Dr. Fernando Zamora Castellanos
Abogado constitucionalista.
Publicado en La
Nación http://www.nacion.com/opinion/foros/fuerza-moral-cultura_0_1578442148.html
La mayor riqueza de una nación no está en su economía, sino en su
cultura. Si bien es cierto, la capacidad financiera ofrece posibilidades
materiales, solo los pueblos cultos alcanzan prosperidad, lo cual es un
concepto muy superior a la riqueza material. No quepa duda, la verdadera riqueza de un pueblo es su cultura. Esta
ofrece muchas acepciones y no es posible reducirla a una definición, ni encerrar
su concepto definitivamente
en un artículo. Sin embargo, las evidentes estadísticas del
crecimiento de la violencia y del desmejoramiento de la convivencia, son prueba
irrefutable de descomposición de la cultura nacional. Por eso, amerita analizar los atributos de ésta, para discernir entre aquello que la impulsa, y lo que, por el contrario, la desmejora.
¿Qué noción nos acerca a ese concepto? la cultura,
esencialmente, son principios de vida que tienen como propósito elevar el
espíritu y forjar el carácter humano. Su objetivo es enseñarnos a vivir, pues
ella forja preceptos y criterios que son indispensables en el camino de la existencia. No es creadora de
opiniones, sino de convicciones. Para levantar portentos como la Catedral de Milán,
o la de Colonia, no bastan las opiniones, que es lo usual en el hombre
contemporáneo, sino las convicciones, y éstas solo son posibles en el entorno de la cultura. En nuestro
transitar, ofrece una suerte de mojones que otorgan pistas, vestigios, indicios, que nos guían durante las oscuridades de la senda vital. Por
ello, los valores
culturales se transmiten primordialmente en el hogar, de generación en
generación, y están necesariamente asociados en función de una espiritualidad
con vocación de bien. Es la razón por la que Vargas
Llosa nos recuerda que ni siquiera la instrucción regular, sino la familia y la
iglesia, son las únicas transmisoras de la cultura, pues, como bien él lo indica, no debe confundirse
cultura con
información. Por eso, “cuando la familia deja de funcionar adecuadamente, -sostiene el
Nobel- el resultado es el deterioro de la
cultura.” Recapitulemos entonces: por su vocación espiritual, la
cultura implica principios anteriores al conocimiento; una sensibilidad y un cultivo de las formas que introyectan,
dan orientación y sentido a la información. No es una noción tan simple como lo
cree Dietrich Schwanitz, quien redactó un libro en el que pretendió encerrar
todos los datos que -según él-, son la cultura.
Ahora, repasemos algunas de las propiedades fundamentales de ella. En primer término, el orden es uno de sus atributos
básicos. El concepto más antagónico a la cultura es la anarquía. Por eso, la protección de la
familia, la devoción patriótica y su acervo, el respeto por lo que es digno
de reverencia para los demás y para sí mismo, la debida honra hacia quienes
ejercen la dignidad de los cargos de responsabilidad pública
nacional, el estímulo
a las instituciones que promueven los valores espirituales de la comunidad, y la
confianza en las instituciones que garantizan la libertad, la solidaridad y la
justicia, son aspectos fundamentales para sostener la cultura. Pues si no hay un respeto básico a las instituciones
fundamentales de la sociedad, el sentido de la política no será la virtud, sino
el poder; un
escenario tenebroso. Una segunda cualidad de la cultura es su vocación
espiritual hacia el bien, porque
el odio o la maldad no procrean cultura. Ella es una construcción con vocación de
permanencia en la historia,
y al igual que sucede con la falsedad, lo que el odio construye no prevalece en
el devenir de los tiempos. Por otra parte, a diferencia de lo que sucede con las
ideologías, con las
filosofías -o peor aún- las supersticiones, la cultura es legítima formadora de
criterio, pues todas
las anteriores crean teorías, convicciones temporales y parciales, o incluso
pasiones, pero la
cultura forja criterios de discernimiento, lo cual es una herramienta superior para valorar la existencia. Igualmente, una
característica primordial de la cultura es que en ella no es posible la
inmediatez. La incultura es presentista, no así la cultura, que necesariamente abreva
del pasado, pues es portentosa construcción que se forja en procesos. En
gradualidades. En pequeños cincelazos durante el discurrir de las edades. Por
ello la
cultura es inviable sin el antecedente de una
tradición previa. A quien decide cultivarla, le es inconveniente una actitud reactiva o
reticente contra su propia
identidad, o contra su
acervo, tradición e historia. Proscribir el pasado, o pretender clausurar el
acervo que forjó lo que somos, no es sino una propensión inculta.
Otra singularidad de la cultura, es su capacidad
totalizadora, más no totalitaria. No es totalitaria porque, como vocación
espiritual que es, está subordinada a la libertad. Por esa propensión
totalizante, involucra aspectos tan aparentemente nimios como las maneras de urbanidad, o
incluso las formas de conducta en la mesa. Y en tanto hija de la libertad que es, por la
cultura se debe morir, pero nunca matar. La cultura es defendida por héroes
dispuestos a morir por ella, pero en la decadencia, los fanáticos están dispuestos a matar por
aquello que a cualquier costo desean imponer. Es la razón por la cual la cultura hace héroes, a
diferencia de la contracultura, que hace fanáticos. A este atributo de la
cultura, se le suma una singularidad mayor que amerita analizarse: en la cultura, la idea y el
concepto de la verdad en libertad es venerado. Por el contrario, la
contracultura relativiza la verdad, con lo cual la prostituye. Tanto la autoridad, la jerarquía, como también las
categorías,
dependen de una única piedra angular: esa piedra es la verdad. ¿Por qué? Donde
no hay verdad alguna, o allí donde relativizarla es hábito, no es posible la
existencia de una escala de valores y menos aún el ideal de la «común-unión». Y donde no se estiman los
valores, ni se reconocen sus categorías, es imposible la autoridad o la jerarquía. Allí, incluso lo
vulgar cobra carta de crédito frente a la virtud. Es también la razón por la que la cultura abraza el
concepto del progreso y la razón. Lo que no ocurre en las manifestaciones deconstructivas, como por
ejemplo, las cercanas
al posmodernismo. Finalmente, como la
cultura es exaltación de la virtud, ésta implica esfuerzo, lo que contraría al
hedonismo de las actuales sociedades de entretenimiento, donde lo único
legítimo y políticamente correcto, lo que debe imponerse, es lo que provoque
goce a los sentidos primarios. La moral de mínimos. fzamora@abogados.or.cr
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