Dr. Fernando Zamora Castellanos.
Abogado constitucionalista
Publicado en La
Nación http://www.nacion.com/opinion/foros/espejismo-parlamentarismo_0_1548445143.html
En algunos sectores
cultos de nuestra sociedad, últimamente hay una propensión a creer que, para
avanzar hacia el desarrollo, debemos trasladarnos hacia una forma de gobierno parlamentaria.
La primera razón que esgrimen es que hoy el Congreso se encuentra políticamente
fragmentado, y que un sistema parlamentario se adecuaría mejor a esa difícil realidad.
Sin embargo la experiencia refuta este primer argumento. Un ejemplo implacable
es la actual realidad del parlamentarismo español. Como resultado de su actual atomización
política, España tiene serios problemas de gobernabilidad, al punto que llevan
meses sin poder armar gobierno. El sistema parlamentario ibérico funcionó bien
durante la época del bipartidismo, y no me atrevería a afirmar que el parlamentarismo
es responsable de la actual crisis de fragmentación política española, pero la
realidad es que, pese a tener un régimen parlamentario, la nación está paralizada.
Esto es así porque el disenso político es una circunstancia de la cultura, y
nunca de la forma de gobierno. En un escenario de disenso político y de
atomización del poder, no existe forma de gobierno que, por sí sola, resuelva los
problemas de gobernabilidad. Por el contrario, importantes pensadores como el
asturiano Adolfo Posada, sostuvieron en el pasado posiciones críticas contra el
parlamentarismo. Analistas de hoy lo secundan al afirmar que, lejos de
colaborar en la salida, ese sistema ha contribuido a la incertidumbre durante
estos meses en el que España no arma gobierno. Están convencidos que el
parlamentarismo tiende a agravar la ingobernabilidad en escenarios
políticamente fragmentados. Y la realidad, -que es inmisericorde-, les da la
razón. Igual ha sucedido en otras latitudes. Con su sistema parlamentario, en varias
ocasiones Italia ha debido sufrir meses sin formar gobierno, lo que la ha
sumido en períodos de irritable estancamiento; la última crisis grave en el año
2013.
El segundo
argumento de quienes aspiran con la vuelta del parlamentarismo es que, en
aquellas sociedades con profundas divisiones políticas, este modelo facilita la
interacción, la negociación y la comunicación de sus fuerzas. Pero la
experiencia práctica también desacredita este argumento. Ejemplo de ello es
Haití, una nación que, pese a su régimen semiparlamentario, vive sumida en una
situación de división, agitación y estancamiento político permanente. La
fragmentación de las democracias no tiene su origen en el sistema de gobierno,
sino en el estado cultural de las naciones. El problema es cultural, no
estructural.
El tercer
argumento invocado afirma que el parlamentarismo alcanzará el ideal de la
democracia participativa. Esta tesis es igualmente equivocada pues el
parlamentarismo no calza con la nueva escena de la democracia participativa.
Tanto el presidencialismo como el parlamentarismo son, -absolutamente-, instituciones de la
democracia representativa, que es hija anciana de la edad moderna, y de cuyo
auge fue testigo la sociedad industrial que fenece. Sea con regímenes
parlamentarios o presidencialistas, el disenso político representa, por sí
solo, una realidad crítica cuya existencia no se soluciona con la sustitución
de un régimen de la democracia representativa, como lo es el presidencialismo,
por otro régimen que es, igualmente, de la democracia representativa, como el
parlamentario. Cualquiera de ambos, son regímenes en donde el ciudadano delega su
poder. No más.
El asunto requiere
comprenderse desde otra perspectiva. La democracia participativa es un concepto
novedoso. Es hija de la era digital del conocimiento, en donde el ciudadano,
gracias a la inmediatez de la tecnología, participa cada día en la actividad de
la polis de forma más directa e inmediata. Así el parlamentarismo es, para la
era digital, una institución del “ancient
régime”. Propugnar por el regreso de los parlamentarismos, es transitar en
contravía de la historia. La etapa de la tercera revolución industrial en que
la humanidad actualmente entra, está forjando una democracia que tiende a poseer
dos características básicas que no embonan con el parlamentarismo. Por una
parte, es una democracia que prioriza la toma de decisiones en lo local. Si
hubiese que definirla con otra expresión, la podríamos llamar democracia de
cabildos. Karl Loewenstein las denominó “directoriales”. En ellas el epicentro
del poder es el escenario local. La participativa es una democracia
descentralizada, horizontal, local y reticular, tal y como tienden a ser las
organizaciones humanas de la actual era postindustrial. Por el contrario, el parlamentarismo, como
toda institución propia de la vieja edad moderna e industrial, es un sistema
centralista y vertical.
La otra
característica básica de la democracia participativa, es la inmediatez dinámica
que la tecnología digital está permitiendo. La democracia participativa es una “democracia
digital”, pues, además de su naturaleza local, su naturaleza es también tecnológica. Estoy convencido que en los próximos años,
conforme se popularice la cultura digital, y avance el desarrollo de prácticas
como la firma digital, la huella digital, o el encriptamiento de datos y votos,
entre otros, se implementará la consulta ciudadana permanente a través de
prácticas novedosas como el cibervoto. De hecho, tanto en Costa Rica como en
otros países, el ejercicio del “gobierno digital” es ya una realidad en materias
de particular gravedad, como lo son, entre otras gestiones públicas, las
licitaciones, los concursos públicos, la inscripción jurídico-registral de
empresas, o la notificación y presentación judicial de escritos y documentos. No
se tenga duda que también las consultas populares en materia de políticas
públicas, constantes e inmediatas y por medios informáticos, serán una realidad
en un futuro cercano. Así como hoy se impone un “gobierno digital”, las
próximas generaciones verán una “democracia digital”.
Así las cosas, ante
la posibilidad de una realidad participativa de tal envergadura democrática, ¿por
qué invocar el regreso del parlamentarismo costarricense? Es convocar un
aquelarre para invocar el espíritu de un muerto. Y me refiero al “regreso”,
pues en el Siglo XIX Costa Rica vivió un breve período de parlamentarismo
bicameral. Frente a las apremiantes necesidades de desarrollo estructural que
entonces tenía el país, fue sustituido porque no operó bien en aquella realidad.
Advirtamos que, pensar en el regreso de una institución como el
parlamentarismo, es pensar en la vuelta de un modelo diseñado por la nobleza europea
al final de la edad media. Un sistema forjado con el objetivo de enfrentar el
poder de los reyes. Es volver a la carbolina en tiempos de penicilina. fzamora@abogados.or.cr
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