armas, presentado a la ONU
por el gobierno de Costa Rica. A ello se le debe agregar la defensa irrestricta
de los valores que permitieron la democracia constitucional en el orbe.
Finalmente, la promoción de una nueva ética económica que redefina los
propósitos globales del capitalismo y el mercado, pero ello es otro tema. En síntesis,
aunque nos sintamos tentados a claudicar en la defensa y promoción de los
valores del constitucionalismo democrático, la responsabilidad histórica de nuestra
generación es resistir. fzamora@abogados.or.cr
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