Dr. Fernando Zamora C.
Abogado Constitucionalista
Publicado en España. En el link adjunto que es:
Publicado en el Periódico La Nación
La académica judía Hanna Arendt desarrolló el concepto
sobre la banalidad
del mal. Así explicó las conexiones entre conciencia, juicio y razonamiento, y
cómo ese circuito es destruido por las ideologías. Arendt descubrió la
naturaleza banal del mal, gracias a la oportunidad de participar como oyente en
el juicio al que fue sometido Adolf Eichman, a principios de la década de mil
novecientos sesenta, por el Estado israelí.
Allí Hanna advierte que la manifestación política del mal tiene otras
formas de expresión que no se limitan a la típica soberbia de las que son capaces las almas pérfidamente orgullosas. El mal no
proviene, exclusivamente, de la mente maquinadora y típicamente maligna. En esa
época, el criterio generalizado que se tenía de los nacional socialistas era que, por
haber ejecutado con tal ignominia el genocidio contra los gitanos y el pueblo
de Israel, no había otra explicación sino que todos los que habían intervenido
en la organización sistemática e industrial de los campos de exterminio, no
podían haber sido gente ordinaria, sino verdaderos monstruos. Sin embargo,
Arendt se impacta al descubrir que Adolfo Eichmann no era la personificación de
un geniecillo demoníaco, sino un tipo ordinario y procaz. Un tipo mediocre, sin
mayores pretensiones y carente de la más mínima grandiosidad malévola. No era
Gilles de Rais, ni menos aún Calígula. No había resabio alguno en Eichman que
pudiese siquiera revelar convicciones propias ni motivaciones particularmente perversas.
De su comportamiento pasado, pruebas anteriores al juicio, y durante el proceso, la única característica
importante que se le detectó a Eichman no fue estulticia, sino simple ausencia
de esa capacidad tan usual en las almas mediocres, como es la falta de
reflexión.
Eichmann asumía
las frases bonitas y elaboradas sin objetar, y mucho menos oponerse con
valentía. Como no aplicaba discernimiento moral alguno, obedecía a pie
juntillas los novedosos códigos ideológicos. Cuando se convertían en las nuevas
opiniones mayoritarias, Eichman era el típico ciudadano que asumía obediente
las “nuevas corrientes de pensamiento”. Algo que, por cierto, es tan usual hoy.
Tal y como en el viejo aforismo popular: “Vicente iba donde va la gente.” La idolatría
del poder como único criterio para valorar a las personas y sus decisiones. En
esencia, ausencia de criterio y de carácter. Eichmann se limitó a sumarse al nuevo
código moral que empezó a imperar en el entorno anticristiano del neopaganismo
nazi, tal y como lo habría hecho de haber vivido en una sociedad con cualquier otro
código moral. Como era un hombre sin carácter, aceptó sin vacilación la “nueva
moral” que -cual reciente moda-, se impuso en la Europa del reich alemán. Como “Vicente
iba donde va la gente”, su sentido de justicia no fue conmovido por las excéntricas
órdenes estatales. Según sus propias palabras, lo que cauterizó su conciencia
fue el hecho de que la gran parte de la mayoría popular había asumido los
nuevos códigos morales que la moda ideológica impuso. Simplemente, su conducta
armonizó con la nueva legalidad y la norma general imperante. En un contexto
social corrompido moralmente, Eichman, el responsable de la logística de
transportes del genocidio judío, halló plenamente normal hacer lo que hizo.
Si no hay líderes que hagan buena filosofía política,
el ágora pública es mediocre. Pero una cosa es la buena filosofía política, y
otra muy diferente, los condicionamientos ideológicos como pretexto para lograr
poder. He dedicado mi pluma al combate de aquellas peligrosas ideologías que simplemente
son un conjunto de creencias que responden al interés particular de grupos
afanados en eso, obtener poder. Ideologías que dan por sentadas convicciones
que, en la gran mayoría de los casos, no tienen fundamento en la realidad. Aún
recuerdo con sincero asombro, la entrevista hecha a alguna activista de la hoy
tan en boga ideología de género. Fue en agosto del dos mil doce, en el
periódico La Nación. En ella, la entrevistada se atrevió a afirmar -sin sonrojo
alguno-, que la maternidad “no era algo natural” sino una imposición patriarcal.
¡De antología! No importa que los enunciados de la ideología que se defiende no
se ajusten a la realidad. Incluso -como el ejemplo anterior-, que evidentemente
no se ajusten. Lo esencial es que dirijan el comportamiento. Porque la
ideología es programación mental. Sean o no justificados sus predicados, al
final resultan un conjunto prescriptivo y sistemático de conductas
condicionadas. Programación mental que en algunos casos lleva a la estupidez,
pero en la mayoría de las ocasiones al mal. Así como en la primera mitad del
Siglo XX miles de alemanes se convencieron, por una ideología, de que los
judíos y gitanos había que exterminarlos porque eran una raza inferior, hoy hay
miles de jóvenes que, adoctrinados, creen a pie juntillas que “la maternidad no
es algo natural sino una imposición patriarcal.”
Existe una irresponsabilidad intelectual de quienes con
frecuencia difunden ideas polémicas por simple afán de protagonismo. Por el
esnobismo y la exaltación que por sí solo produce el vértigo del cambio. Para lograr el objetivo, lo primero
que la ideología debe hacer es corromper el lenguaje. En este sentido,
recomiendo la obra “El secuestro del
lenguaje” de Alfonso López Quintas, catedrático de filosofía de la
Universidad Complutense de Madrid. Allí explica la gradual y progresiva estrategia
de perversión del lenguaje como herramienta para manipular a la sociedad y a
las mentes simples. Así por ejemplo, según el lenguaje de los novedosos y
modernos códigos morales que pretenden imponernos, lo “digno” no es llevar con
valor la muerte hasta su desenlace natural, como testimonio de vida o hasta con
la esperanza de una posible sanidad, sino que ahora lo “digno” es suicidarse
con asistencia, y lo contrario, sobrellevar la muerte natural, es, por
consecuencia, indigno. En el nuevo lenguaje, no se aborta o se asesina una vida
en el vientre materno, sino que se ejerce un “derecho sexual reproductivo” y
“de emergencia se interrumpe el embarazo.” Esencialmente, el secuestro del lenguaje.fzamora@abogados.or.cr
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