miércoles, 30 de marzo de 2016

SOCIALDEMOCRACIA Y NUEVA ECONOMIA

Dr. Fernando Zamora Castellanos.
Abogado constitucionalista


La nueva economía está cada día más condicionada por la interacción de dos sistemas. Por una parte, el capitalismo tradicional, y por otra, lo que se ha dado en llamar el “consumo colaborativo”. Este último es un fenómeno económico hijo de la actual tecnología, y que, -indirectamente-,  está haciendo realidad los ideales de la economía social. Veamos. La tecnología de la era digital, está acarreando consigo una nueva revolución en el paradigma económico mundial, proceso al que se le denomina “tercera revolución industrial”. Este conlleva una ruptura de dimensiones mayúsculas, tal y como lo fue el cambio entre el paradigma de la economía feudal hacia la economía de mercado, durante el fin del medioevo; o de la economía de mercado hacia la economía de capital, en la era moderna.  Esto es así porque, -en la historia humana-, cada era económica está caracterizada por una matriz de “comunicación-energía” y por un sistema particular de infraestructuras. Por ejemplo, la confluencia de la imprenta con la energía hidráulica y eólica, a finales de la Edad media, fue lo que provocó el cambio de la economía feudal a la de mercado. A partir de allí se forjó una sociedad europea nueva. En cada era, estas matrices dan lugar no solo a un paradigma económico singular, sino a una nueva cosmovisión general. El prominente sociólogo Jeremy Rifkin nos recuerda que todo sistema económico está determinado por un medio de comunicación característico, una fuente de energía particular y un mecanismo logístico. En los sistemas económicos de todas las edades del desarrollo humano, estos tres elementos han actuado para garantizar la eficiencia productiva y minimizar el costo termodinámico. Además, estos tres sistemas dependen entre sí, pues sin energía no es posible alimentar la comunicación o el transporte; sin comunicación no somos capaces de gestionar la actividad productiva, y sin logística no es posible completar la cadena de valor indispensable para gestionar la actividad económica.

 

Pues bien, en el Siglo XXI está surgiendo una novedosa matriz de “comunicación-energía”.  Con ella ha surgido también otro sistema de infraestructura. A diferencia de lo que sucedió en la era industrial del siglo XX, la economía de la tercera revolución que estamos viendo surgir, está caracterizada por la posibilidad de una producción colaborativa en redes, de escala horizontal y, -en razón del factor tecnológico-, con un costo de producción marginal mínimo. De hecho, todo parece indicar que, a corto plazo, las tecnologías de comunicación e información, los servicios energéticos, y la logística, estarán funcionalmente integrados en algo que podríamos denominar como un internet industrial inteligente de bajo costo. Esto permitirá una gran eficiencia operativa y un ahorro termodinámico para una economía mucho más sostenible.

 

Ahora bien, citemos algunos de los desarrollos tecnológicos que están logrando los anteriores propósitos. Uno de ellos, es el que logrará la transformación de la matriz energética. Por ejemplo, el agresivo avance tecnológico de los medios de explotación de la energía solar, la eólica, la geotérmica, la energía marina (por marea y oleaje),  o la que genera la descomposición anaeróbica de la basura. De avanzar dicha tecnología al ritmo que ya lo hace, la producción energética se acercará a un costo cercano a la gratuidad. Los expertos aseguran que la producción de energía doméstica se abaratará al igual como se ha abaratado la tecnología informática general. Y aquí topamos con el desarrollo tecnológico que ha transformado la matriz de la comunicación mundial: internet y los ordenadores informáticos. A finales de la década de 1970, un gran ordenador informático costaba millones de dólares, pese a que tenía miles de veces menos memoria ram que el teléfono que hoy maneja un adolescente promedio en su pantalón. Por realidades como esa, sabemos que la potencia informática también se democratiza, acercándose a un costo de producción marginal mínimo. Finalmente, me resta citar uno de los desarrollos tecnológicos de la tercera revolución industrial que está transformando la logística. De ellos, tal vez el más revolucionario, es la denominada “impresión en tercera dimensión”. Existen muchas fábricas que utilizan ya este sistema. Consiste en la fabricación de productos físicos mediante un software dirigido hacia una maquina similar a una impresora. Esta máquina deposita capas, -ya sea de metal fundido, plástico, u otro tipo de materiales similares-, hasta producir un objeto físico plenamente acabado. Incluyendo sus partes móviles. En las próximas décadas, estas máquinas tendrán capacidad de producir objetos cada vez más complejos y a precios cada vez más asequibles. Logrando también que el costo marginal del proceso de “infofabricación” sea mínimo. Incluso, la realidad democratizadora y descentralizadora de la fábrica en “3D”, está permitiendo producir vehículos o viviendas. Por ejemplo, el vehículo canadiense “Urbee”, infofabricado con dicha impresión, ya está en proceso de prueba, y el Instituto Tecnológico de Massachusetts estudia el uso de ese tipo de impresión, para fabricar el armazón de una casa en un día.

 

Así las cosas, la logística de infofabricación mediante software e impresión de tercera dimensión, en asocio con un sistema de comunicación mundial instantáneo, -como lo es la web-, y con costos energéticos mínimos, como los que ofrece, por ejemplo, la tecnología de energía solar, ilustra la nueva economía. En esencia, una infraestructura de autoproducción descentralizada de costo mínimo. Un nuevo paradigma que dará lugar a iniciativas empresariales de distribución y producción a bajo costo. Ante esta realidad económica en ascenso, ¿cuál sería una gran conclusión a extraer? Entre otras, la veracidad de los argumentos que siempre sostuvieron, tanto los próceres fundadores de la socialdemocracia, como los de la democracia cristiana. Ellos se enfrentaron a los agoreros de la lucha de clases, quienes sostenían que, los ideales de la economía social y solidaria, solo eran posibles destruyendo el sistema económico por vías violentas. Sin embargo, la historia les continúa negando la razón, y es el desarrollo tecnológico, estimulado por la economía de mercado, el que hoy puede llevar gradualmente a la humanidad, a pasar, de un régimen de producción y distribución concentrado, a uno mucho más democrático. Este sistema productivo en redes, descentralizado y horizontal, está volviendo a reivindicar el valor del trabajo artesanal libre y de pequeño capital, que puede subsistir frente a la gran industrialización centralizada. Sin duda, una realidad económica que contribuirá a romper con un concepto utilitarista de la naturaleza humana. fzamora@abogados.or.cr

miércoles, 16 de marzo de 2016

EL ESPEJISMO DEL PARLAMENTARISMO


Dr. Fernando Zamora Castellanos.
Abogado constitucionalista


En algunos sectores cultos de nuestra sociedad, últimamente hay una propensión a creer que, para avanzar hacia el desarrollo, debemos trasladarnos hacia una forma de gobierno parlamentaria. La primera razón que esgrimen es que hoy el Congreso se encuentra políticamente fragmentado, y que un sistema parlamentario se adecuaría mejor a esa difícil realidad. Sin embargo la experiencia refuta este primer argumento. Un ejemplo implacable es la actual realidad del parlamentarismo español. Como resultado de su actual atomización política, España tiene serios problemas de gobernabilidad, al punto que llevan meses sin poder armar gobierno. El sistema parlamentario ibérico funcionó bien durante la época del bipartidismo, y no me atrevería a afirmar que el parlamentarismo es responsable de la actual crisis de fragmentación política española, pero la realidad es que, pese a tener un régimen parlamentario, la nación está paralizada. Esto es así porque el disenso político es una circunstancia de la cultura, y nunca de la forma de gobierno. En un escenario de disenso político y de atomización del poder, no existe forma de gobierno que, por sí sola, resuelva los problemas de gobernabilidad. Por el contrario, importantes pensadores como el asturiano Adolfo Posada, sostuvieron en el pasado posiciones críticas contra el parlamentarismo. Analistas de hoy lo secundan al afirmar que, lejos de colaborar en la salida, ese sistema ha contribuido a la incertidumbre durante estos meses en el que España no arma gobierno. Están convencidos que el parlamentarismo tiende a agravar la ingobernabilidad en escenarios políticamente fragmentados. Y la realidad, -que es inmisericorde-, les da la razón. Igual ha sucedido en otras latitudes. Con su sistema parlamentario, en varias ocasiones Italia ha debido sufrir meses sin formar gobierno, lo que la ha sumido en períodos de irritable estancamiento; la última crisis grave en el año 2013.

El segundo argumento de quienes aspiran con la vuelta del parlamentarismo es que, en aquellas sociedades con profundas divisiones políticas, este modelo facilita la interacción, la negociación y la comunicación de sus fuerzas. Pero la experiencia práctica también desacredita este argumento. Ejemplo de ello es Haití, una nación que, pese a su régimen semiparlamentario, vive sumida en una situación de división, agitación y estancamiento político permanente. La fragmentación de las democracias no tiene su origen en el sistema de gobierno, sino en el estado cultural de las naciones. El problema es cultural, no estructural.    

El tercer argumento invocado afirma que el parlamentarismo alcanzará el ideal de la democracia participativa. Esta tesis es igualmente equivocada pues el parlamentarismo no calza con la nueva escena de la democracia participativa. Tanto el presidencialismo como el parlamentarismo son,  -absolutamente-, instituciones de la democracia representativa, que es hija anciana de la edad moderna, y de cuyo auge fue testigo la sociedad industrial que fenece. Sea con regímenes parlamentarios o presidencialistas, el disenso político representa, por sí solo, una realidad crítica cuya existencia no se soluciona con la sustitución de un régimen de la democracia representativa, como lo es el presidencialismo, por otro régimen que es, igualmente, de la democracia representativa, como el parlamentario. Cualquiera de ambos, son regímenes en donde el ciudadano delega su poder. No más.

El asunto requiere comprenderse desde otra perspectiva. La democracia participativa es un concepto novedoso. Es hija de la era digital del conocimiento, en donde el ciudadano, gracias a la inmediatez de la tecnología, participa cada día en la actividad de la polis de forma más directa e inmediata. Así el parlamentarismo es, para la era digital, una institución del “ancient régime”. Propugnar por el regreso de los parlamentarismos, es transitar en contravía de la historia. La etapa de la tercera revolución industrial en que la humanidad actualmente entra, está forjando una democracia que tiende a poseer dos características básicas que no embonan con el parlamentarismo. Por una parte, es una democracia que prioriza la toma de decisiones en lo local. Si hubiese que definirla con otra expresión, la podríamos llamar democracia de cabildos. Karl Loewenstein las denominó “directoriales”. En ellas el epicentro del poder es el escenario local. La participativa es una democracia descentralizada, horizontal, local y reticular, tal y como tienden a ser las organizaciones humanas de la actual era postindustrial.  Por el contrario, el parlamentarismo, como toda institución propia de la vieja edad moderna e industrial, es un sistema centralista y vertical.

La otra característica básica de la democracia participativa, es la inmediatez dinámica que la tecnología digital está permitiendo. La democracia participativa es una “democracia digital”, pues, además de su naturaleza local, su naturaleza es también tecnológica.  Estoy convencido que en los próximos años, conforme se popularice la cultura digital, y avance el desarrollo de prácticas como la firma digital, la huella digital, o el encriptamiento de datos y votos, entre otros, se implementará la consulta ciudadana permanente a través de prácticas novedosas como el cibervoto. De hecho, tanto en Costa Rica como en otros países, el ejercicio del “gobierno digital” es ya una realidad en materias de particular gravedad, como lo son, entre otras gestiones públicas, las licitaciones, los concursos públicos, la inscripción jurídico-registral de empresas, o la notificación y presentación judicial de escritos y documentos. No se tenga duda que también las consultas populares en materia de políticas públicas, constantes e inmediatas y por medios informáticos, serán una realidad en un futuro cercano. Así como hoy se impone un “gobierno digital”, las próximas generaciones verán una “democracia digital”.  

Así las cosas, ante la posibilidad de una realidad participativa de tal envergadura democrática, ¿por qué invocar el regreso del parlamentarismo costarricense? Es convocar un aquelarre para invocar el espíritu de un muerto. Y me refiero al “regreso”, pues en el Siglo XIX Costa Rica vivió un breve período de parlamentarismo bicameral. Frente a las apremiantes necesidades de desarrollo estructural que entonces tenía el país, fue sustituido porque no operó bien en aquella realidad. Advirtamos que, pensar en el regreso de una institución como el parlamentarismo, es pensar en la vuelta de un modelo diseñado por la nobleza europea al final de la edad media. Un sistema forjado con el objetivo de enfrentar el poder de los reyes. Es volver a la carbolina en tiempos de penicilina. fzamora@abogados.or.cr