Abogado constitucionalista.
Publicado en el Periódico La Nación
http://www.nacion.com/opinion/foros/engendra-fracasado_0_1662033785.html
Por mejor diseñados que estén, los Estados son entidades sociales que
dependerán de sus líderes para transitar sobre los rieles correctos, porque el
mismo potencial de autoridad que les permite a los Estados garantizar la
libertad de sus ciudadanos, también les permite conculcarla. Al fin y al cabo,
tal y como afirmó Max Weber, “el Estado en
su mínima expresión es una entidad social que, en una jurisdicción determinada,
posee el monopolio de la fuerza.” Por ello países como Haití, Ruanda, Siria o Afganistán,
son prueba fehaciente de que los Estados fracasados provocan crisis
humanitarias que derivan en graves conflictos internacionales. El ejemplo más
ilustrativo lo ofreció el débil Estado afgano, tan fallido que, a inicios de
este siglo, fue tomado por Al-qaeda, un grupo de delincuentes internacionales
arropados con el disfraz del islamismo, para montar la base de una
transnacional terrorista. Pues bien, en un afán de que nuestro país no caiga
nunca en las profundidades en las que han caído países como los del triángulo
norte centroamericano, amerita contestar cómo se engendra a un Estado fracasado.
En función de tal cometido, lo primero que debemos aclarar es que el Estado surge
en la historia humana, gracias a las culturas capaces de acumular bienes. A
partir de que el hombre desarrolla la actividad agrícola, logra almacenar producto.
Esto por cuanto la cosecha del trigo, la cebada o el arroz, se podía conservar
por mucho más tiempo de lo que se podía acumular lo cazado o recolectado, que
era rápidamente perecedero. Así, la
acumulación de producto agrícola permitió riqueza a algunos individuos y además
aprovechar su tiempo en actividades que requerían mayor abstracción
intelectual. Nació una cultura más sofisticada de la que surgieron logros como
la escritura, la moneda, y los inventos técnicos con alguna sofisticación, como
las nuevas herramientas agrícolas, las armas y gracias a ellas, los ejércitos.
Igualmente fue posible esa magna creación de la cultura humana que es
el Estado. ¿Por qué? porque el almacenamiento de granos permitió el
desenvolvimiento de la actividad crediticia, surgiendo la deuda con ello, y
estimulándose el uso del dinero. Esto a su vez fue catalizador de la existencia
del Estado, pues éste era indispensable para darle confianza al valor de la
moneda, compeler por la fuerza el pago de las deudas y proteger las ciudades y
sitios donde se almacenaban bienes agrícolas. Por el contrario, las sociedades
cazadoras y recolectoras, como las hordas del África profunda, las tribus del
Amazonas o de la Norteamérica precolombina, u otras comunidades como los
aborígenes de Oceanía, no fueron capaces de instituir la escritura, los ejércitos
formales, ni mucho menos Estados. Así las cosas, la primera enseñanza de tal
realidad histórica es la siguiente: el superávit fue un factor que hizo posible
al Estado. Y a “contrariu sensu”, el
déficit provoca la inviabilidad de los Estados. Es por ello que podemos afirmar
que una de las razones por la que fracasan los Estados, es el hecho de que
pertenezcan a sociedades con una balanza económica deficitaria. Más no demos
por sentada que esa es la conclusión final.
Lo verdaderamente esencial en las sociedades no es su producción
económica o comercial, sino los valores intangibles. Advierta el lector que al
inicio anoté que el Estado fue una derivación de la cultura, y no de la
economía, pues es el desarrollo cultural de una sociedad la que genera
prosperidad económica, haciendo a su vez viable al Estado. Repasemos algunos
elementos que sustentan esta afirmación. La Unión Soviética fue el Estado
fallido más grande y poderoso de la historia humana. En su libro “El año que
cambió el mundo”, Michael Meyer -periodista de Newsweek acreditado en Europa
del Este-, revela cómo desde años atrás se tejieron los liderazgos de los movimientos políticos,
laborales, espirituales y culturales en general, que detonaron desde adentro la
cortina de hierro. Hasta provocar, primeramente una crisis de la cultura, y
consecuencia de ésta, un colapso del sistema productivo. Todo hasta el derrumbe
económico del orbe comunista.
Donde no existe un fundamento cultural fuerte, el Estado fracasa. De
ahí que gran cantidad de Estados fallidos modernos, son aquellos que no
surgieron como resultado de un proceso cultural propio de la sociedad que
aspiran controlar, sino que, en la mayoría de los casos, han surgido como
imposiciones o construcciones artificiales. Así sucedió con Zimbawe,
-originalmente denominado Rhodesia-, un Estado fundado por el británico Cecil
Rhodes, colonizador y empresario minero. Es un ejemplo prototípico de muchísimos
Estados, los cuales eran inexistentes antes del coloniaje europeo. Primero fueron
construcciones artificiales de británicos, holandeses, franceses y portugueses,
y finalizada la segunda guerra mundial, se generó el nacimiento de una oleada
de Estados independientes donde antes existían colonias impuestas sin mayor
antecedente histórico-cultural. El resultado: salvo contadas excepciones, la
gran mayoría de ellos son Estados fracasados. Por el contrario, sabemos que el
éxito de un Estado dependerá de la calidad de la cultura de la sociedad donde éste
surge, pues es la cultura la que condicionará la calidad de las instituciones
estatales.
Veamos a lo que me refiero. Por ejemplo, uno de los grandes debates
ideológicos sobre el Estado se reduce al siguiente dilema: para alcanzar prosperidad
¿debe reducirse, o más bien aumentarse la fuerza y el alcance estatal? Pues
resulta que el desarrollo de una sociedad más que depender del tamaño del
Estado, dependerá de la eficacia de sus instituciones. Corea del Sur tiene un
Estado con una buena dosis de intervención, como lo tenemos otras naciones
latinoamericanas, sin embargo, Corea alcanzó niveles muy superiores de
crecimiento, comparado con otros países intervencionistas de latinoamérica. Al
leer a economistas como James Robinson y Daron Acemoglu, se infiere que los
condicionantes fundamentales que inciden en la prosperidad en realidad dependen
de la calidad de la política y de las instituciones de una nación, o sea, de su
cultura. Y mucho menos de las variables económicas. De ahí lo grave que
enfrentamos con hechos como el del “cementazo” y la corrupción asociada a su
alrededor, pues si la descomposición de la cultura hace de las entidades públicas
fines en sí mismas, socavando las instituciones democráticas que generan
confianza, se está a las puertas del Estado fracasado. fzamora@abogados.or.cr
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