Abogado constitucionalista.
Publicado en España
En el mundo cristiano, hoy se conmemora la convicción
evangélica de que Cristo resucitó al tercer día de crucificado. Hasta cierto
punto parece absurdo, en el 2017, escribir o hablar de una creencia de tal
naturaleza, cuando la confianza humana está usualmente puesta en los beneficios
que otorgan los bienes materiales logrados con la tecnología de la cuarta
revolución industrial. S. Kierkeegard afirmaba que, en un circo de Dinamarca presa
de las llamas, se envió a uno de sus payasos a alertar del peligro a los vecinos
de la comarca. Suponiendo que se trataba de una estrategia comercial para
captar espectadores, no creyeron. Peor aún, viendo la facha del mensajero, se rieron
de él hasta que las llamas arrasaron con todo. J.Ratzinger sostenía que así se
siente el cristiano con el anuncio de la resurrección. Siendo que tal anuncio
es clave para la salvación, éste se ve obstaculizado por un ropaje inadecuado, poco
creíble, -y para muchos- ridículo.
Pero los abogados tendemos a guiarnos por indicios,
dudas razonables y sana crítica. Analicemos pues, qué tan creíble pueden ser tal
suceso. El primer hecho, es el de un número de testigos que afirmaron haber
visto a Jesús resucitado. Lo que sostenían es que, -en una u otra ocasión-, se
habían encontrado con Cristo en el transcurso de las seis a siete semanas
posteriores a su muerte. Algunas veces fue a solo uno de ellos y en otra se
presentó a doce de ellos juntos. En una ocasión casi a quinientos testigos. Por
ejemplo, en la carta que San Pablo escribe a los corintios, -apenas 15 años
después de la resurrección-, deja constancia que la mayoría de tales testigos
aún vivía. Para entonces era una afirmación evidentemente verificable, pues si
ésta hubiese sido falsa, allí mismo habría sido inmediatamente desacreditada
por los múltiples enemigos que entonces tenía el cristianismo. Tal fe hubiese
muerto desde su primera infancia. Incluso San Pablo, inicialmente enemigo del cristianismo,
asume la fe no solo por su propio testimonio, sino como producto del
conocimiento que tuvo de muchos de esos testigos. Sobre la carta a los corintios,
el historiador alemán H.Campenhausen expresó que “Este relato cumple con todos los requisitos de confiabilidad histórica
que se le pueden pedir a un texto tal”. Escrutemos más conclusiones interesantes para
armar un caso legal a favor del hecho. En tres ocasiones distintas, diversos
testigos declararon no haber reconocido inicialmente a Jesús cuando lo vieron,
(Lc 24: 13-31, Jn 20:15,21,4) lo que hace que la hipótesis de la “alucinación colectiva” caiga por sí sola.
Otro interesantísimo indicio, es que los evangelios también citasen a mujeres
como primeros testigos, pese a que en la antigüedad la mujer no se acreditaba
como testigo. Si estos textos hubiesen sido fraudes con objetivo proselitista o
reclutador, -engañando a otros para ello-, nunca hubiesen citado el testimonio
de las mujeres, pues el consenso de la época es que no eran aceptadas como
testigos competentes.
Igualmente están las pruebas circunstanciales. Aquí
hay un elemento cardinal: en la historia humana muchos se han dispuesto a morir
por una idea equivocada que creen válida. ¿Pero cómo sería posible que muchos, prefiriesen
morir antes que desmentir un hecho que indudablemente sabían era falso? Muchos
de esos testigos prefirieron la muerte antes de desmentirse como testigos de la
resurrección. Eso sería algo que contradice la realidad más elemental de la
naturaleza humana. Por ejemplo, todos los apóstoles prefirieron morir
martirizados antes que desmentir su testimonio. Un hombre podría disponerse a
morir por sus creencias, pero nunca por un hecho que a todas luces sabe que es
un engaño. Otra prueba circunstancial, lo es que muchos de esos testigos, como
Saulo de Tarso o el mismo Jacobo, -quien según la escritura había renegado de
Jesús por quien decía ser El y por el triste final que había tenido- estaban
contra el cristianismo después de la crucifixión. Pero el hecho del que fueron
testigos fue tan impactante que los arrastró a una plena conversión espiritual.
Recordemos además, que el pueblo judío era un pueblo firme en sus heredadas
estructuras sociales, tradiciones y convencionalismos. Tanto así que hoy
subsisten pese a que todos los pueblos que les fueron contemporáneos
desaparecieron. Siendo así, ¿cómo es posible que tantos testigos judíos
estuviesen dispuestos a transformar sus íntimas convicciones por un hecho que
en su interior sabían falso?
Aún más. A diferencia de lo que ocurre con los mitos y
leyendas, la evidencia más temprana que tenemos se remonta al tiempo inmediato
posterior del suceso, tal y como consta en los registros de libros como el de
los Hechos de los apóstoles. En relación a la resurrección, los autores preservan
material de fuentes muy tempranas. Sumado a lo anterior, tal y como confirmó el
erudito en literatura antigua C.S. Lewis, en la antigüedad no existía ni aún se
concebía la posibilidad de aplicar lenguaje realista en la literatura ficticia.
La ficción antigua era totalmente diferente a la moderna, que sí utiliza el
realismo. En la antigüedad y hasta hace 300 años, era inconcebible una versión
ficticia con elementos realistas, lo que impide que se acuse a las narraciones
evangélicas como legendarias o mitológicas. El mito se escribía como mito, y
por el contrario, el lenguaje realista, solo era para la realidad.
Por otra parte, la sepultura de Jesús y su custodia
por la guardia romana es uno de los hechos mejor acreditados que tenemos acerca
del Jesús histórico. En las tumbas antiguas había una hendidura oblicua que
descendía a una entrada baja y una piedra grande con forma de disco se
deslizaba hacia el interior de la hendidura quedando trabada además por una
piedra menor. Hacia arriba para reabrirla, se requería de varios hombres. Pese
a ello -y al hecho de que la guardia apostada custodiaba la tumba-, fue
evidente que el cuerpo desapareció sin que fuese razonable culpar de ello a sus
discípulos, pues está documentado que en ese momento se escondían avergonzados y
desilusionados por los recientes acontecimientos de la crucifixión. Si su
cuerpo no hubiese desaparecido realmente, los testimonios de la resurrección
hubiesen sido desacreditados en el acto por la evidencia. Una última
observación. El escritor Pepe Rodríguez afirmaba su incredulidad en la
resurrección así: ¿por qué Cristo resucitado no se presentó ante los grandes
dignatarios de entonces y ante las multitudes de las ciudades, de tal forma que
el acontecimiento hubiese sido acreditado absolutamente? Porque si Dios se
descubriera abiertamente a los hombres, la fe sería imposible pues carecería de
mérito. Por el contrario, si del todo no se revelara, ésta sería imposible. En
esta dimensión, ¿acaso no actúa Dios sutilmente, en claroscuros? fzamora@abogados.or.cr
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