Abogado constitucionalista.
Publicado en La Nación:
http://www.nacion.com/opinion/foros/potencia-identidad_0_1573042688.html
El 15 de marzo del año 2011, en el Salón Simón Bolívar de la OEA, en
Washington DC, se realizaba la sesión plenaria que inauguró el año
internacional de los afrodescendientes. Walter Robinson Davis, quien intervino
en representación de nuestro gobierno, inició su discurso definiendo su propia
identidad, para lo cual recordó que se sentía totalmente costarricense,
totalmente afrodescendiente y totalmente cristiano. En varias ocasiones en las
que conversé con él acerca de su historia personal, intuí que su éxito se
sustentó en la segura confianza que posee acerca de su propia identidad. De
hecho, su trayectoria como líder inició cuando, siendo dirigente de la
Asociación de estudiantes limonenses, promovió, -junto con otros líderes juveniles
afrocostarricenses-, el día nacional del negro. La autoestima sustentada en la
dignidad de ser quien era, le permitió enfrentar los desafíos de una vida que inicialmente
fue llena de carencias económicas; su padre ejercía dos jornadas como obrero
para sostener una familia de diez hermanos, mientras su madre era misionera.
Aferrados casi únicamente a sus valores, y en medio de tremendas limitaciones,
sacaron adelante a todos sus hijos como ciudadanos de bien.
Su historia es enseñanza de vida acerca de la importancia de abrazar la
propia identidad, evitando asumir una actitud excluyente con la de los demás. Quien
tiene certeza de su propio valor, defiende su individualidad reconociendo
también el valor de quien posee una diferente. Al fin y al cabo, si rastreamos
en nuestro lejano historial genealógico, encontraremos que somos el resultado
de una infinidad de ancestros, y por tanto, derivación de una multiplicidad de
puntos de partida en el mapa planetario. Pero reconocer la verdad del amplio
crisol genealógico que poseemos -en especial los hispanoamericanos-, no implica negar lo que somos en medio de la
ofensiva global que mina todo rastro de identidad cultural. La genuina vocación
cosmopolita valora las identidades culturales ajenas sin renegar de la propia. No
es “renegante” de su realidad cultural. Si la adolescencia se considera una
crisis de identidad cuyo vacío arriesga asumir roles falsos o equivocados, podemos
afirmar entonces que el ciudadano universal no tiene una propensión
adolescente. Al tiempo que se sabe ciudadano del mundo, entiende que posee una
identidad cultural propia. Está claro de su identidad, al tiempo que reconoce
las bondades de las otras.
Gran parte de nosotros nos sabemos hispanoamericanos. Ahora bien, es
una realidad innegable que la identidad base de nuestra nacionalidad
costarricense fue un hispanoamericanismo muy particular. Si debiésemos definir
la realidad de nuestra fundación nacional, debemos afirmar que nuestros colonos
y conquistadores tuvieron una historia que se asemeja más a la del origen de
los Estados Unidos, que a la de la mayoría de las naciones latinoamericanas. ¿Por qué? Veamos. La mayoría de las naciones
hispanoamericanas se asentaron a partir de la conquista de grandes poblaciones
nativas, como Tenochtitlán, Cuzco o el norte de la América Central. Por el
contrario, en el caso de Costa Rica, los conquistadores llegan a un territorio que para entonces era
considerado remoto, mucho menos poblado, y sin una civilización potente. Ciertamente
eran conquistadores, pero esa circunstancia los convirtió, más que en
conquistadores, en colonos. Ese sentimiento de desolación lo registra la
epístola que el Gobernador Ocón y Trillo remite a la audiencia de Guatemala en
1607: “…Costa Rica tiene ese nombre, que
parece mote irónico, perfecto antónimo con nuestra realidad…”
En un contexto similar, los historiadores Nevis y Commager nos
recuerdan que los colonos estadounidenses se asentaron en territorios que
estaban relativamente deshabitados y carentes de concentraciones metropolitanas
que ofrecieran grandes riquezas en metal precioso o mano de obra. Así,
guardando las proporciones en relación a la diferencia en el tamaño de los
territorios, la de los colonos norteamericanos era una situación en algo semejante
a la nuestra. Otro elemento de coincidencia importante, lo es el hecho de que buena
parte de aquellos colonos-conquistadores estadounidenses, venían huyendo de las
persecuciones promovidas en Europa, al igual que buena parte de nuestros
ancestros -que eran hispanos sefardíes-, una población perseguida en el Reino. Sus
asentamientos resultaron ubicados en regiones inhóspitas y lejanas a las
civilizaciones europeas de donde eran originarios. No por casualidad además,
las familias se establecían aisladamente. Así, encontramos una diferencia
abismal entre nuestra realidad y la de la conquista de los grandes centros
poblacionales del resto de América, pero en aquel sentido relativamente similar
a la de los colonos de los Estados Unidos.
En el caso de Costa Rica, ser una nación en alguna medida colonizada,
forjó una idiosincrasia nacional sin aversión a la madre patria española. Tanto
así que, pese a la noticia de la independencia -recibida en octubre de 1821-,
existió una reticencia inicial a aceptarla. Eso permitió que el costarricense
asumiera a plenitud, y sin rencor alguno, tanto su propia identidad nacional
como su hispanoamericanidad. Además, ser un pueblo de inmigrantes y con
claridad respecto de sus propios valores, permitió que nuestro país acogiera
sin resquemores otras poblaciones inmigrantes con identidades culturales
diferentes, como por ejemplo, en el Siglo XX, los judíos de la Europa del Este,
o los cuáqueros que pacíficamente fueron asentados en la meseta de Monteverde
en Puntarenas, quienes por motivos sustentados en objeción de consciencia, venían
huyendo de los Estados Unidos con el afán de evitar su conscripción en la
cruenta guerra de Corea. Y ello enriqueció aún más nuestra sociedad. Usualmente,
el odio hacia otras culturas tiene su raíz en la debilidad e incerteza acerca
de la propia. Por el contrario, nuestra fortaleza radica en reconocer que nuestras
raíces se hunden y florecen, a partir de los más ínclitos valores de la
hispanoamericanidad, y del condimento aportado por otras migraciones que han
abrazado con pasión su propia cultura dentro de la nuestra. fzamora@abogados.or.cr
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